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Capítulo 4 Boda.

En el mes siguiente al compromiso se cumplió con las tradiciones faltantes, se informó primero de forma verbal del casamiento de Farid Khattab con Leila Assad, luego se envió las invitaciones junto con una toalla y cubiertos, otra costumbre que regía. Al fin la noche de Henna llego, esa donde las mujeres despedían a la joven próxima a desposarse, todas sus vecinas y amigas se encontraban en el gran patio del hogar de Leila, donde ella era el centro de atención, vestida completamente de rojo, mostrando así lo feliz que estaba, su vestido no era ostentoso, pero era lo más hermoso que por aquel lugar se hubiera visto, la henna estaba por todos lados, para que tuviera un matrimonio lleno de felicidad, y las canciones que relataban el dejar la casa de sus padre para comenzar su vida de casada, la hicieron llorar como se esperaba, aunque Leila solo extrañaría a su madre, al final de la noche Farid llego, como debía ser, para limpiar las lágrimas de su futura esposa y dar por terminada la celebración, llamando la atención de todo el mundo, montando su caballo pura sangre de color negro, que realzaba su vestimenta tradicional, más de una de las amigas de Leila quedo con la boca abierta, el jefe Farid era un hombre muy hermoso, nadie lo podía negar.

Farid descendió de su caballo y camino con firmeza, sus hombros rectos y cabeza en alto, hasta quedar en frente de Leila, la joven apenas y le llegaba abajo del hombro, por lo que Farid bajo su mirada, llevo sus manos al velo rojo con hilos dorados que cubría el rostro de Leila y lo retiro con calma, se miraron a los ojos por un momento, para todos los presentes, se veían con amor genuino, pero ellos sabían que se veían con gratitud, uno le debía la vida al otro, Farid limpio con delicadeza sus lágrimas, acuno su pequeño rostro en sus manos y dejo un beso en su frente.

— Ve a descansar Leila, porque mañana, a penas salga el sol, vendré a robarte, y tú te iras conmigo. — Lo único que obtuvo como respuesta fue una sonrisa de la joven y un asentamiento de cabeza.

Farid cumplió su palabra, el sol apenas estaba saliendo, cuando fue por la novia, Leila casi no había dormido, luego de que su madre la bañara como era la costumbre, fue vestida con su vestido de novia, uno tan hermoso que Leila no lo podía creer, su color blanco puro le hacía doler los ojos cuando el sol se reflejaba en él, y el lazo rojo, que también por costumbre debía llevar, le hacía lucir una cintura aún más pequeña de la que tenía.

— Hija, Farid vino por ti. — dijo su madre conteniendo las lágrimas.

Leila camino hasta estar en frente del espejo, por lo que le dijo su madre, la tradición dictaba verse en él antes de salir de la casa de sus padres, así demostraría estar preparada para su nuevo camino y daría fortuna a todos los presentes, Leila no comprendía como podía hacer todo eso con solo mirarse al espejo, pero cuando al fin se vio, noto lo diferente que lucía, sus ojos brillaban con la esperanza que nunca tuvo, estaba feliz, tanto que estaba segura que su alegría acompañaría a todos los que allí se encontraban, pero en un momento vio el rostro de su madre reflejado en el espejo, y como está la observaba, por lo que sus ojos color caramelo se llenaron de lágrimas que amenazaban con salir.

— No llores, demuestra que estas lista para tu nuevo camino. — instruyo Misha con amor en cada palabra.

Ahora Leila lo comprendía, ya había llorado en la noche de henna, ahora era tiempo de reír, con la voluntad que la caracterizaba, respiro profundo una vez más y cambio su vista a donde estaba su padre y hermano, viéndolos a través del espejo, las lágrimas de sus ojos se secaron de inmediato, y la alegría por salir de la casa de su padre regresó, si, Leila estaba lista para emprender su nuevo camino.

La fiesta duraría cuatro días, donde todo el pueblo comería y bebería en la gran finca del Jeque, demostrando de esta forma la felicidad que sentían por Farid y Leila, aunque los recién casados se retiraron cuando el sol del primer día se ocultó.

Ya era muy entrada la noche cuando la camioneta de Farid detuvo la marcha frente al que sería el hogar de los recién casados, ayudo como todo un caballero a que la delgada mujer descendiera del vehículo.

— Esto… es la mansión del jeque. — Leila jamás soñó con que ella pisaría aquel lugar alguna vez.

— Este es tu hogar de hoy en adelante Leila, mañana te presentare a los empleados, hoy nos han dejado solos. — dijo Farid, mientras la guiaba a su habitación.

Desde ese momento Leila debía permanecer en aquella mansión, era la costumbre que las novias dejaran sus hogares para partir al de sus suegros, donde ellas los respetarían y obedecería como si fueran sus padres y los suegros la deberían querer como una hija.

— ¿Por qué? ¿Por qué estamos solos? — Farid la vio con dulzura, era solo una niña, su madre no la había preparado para ser una mujer, quizás Misha creyó que aún tenía tiempo.

— Se supone que deberíamos consumar nuestro matrimonio, por eso la primera noche solo debemos estar nosotros en la casa. — Farid se rascó la cabeza, aun no se le ocurría como justificaría la falta de sangre en la sabanas la mañana siguiente.

— Ya entendí, mi madre me dijo que el matrimonio se consuma cuando tengamos sexo y así demostrar que soy pura y que tú has cumplido como esposo. — Farid podía ver un leve sonrojo en sus mejillas, a pesar de que la piel de Leila era de un color oliva, un poco más clara que la de él.

— Sí, bueno, aún estoy pensando como haremos eso. — la preocupación era evidente en la voz de Farid, mientras al fin ingresaban en la gran habitación que a partir de esa noche compartirían.

— ¿Esta es nuestra habitación Farid? ¿O vive alguien más contigo? — Farid comenzó a reír por las ocurrencias de la joven.

— ¿Cómo podría vivir alguien más aquí? ¿Tus ojos no ven que solo hay una cama? — explico con una gran paciencia.

— Lo siento Farid, soy un poco tonta.

— No lo eres Leila, todo esto fue tu idea, nos salvamos, gracias a esa gran mente tuya, aunque ahora… — Farid dejo salir un suspiro cansado antes de sentarse en la cama.

— ¿Ahora?

— ¿Qué se supone que haremos? Mañana debo colgar la sábana en la ventana, para que todos vean que tú eres pura y que nuestro matrimonio fue consumado.

— Ya lo tengo pensado. — la sonrisa en el rostro de Leila era rara, la mezcla justa de la astucia y la inocencia.

— Bien señora Leila Khattab, ¿Qué es lo que pensó esa mente astuta suya? — por un segundo Leila se congeló.

— ¿Khattab?

— Eres mi esposa, para todos lo serás Leila, desde este momento perteneces a la familia Khattab, quien desee vivir, deberá respetarte. — ambos se miraron y rompieron a reír, Farid había sonado demasiado a su padre el Jeque Marwan.

Leila fue al baño y se quitó el vestido de novia, para colocarse uno de los tantos pijamas que su madre le había comprado junto con las cosas de la boda, la joven vio varios de ellos y se preguntó qué era lo que su madre pensaba de ella, eligió el más sencillo y menos revelador, pero también tomo uno de seda blanco con encaje, que más que un pijama parecía ropa interior.

— Arrójame a la cama Farid, pero no seas bruto. — Leila quito el edredón y la sabana superior, luego se paró en frente a Farid quien la miraba con duda, pero hizo lo que ella le pidió, cayó casi en el medio de la gran cama.

— ¿Y ahora? — pregunto curioso el hombre.

— Date vuelta y no me mires. — le advirtió con seriedad, provocando que Farid riera, aun así, hizo lo que la joven le ordeno, escucho un pequeño gemido y se alteró.

— ¿Leila, que estás haciendo? — dijo con voz tensa.

— No me veas. — repitió y unos segundos después le volvió a hablar.

— Listo. — Farid dio la vuelta y encontró una mancha de sangre donde ella estaba sentada, también observo que el pijama que llevaba en su mano estaba un poco manchado y el pantaloncillo roto.

— ¿Qué hiciste Leila? — pregunto con la angustia creciendo en su interior.

— Hice un corte pequeño en mi muslo, nada grave, pero tendrás que dormir sobre mi sangre, ¿no te molesta verdad? — la joven sentía su cara arder de vergüenza.

— No pequeña Leila, no me molesta, gracias a ti no me están comiendo los gusanos en este momento. — Farid descubrió que Leila era muy inteligente.

La primer noche fue muy incómoda para ambos, cada uno se mantenía de un lado de la espaciosa cama, hasta que el sueño los venció, el primero en despertar fue Farid, descubriendo que estaba abrazado a Leila, levanto un poco su cabeza y observo a la joven a su lado, se veía tranquila, Leila siempre se veía tranquila, menos el día que le dio el café con sal, Farid recordó su cara completamente roja y sonrió, quizás si a él no le gustaran los hombres, Leila hubiera sido la esposa ideal, pero ahora la tendría a su lado por toda la vida, él la cuidaría, como un hermano mayor, como un amigo, como familia.

— Pequeña Leila, ya es hora de despertar. — el cuerpo de Leila se tensó al verse en los brazos de Farid, y poco a poco se alejó de él. — Tranquila Leila, jamás te haría algo indebido, tu virtud está más que segura a mi lado. — dijo Farid mostrándole una blanca sonrisa.

— No es que desconfíe de ti Farid, es que te estaba importunando, lo siento. — dijo mientras salía poco a poco de la cama, haciendo una pequeña mueca de dolor.

— Nada de eso, recuerda que eres mi esposa, no debes pedir permiso para estar a mi lado, ¿Qué es lo que te sucede? —no pudo evitar preguntar al verla caminar con cuidado, era obvio que algo le molestaba.

— Es el corte. — respondió y como siempre mostro su sonrisa.

— No debiste cortarte el muslo, podrías haberme dicho y yo…

— Farid, es mejor así, por lo que mi madre me dijo, se supone que luego del matrimonio, la esposa queda con un poco de dolor. — y allí estaba nuevamente el color rosáceo en sus mejillas.

— Lo dije antes y lo repito, tú tienes una mente brillante esposa. — aquel nombre provocó que ambos rompieran a reír, tan fuerte que los empleados los escucharon.

La sábana fue colgada y la tribu siguió festejando que al fin Farid Khattab tenía esposa, con el correr de los días Farid y Leila se convirtieron en los mejores amigos, pasaban muchas horas charlando, en el jardín, la terraza y el dormitorio, las risas de los jóvenes llenaba todo el lugar, la semana que pasaron solos con los empleados, les sirvió para conocerse mejor, Leila comenzó a admirar a Farid, y alentar sus ideas de cambiar ciertas leyes como su padre hacía, y Farid se encariño con la joven, la veía como la hermana que nunca tuvo. Se comprometió con ella a enseñarle a sumar y restar en su tiempo libre, además de ser como un profesor para la joven, Farid se encargaría de que tuviera todo aquello que su padre le había negado, comenzando por sus estudios.

— Leila, sé que algo te preocupa, ¿me dirás que es? — pregunto mientras disfrutaba del maravilloso té que su esposa preparo.

— No, no voy a molestarte, te prometí que no sería una carga para ti y lo cumpliré. — Farid acaricio el cabello lacio de la joven, era sincera, Farid sabía que Leila era honesta, un ser sin maldad.

— Soy tu esposo Leila, para todos, y para todo, menos para eso que tú sabes, debes decirme si algo te preocupa o te molesta, yo te ayudare, no eres una carga, eres mi igual, nos salvamos mutuamente, tú y yo, juntos Leila, siempre juntos. — la joven no podía evitar suspirar cada vez que su marido decía esas cosas.

Fue así que Leila le contó que su madre estaba enferma, pero que aún si él quería ayudarla, ya no había nada que hacer, el cáncer había avanzado demasiado, Farid apretó sus puños, no podía creer que Said no pagara el tratamiento, cuando su padre Marwan le había dado el dinero, ya que hacía un año el hombre fue a pedir ayuda por la enfermedad de su mujer, prefirió no decirle aquello a Leila, él le había jurado a Misha que su hija no lloraría nunca más por tristeza y haría todo lo que estuviera a su alcance para cumplirlo.

— Pensaba expulsar a tu padre y hermano de la tribu por lo que te hicieron. — dijo Farid al recordar las heridas en la espalda de la joven, que ya habían cerrado, pero que habían dejado cicatrices, cinco líneas que cruzaban su espalda, dejando en evidencia que esos cinco latigazos fueron más profundos que el resto.

— Gracias, pero si lo haces mi madre también deberá irse.

— No los expulsare, pero traeré a tu madre aquí, así podrás estar con ella y cuidarla. — el rostro de Leila brillaba y no pudo evitar saltar a los brazos de Farid para agradecerle, el joven jeque, simplemente la recibió, así los encontraron los padres de Farid, quienes luego de una semana de ausencia al fin regresaban a su hogar.

— Lo siento. — dijo Leila soltando de inmediato el cuello de Farid y agachando su cabeza.

Vivir en un lugar donde la cultura no ve bien las muestras de cariño en público era difícil, aunque para esta pareja eso era perfecto, ya que los libraba de tener que besarse delante de los demás, aun así, Leila sabía que estaba en falta al estar colgada del cuello de Farid, solo ellos sabían que no hacían nada.

— No debes de disculparte hija, son jóvenes, los comprendemos. — las palabras del jeque Marwan provocaron que los ojos de Leila se cubrieran de humedad, con rapidez caminó hasta estar frente al hombre, que vio con asombro la cantidad de emociones contenidas que tenía la joven en sus grandes ojos color caramelo, volvió a bajar su cabeza y extendió sus manos, pidiendo en silencio el permiso de besar las manos de Jeque Marwan, quien gustoso se las entrego.

— Gracias… padre. — tanto Marwan como Farid, sintieron el cariño que había depositado en la palabra “padre” y con gusto el Jeque dejo que su nueva hija besara sus manos.

La vida de Leila había cambiado, parecía que al fin la fortuna le sonreía, o eso creía, en pocos días Farid estaba organizando todo para que su suegra se fuera con ellos, pero a la segunda semana de casados, Leila sufrió el golpe más fuerte que pudo recibir en toda su vida, su madre había muerto, Farid no pudo cumplir con su palabra de que Leila jamás lloraría de tristeza, pero se juró borrar la tristeza de sus ojos.

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