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Capítulo 5 Pareja perfecta.

La familia Khattab respeto el dolor de Leila y trataron de ser afectuosos, Farid fue su mayor apoyo, la consoló durante las largas noches, así poco a poco, el alma de Leila fue curándose, y eso no se debía solo a Farid, también eran los empleados, Leila era una joven servicial, que se hacía querer por todos, al jeque Marwan le encantaba el té que preparaba, también veía como se esforzaba por realizar los deberes que Farid le dejaba, estaba en un nivel de estudio acorde al de su edad y solo había pasado un año. Pero Leila no tenía el querer de todos los Khattab, había una persona que solo la buscaba para denigrarla y reclamarle.

— ¡¿Cuándo comprenderás que ya no eres una campesina?! — los gritos de Zayane, no fueron los que alertaron a Marwan, que algo sucedía, fue Antara, la que fue por el Jeque al ver que otra vez la señora estaba maltratando a la joven.

— Disculpe suegra, pero no veo que hay de malo con que me ocupe de la ropa de mi esposo. — respondió con la cabeza baja, como cada vez que Zayane le gritaba.

— Para eso están las empleadas, tu único deber es traer un nieto a esta casa, y ve, ya paso un año y aun nada. — no era la primera vez que Zayane le gritaba, siempre lo hacía cuando Farid se marchaba a las empresas de la tribu, ya que había tomado su lugar como Jeque, por lo que tenía más responsabilidades.

— Perdón mi atrevimiento suegra, pero ¿cómo se supone que traeré un bebé a esta casa? ¿Qué hare con él? Sino me puedo ocupar de las cosas de mi esposo, ¿Cómo me ocupare de mi hijo?

— Nuestra hija tiene razón Zayane, deberías ser un poco como ella, ¿Cuándo fue la última vez que tus manos se mojaron para lavar una prenda mía? no es que me queje del trabajo de las empleadas, pero una camisa que es lavada con amor y cariño dura más. — Zayane vio con odio a Leila, y la joven sabía que la intervención de Marwan le traería más problemas que soluciones, no era solo que su suegro se pusiera de su lado, también era el reclamo por que Zayane no la llamaba hija, se dirigía a ella como la nuera de esta casa, o simplemente Leila.

Leila salió del lavadero y fue a su habitación, cambio su ropa, ya casi era la hora, por lo que corrió a la puerta principal, como cada día, Leila esperaba a Farid allí, y su rostro se iluminaba cuando su esposo cruzaba la gran puerta de madera maciza, siendo la envidia de todos sus empleados, no solo porque Leila cada día estaba más bella, la buena alimentación le había otorgado un cuerpo esbelto, con unas curvas que ni la ropa podía ocultar, además había crecido, ahora le llegaba un poco más arriba del hombro de Farid, su cabellera color chocolate brillaba bajo el sol, los empleados envidiaban de buena manera la felicidad y el amor con el que la esposa del Jeque lo veía llegar.

— Bienvenido esposo. — Leila lo recibía todos los días, sin importar el calor, frio o lluvia, ella se quedaba parada en el patio hasta que él entraba, y como si necesitara asegurarse que era Farid quien entraba, caminaba rápido hasta estar en frente de él y besaba sus manos.

— Mi pequeña Leila. — era el saludo que recibía de Farid, quien con un cariño inigualable tomaba el rostro de su esposa, acunándolo en sus grandes manos y besaba su frente.

Para los empleados, era la cosa más bella de ver, tanto para los hombres, como para las mujeres, en toda la tribu no se hablaba de otra cosa, del amor que tenía el Jeque Farid por su esposa, como ella lo esperaba con ansias a que regresara del trabajo, con el amor que le preparaba la comida, aunque ella cocinaba para todos en la casa, siempre se las ingeniaba para arreglar el plato de su esposo aún mejor a como lo harían en el mejor restaurante del mundo, y Farid no se quedaba atrás, se decía que no importaba que tan cansado llegara de las empresas, o los problemas que tuviera la tribu, el Jeque se tomaba un té preparado por su esposa, al tiempo que le enseñaba algo nuevo cada día, jamás la regañaba cuando no entendía algo, en su lugar la dejaba descansar, y luego volvía a repetir la clase, las veces que hiciera falta, las empleadas se encargaban de decir todo lo que veían, ya que les parecía sumamente romántico como ella lavaba, y planchaba cada prenda de su esposo, con un cuidado único, mientras el Jeque cada día le traía una sorpresa, flores, bombones, incluso joyas, para todos eran la pareja perfecta, hacia tanto tiempo que no se veía una pareja que se amaran de esa forma, tanto así que muchos esperaban con ansias la cena que cada mes tenían, cuando el Jeque la llevaba al restaurante más lujoso del pueblo, o cuando salían a pasar la tarde en el jardín de té, todo para ver en vivo y directo como el Jeque consentía a su esposa y ella a cambio lo miraba con el amor más grande que pudiera existir, a través de esos enormes ojos color caramelo. Pero lo que dejo en claro cuanto el jeque Farid amaba a su esposa, fue la tarde en que Zayane perdió el control.

— Leila. — dijo Zayane, dos días después de que Marwan le reprochara su conducta en el lavadero.

— ¿Suegra? — preguntó dispuesta a hacer todo lo que Zayane le pidiera, menos darle un nieto.

— Me imagino que estas feliz, has logrado envenenar a mi esposo, y ponerlo en mi contra. — reclamó llena de furia la mayor.

— No sé de qué habla suegra. — Zayane debería de haber sabido que, si la joven estaba frente a la puerta, era porque estaba esperando a Farid, pero su enojo era tanto que la estaba cegando, Zayane nunca pensó que si su hijo no le reclamaba por como maltrataba a su esposa, era únicamente porque Leila nunca se quejó, Zayane creía que a su hijo no le importaba.

— Deja de hacerte la tonta conmigo, ¿crees que mi lugar es lavando la ropa de mi esposo? ¿crees que el lugar de la esposa de un Jeque es en la cocina? ¡no eres más que una inútil campesina que ha sembrado la discordia en mi hogar! — grito con tanta furia que Farid y Marwan que estaban llegando en ese momento la escucharon, la mano de Zayane se levantó con la clara intención de golpear a Leila, y esta simplemente bajo la cabeza esperando el golpe, algo que no sucedió.

— Madre. — dijo Farid tomándola de la mano y apretando los dientes, sus ojos negros se convirtieron en dos pozos carente de amor o cariño, las empleadas no creían lo que veían.

— Farid. — dijo con sorpresa su madre, al ver como sostenía su mano y como la miraba con enojo.

— Jamás, ¡nunca! Vuelvas a intentar golpear a mi esposa, porque ese día tú y yo… tendremos problemas. — reprocho soltando su mano con más dureza de la necesaria.

— ¡Soy tu madre! — grito con sorpresa y dolor al ver la amenaza que las palabras de su hijo llevaban.

— Me diste la vida, pero ¡yo vivo solo por Leila! no vuelvas a maltratar a mi esposa, o dejare de ser tu hijo. — Zayane llevo sus manos al corazón, su hijo estaba amenazando con negarla.

— No puedes hacer eso Farid, no puedes hablarle así a tu madre. — intervino Leila con las lágrimas corriendo por su rostro.

— Si te maltrata puedo, ¡nadie volverá a lastimarte mientras estés conmigo! te lo jure, ¿recuerdas? — Farid estaba apretando sus puños, no podía comprender como su pequeña Leila, como solo él le decía, podía ser tan buena, tanto que desesperaba.

— Un día tu madre no estará Farid, y te arrepentirás de lo dicho, desearas volver el tiempo atrás para poder acurrucarte una sola vez más en sus brazos, por recibir una de sus caricias, incluso poder escuchar un regaño, pero será tarde, si no respetas a tu madre, no puedes amar a nadie. — termino diciendo al tiempo que subía corriendo las escaleras para ir a la protección de su cuarto.

Era la primera vez en un año y medio que llevaban de matrimonio que la pareja discutía, aún peor, era la primera vez desde que se casaron que el Jeque Farid hacia llorar a su esposa. Farid golpeo con furia la pared, mientras su madre no daba crédito a lo que acababa de ver y mucho menos oír, Farid no siguió a su esposa a la recamara, en su lugar volvió a salir. Marwan no le dirigió la palabra en todo el día a su esposa y Leila no salió de la habitación hasta que anunciaron que la cena estaba lista. Al llegar al comedor, su suegro le sonrió y ella asintió con la cabeza, pero aun así no dijo nada, no tenía ganas de hablar, Zayane estaba en silencio, observando la comida, se veía tan insípida, le faltaba sabor, color, le faltaba el amor que Leila le ponía cada vez que cocinaba, la mujer que era orgullosa respiro profundamente antes de hablar.

— Leila.

— ¿Suegra? — Zayane la vio a los ojos, estaba triste, Zayane no recordaba a ver visto ese semblante en la joven, desde el día que fueron a pedir su mano, una sonrisa adornaba el rostro de Leila, mañana, tarde y noche, era incluso una tristeza distinta a cuando Misha murió.

— Discúlpame, no tenía derecho a desquitarme contigo, un problema que es solo mío. — Leila sonrió con dulzura al oírla.

— No tiene que disculparse suegra, mi madre ya no está para decirme cuando hago las cosas bien y cuando no, está bien que usted me explique mis errores. — Zayane se sintió aún más culpable, ella debía ser como una madre para la joven, sin embargo, lo único que hacía era molestarla.

— Ese es el problema, no has cometido ningún error, creo que las ganas de tener un niño corriendo por la casa y llamándome abuela me está afectando más de lo que debería, y me desquito contigo, discúlpame.

Marwan sonrió con satisfacción, esa era la mujer de la que él se había enamorado, aunque los años la habían endurecido, Farid que estaba en las escaleras también escucho la disculpa de su madre, acababa de regresar, por lo que se apresuró a hacer notar su presencia.

— Yo quiero disculparme con ambas, no debí hablarte de ese modo madre, pero entiende que sin Leila yo estaría muerto. — solo Leila sabía que tan ciertas eran esas palabras. — Y tu mi hermosa esposa, siempre tienes razón, en todo este tiempo tu jamás te has equivocado. — Farid le dio un ramo de rosas a su madre, quien se sorprendió ya que creyó que eran para Leila.

— Gracias hijo, pero ¿acaso no le has traído nada a tu esposa? — Farid sonrió y miro a su padre.

— Padre, lamento informarte que deberás regresar a las empresas por una semana.

— Claro hijo, pero ¿Por qué?

— Mi esposa… hice enojar a mi esposa, debo pedir perdón, creo que es hora de hacer nuestro viaje de luna de miel.

Leila se recriminaba mentalmente por a verse enamorado de su esposo, ella sabía que jamás le correspondería, pero no podía evitarlo, mientras que, para Farid, Leila era su hermana pequeña, y en todo este tiempo se había convertido en su mejor amiga, su confidente, la amaba, pero jamás de la forma en que Leila soñaba.

El viaje en crucero al que la llevo Farid la sorprendió, no podía creer como las personas se besaban en público y lo que más la escandalizaba era la poca ropa que llevaban, Leila se sentía osada cuando se colocaba algún vestido de los cientos que Farid le regalaba, esos que llegaban dos dedos debajo de la rodilla, pero las mujeres que ella veía estaban con unos trajes de baños diminutos.

— Farid, estas personas están desnudas. — dijo llena de sorpresa y vergüenza, con su rostro cubierto de un rojo carmín y llevando su mirada de inmediato al piso.

— Están en traje de baño, yo te compre uno. — respondió en un susurró.

— Jamás me lo pondré, eso es como ropa interior. — rebatió mirándolo con pánico.

— Pues yo si me pondré el mío.

Leila lo veía y no lo creía, solo una vez lo había visto sin camisa y fue por accidente, el cuerpo de Farid se veía en forma, cada musculo estaba marcado y su piel parecía que tenía un bronceado natural, fue la primera vez que Leila tuvo pensamientos pecaminosos con su esposo, por lo que se regañó mentalmente.

La semana paso rápido, se divirtieron como los dos grandes amigos y cómplices que eran, era una de las últimas noches y Farid la llevo a un lujoso restaurant que poseía el inmenso crucero, llegaron vestidos de gala con su ropa tradicional, llamando la atención de muchos de los que allí se encontraban, Farid se sintió mal, él notaba como muchos hombres jóvenes devoraban a Leila con la mirada, sabía que su esposa era hermosa, su color oliva evitaba que estuviera roja por la exposición al sol como sucedía con las otras mujeres allí presentes, que a pesar de estar vestidas de gala, eran opacadas ante la belleza exótica de Leila, mientras las demás llevaban grandes aberturas mostrando sus piernas o exagerados escotes, Leila era abrazada por seda y gaza, toda azul y con hilos dorados, que lo único que provocaba era querer tocarla para saber si era real, sus grandes ojos resaltaban con el maquillaje y sus labios tentaban a cualquier hombre, menos a Farid.

— Leila, no sabes lo culpable que me siento de robar tu juventud, tu futuro. — dijo Farid sorprendiendo a la joven.

— ¿De qué hablas Farid?

— Tú te mereces amar y ser amada.

— Si lo que te preocupa es mi bienestar, créeme cuando digo que jamás en la vida fui tan feliz como lo soy a tu lado, si lo que temes es que algún día te odie por estar sola, te diré que eso no sucederá nunca Farid, por que tu mi gran amigo, estarás conmigo, en todo caso soy yo la que se siente mal, sé que te has enamorado Farid, y no sabes cómo lamento que no puedas ser feliz. — Farid la vio con sorpresa, no sabía cómo seguir aquella conversación, pero luego de ver sus ojos color caramelo, se decidió por ser honesto, con Leila él no tenía por qué mentir.

— Perdón por no decirte, me siento egoísta de poder amar y en cambio tu…

— No lo hagas, no te disculpes, yo soy feliz así Farid, así como nos salvamos mutuamente, tu felicidad siempre será la mía, Jeque Khattab, arriésgate a amar y cuéntame como es. — Farid sabía que en el mundo no existía una mujer como su esposa.

Farid le conto a Leila como conoció a Rafid, y lo mucho que se amaban, y Leila termino aceptando que hay cosas que por más que se deseen con todo el corazón, jamás sucederán, sin embargó, también sabía que el amor que sentía por Farid nunca decaería y solo moriría el día que ella lo hiciera y estaba bien con ello, se conformaba con ser su amiga y verlo feliz.

— Leila, hay otra cosa que me gustaría discutir contigo antes de regresar. — Farid estaba nervioso, él le había prometido a su padre que cuando Leila cumpliera 18 años le daría un nieto, ahora no sabía cómo ella lo tomaría.

— No sé qué sea ese asunto, pero no me gusta ver la preocupación en tu rostro, dime ¿qué es?

— Me sorprendes como me conoces tanto. — dijo con una sonrisa Farid.

— Soy tu mejor amiga y tu esposa. — respondió riendo la joven.

— ¿Quisieras tener un hijo conmigo? — el corazón de Leila latió con fuerza, por un momento pensó que estaba soñando. — No ahora Leila y tampoco sería de la forma tradicional, eso está más que claro, siempre dije que conmigo tu virtud no correría peligro y es así. — se apresuró a decir Farid, al ver un sonrojo en las mejillas de su esposa.

— Claro, eso ya lo sé… tú nunca me tocaras. —termino recordando en un susurro lastimero, que Farid lo paso por vergüenza.

— Seria luego de que cumplas 18 años, e iríamos a la ciudad a realizar una inseminación artificial, no quiero que te sientas obligada a responder ahora, ni a aceptarlo, si no quieres buscaremos alguna manera de calmar a mis padres, ya lo hemos hecho antes, además tu eres muy ingeniosa… — Farid hablaba apresuradamente y Leila sabía que estaba nervioso, lo conocía mejor que el mismo.

— Farid, ¿tú quieres un hijo mío? — lo interrumpió, al tiempo que le mostraba una de esas sonrisas que a Farid le hacía saber que todo estaría bien.

— Solo contigo tendría un hijo, y no es porque me salvaste, ni porque sabes mi secreto, Leila, tú eres la persona más dulce, inteligente, hermosa que pude conocer, tú eres la mujer ideal, además sé que serás una buena madre.

— En ese caso acepto Farid, claro que quisiera tener a tu hijo.

Leila sabía que Farid jamás la amaría, nunca probaría sus labios, mucho menos sentiría sus caricias, pero si ella pudiera tener un hijo del hombre que tanto amaba, ya no le pediría más nada a la vida.

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