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capítulo 4

—Tengo que ver Mauricio papá y luego voy dónde tú me has enviado —hago una mueca de obviedad abriendo también mis manos al aire —voy a verme con el francés. ¿Algo que quieras decirle...?

Mi ironía lo encabrona y sin verlo venir, alza la mano y me da una bofetada tan fuerte que me gira la cara y me quedo conteniendo las lágrimas mirando el suelo, luchando con la ira que aprieto en mis puños para no sacar mi arma y dispararle.

¡Lo odio cada día más!...Aunque nadie lo sepa.

—No me hables así, Erika —exige en un mascullo molesto —en este negocio yo mando y todos obedecen. No te equivoques. Tú no eres la excepción. Mis órdenes son inquebrantables. Y mato cuando no me obedecen. Sabes mejor que nadie que no tengo límites. Evita desafiarme. Si te mando a follar, follas. Y hasta cuando no te mando, tienes que hacer lo que dispongo. Y tú lo sabes.

Cada cosa que dice es tan cierta que quema. Toda mi vida me ha vendido, no sé porqué me sigo sorprendiendo si hasta el idiota que tengo por prometido es una de las órdenes que debo cumplir. Jamás he conocido el amor. Ni voy a hacerlo.

Sin permitirme dejar caer las lágrimas, vuelvo la mirada hacia él y le enfrento diciendo:

—Un día te ahogaras en el propio veneno de tu vómito, Mauro. Y yo te juro que te miraré desde mi altura y no haré nada para salvarte.

—No sabes ni disimular tu odio —me reclama estirando los puños de su camisa por debajo del saco como si no le importara lo que acaba de suceder.

—Tú en cambio te lo has sabido ganar a pulso...papá.

Viendo a lo lejos como David observa inmóvil la escena, avanzo hasta la salida de la maldita mansión del narcotráfico y paso por su lado dando un empujón en su pecho cuando trata de tomarme de un brazo para detenerme.

Siento a mi padre detrás de mí decirle que me deje ir, que yo sé lo que tengo que hacer y doy un portazo asqueada, escupo el suelo y bajo los escalones de la gran escalera frontal de mármol directa a mi coche que ya está arrancado y con mis guardias en sus autos detrás del mío.

Siempre he odiado a mi padre. Nos ha arruinado la vida y no para de hacerlo. Cuando siento que todo puede ir a mejor, explota otra granada en mi cara y volamos por los aires por su maldita culpa.

Mi madre se volvió un guiñapo por su conducta y mis hermanas, una nos observa en la distancia y la otra es incapaz de existir sin su guardaespaldas, muerta de miedo siempre.

Yo por mi parte solo quiero tener el control absoluto de este negocio para que mi familia vuelva a estar unida, pero para eso, necesitaba casarme con David y heredar el mando, solo así mi padre se iba a retirar sin embargo ahora, entre el cabrón convicto y el jodido francés mis planes se retrasan y mis deseos de ser la reina de la mafia,se estancan mucho más.

Para triunfar hay que sufrir, lo sé.  Pero para gobernar en este mundo hay que tener mucho poder, y eso, tengo que conseguirlo al precio que me cobren.

Nadie volverá a humillarme jamás.

Los neumáticos de mi coche derrapan en el suelo de la entrada de mi casa, cuando suelto el embrague de pronto y sostengo la palanca en la primera velocidad para pisar el freno y girar a toda velocidad saliendo a ochenta de mi casa dejando mi guardia detrás.

La verja al final del camino ya está abierta y levanto polvo cuando la atravieso saliendo a la carretera, directo a la casa de los Hidalgo, para que Mauricio me diga, qué demonios le está tomando tanto tiempo para pagarme.

Mientras conduzco solo pienso en las veces que he sido objeto de comercio para Mauro, maldito viejo. Las ocasiones en las que he perdido oportunidades para tener una amiga porque las ha follado como enfermo y sacado de mi vida a golpe de intimidación. Todo lo que me ha hecho como advertencia para que no deje esta vida y no le pueda decir a nadie lo que pasa realmente por su mente.

Siempre he sentido que me odia pero le hago falta. Saymi me reclama que no dejo la mafia, y la pobre no imagina que lo hago por ella más que nada. Que mi condena le da vía libre para ser feliz. Si yo me voy, mi padre la obligará a tomar mi lugar. Sarah es demasiado miedosa para esto y él lo sabe, pero Saymi es perfecta. Si no estoy su vida será de la mafia y su hija y su marido la perderán para siempre. Él sabe hacer muy bien su trabajo. Y sin ser hipócrita, no pienso dejarlo, voy a hacerme con el control y lo aplastaré con mi zapato. De eso, no tengo dudas.

En algún momento del camino mi seguridad volvió a estar detrás de mí y supe que había disminuido la velocidad. Entramos a los sótanos de la casa de los Hidalgo y abrí la guantera, saqué mis dos pistolas con mangos de oro y mis iniciales grabadas en ellas y metí una en la curva de mi espalda y la otra la amarré a las cuerdas de mi bota. Nadie esperaba que fuera desarmada a ningún sitio.

Tirando la puerta de mi coche fui flanqueada por mis hombres y entramos sin ser detenidos por la seguridad de Mauricio hasta el final en penumbras de aquel sótano.  Siempre nos veíamos allí.

Cuando me vió me sonrió. Siempre lo hacía, me había estado follando dos meses enteros y cuando le dió a mi padre los terrenos que el viejo quería, me sacaron de su cama y ambos lo sabíamos, él prometió nunca dejar de sonreír al verme ni olvidar jamás lo que vivimos juntos. No puedo negar que lo pasamos bien, pero poco más. Era un negocio, como otras veces.

Castaño, ojos negros intensos y barba fina en un cuerpo de metro ochenta bien trabajado y nada despreciable, le hacían ser blanco de muchas zorras como la que tenía al lado, recostada en su coche mirando con rabia porque sabía que era la única mujer que él había amado. Aunque yo no lo hiciera.

Mientras caminaba saqué mi pistola y le apunté al entrecejo cuando alcancé su punto. Siguió sonriendo. Nadie se atrevía a apuntarme porque sabían que él no dejaba que me amenazaran y la zorra de ojos verdes, tetas enormes, pelo rubio y boca operada resopló jodida.

—¿Dónde está mi dinero, Mauricio?

—Aquí lo tengo ,nena, me pone muy caliente verte así de agresiva.

—No estoy de humor —bajé el arma y la guardé —Suso compruébalo —le exigí a mi guardia.

—Quería verte. Hace un mes no apareces por mi local.

Caminamos juntos alejándonos de los demás. La zorra quizo venir pero él la detuvo. Yo ni siquiera la miré. No me apetecía.

—No molestes a Mauro así, un día vendrá personalmente y te colocará la bala él mismo entre tus ojos.

—Ya me quitó lo que más quería, no puede hacerme más daño, nena.

Me paré en la entrada del sótano y lo sentí oler mi pelo. Algún día fue alguien que quise, también a mí me lo quitaron.

—¡Supérame! —exigí cruzando los grados —y deja de joder con los pagos. Vas a buscare problemas.

Salí de su lado cuando sentí que me apartó el pelo y me besó en el cuello, era peligroso volver a caer. Yo no podía permitirme nada con nadie y menos ahora que estaba ocupada con el francés y demás pendientes.

Me subí al coche y ví como Suso me daba el okay y se iba a su coche con la pasta. Ya el trabajo estaba hecho y yo seguía a verme con el jodido Jacques.  Él me esperaba.

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