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capítulo 5

—Espere un momento, señorita Montalvan.

El hombre que me recibió en la puerta del hotel donde estaba Jacques, me guió hasta una suite y aquí me ha dejado esperando, supuestamente a su jefe.

—Si va a demorar, me marcho.

Ignora mi amenaza y lanzo el bolso sobre la cama de la habitación y me salgo a la terraza a mirar desde  aquella altura la ciudad de Madrid.

Hacía frío, un poco, pero la mañana que había tenido me había calentado pero bien. Ahora frío, lo que se dice frío no tenía.

—Te ves exquisita, perdida en tus pensamientos —susurró en mi oído aquel conocido espécimen —te he hecho esperar porque te imaginaba viniendo  en la noche, no a esta hora. Supongo que tenemos más tiempo del que esperaba. Me gusta.

Sus manos ya se habían montado en mis antebrazos abiertos sobre el muro de piedras de aquella terraza y su cuerpo se cernía sobre el mío, inclinado desde atrás, mezclando su aroma embriagadora con la mía ofuscada.

—Necesito negociar contigo.

Mis palabras salieron como por voluntad propia. No fueron ensayadas. Ni siquiera tuve tiempo de pensarlas. Simplemente le hice saber que quería algo más de él de lo que ya habíamos acordado.

—¡Desnudate!

Esa simple palabra sonó ronca en mi en mi oído y hasta brusca. Estaba cabreado. No lo sé.

—No soy una puta, Jacques. Ni he venido a prostituirme aquí —aclaré girandome hacia él que me dejó sola en la terraza y entró a la habitación.

—Te quiero desnuda, de piernas abiertas sobre mis muslos y te daré lo que me pidas —me dijo mientras se arrancaba la corbata y se soltaba los botones de la camisa —me parece un trato bastante razonable teniendo en cuenta que no me estarás dando nada que no hayas dado ya y yo sí te daré algo que ni siquiera sé que es.

El maldito sabía negociar.

—Pero,¡¿ me prometes que no vas a follarme?! —no quedó claro si era una pregunta o una afirmación.

—¡No!

Sus respuesta escueta y ambigua no me decía nada. Y él finalmente sé quedó en boxer, negro de gabanna, y se sentó en una silla sin brazos mirándome de arriba a abajo.

—¿No me lo prometes o no vas a follarme ?

Volví a formular mi pregunta en base a su anterior y poco concisa respuesta y él, tan serio como un psicópata me respondió sereno :

—No a las dos cosas.

¡Oh, Dios!

¡Que cachonda me pone!

Alzó una ceja esperando. Y supe que Jacques era de los pocos tíos a los que no debía estar  pidiendo favores porque sabía cobrárselos muy bien, incluso antes de haberlos hecho.

—Voy a darte lo que quieras Erika —mencionó con total dominio y control de la situación —pero también quiero obtener de tí, lo que yo desee siempre. Y ahora, lo que quiero es que estés sobre mí, de piernas abiertas y a mi merced. Luego tendrás todo lo que me pidas. Puedo asegurártelo.

Su seguridad era casi un insulto. Me hacía sentir diminuta al saber que tenía poder para darme cualquier cosa que pidiera cuando ni siquiera sabía a qué me refería y por otro lado, saberlo y verlo duro por mí, y hambriento de tenerme, me ponía a mil. Teniendo en cuenta que no podía recordar la ocasión anterior en que me hizo suya.

Sin pensar demasiado lo que hacía, simplemente enfocándome en que me diera lo que le pidiera, me acerqué a él, justo delante de su silla, donde estaba con las piernas abiertas y sabiendo que era el capullo más grande que había conocido en mi vida, me comencé a desvestir.

Nadie podía haberme preparado para el deseo intenso que creció entre mis piernas cuando me saqué las botas y me tomo por el borde de mi jean y me acercó más a él.

Ambos en silencio, simplemente aumentando las frecuencias respiratorias de manera significativa. Me saqué el suéter y cuando tenía mis manos en alto le sentí respirar entre mis pechos. Dejé caer la prenda al suelo, volando por encima de mi cabeza  y miré hacia abajo para ver como se había acercado todavía más y me desabrochaba el sostén. 

No hablaba. Yo tampoco.

Pasó la lengua por un pezón y luego al otro y me temblaron más piernas, me aguanté de su pelo, maldito francés del demonio.

Rodeó mis caderas con las manos y me empujó hacia adelante para que me sentara sobre sus muslos fuertes y duros.

Abrió  más sus piernas y mi sexo quedó suspendido en el aire, justo y ardientemente presionado por el hilillo del tanga que se clavó en mi carne excitada.

Me apoyé en sus hombros y le ví bajar un dedo lentamente por entre mis pechos sin detenerse hasta el centro latente de mí.

—¡Te deseo como no imaginas!

Fue como un susurro para sí mismo pero le escuché extasiada.

Separó la tela del tanga de mi piel y caminó por entre mis labios mojados con sus dedo, dando vueltas alrededor del dolorido clítoris y no pude más...

—¡Joder, Jacques!

Dejé caer mi frente en su hombro y me mordió el cuello mientras me penetraba con dos dedos.

Me moví, saltando un poco porque no podía más y le sentí gruñir cuando su erección rozó entre su mano y mi carne.

Bajé la mía hasta ella y la liberé.

Era gruesa, venosa y dura. Estaba muy dura y caliente. La apreté y arrastré mi mano hasta el glande para pasar el pulgar por la punta y me tomó la boca sin poner resistirme.

Su lengua danzaba con la mía al mismo ritmo que ambos nos masturbabamos. Me movía contra su boca, contra sus dedos y sobre su mano, ansiosa por sentirlo dentro de mí.

Necesitaba más. Estaba poseída y quería ser follada con furia. Mi ira quería explotar en forma de orgasmo y aunque no tenía intención de dejarme follar por él cuando fui allí, ahora solo quería follarlo yo hasta que me suplicara que me detuviera.

Mis pies no tocaban el suelo y subí los empeines a sus rodillas para moverme más a gusto y no pudo más. Me mordió los labios y me penetró hasta el fondo.

—¡Me cago en la puta! —rugió.

Me sentía hervir por dentro. Mi piel le acogía como a nadie, nunca.

Se abría desde dentro para tragarselo entero y ambos abrimos las bocas, echamos la cabeza hacia atrás y gemimos al mismo tiempo por la intensidad de la penetración.

—Espera que no te has puesto condón, joder. ¡Jodeeeer!

Comenzó a embestirme como un demonio y no podía pensar.

Él no contestó nada, yo no exigí más y me dejé consumir por la pasión desenfrenada de sus embites.

Sus manos se colaron bajo mis nalgas y me cargó sin esfuerzo, era una bestia, me dejaba caer sobre su polla titánica, casi disfrutando del cercano espacio entre aquel placer y el dolor que provocaba su profunda penetración.

Me aferré a su pelo y me encorvé hacia atrás cuando lo sentí morderme los pezones y estirar su piel hasta que me oyó gritar su nombre.

Cambió de postura y metió las manos con sus antebrazos por entre mis muslos por su parte interna y me abrió casi tanto que sentía que me rajaría los pliegues del culo y cuando embistió hasta el fondo le mordí la boca. Duro. Muy duro.

Estaba perdiendo la razón con él.

Nunca en mi vida me habían follado cargada y abierta sobre las piernas de nadie. Me guiaba solo con la fuerza de sus brazos y me parecía una auténtica locura y despliegue de fortaleza por su parte.

Cada vez que me soltaba, se falo erguido se encajaba en lo más profundo de mí y mis gritos se morían en sus labios. Estaba siendo torturada. Y era deliciosa aquella tortura.

—¡Córrete ahora, conmigo!

Sus palabras me llegaron tarde. Ya me había corrido y de manera involuntaria.

Mi placer me dominó y me nubló la mente y los sentidos. No fui consciente de cuando se acercó mi orgasmo hasta que lo sentí resbalar a su alrededor y él gruñó un improperio y se corrió entero dentro de mí.

Nos faltaba el aire. Nos sobraba el tiempo y nos quedamos mirando como el otro trataba de controlar la respiración en vano.

Su boca volvió a asaltar la mía y se levantó de la silla sin dejar de besarme y caminó hasta la cama donde se dejó caer conmigo debajo y me sentí nuevamente penetrada hasta el fondo y sin piedad.

—Te voy a decir dos cosas, hermosa Venus —pronunció en mi boca porque mis labios estaban abiertos para él —nunca más volverá a follarte otro tío que no sea yo.

Lo que decía no tenia sentido pero sentirlo otra vez grueso y potente dentro de mí, subiendo mis manos hasta mantenerlas en alto y lamiendo el espacio entre mis pechos, no me dejaba pensar con coherencia.

Mi piel gritaba por sexo. Mi cuerpo le ansiaba como jamás había ansiado nada nunca y mi mente estaba en total cortocircuito por sobre carga de calor.

—Estoy prometida a otro, Jacques —confesé encorvándome cuando salió y volvió a propinar otra estocada dura.

—Ya no. Ahora eres mía y te daré lo que quieras, pero tú me perteneces.

Salió de mí tan rápido como me dió la vuelta y cuando me ví sentada otra vez sobre sus muslos mientras sus rodillas se clavaban en la cama, supe que podría mudarme a vivir allí, sobre él, con su miembro dentro de mí. Me enloquecía y me encantaba el muy maldito.

—Esta es tu señal para pedirme lo que quieras, Venus.

Se hundió en mí y lloriqueé en sus labios mientras me mordía la lengua con su boca abrasadora.

Pellizcaba mis pezones como si tuviera todo el derecho y terminó por romper el tanga quw ni recordaba tener puesto, así como nunca supe como sus boxers terminaron enroscados en sus tobillos.

—¡Quiero que me lleves con el convicto!

Me volvió a penetrar furioso. Y luego siguió unas cuantas veces más sin contestar absolutamente nada, estaba como molesto.

—¡De acuerdo, pero el que te ponga un dedo encima pagará por ello! —amenazó tirando del pelo para que pudiera morder mi cuello y yo gemí encantada.

—Dijiste que me dirias dos cosas...¿Cuál es la otra?

Conseguí preguntar casi en un murmullo, estaba demasiado embelesada con su manera de follarme tan desquiciada y a la vez me había quedado gratamente sorprendida al ver que tan enseguida podía seguir haciéndome suya.

—Lo siguiente es que te llevaré conmigo hoy mismo para Francia y no volverás a ver a tu familia hasta que yo lo decida.

Me detuve asustada. Eso, no lo había sopesado y no estaba segura de salir ilesa de algo así, con alguien que no conozco y en un país que no es el mío y en el que más de un capo odia a mi padre.

Acabaré muerta. Probablemente.

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