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Capítulo 4

Benicio

He empacado nuestras cosas para volver a Brasil, tantos años lejos de todo y me encuentro preguntándome cómo será ese regreso. A Vanessa le gustaría volver a ver a mi madre, pero sus planes para este viaje nos obligaron a cambiar de planes también.

Ni siquiera conozco bien a ese tal Michel, mi madre habla tan bien de él, pero siento que me omite algo y eso lo sabré cuando lo conozca personalmente.

– ¿Ya empacaste, papá?

– Sí princesa, ¿preparaste a Luke para el viaje?

– Ya, pero él no quiere ir en la caja de transporte. – Vanessa hizo una expresión triste.

– No permiten animales dentro del avión, pero estará seguro dentro de la caja y así no sentirá miedo al viaje.

– ¿Por qué la abuela no puede esperarnos antes de irse? Será malo vivir en su casa sin ella.

– Yo pienso igual Vanessa, pero tu abuela ha trabajado toda su vida por nosotros. Ahora llegó el momento de que papá se haga cargo del negocio para que ella pueda pasear un poco, ella volverá pronto y prometió llevarte a dar un paseo por Río de Janeiro, ¿recuerdas?

– Sí, lo prometió.

– Entonces pon una sonrisa en esa carita bonita.

Débora

Volví a casa, llamé a Paula y acordamos tomar una cerveza para despejar la mente.

– Y Lucas, ¿todavía te llama para pedir dinero todo el tiempo?

– Sí amiga, es tan doloroso saber que fui cambiada. Él fue a vivir con el padre, así que el miserable consiguió un empleo mejor.

– Debiste darle una buena paliza a ese chico Deborah!

– No serviría de nada, desafortunadamente está donde está el dinero. Sacó para mi madre ese lado materialista... no me dejó en paz hasta que fui a la universidad que ella quería y me convertí en administradora.

– Sandra es una gran jefa, pero nunca te dio el puesto que te merecías. – Paula tomó un sorbo de chopp y revisó la mesa de al lado donde dos hermosos hombres nos estaban mirando.

– Sandra hará una falta enorme en la empresa, yo me quedo con ese tal Benicio en mi mente.

– Dijiste que su hijo era un gato!

– Pero no sé quién es quién, pero vi la foto de los dos juntos. No me animes a tener sexo con el jefe, ese sería el mayor disparo en el pie que podría darme a mí misma. – De tanto mirar para otro lado, yo miré también, ellos sonrieron.

– Buenas noches. – Dijo uno de ellos levantándose. – ¿Podemos sentarnos con ustedes?

Paula sonrió y yo también.

– Claro, por favor. – Respondí, ellos se presentaron.

– Me llamó Héctor y él es Fabio.

– Mucho gusto, soy Débora y ella es Paula.

Les dimos tres besitos y ellos trataron de pedir más bebidas, eran del tipo de pendejos que pagan. Paula estaba demasiado alegre, no paraba de beber y ya había cruzado los límites.

– Creo que ya puedes parar un poco con la bebida!

– Acabo de empezar.

– Parece que usted es la parte más centrada de esa amistad. – Héctor trató de decir, Paula y Fabio ya estaban besándose. Por muy liberal que sea, creo que se pasó de la raya.

– Yo no diría centrada, pero sé reconocer cuando algo está demasiado.

He visto cambiar su expresión, y estoy segura de que se decepcionó por mi forma de ser. Pasamos toda la noche escuchándolos hablar de sí mismos, que tenían dinero, que el padre de uno era diplomático y yo eso, yo aquello...

– Creo que tenemos que irnos ahora, ¿verdad Paula?

– Fabio me llevará a casa. – Respondió tranquilamente.

– Estás borracha, vamos juntas entonces. – Cuando estaba en su apartamento, yo pediría un taxi para ir a casa, gracias a las dos casas para mantener y el hijo ambicioso, nunca pude comprar un coche.

– Estaremos bien, la llevaré a casa a salvo! – Fabio dijo ayudándola a levantarse.

– No vas a llevarla sola de ninguna manera! – Yo me levanté también, no esperé que ellos pagaran la cuenta y tiré el dinero sobre la mesa.

Salí tirando de Paula de la mano hasta la salida del lugar.

– Deja de ser tonta Débora!

– Sé que no eres una niña, pero estás fuera de ti y no dejaré que vayas sola con ese hombre que acabas de conocer. Prefiero arrepentirme de hacer el papel de sobreprotectora que arrepentirme si algo malo te pasa.

– Tu amiga tiene razón, solo que no creo que sea justo que te vayas así sin ni siquiera pasarme tu contacto. – Era Héctor y Fabio nos miraba apoyado en el coche, pensando que era una completa idiota por arruinar sus planes y quién sabe qué planes serían esos.

– Dígame usted el suyo. – Él me dijo, hice una llamada para él y si él realmente quisiera bastaba con archivar el contacto. Un taxi paró para nosotros, prácticamente metí a Paula dentro de él y entré, la dejé en casa después de ayudarla a tomar un baño y a acostarse en la cama.

Salí para ir a casa, estuve unos instantes aquella noche fría esperando a que pasara otro taxi. Un coche plateado se paró frente a mí, me asustó, pero el portero del edificio nos estaba viendo por la cámara de seguridad y solo necesitaba un grito mío para despertar a toda la ciudad.

– No voy a insistir en el viaje, porque sé que vas a decir que no.

– ¿Nos seguiste? – Miré hacia otro lado, Héctor estaba más loco de lo que pensaba.

– Me disculpo, solo quería asegurarme de que llegaran bien. ¡Créeme, Deborah, me gustas mucho!

Solo podía ser una broma, la única vez en mi vida en la que "parecía" ser recatada y centrada, un ricachón se insinuó a mí. Ese encantamiento pasará para que descubra con quién está tratando.

– No sabes lo que estás diciendo, puede que no lo parezca, pero he tenido un día duro y solo quiero irme a casa.

– Entonces entre! – Él abrió la puerta del auto, miré para los lados y no pasaban ningún taxi desde que llegué allí.

Tuve mi celular en la mano todo el tiempo, pero me metí en ese maldito auto. Lo malo es que va a descubrir dónde vivo también, pero eso no importa, el tonto encantamiento de él no va a durar mucho tiempo.

– Vivo en el centro, calle 12.

Me llevó a casa, no disimulaba las miradas en mi escote. Finalmente, llegamos y todo lo que quiero es una cama.

– Gracias por traerme!

– Espero que podamos vernos de nuevo. – Él se acercó, aunque tonto era un hombre tan guapo y yo no resistí. Terminé dejándome besar por él, estaba demasiado cansada para tener sexo con él en ese auto.

Puse mi mano sobre el cierre de tu pantalón, parecía lo suficientemente grande y sabroso como para merecer una oportunidad.

– ¡Llámame! – Cuando salí sonriendo, abrí la puerta y salí del coche, dejé a un hombre con una erección y simplemente salí de la escena. ¡O pega, o corre... y al diablo con su decisión!

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