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La quiero de vuelta

Albert se despertó para darse cuenta de que lo sucedido no fue un sueño, aquella hermosa y sensual mujer que se había lanzado en sus brazos la noche anterior, esa extraña que se entregó a él sin reparos, era real, muy real.

Él se quedó allí por un rato, acostado, observándola dormir y recordando la noche salvaje que habían tenido juntos, solo de pensarlo, el corazón de Albert se aceleraba.

¿Era posible?, ¿enamorarse de una persona sin conocerla?, por lo menos sin conocerla del todo, pues aunque Albert ya había marcado cada centímetro de piel de esa mujer como suyo, él todavía no conocía la personalidad de aquella chica.

Albert suspiró profundamente, conteniendo las intensas ganas que tenía de despertarla, besarla y saltar sobre ella para reclamarla como suya una vez más, él sonrió para sí mismo llegando a una simple conclusión.

No sabía qué clase de hechizo o embrujo había usado esa chica sobre él, pero definitivamente, se había enamorado y ya habría tiempo para conocerla, cosa que no le preocupaba, todo lo contrario, algo le decía que al conocerla mejor, se quedaría más prendado de esa hermosa criatura.

Él se quedó por un rato detallando cada pequeño rasgo de Megan, su hermoso rostro, el color de su cabello, su extremadamente blanca y tersa piel, ese aroma dulce y floral que lo llamaba, volvió a suspirar ansioso por el montón de posibilidades que se abría ante sus ojos, todo junto a ella.

Emocionado ante estos pensamientos, Albert se levantó de la cama y uso el telefonillo para pedir servicio a la habitación, él no tenía ni idea de lo que a ella le gustaba, por lo que pidió de todo un poco, quizás era exagerado, pero de ahora en adelante, él quería complacer a esta diosa en todo sentido.

Luego, Albert se dirigió al baño para tomar una ducha.

Megan se despertó al escuchar el sonido de una puerta cerrarse, la cabeza le dolía, se sentía aturdida.

— ¿Qué fue lo que pasó? — Murmuró masajeándose las sienes, al tiempo que se sentaba en la cama, todavía sin abrir los ojos del todo.

La joven arrugó el entrecejo al darse cuenta de que estaba completamente desnuda, instintivamente se tapó con la sábana, pues ella nunca dormía desnuda.

Miró alrededor, dándose cuenta de que estaba en un lugar desconocido, era una habitación impresionante y lujosa, pero desconocida al fin y al cabo.

Megan se asustó, intento repasar la noche anterior en su mente, ella recordó que había asistido a una lujosa fiesta con su novio, Gianfranco, y que luego, él la había invitado a una cita íntima.

¿Lo había hecho?, ¿se había ido con él a la cita? El corazón de Megan dio un sobresalto, pero si ella no quería, ella lo rechazó, sopesó la joven con el dolor del error que había cometido, ¿por qué se había ido con él?, Megan se llevó las manos al rostro, llena de vergüenza y arrepentimiento.

Un segundo después, ella levantó el rostro nuevamente, pensativa, ¿dónde estaba él?, ¿dónde estaba su novio, Gianfranco?

Megan miró por los alrededores y vio en el suelo su ropa, en un movimiento rápido se quitó la sabana de encima para moverse hacia la orilla de la cama, lo que le provocó un mareo.

Una fuerte punzada de cabeza la azotó, haciendo que la joven se apretara con fuerza las sienes, algunas imágenes llegaron a su mente.

Besos, caricias, placer, unos hermosos ojos verdes, el pulso de la joven se aceleró solo al recordar esas cortas imágenes. Megan levantó el rostro sintiendo como se le detenía el corazón, «Un momento, Gianfranco tiene los ojos marrones oscuros, ¿por qué yo…?, ¿qué hice?»

Aterrada, Megan se apresuró y se agachó para levantar su ropa, ella comenzó a vestirse a toda velocidad, cuando algo se cayó, el pequeño bolso de mano que traía para la fiesta.

Más imágenes llegaron a la joven, quien recordó que de pronto, ella se sintió mal en la fiesta, ahora lo recordaba, estaba mareada y decidió sacar el accesorio de cadeneta que traía el bolso para colgárselo, luego ella decidió ir al baño para refrescarse y ¡Sí! Gianfranco la acompañó.

Cuando ella salió del baño, se fue con él, aunque ella no recordaba esa parte, así tuvo que haber sido, por lógica.

Megan volvió a sentarse en la orilla de la cama, exhalando, aliviada ante sus conclusiones, preguntándose que fue esa imagen de unos ojos verdes.

Entonces se comenzó a escuchar agua cayendo de una habitación alterna, como una ducha, la joven supuso con alivio que Gianfranco se debía estar duchando.

Aunque Megan se moría de la vergüenza por lo hecho y hubiera preferido no verle la cara a su novio, ella sabía que lo más sano era esperar a que Gianfranco saliera del baño.

Aunque en realidad, todo lo que ella quería, era que la tierra se la tragara al solo pensar que había tenido una primera vez que siempre había imaginado especial y que ahora no recordaba en absoluto.

La joven tomó el pequeño bolso y lo abrió, allí llevaba lo básico, algo de efectivo para emergencia, un polvo compacto para retocarse, una toallita y el teléfono celular.

Megan sacó el teléfono para revisarlo y apenas lo desbloqueó, sintió como se le vino el mundo encima, la sangre se le congeló, literalmente las manos se le pusieron frías y sudorosas.

“Megan, ¿Dónde estás?

Responde…

Contesta…

¡Eres una p€rra!

¡Te fuiste con otro, p€rra! ¡Con dos hombres!

¡Cuando te encuentre, me las vas a pagar, p€rra!”

Y así había montones de mensajes más, uno tras otro, así como cincuenta y tres llamadas perdidas de Gianfranco, su novio.

La respiración de Megan se volvió agitada, los ojos se le cristalizaron, «Por Dios, ¿qué hice?», gimió en un hilo de voz, al tiempo que apretaba el teléfono en la mano y las lágrimas caían, «¿Otro hombre?, ¿dos hombres?»

De pronto, se escuchó como el agua dejó de caer, Megan se levantó de la cama asustada, miro hacia una puerta cercana, de allí provenía el ruido, quizás ese era el baño.

El extraño con el que pasó la noche, seguía allí. ¿No eran dos?, eso dijo Gianfranco en el mensaje, ¿dónde estaba el otro?

Megan retrocedió lentamente, como si estuviera adentro de una película de terror, las lágrimas caían mientras ella se llevaba la mano a la boca para intentar contener los gemidos que ya se le querían escapar.

Con mucho cuidado la joven salió por una puerta al otro lado de la habitación, que imaginaba era la salida, pero se encontró con una sala, «¿Qué…?, ¿dónde estoy?»

Un hombre venía de un pasillo, el sujeto vestía un traje oscuro, se veía serio, muy concentrado leyendo una revista.

El sujeto levantó la vista y se encontró con Megan temblorosa, llorando.

— Señorita… — Murmuró el hombre con la intención de no asustarla, quedándose paralizado en el mismo lugar. — ¿Está bien? — Preguntó el escolta, pensando que quizás esa mujer estaba en ese estado porque esperaba algo de su jefe después de pasar la noche juntos, y este la había rechazado.

El pánico se apoderó de Megan, quien solo vio la enorme puerta doble que estaba a su costado, la cual alguien estaba abriendo, «¿Había otro más?», pensó con horror y en medio del miedo, ella corrió hacia esa abertura que vio como la única vía de escape.

Megan se tropezó con un carrito, la joven que lo empujaba pegó un grito ante el repentino tropezón.

— Yo… Lo… Siento… — Balbuceó Megan confundida y consternada, suponiendo que por lo menos no había un tercer hombre.

La joven se apartó del carrito y vio el ascensor todavía abierto, así que corrió hacia el, sin mirar atrás.

— ¡Señorita!, ¡señorita!, ¡espere! — El hombre seguía llamándola, pero también se había tropezado con el carrito al intentar seguirla.

Las puertas del ascensor se cerraron y Megan suspiró aliviada, un momento después ella llegó a planta baja, encontrándose sorprendida al verse en un lujoso y exclusivo hotel, muy reconocido por ser el lugar donde se quedaban solo las personas más ricas y famosas.

— Oh, por Dios, ¿quiénes eran esos hombres? — Musitó ella, pensativa, viendo el edificio alejarse mientras ya iba en un taxi.

*

Albert salía del baño cuando se encontró con algo que no esperaba, la cama estaba vacía, caminó por la habitación con preocupación y sintiendo el corazón agitado, no había ni rastros de Megan.

La única huella que la joven dejó, fueron las sábanas revueltas y una pequeña mancha de sangre en la blanca tela, una prueba de su primera vez y de que ella le pertenecía.

El corazón de Albert se sobresaltó, «No, ella no se pudo haber ido…» sopesaba algo incómodo ante la situación, cuando escuchó el grito de una mujer, no le importó semidesnudo, envuelto solamente con una toalla desde la cintura hacia abajo.

Albert corrió afuera de la habitación, en la sala, la puerta hacia la salida de la suite estaba abierta, y Jorge, su escolta, parecía intentar apartar el carrito de comida que Albert había pedido hacía un rato.

— ¿Qué pasó? — Preguntó Albert confundido con toda la escena. — Jorge, ¿y Megan?, ¿la has visto?

— Señor… — Jorge se enderezó inmediatamente hacia su jefe. — La señorita se fue. — Avisó señalando hacia el ascensor que ya iba bajando.

— ¡¿Qué?! — La expresión de Albert era una liga de enojo y desesperación.

— Lo lamento, señor… — Jorge bajó el rostro, aunque no lo sabía, al parecer él debió poner más esfuerzo en detener a esa mujer. — Vi a la joven salir con una expresión llorosa y yo pensé…

— ¿Llorosa? — La cabeza de Albert estaba a punto de estallar, ¿qué había sucedido?, ¿por qué Megan se había ido así? — ¡¿Qué haces todavía aquí?! ¡Corre! ¡Ve por ella! — Gritó Albert desesperado, sintiendo el corazón agitado.

Viendo como su escolta pegaba una carrera, obedientemente, de pronto, Albert se dio cuenta de que no se había quedado solo, una joven del servicio lo miraba detalladamente con las mejillas coloradas, haciéndolo recordar que estaba semidesnudo y que debía regresar a la habitación.

Jorge corrió hacia el ascensor, bajó y buscó por todos lados, preguntó a todo el personal, inclusive a algunos huéspedes que estaban en el lobby y nada.

La única información que consiguió fue la del portero, quien dijo ver fugazmente a una joven con la descripción que Jorge le dio, era muy hermosa, la mujer prácticamente salió corriendo, parecía asustada y tomó el primer taxi que encontró.

Ya vestido con su usual traje oscuro, Albert caminaba de un lado para el otro en la sala de la suite, esperando noticias de su escolta, quien llegó mucho rato después con una expresión apenada.

— Señor… No la encontré, el portero me dijo que la vio salir asustada y tomó un taxi, solo eso. — Informó Jorge.

— Quiero que la encuentres…

— Sí, señor… ¿Cuál es su nombre? — Jorge sacó su teléfono celular.

— Megan… Solo eso sé. — Respondió Albert, enojado y frustrado.

— Señor…

— ¡Quiero que la encuentres, ordené! — Gritó Albert con autoridad, Jorge tensó ante el arrebato de su jefe, quien nunca se comportaba así, al parecer de verdad estaba muy interesado en esa joven. — ¡No me importa como lo hagas, haz lo que tengas que hacer, contrata a las personas que te dé la gana, mueve cielo y tierra, Jorge, pero la quiero de vuelta! ¡Tráela de regreso!

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