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El regalo

El momento de tranquilidad, solo duró el tiempo que le llevó al taxi dejarla en el edificio en qué vivía.

Megan llegó a su apartamento para encontrarse con una escena de horror, los muebles tirados y rotos; cuadros, jarrones y vidrios quebrados por todas partes, las paredes ralladas con una pintura color rojo con palabras insultantes.

La chica se llevó las manos a los labios de la impresión, el cuerpo le temblaba con terror, los ojos se le cristalizaron nuevamente.

Intentando mantener la calma en la medida de lo posible, Megan se adentró en ese horrible escenario con mucho cuidado, temerosa de que todavía estuviera algún intruso allí.

Pero no se escuchaba nada, solo las bocinas de los autos a las afueras del edificio, la joven recorrió cada habitación del apartamento con el corazón en la boca y por cada espacio por el que avanzaba, estaba en peor estado que el anterior.

Al llegar a su habitación, ella se encontró con todas sus prendas regadas por el piso, pero la ropa más bonita que tenía, la misma que le había regalado Gianfranco, estaba hecha jirones.

¿Quién pudo haberle hecho algo así?, ¿Fue Gianfranco? No, ella no lo creía capaz, él era un hombre respetable, un empresario, su jefe, quien siempre se había comportado como un caballero.

Por muy enojado que estuviera por lo sucedido con los hombres desconocidos, Gianfranco no podía ensañarse de esa forma con ella.

La joven se tiró en el suelo, cayendo de rodillas, ¿por qué le sucedía esto?, ¿qué había hecho mal?, ¿quién pudo ensañarse con ella de esta manera? La debían odiar profundamente para hacerle algo así.

Las lágrimas corrían como cascada, Megan se sentía perdida, la joven elevó el rostro por un momento mientras lloraba afligida y dolida, cuando vio algo pintado en la pared, algo que no era un insulto como en las demás.

Era un círculo con una enorme letra F en el centro, Megan sintió como se le congeló la sangre, ella sabía perfectamente lo que significaba ese símbolo, todos los sabían, esa era la marca de la mafia Franco, quienes poco a poco se habían apoderado de la ciudad y estaban causando varios estragos.

— ¿Qué…?, ¿qué es esto? — Musitó Megan incrédula. — Debe ser un error, debieron haberse equivocado, yo no… Yo no tengo nada que ver con esa gente y nunca les he hecho nada… — Concluyó ella llorosa, con el corazón latiendo a toda velocidad por el temor.

De un sobresalto la joven reaccionó cuando el teléfono comenzó a repiquetear, entre temblores, Megan sacó el aparato y sin mirar la pantalla, se lo llevó al oído.

— ¡Ah! Hasta que por fin te dignas en aparecer…

— Gianfranco… ¿Qué…? ¿Qué…? — Balbuceó ella con el pulso acelerado.

— ¡Descarada! ¡¿Cómo pudiste hacerme eso después de todo lo que hice por ti?! — Gruñó Gianfranco al otro lado de la línea.

El dolor de cabeza era cada vez más fuerte, el miedo la tenía petrificada, pero aun así, Megan supo, en ese momento, que si había alguien que podía salvarla de esa mafia, era Gianfranco, el único hombre que ella conocía con el poder y dinero suficiente, como para mover influencias y ayudarla.

— Gian, lo lamento, de verdad, todo fue un error y te lo explicaré, te lo juro, no espero que me perdones, pero sí te pido que por favor me ayudes… — Respondió ella desesperadamente.

— ¿Qué?

— Por favor, ayúdame, te lo ruego, unos… Unos hombres se metieron a mi casa y destruyeron todo, debe ser un error, por qué yo… — Megan exhaló, intentando controlar las lágrimas y el nudo en la garganta. — Ellos son de la mafia Franco y tengo miedo, Gian, por favor ayúdame… — Terminó ella, suplicante.

— ¡Ah! Ya pasaste por tu casa, ¿y sigues ahí? — Preguntó Gianfranco con malicia.

— ¿Qué? — Megan sintió que perdió el aliento.

— Dime una cosa, Megan, ¿de verdad pensaste que te irías con dos hombres, humillándome en esa fiesta y yo dejaría las cosas así?

— Gian… Gian… Yo, no entiendo… — Tartamudeo ella, sintiendo como se le escapaba el pequeño vestigio de esperanza que había llegado hacía tan solo un instante.

— ¿Te gustó el regalo que te dejé? — Preguntó Gianfranco con un tono burlón.

— ¿Tú…?

— Así es, ¡Yo! ¡Nadie se burla de mí, p€rra traidora! ¡Y esto es solo el inicio! ¡Más te vale que me esperes ahí, porque si te escondes y te encuentro, te va a ir peor, créeme y no hay sitio donde te puedas esconder de mí! ¡No tienes ni idea del hombre con el que te metiste! — Gianfranco colgó.

Megan se quedó petrificada por un momento, ¿Gianfranco era el causante de eso? Pero si él…

¡¿Él era un mafioso?! Las alarmas en el cerebro de Megan la hicieron reaccionar, ¿él dijo que lo esperara ahí?, ¿qué pensaba hacerle?

La joven se levantó del piso, olvidándose por completo de las lágrimas y el miedo, pues su instinto de supervivencia fue más fuerte.

Megan tomó algunas prendas que no estaban rotas, las cuales eran prácticamente las más viejas y eso le pareció perfecto, un mono desteñido, un suéter y zapatos deportivos, ella se cambió de ropa.

Con toda la velocidad que pudo, Megan recogió de su escondite sus ahorros, una cantidad considerable, sus papeles, anotando en una hoja los números de contacto más importantes, recogió algunas cuantas prendas más y lo metió todo en un bolso.

Ella se recogió el pelo en un moño que escondió en una gorra, se colocó unos enormes lentes de sol y encaramándose el bolso en su hombro, salió a toda velocidad del apartamento, dejando allí tirado su teléfono celular, pues no podía llevar consigo nada que le hiciera correr el riesgo de ser encontrada.

De nuevo, la joven tomó el primer taxi que vio.

— Señorita, ¿hacia dónde se dirige? — Preguntó el chófer.

— No, no lo sé… ¿Podría solo conducir? Necesito un momento para pensar… — Murmuró ella por lo bajo, pensativa.

— Está bien. — El auto arrancó.

Pasaron varios minutos en los que Megan pensaba que hacer, había perdido su apartamento, el cual había comprado con tanto esfuerzo, su trabajo, porque obviamente su jefe y novio la mataría apenas la encontrara, o por lo menos la torturaría y ella no estaba dispuesta a caer en ninguna de esas dos opciones.

Su familia vivía muy lejos, en una ciudad pequeña, ¿podría irse con ellos? No, sería muy riesgoso para ellos, pues Gianfranco tenía todos sus datos registrados en la empresa, fácilmente podría encontrarla allá.

¿Ir con la policía?, ¿con qué pruebas? Ellos se burlarían y Gianfranco la aplastaría, apenas se entere de la denuncia, la mafia había tomado un lugar en la ciudad y Gianfranco era un hombre respetado, ella no tenía oportunidad.

Lo mejor era que todos pensaran que ella había desaparecido, así de simple, Megan sintió como se le estrujó el corazón con ese pensamiento, cuando una idea azotó su mente.

Era algo alocado, pero quizás podría funcionar, los hombres con los que pasó la noche estaban alojados en la suite del hotel más fino y caro de la ciudad, debían ser hombres ricos y poderosos, mucho más que Gianfranco.

Podría pedirles ayuda, después de todo, ellos tomaron todo de ella, se lo debían. Con esa idea en mente, Megan llamó la atención del chófer, indicándole una dirección.

La joven entró en la recepción, llamando la atención de todo el personal y el público presente, Megan miró un poco alrededor y caminó a paso firme hacia los ascensores, ella recordaba perfectamente de cuál habitación había salido y podía volver fácilmente a ella.

Sintiéndose algo nerviosa por lo que estaba por hacer, Megan tocó el botón del ascensor, cuando una mujer llamó su atención.

— ¿Señorita? — La mujer con uniforme del hotel y aspecto elegante la detalló de arriba para abajo, con una mirada despectiva. — ¿En qué le podemos ayudar?

— Oh… — Megan volteó hacia la mujer, bajando el rostro, quizás estaba siendo paranoica, pero estaba todavía muy asustada y no quería ser reconocida por nadie. — No se preocupe, solo vengo a ver a alguien…

— ¿A alguien?, ¿a quién? Si se puede saber. — La mujer se cruzó de brazos.

— Yo… Este… — Balbuceó Megan pensativa, pues obviamente no conocía los nombres de esos hombres. — Vengo a ver a los huéspedes de la suite.

— ¿Los huéspedes de la suite? — La mujer la miró con sospecha. — ¿Tiene invitación?, ¿cuál es su nombre?

— No, pero…

— Me temo que no puedo dejarla pasar… — Anunció la mujer con autoridad.

— No, usted no entiende, ellos me conocen, yo estuve aquí anoche… — Megan tragó grueso, sintiendo algo de vergüenza. — Yo… Pase la noche con ellos.

— ¡Ja! — La mujer soltó una fuerte carcajada sarcástica. — ¡¿Usted?! Por favor, tenga un poco más de dignidad, señorita y deje de mentir tan descaradamente…

— ¡Claro que sí! — Voceo Megan, algo molesta con la actitud pedante de la mujer. — Puede preguntarles…

— ¿Y piensa que molestaré a nuestros clientes más importantes por la afirmación de…? — La mujer volvió a mirarla de arriba para abajo, con una expresión de burla marcada. — ¿De una pobretona como usted?

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