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Capítulo 127

—¡Quiero su permiso para matar a ese infeliz desgraciado...! —decía el Güero, a Alfonso, una vez que se recuperó y pudo ponerse de pie, humillado frente a su jefe que lo veía con marcado desprecio.

—Yo también quiero su permiso, señor... —dijo el Prieto, apoyando a su compañero.

—¿Y por qué quieren matarlo...? —preguntó Al, con toda tranquilidad.

—Usted vio lo que nos hizo... no es justo...

—Ustedes le pegaron primero sin motivo alguno...

—Teníamos que hacer que hablara... usted quería el dinero... así que debíamos presionarlo…

—¿Y cómo piensan matarlo...? —preguntó Alfonso, y le dio un trago a su bebida viendo con atención a sus hombres que parecían echar espuma por la boca, en verdad estaban furiosos y frustrados.

—Iríamos a buscarlo, lo subiríamos al carro y luego le meteríamos tres balazos, que sirva de escarmiento para otros que se quieran pasar de vivos... —dijo el Güero con determinación y odio en la mirada

—Antes de darle lo suyo... lo haríamos pedirnos perdón... Hasta que él mismo suplicara para que lo matáramos... ese infeliz terminaría llorando y suplicando clemencia —dijo el prieto.

—Cómo me dan lástima por cobardes... y poco, hombres... el pachuco solo y sin armas, les dio una paliza, a los dos juntos... no los mató porque no quiso... y ustedes no tienen los pantalones para enfrentarlo cara a cara a lo derecho... cómo debe de ser… como los verdaderos hombres... ¡No sean cobardes, desgraciados…!

¡Lárguense de aquí antes de que los mate con mis propias manos...! Y se los advierto... si algo le llega a pasar al Mamas, no habrá un lugar en donde puedan esconderse y entonces no sólo los mataré, sino que los cortaré en pedazos para alimentar a los perros… no se merecen otra cosa por chillones y rajones.

—Perdón... gran Al... tiene usted razón... nos vimos como unos cobardes... es el coraje que sentimos, discúlpennos... no le volveremos a fallar, se lo aseguro... usted sabe que somos derechos y … —dijo el Güero

—Ya lo veremos... por ahora, déjenme solo...

Los pistoleros ya no dijeron nada, sólo se dieron la vuelta y salieron a toda prisa, ante la mirada decepcionada y furibunda de Al, que aún se encontraba confundido por todo lo que había visto frente a sus ojos.

—¡Cobardes...! —pensaba mientras volvía a beber de su vaso— No sé cómo no me di cuenta antes de lo inútiles y agachones que son... en fin… ya nada se puede hacer… y ese tal Mamas, sí que es todo un personaje… entre más sé de él, más me impresiona… no creí que hubiera un hombre con esos tamaños y esas hechuras.

Me gusta, estoy seguro que si nos tuviéramos que enfrentar él y yo, en un pleito derecho, no lo iba a vencer hasta que cayera muerto, no es de los que renuncian a seguir adelante hasta conseguir lo que quieren, me recuerda a mí cuando tenía su edad y eso lo hace peligroso.

Espero, por su bien, que se mantenga alejado de mi camino, de otra manera no voy a tener más remedio que quitarlo de vivir, como enemigo, ya me dio una muestra de lo que es capaz, así que no quisiera tener que cuidarme la espalda de un tipo como él —pensaba Al, bebiendo de su vaso.

Los pistoleros subieron a su auto y se marcharon, ninguno dijo nada, aunque todos sabían que lo mejor era dejar las cosas así, Alfonso, los mandaría a llamar en cuanto necesitara que hicieran algo para él.

Muchos eran los hombres que de cuando en cuando le hacían trabajos especiales al gran Al, ya que no sólo pagaba bien, sino que conocía a mucha gente influyente que los podía ayudar.

Ni el Güero, ni el Prieto imaginaron que un pachuco cualquiera les diera una paliza como la que habían recibido, tenía razón Al, frente a frente le daba la vuelta a cualquiera de ellos y sin mucho esfuerzo.

Los siguientes días fueron de verdadera tensión para Alexis, por todos lados buscaba algún indicio de que lo estuvieran vigilado o que lo siguieran por donde andaba. Sus amigos lo bromeaban, diciendo que, qué debía que estaba tan nervioso, que si había dejado a alguna muchacha embarazada y ahora temía que su padre o sus hermanos fueran a buscarlo para que cumpliera con la muchacha como debería de ser.

La situación, poco a poco, fue volviendo a la normalidad, y casi un mes después de que tuviera aquella entrevista con Alfonso, lamentó no saber dónde localizar a Dolores, ahora que todo estaba arreglado ellos hubieran podido seguir con su relación y tal vez hasta casarse, como lo habían planeado en su momento.

Se consolaba pensando que las cosas suceden por alguna razón, nadie le garantizaba que en realidad ya se había olvidado todo y que Miranda, ya no corría ningún peligro, tal vez todo era parte de un plan para hacerlas salir de donde estuvieran escondidas y así atraparlas y obligarlas a devolver el dinero, así que lo mejor era conformarse y tratar de olvidar aquellos planes de boda que pudieron haber sido algo bello y hermoso.

No obstante, un gran vació quedaba en su alma, y lo sentía cada vez que entraba a la pista del Salón México, anhelaba ver llegar en cualquier momento al que fuera su maestro, acompañado de la hermosa Miranda, bailando con ese estilo y la gran categoría que siempre demostraron.

Mientras bebía una cerveza se decía a si mismo que la vida puede ser muy cruel y desgraciada, no se sabe cuándo se va a morir uno, ese momento que todos deben enfrentar, la cita a la que nadie puede fallar o llegar tarde y aunque se sabe que ocurrirá, no se puede precisar cuándo será ese momento.

Lo peor de todo es que, muchos claman para que venga la muerte por ellos y eso no ocurre, mientras que otros, que son felices, disfrutando de la vida con toda plenitud, de pronto, por cualquier causa o motivo, mueren, en el momento en que más felices se sentían. Así de injusta y desgraciada es la vida.

Agosto 3, 1942, 09:00 horas

El tiempo siguió y Alexis, poco a poco se había ido tranquilizando, a tal grado que, ya había retomado su rutina acostumbrada y trabajaba con empeño y dedicación en su taller, el cual cada vez contaba con mayor clientela y eso le redituaba mejores ingresos, lo que en realidad lo hacía sentirse muy feliz.

—¿Perdone… alguien podría revisar mi carro…? —dijo de pronto una voz melodiosa.

Alexis se deslizó de abajo del auto al que le arreglaba los frenos y sus ojos se encontraran con un hermoso par de torneadas y esbeltas piernas. Al ponerse de pie reconoció a Elena, con una estopa se limpió las manos, la muchacha sonreía con un toque de coquetería, se veía hermosa y juvenil:

—¿Tú… qué haces aquí…? —le dijo Alexis, con un tono seco y hasta un poco cortante.

—Traje a arreglar mi carro… me dijeron que este es el mejor taller de la zona y pues… —respondió ella haciendo un mohín coqueto— siempre me ha gustado lo mejor y por eso vine.

—Ya te dije que tú y yo no somos iguales… este no es tu ambiente y que bueno para ti… no te conviene tratar con gente como yo así que no insistas… —dijo Alexis con toda sinceridad y viéndola directo a los ojos.

—¿Y por qué no…? ¿Eres un delincuente…? ¿Un vicioso…? ¿Alcohólico…? ¿Tienes alguna enfermedad grave y contagiosa…? ¿Eres un loco peligroso…? —preguntó ella con la misma sinceridad y sin dejar de verlo a los ojos.

—No… no soy nada de eso… ¡soy pobre…! Que es peor.

—¿Por qué ser pobre es peor que ser delincuente…?

—Porque por lo menos el delincuente tiene con qué llevarte a pasear o hacerte regalos… puede ir a buenos lugares porque tienen dinero… aunque sea mal habido, en cambio el pobre muchas veces no tiene ni para tragar… humillan más al pobre honrado que al ratero… así ha sido y así será siempre.

—Pues no me importa que seas pobre… quiero ser tu amiga… por eso te vine a buscar… no puedes rechazar la amistad de una persona que se siente agradecida contigo… ¿verdad…?

—¿Entonces tu carro no tiene nada…?

—No… era solo una excusa para estar contigo… aunque si lo prefieres, haz como que le arreglas algo y pago la reparación… lo que cueste, no importa… todo con tal de estar cerca de ti y platicar contigo.

—¿Ya lo ves…? ¡Yo pago lo que sea...! ¡No importa lo que cueste…! Siempre es el dinero el que sale a relucir… por eso no podemos ser amigos el dinero siempre se interpondrá entre nosotros…

—No te ofendas… no fue mi intención… mira… si quieres choco contra algo y que lo traigan a reparar, así podemos platicar tú y yo mientras lo reparan… ¿qué te parece…?

—Que estas muy creisy, chamaca… se te bota la canica de a feo... necesitas ver a un doctor con urgencia… tú si que estas lorenza y muy grave… ¿de verdad te interesa tanto platicar conmigo…?

—Sí… aunque no nada más eso… quiero que seamos amigos, que nos veamos… que salgamos a pasear, que me lleves a bailar… en fin que nos divirtamos juntos como buenos amigos… ¿qué dices…?

—¿Y por qué…?

—¿Por qué que…?

—¿Por qué me escogiste a mí para ser tu amigo…? Tú tienes muchos amigos de tu ambiente que estarían felices de salir contigo... además... El Longinos y el Carrizos también ayudaron con tu bronca… ellos serian felices si tu quisieras ser su amiga… estoy seguro que harían lo que tú les pidieras en el momento que fuera.

—Lo sé… y es que… mira… desde que te conocí… me pareciste interesante, inteligente y muy decente… más que muchos que yo conozco… y cuando no quisiste ni darme tu nombre y prácticamente me corriste… pues como que me di cuenta que eras diferente a cualquiera… como más especial, como si no fueras normal…

En ese momento decidí que tú y yo teníamos que ser amigos… no conozco a nadie tan sincero, ni tan directo como tú … y tus amigos, bueno, también a ellos les estoy agradecida, lo malo es que no se me hicieron tan buenas personas como tú… como que los veo más parecidos a Emilio, el Chino, que a ti…

Y no es por nada, ni para que te ofendas, con ellos no me sentiría tan en confianza como contigo, no sé por qué, aunque siento que contigo estaría segura, me cuidarías y me protegerías… como lo hiciste esa noche y aún sin conocernos, me imagino que siendo amigos serías más abierto y más buena onda… eso es lo que quiero.

—Okey… vamos a intentar ser amigos como tú dices… a ver si no me sale cola por andar de buena gente…

Sin poderse contener Elena, lo abrazó por el cuello con juvenil alegría, sin importarle que el overol que él vestía estuviera lleno de grasa, fue un impulso que brotó desde lo más profundo de su ser, fue tan sorpresiva la reacción que Alexis, no pudo detenerla y de pronto se vio correspondiéndole con ternura.

—Eso es estupendo… y yo no pido más... gracias… y ya que somos amigos… te invito a desayunar a dónde tú me digas… lo que quieras comer… ¿qué te parece...? Amigo, Alexis… ¿o debo decirte, Mamas?

—Dime como tú quieras… y no puedo ir a desayunar contigo… yo tengo que trabajar… tengo muchos gastos y debo cubrirlos o entonces sí, me voy a meter en broncas, las obligaciones son primero que la diversión…

—¿Me puedo quedar a verte trabajar…? Te prometo que me voy a estar quieta donde tú me digas

—Tú sí que estás como un cencerro… —exclamó Alexis, sonriendo abiertamente— mira… lorencita… vamos a hacer una cosa para que los dos quedemos bien… salgo de trabajar a las seis… pasa por mí y vamos a comer algo por ahí, platicamos y… luego ya veremos que hacemos… ¿te parece bien?

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