Capítulo 182
El mismo hombre que había ordenado que lo maltrataran hasta que dijera donde se encontraba Miranda, ahora lo cuidaba como si se tratara de un hijo… ¿por qué? ¿qué pretendía ese importante hombre del que muy poco sabía? Esa era la cuestión, sabía muy poco de Alfonso, como para entender su interés por él.
Por el momento, lo mejor era dejar que las cosas siguieran su curso normal y que el tiempo se encargara de acomodar las piezas de la mejor manera, así que no había por qué adelantar los acontecimientos.
Después de la plática con Alfonso, Alexis, inició su recuperación, por medio de una enfermera se levantaba de la cama y caminaba algunos pasos, tenía que ir lentamente para restablecerse por completo, la dieta blanda sólo la tuvo unos días, después pasó a comida normal.
La misma enfermera se encargó de platicarle sobre Rebeca.
—Se ve que su parienta lo quiere mucho… —le dijo una tarde.
—¿Cuál parienta…? —preguntó él confundido.
—Rebeca Rivera, la hermosa y elegante mujer que estuvo al pendiente de usted todos estos días… no sólo se veía angustiada, triste, desesperada, sino que hizo todo lo que pudo por ayudarlo a recuperarse…
Lo bañó… lo cuidó, le aplicaba crema, le sobaba la espalda, las piernas y los brazos por instrucciones del médico, para que no se le hicieran llagas, estaba a su lado en todo momento y le platicaba cosas…
—No tenía idea, de verdad…
—Por eso le digo que se ve que lo quiere mucho… no cualquiera se esfuerza de la manera en que ella lo hizo… me extraña que no esté aquí en este momento para ayudarlo en su recuperación… estos momentos que se deben en gran parte al esfuerzo que ella hizo para que usted se recobrara…
—Bueno… es que ella tiene negocios que atender y con toda seguridad que los descuidó mucho por estar a mi lado, por eso entiendo que ahora no esté.
—Pues sí… seguramente eso ha de ser…
Al enterarse de todo aquello, Alexis, se sintió más agradecido que nunca con Rebeca, jamás se imaginó que ella pudiera estar a su lado apoyándolo, no sólo durante el día, según le había dicho la enfermera, sino también por las noches, preocupada y atenta a cualquier cosa que él pudiera necesitar.
Lo que él no se imaginaba, era que aquella mujer que tanto se esforzara por verlo recuperarse, que pasara largas horas a su lado, hablándole, acariciándolo, cuidándolo, también había investigado sobre sus amistades y eso la había convencido que había hecho bien en entregarle su amor de manera incondicional.
Incluso, cuando él le contó lo que recordaba de su ataque, mencionó a la Chata, una piruja del Waikiki, muy guapa de grandes ojos verdes, labios de tamaño regular y sonrisa sensual. Su nariz respingada de manera delicada, le había ganado el apodo, ya que como se dice comúnmente, era chatita.
Con un cuerpo que muchos deseaban, aunque ella había elegido estar sin padrote, eso sí, era muy ambiciosa y por lo mismo se cotizaba bien, Rebeca, la conocía ya que en una ocasión la buscó para que le diera trabajo en su casa, sólo que a la francesa no le cayó bien y no la aceptó.
Tal vez por eso fue que cuando el Carita la buscó y le dijo que Rebeca, quería hablar con ella, la Chata, aceptó de inmediato y se fue con el padrote a la casa de citas, el vividor la condujo al cuarto en donde todos se reunían para arreglar los asuntos que les interesaban y ahí la dejó con Rebeca.
—Siéntate, por favor… —le dijo Rebeca, señalándole una silla frente a la mesa en donde ella se encontraba.
—Gracias, francesa… ¿para qué soy buena? —dijo la Chata, sentándose frente a Rebeca.
—Yo creo que, para todo, de otra manera no estarías aquí… ¿quieres tomar algo? —dijo levantándose.
—Sí, un coñac, si no es mucha molestia… y gracias por lo que piensa… aunque cuando vine a verla no creyó lo mismo y por eso no me dejó trabajar en su casa… —dijo con cierto resentimiento y poniendo las cosas en claro, para que la francesa supiera que, si quería contratarla, sería bajo sus condiciones.
Rebeca, sirvió en dos vasos, le puso uno frente a ella y luego se sentó viéndola de frente.
—Y no me equivoque en esa ocasión… había algo en ti que no me gustó… ahora sé que fue… —dijo la francesa
—Ah, sí, ¿y qué fue? Me imagino que se trata de algo que ya cambió o de otra manera…
—No, no cambió, se confirmó —la interrumpió Rivera, mientras la veía con coraje— ¡eres una perra desgraciada!
—El burro hablando de orejas… ¿qué, diriges un convento o qué?
—No… ni lo pretendo… sólo que yo no vendo a mis amigos, menos cuando son derechos y nobles… ¿quién te pagó? ¿El Güero, el Prieto, el Gato o el Chuty? —preguntó Rebeca con verdadero odio en la mirada y entonces, el miedo se hizo presente en la Chata, borrándole la sonrisa cínica que tenía en el rostro.
—Y-yo… yo no sé de qué está hablando… ¿quiénes son esos tipos?
—No te hagas pendeja y no quieras verme la cara a mí… ¿quién de ellos te pagó? Y será mejor que empieces a hablar o entonces si que vas a conocer lo que es ser perra, pero frente y sin compasión.
La Chata, no pudo soportar la penetrante mirada de Rebeca, sabía que para que la estuviera interrogando de aquella manera, era porque ya sabía las cosas y quería la confirmación, así que no tenía caso proteger a nadie, después de todo, esos infelices ya estaban muertos.
—Fue el Güero… él me fue a buscar al Waikiki y me ofreció una buena lana si hacía que el Mamas revisara un carro que iba a estar estacionado en las calles de Mina… me dijeron que todo sería una broma y que… ¡ay!
Una potente cachetada la hizo callar, la voz dura y ronca de Rebeca se escuchó llena de ira.
—No me mientas… no te pases de pendeja conmigo… ¿Una broma? ¿Y cuando viste que le azotaron el cofre del carro en la espalda seguiste creyendo que era una broma?
—No… no… cuando vi que le pegaban con el cofre, les dije que en eso no habíamos quedado, fue entonces cuando el Gato, me dijo que mejor me callara y me largara a la chingada o me iban a dar en la madre a mí… tuve mucho miedo y eso hice, me largue para no saber nada más de lo que le iban a hacer.
—¡Puta infeliz! —bramó Rebeca y le dio otra cachetada, ahora con el dorso de la mano.
—Perdón… francesa… yo no quería… —y otro cachetadón, la hizo callar.
Les gritó al Carita y al Rorro, para que entraran junto con Damián, cuando los tres estuvieron presentes:
—Úsenla como les venga en gana… se las regalo… cuando ya se hayan cansado, se la llevan a Juárez, ahí la venden por lo que les den y le dicen al contacto que la use hasta que se canse de ella y que luego, se deshaga del cuerpo
—¡Noooo! ¡No, francesa! Perdóname… yo no sabía… te lo juro… pérdoname…
Rebeca, ya no escuchó más, salió de la bodega y los dejó para que cumplieran sus órdenes.
De antemano sabía que ninguno de esos tres se iba a entretener haciéndole preguntas o escuchando lo que ella tuviera que decir, tan solo iban a saciar sus apetitos carnales y luego, Damián y los otros dos, se la llevarían a la frontera para que la utilizaran en un congal de mala muerte.
Eso era lo que se merecía la furcia esa por vender a un amigo, a un hombre que sólo intentaba ayudarla, que motivado por su nobleza, accedió a caer a la trampa que esa infeliz le había tendido junto con los otros infelices que ya habían muerto por haber desobedecido la orden de Alfonso.
La muerte para la Chata, era demasiado benévola para ella, se merecía el peor de los castigos y sin duda alguna, lo que ella había ordenado, la haría sufrir mucho tiempo, la haría pensar y reflexionar, arrepentirse de sus perversas acciones y con eso, Rebeca se sentía satisfecha, ya estaba vengado el pachuco.
Por su parte, Alexis, durante esos días se contuvo de mandar a llamar al Longinos y al Carrizos, quería pedirles que le llevaran a Clara, a la cual extrañaba mucho y a la que tenía muchas ganas de ver, de platicar con ella y de decirle cuanto la amaba, sí, por qué después de Dolores y Rebeca, Clara era la mujer de su vida.
Por las noches era cuando más la extrañaba, no podía imaginarse lo que ella estaría pensando sobre de él, aunque estaba convencido que la hermosa mujer comprendería lo que le había pasado y entonces podrían vivir su amor con toda libertad, procurando incrementar su relación y su convivencia.
Ahora le habían dicho que le darían el alta al día siguiente, lo cual significaba que podría ver a su amada, muchas veces pensó en lo que haría si, al salir del hospital, tuviera que elegir entre Rebeca y Clara, no se engañaba a sí mismo, elegiría a Rebeca, si esta no tuviera sus negocios de prostitución, aún la amaba y más de lo que se negaba él mismo a admitir, sólo que la forma de vida de la francesa siempre iba a ser un obstáculo.
El amor que sentía por la hermosa Rebeca era diferente al que le despertaba Clara, ambas eran diferentes y tal vez por eso las amaba, a Rebeca, la admiraba, la respetaba, la deseaba, la amaba por su fuerza, por su forma de ser, por su elegancia y su distinción, a Clara, la amaba por su inocencia, por su transparencia, por esa ingenuidad, esa frescura y ese candor con el que se comportaba.
También sentía un profundo cariño por Elena, tal vez era amor, aunque no se engañaba, sabía bien que con ella en algún momento todo se iba a terminar, no pertenecían al mismo nivel social y la muchacha tarde o temprano iba a encontrar alguien de su clase que pudiera darle la vida a la que estaba acostumbrada y que él no podía.
Por mucho que se esforzara, no lograría darle eso que había tenido desde niña, era lo mismo que con Rebeca, con la diferencia de que la prostitución y las tranzas no formaban parte de la vida de Elena.
Por encima de todas ellas, estaba Dolores, esa hermosa mujer a la que aún extrañaba, con la que aún soñaba, y de la que lo más seguro era que nunca volvería a saber nada, para su desgracia.
Ella era su verdadero amor, un amor pleno y total, lleno de sinceridad y firmeza, el cual seguramente nunca se consolidaría, un amor que iba a permanecer por siempre en su corazón.
Era por eso, que ahora sólo pensaba en Clara, la mujer a la que iría a buscar en el momento mismo en que saliera del hospital, quería hablar con ella, decirle todo lo que sentía y explicarle lo que le había pasado, el motivo por el cual no había podido ir a verla.
Estaba convencido de que, ella entendería la situación y su relación volvería a ser la misma, era una mujer de pies a cabeza y después de saber lo que le había pasado, seguramente lo llenaría de cariño.
Deseaba con toda su alma que llegara el momento de verla, de tenerla entre sus brazos, de decirle cuanto la amaba y sobre todo, de volver a paladear el sabor de sus besos y de sentir la firmeza de su cuerpo cuando la acariciara con esa pasión que sentía por ella.
Se levantó de la cama y abrió la caja que Rebeca, le dejara en la cama, no pudo ocultar la sorpresa que le produjo ver el contenido, era un hermoso tando gris rata, con una larga pluma de pavorreal, un zoot suit, de color azul marino con pequeñas rayas blancas, justo del estilo que a él tanto le gustaban.