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Capítulo 152

Septiembre 24, 1943, 22:00 horas

Ya nada volvió a ser igual para ninguno de los dos, aunque Alexis, se entregó de lleno a su trabajo y regresó a las pistas del México, de las que se había alejado todo el tiempo que estuvo con Rebeca, sus noches eran vacías, sin sentido, oscuras y deprimentes, sólo en el baile encontraba un escape que le permitía olvidar el dolor que sentía por haber perdido a otra mujer que amaba, el resto de las noches eran de soledad, recuerdos y tristeza.

—¡Qué milagro… francesa…! ¿Qué vientos te aventaron por aquí…? —le dijo Juan, con su sonrisa burlona al verla llegar a la casa al día siguiente de terminar con Alexis, estaba con el Rorro y el Carita que se mantenían en silencio observándola con atención— ¿Me contarás, dónde te habías metido todo este tiempo…?

—Donde a ti no te importa… es mi vida… ¿no…? —respondió ella de mal humor, no podía contener el coraje que sintió al verlo; no sólo era todo lo opuesto a su amado. Sino que, además, ahora sabía que era un chismoso y enredoso de lo peor, que su lengua era más peligrosa que sus puños.

—Ni hablar mujer… trais puñal… —dijo Juan, con burla— no te desquites con quién no te la hizo —insistió el padrote sin borrar esa cínica sonrisa de su rostro.

—No vengo de humor, así que deja de estar chingando… si no tienes nada bueno que informar, déjame en paz y cada quién a lo que tiene que hacer… —respondió Rebeca, entrando al cuarto que tenía como oficina y dejando a Juan, junto a los otros padrotes parados en la puerta.

—Lo siento, Rebeca, pero es necesario que hablemos muy seriamente... así que el quedarte a solas va a tener que esperar —dijo Juan, entrando al privado y viendo que ella se sentaba tras el escritorio.

—Si no hay más remedio... habla... escupe lo que traigas de una vez —dijo ella seria.

—¿Te sirvo una copa…? —le ofreció de manera amable, el Muñeco.

—N-no… no quiero beber… di lo que tengas que decir y ya…

Juan, le dijo que seguía trabajando a Marina y lo mucho que les podía dar a ganar, por eso necesitaba que Rebeca, lo ayudara a partir de ese momento en todo lo que se necesitara.

Le recordó el drama que habían tenido que montarle para convencerla y la forma en que ella iba reaccionando, Juan, estaba convencido de que muy pronto cedería y comenzaría a talonear para él.

—Ahorita está contratada como cantinera en la casa... es buena, lo que sea de cada quien, y necesito que la presiones un poco para que esto sea más sencillo para todos...

Al escucharlo hablar de aquella manera tan cínica, sintió una punzada en el corazón, exactamente eso era a lo que se refería Alexis, era lo que detestaba y no soportaba la idea de tener que formar parte de toda esa porquería que iba a envilecer a una mujer que por voluntad propia no quería venderse.

Una mujer que aún sabiendo que la persona que vivía con ella estaba en peligro, prefería trabajar de manera limpia antes que venderse, una mujer que trataba de ser fiel a sus convicciones, esas ideas que ellos, iban a destrozar, a envilecer a pisotear, como si no valieran nada.

Engañar, mentir, traicionar, envilecer, obligar a una persona para que renunciara a sus principios y se vendiera al mejor postor para mantener a un infeliz que no sabía hacer otra cosa que explotar mujeres, vivir de ellas, eso es lo que no quería Alexis, vivir en carne propia, no lo iba a soportar y terminaría por estallar.

Lo peor de todo eso, era que, a ella sí le gustaba, manipular a las personas y verlas caer, vencer sus pudores y sus ideas morales, la hacía sentirse poderosa, dueña de vidas y destinos, así que no dudó en aceptar.

—En un rato iré a verla, para que me conozca, si me gusta y vale la pena para tenerla en la casa, la trabajaremos como tú quieres... pero si no me gusta hoy mismo la mando con las otras que están esperando el viaje a la frontera con el Muecas y el Rorro... —le dijo a Juan.

—Me parece bien... de todos modos yo gano... aunque te aseguro que la vas a dejar en la casa... la chamaca vale la pena... está mejor que todas las que tenemos ahorita trabajando…

—Ya lo veremos... ahora déjame sola...

Juan, salió y ella encendió un cigarrillo, Rebeca, se había vuelto a teñir el cabello a su color natural, a usar el mismo maquillaje y la ropa que tanto le gustaba lucir. Trataba de volver a ser la misma, aunque muy dentro de ella sabía que eso ya no era posible, muchas cosas habían cambiado en su alma.

Cambios que no eran convenientes para el negocio, cambios que la hacían más mujer, más sensible, más observadora de detalles que antes daba por situaciones normales y que ahora le molestaban.

Al volver a su negocio y el que Juan, le hablara de esa manera tan cínica, la hizo enfurecer, era como si la voz de Alexis, resonara en su cerebro diciéndole la clase de alimaña que él no quería ser. Tener cerca a Juan, la hizo recordar las palabras de Alexis, sobre la intervención de Juan, en la muerte del Gama, ahora que podía analizarlo con toda frialdad, se daba cuenta que esa era parte de la esencia del Muñeco, la intriga y el juego perverso.

Tenía que erradicar de su mente y de su alma, todo lo que Alexis, le había despertado, no era bueno para los negocios que ella realizaba y no podía darse el lujo de ser blanda y sensible con nadie.

Recordó la promesa que le había hecho al Muñeco, sobre que, si fallaba en su intento por convencerlo de que trabajara para ella, lo reconocería abiertamente, frente a todos.

Ahora estaba segura que jamás lo haría, no podía decirle ni a Juan, ni a los otros, que se había enamorado como una estúpida de un hombre que despreciaba la forma de vivir de todos ellos.

Un hombre que se asqueaba tan solo de pensar en ese tipo de vida en el que se explotaba el placer sexual, de mujeres que por la razón que fuera, sólo servían para complacer a los clientes y para mantener a esas alimañas que no se preocupaban por ellas.

No lo iba a reconocer, ni ahora, ni nunca, ese sería su secreto, esos momentos al lado del Mamas, serían sólo suyos y no los compartiría con nadie para no mancharlos, para no mancillarlos con burlas o comentarios que no le importaban, eran recuerdos que llevaría por siempre en su corazón.

En cuanto a que Alexis, hablara o comentara algo de la relación que habían vivido, se sentía tranquila sabiendo lo discreto que sabía ser el pachuco, estaba convencida que nunca hablaría mal de ella y mucho menos comentaría lo que habían tenido juntos, ni a sus mejores amigos.

También ella tuvo que pasar noches solitarias y tristes, recordando los momentos hermosos que compartió con ese hombre al que aún seguía amando con todas sus fuerzas, por más que intentara evitarlo.

Al acostarse en aquella cama donde compartieron besos, caricias y palabras de amor, ella buscaba en la almohada su aroma, su esencia, su presencia, quería dar marcha atrás y volver al momento en el que le confesó quién era, hacer de cuenta que esa plática nunca ocurrió entre ellos.

Como eso no podía ser, ahora sabía que tenía que arrancarlo de su mente, no podía darse el lujo de ser débil, siempre había sido una mujer fuerte y decidida, ahora no era el mejor momento para cambiar.

No podía hacer nada para regresar al momento de su última entrega, ese instante en el que vibró con el cuerpo y con el alma entregando su pasión y su amor al pachuco, tenía que aceptar que eso había quedado en el pasado y debía mandarlo al olvido lo más pronto posible, de otra forma la iba a estar lastimando cada vez que pensara o se acordara de esos instantes de tanto amor.

Si bien ya había vuelto a su aspecto natural, físico, ahora necesitaba hacerlo a nivel emocional, tenía que volver a ser la misma mujer fría y calculadora de siempre, las cosas habían quedado claras para los dos y nada iba a cambiar, así que pensó: “la vida sigue y aunque nos duela hay que vivirla como se nos presente”.

Cada uno por su lado y a su manera, decidió seguir adelante, Rebeca, con la casa de citas y los cabarets, manejando a los padrotes y a las mujeres, así como sus otros negocios que le dejaban grandes ganancias y buscando la manera de volver a sentir el mismo placer que sentía antes de enamorarse del Mamas.

Alexis, con su trabajo en el taller, el cual cada día dejaba más ganancias y su regreso al México, en donde se sentía en su elemento, era lo que más le ayudaba para olvidarse por completo de Rebeca, a la que por momentos volvía a recordar con emoción y cariño.

Si bien, llegó a amarla tanto como a Dolores, el dolor que le provocó al decirle la verdad, lo había dañado muy profundamente, no tanto por la mentira y el engaño de hacerse pasar por otra persona, sino por lo que trató de ocultar, la intención de llevarlo a vivir de las mujeres, su deseo de que fuera un explotador.

Aunque Rebeca, le había dicho que él no tendría que padrotear, ni conseguir, ni obligar a nadie, tan solo estar a su lado acompañándola en todo momento, sabía que tarde o temprano se iba a meter, iba a intervenir.

No se iba a poder quedar tranquilo viendo que el Rorro, el Muecas, el Carita o hasta el mismo Juan, golpeaban a una mujer para obligarla a prostituirse, iba a actuar, se iba a enfrentar a ellos y buscaría la forma de liberar a esa mujer de las garras de esos infelices buitres que sólo dañan y perjudican a las hembras que creen en ellos.

Por mucho que quisiera a Rebeca, ya que de irse con ella no sería por las ganancias, o por su fortuna, sería por el amor que ella le había inspirado, así que por mucho que la quisiera, jamás podría formar parte de su mundo.

Octubre 16, 1943, 22:00 horas

Rebeca, aceptó que Marina, continuara trabajando de cantinera en la casa de citas mientras la convencían de que se prostituyera para ayudar a Juan. Zepeda, tenía razón, la muchacha valía la pena para tenerla taloneando en la casa, muchos clientes ya se la habían solicitado para un acostón.

El Muñeco, seguiría con su farsa de no poder caminar hasta que llegara el momento en que Marina, se convenciera que le convenía más vender su cuerpo que estar trabajando por miserias.

Al paso de los meses, Marina, se daba cuenta que el dinero les alcanzaba para lo más esencial, no había forma de juntar para pagar la deuda, temía más que nada que se presentaran aquellos hombres a cobrar.

Eso la preocupaba y la mantenía en un estado constante de nervio, a tal grado que, en un par de ocasiones llegó a pensar que no tendría otro remedio que venderse para conseguir el dinero que necesitaban, y la sola idea de hacerlo, la aterraba, ni de manera mental podía aceptar ser de un hombre al que no conocía y dejar que la besara, la manoseara y la usara como él quisiera.

Había huido para evitar eso y ahora todos le pedían que cayera en algo que no quería hacer y no le importaba que tuviera que trapear pisos o lavar baños, ella no se iba a entregar a nadie si no lo deseaba.

Ni por todo el oro del mundo lo haría, así que ya se podían ir aguantando todos los que la aconsejaban que se vendiera, ninguno de ellos podía entender lo que sentía y pensaba al respecto.

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