Capítulo 153
Incluso Rebeca, que, aunque se había portado muy amable con ella y la trataba con cierto cariño, no dejaba de insistirle en que no fuera tonta, que, si de verdad quería a Juan, debía vencer sus tontos prejuicios y dedicarse a ganar dinero a manos llenas, que al fin y al cabo todo era cuestión de unos minutos.
Le aseguraba que, con el cuerpo que tenía seguramente harían fila para pagar por sus favores, que se cotizaría a buen precio y que muy pronto terminaría con la deuda que tenía.
—Piensa que lo haces por el hombre que amas y que seguramente después de que lo hagas, te va a amar más que a nada en el mundo, te lo digo porque lo he visto mil veces —le decía Rebeca— ganarás el dinero que necesitan y hasta podrás darte algunos lujos con los que ni siquiera has soñado.
Marina, ya se había cansado de negarse, así que había optado por darles por su lado diciendo que lo iba a pensar, que seguramente ese era el mejor camino, pero que le dieran tiempo, eso detenía la presión, por unos días y luego Juan y Rebeca volvían a lo mismo.
Lo peor de todo, era que en su trabajo tenía que soportar uno que otro morboso toqueteo que le daban los clientes, cuando pasaba o necesitaba moverse de un lado a otro.
La primera vez que le agarraron las nalgas, se volteó tan furiosa que, no se pudo contener y le dio una fuerte cachetada al cliente abusivo que se atrevió a darle un apretón en el trasero.
Cuando Rebeca, se enteró, la llamó a su privado y…
—Mira, pendeja… no estás trabajando en un convento… así que si no eres capaz de aguantar puntadas como la de ese cliente… te me estas largando en este momento… —le dijo furiosa
—Es que me acarició las nalgas y me las apretó…
—Aquí el cliente es primero… se le antojaron… las tocó… ¿y qué? ¿Se te van a acabar…? ¿Te las va a desgastar…? ¿Ya no las tienes…? ¿Te lastimó…? ¿Te provocó alguna herida…? ¿O qué chingaos te pasa…?
—Es que… señora, yo…
—Es que nada, o te enseñas a convivir con los clientes o ya te puedes ir mucho a la chingada… así que tú decides… al cliente hay que tenerlo contento siempre… y si te quiere agarrar las nalgas, pues te empinas y ya.
Marina, guardó silencio con la cabeza gacha y sin atreverse a ver a Rebeca, a los ojos.
—Regresa a tu trabajo ahorita mismo… y ya lo sabes… otra jalada como la que acabas de hacer y te me vas de inmediato de aquí, yo no trabajo con monjas… ni esta es una escuela de señoritas…
Marina, salió del privado de la francesa y caminó hasta la barra, tenía ganas de llorar, de gritar, de mandarlo todo al demonio, el problema era que necesitaban el dinero y tenía que seguir aguantando mientras encontraba una solución, algo que parecía que nunca iba a llegar.
Así fue como comenzó a soportar manoseos y acosos de los clientes, cuando obligada por las circunstancias tenía que salir de la barra de la cantina para ir en busca de algo, aunque siempre que podía evitaba salir y quedar a merced de aquellos infelices morbosos.
Lo peor de todo fue que, al llegar a su casa, y contarle a Juan, todo lo que había pasado, no pudo contener el llanto por la impotencia que sentía, por la humillación que notaba en todo su ser.
—¿Y qué tiene de malo que te hayan agarrado las nalgas…? —le dijo Juan— Ni modo que se te fueran a desgastar por una sobada… menos a ti que las tienes en abundancia y muy bonitas… —agregó bromeando.
—¿No te molesta que un tipo me manosee…? —le preguntó ella molesta.
—No… ya te dije que no tiene nada de malo… es más… si aceptaras irte con ellos ya hubieras juntado suficiente dinero para pagarles a los agiotistas que en cualquier momento van a venir a cobrarme.
—Lo sé y eso es lo que me desespera… pero entiéndeme… no puedo hacerlo… no lo soporto… si por una agarrada de nalgas tuve ganas de matarlo… no quiero ni pensar lo que haría si alguno de ellos intentara besarme o poseerme… no podría soportarlo…
—Piénsalo bien… el dinero está ahí… y te aseguro que si yo pudiera caminar… no estaría esperando a que tú me mantuvieras… ora que si ya te aburrió tener que mantenerme… puedes irte cuando quieras…
—¡No…! No digas eso, por favor… yo no sería capaz de dejarte… y menos en el estado en el que te encuentras… te debo tanto que no me lo perdonaría a mí misma abandonarte de esa manera…
—No quiero tu gratitud, ni tu lástima… así que puedes irte de una vez por todas y olvidarte de que alguna vez me conociste… —le dijo Juan, con un gesto de tristeza— quítate de problemas y vete… no tienes por qué soportar esta vida que no quieres… eres libre de irte a buscar algo mejor…
—Pues no me voy a ir… así que tú eres quién tendrá que soportarme… voy a preparar algo para cenar… ya debes tener hambre y tengo que cocinar…
Juan, ya no le respondió y notó dos cosas, una, que no le había dicho que se quedaba a su lado porque lo amaba, y dos, que aceptó seguir trabajando, aunque la manosearan, ese era el primer paso para que muy pronto se vendiera, parecía que al final, su plan estaba dando resultados… al final, la compasión era tan fuerte como lo era el amor y si por lástima ella terminaba vendiéndose, no importaba.
Los días pasaron y Marina, continúo trabajando como cantinera, cuando Juan, le dijo que se podía ir, estuvo tentada a hacerlo para acabar de una vez por todas con todo aquello, sólo que, ella era noble y agradecida y muy dentro de su ser sabía que tenía que corresponder a todo lo que Juan, había hecho por ella, lo que se había gastado en vestirla y mantenerla, tenía que agradecer esos momentos.
Ya no estaba tan segura de amarlo, ahora lo que la ataba a él era gratitud, así que trabajaría para seguir cubriendo los gastos de la casa. Desde la barra de la cantina, veía a las demás mujeres haciéndoles compañía a los clientes, dejando que las manosearan, ya fuera mientras bebían o mientras bailaban, no entendía cómo podían hacer algo así, era denigrante ser utilizada de aquella manera.
Platicando con algunas de ellas, le decían que todo era cuestión de dejarse llevar y no pensar en nada, que al final de cuentas sólo era un momento de pasión y que después todo quedaba olvidado, lo bueno era que la paga que recibían compensaba con creces el mal rato.
Octubre 30, 1943, 23:45 horas
Al paso de los días, Marina, se sentía harta, cansada, no soportaba tanta presión, por un lado, todo lo que ganaba se lo entregaba a Juan, para que le mandara abonos a los tipos a los que les debía dinero.
Por otro lado, Juan, no dejaba de insistirle, que vendiera su cuerpo para ganar más, y de esa forma pagar más rápido lo que debía, además, Rebeca también, le aconsejaba para que sacara provecho de su juventud y de su atractiva figura, le decía que no tenía que gustarle para hacerlo…
Le insistía en que era mucho lo que podía ganar si decidía a vencer sus prejuicios y esos conceptos morales que sólo le estorban y al final no le reditúan nada.
Le señalaba lo mucho que los clientes la deseaban y le decía las cantidades de dinero que ofrecían por tener la primicia de su cuerpo. Marina, seguía negándose, era como si entre más le dijeran que aceptara, más fuerte se hacía su voluntad para rechazar aquellas propuestas.
Le amargaba darse cuenta que lo único que les interesaba a Juan y a Rebeca, era que ella se volviera puta para que ellos pudieran ser felices, lo peor de todo era que cada vez que Marina se negaba, el rictus de coraje y frustración que se pintaba en sus rostros era inevitable y eso la hacía seguir firme en su idea.
Lo cierto era que ya no soportaba aquella presión, por un lado, se sentía comprometida moralmente con Juan, por todo lo que la había ayudado cuando más lo necesitaba, y si en algún momento llego a creer que lo amaba ahora se daba cuenta que, sólo era gratitud lo que sentía por él.
Quería que todo terminara ya, más no se atrevía a dejar a Juan, menos ahora que él necesitaba toda la ayuda que pudiera brindarle, eso era lo que más la desesperaba, no podía ser tan ingrata como para pagarle así.
El caso era que ya ni tenía vida propia, salía de trabajar en la madrugada, iba a su casa a dormir, despertaba, se bañaba, se arreglaba y se iba al mercado, al volver a preparar el baño para Juan, mientras él se bañaba ella preparaba la comida para los dos.
Comían y entonces a lavar los trastos, a lavar la ropa, a planchar, a acomodar la ropa y los trastos, sin contar que tenía que hacer la limpieza de la casa.
Ya no aguantaba más esa rutina tenía que hablar muy en serio con Juan, el medico decía que todo estaba bien y lo único que hacía falta para que Zepeda, caminara, era que él se esforzara por hacerlo, que todo estaba en su mente, él ni siquiera quería hablar del tema.
Por varios días Marina, había estado pensando en el asunto y había llegado a una decisión: hablaría con Juan, y le pondría un ultimátum, o se esforzaba en caminar o ella se marcharía.
La cruel realidad le golpeaba el rostro, ella estaba a su lado por agradecimiento y él no era capaz de tener algún gesto de ternura y de cariño para ella, salvo cuando quería pedirle que se vendiera.
En todo eso pensaba al momento en el que iba por una botella de vino que le pidieron y en la cantina no había, no estaba Rebeca, para que se la diera, tampoco estaba Eduardo, que en ocasiones le ayudaba, así que tendría que bajar a la bodega ella misma para buscarla.
Nunca antes había tenido necesidad de ir a la bodega y no conocía bien la casa, sabía que la bodega estaba en el sótano, bajó por las escaleras y vio dos puertas, sin pensarlo se dirigió a la puerta que estaba a la izquierda abrió con determinación y escuchó voces, iba a volver a cerrar cuando reconoció una voz.
—¿Y no le sacas a que te descubra antes de tiempo...? — preguntó la voz y ella sintió un escalofrío al reconocerla, era uno de los que había golpeado a Juan, aquella noche en que fueron a cobrarle.
—No... no creo... esta muy metida en su trabajo que no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor —dijo otra voz que reconoció como la de Juan— ya está llegando al punto en el que va a ser imposible que se siga negando
—Lo bueno, es que ninguna de las cariñosas que hacen sala le ha hablado de ti… —dijo el Muecas— de otra forma ya desde cuando hubiera sabido que eres el Muñeco, el padrote más chingón del ambiente.
—Ya se les advirtió que mejor, chitón con la muey… a la que se le vaya el hocico le voy a dar una paliza para que se le quite andar de guaguara contando cosas que le valen madre… —musitó Zepeda.
—¿Y crees que puedas convencerla para que talonee...? —pregunto otra voz que pertenecía a otro de los golpeadores— porque con esta vieja, no has podido te está costando mucho trabajo.
—Esa ya está a punto de caer, nomás le falta un empujoncito y ya —dijo Juan, con cinismo— imagínate... sin talonear me está manteniendo... en cuanto se decida a talonear me va a dar más dinero que ninguna.