Capítulo 2.
A pesar de que sus discusiones sobre el tema de la religión eran muy violentas. Ana aceptó ser su novia en abril, los dos nunca volvieron a poner un pie en las cercanías de la montaña Sorte desde el descubrimiento del cuerpo mutilado. Incluso asistía a misa los domingos solo para complacerla. El detective Pierre del CICPC los interrogó de forma inquisidora, sobre todo atosigó a Jonathan con sus preguntas incómodas sobre cómo descubrió el cuerpo y si estaba involucrado. La investigación seguía abierta en agosto mientras el verano terminaba.
Al volver a casa después del interrogatorio, descubrió a su padre dormido en la cocina, se había bebido tres botellas de ron y la cuarta reposaba en la mesa. No odiaba a su padre por sumergirse en aquel sistema deprimente de autodestrucción… No… No era su culpa lo que había pasado en la montaña Sorte, ni la muerte por negligencia durante el exorcismo de Francis. Tampoco fue su culpa el suicidio de mamá, como él así lo decía… Toda aquella ruina era culpa de Jonathan Jiménez por explorar junto a su hermana la montaña encantada cuando eran niños. Verlo hundirse cada día en la miseria era el peor veneno…
Los meses pasaban desapercibidos y la euforia de Ana se fue apagando… El problema empezó con un disgusto exagerado por los símbolos religiosos. No soportaba tener cerca una cruz y los cantos en la Iglesia de San José de la parroquia, la torturaban. Jonathan no asistía por voluntad a la iglesia desde que el sacerdote Claudio fue apresado por el asesinato imprudente de su hermana. Un sentimiento de rechazo a lo religioso había nacido en su corazón y se arraigó muy profundo… Y la joven religiosa que con tanto esfuerzo quiso conducirlo por el camino de Dios, repentinamente dejó de ir a misa y a evitar de forma brusca todo lo relacionado con el catolicismo.
El rechazo solo fue el principio del problema, Ana comía y bebía muy poco. Su madre decía que por las noches gritaba y se mostraba agresiva. Aquella aversión lo preocupaba en gran manera porque su hermana murió por deshidratación y desnutrición… Los recuerdos enterrados de la montaña Sorte regresaban a él cuando miraba el suvenir que Ana conservó de su encuentro con la muerte. La estatuilla de María Lionza permanecía en su mesita de noche mientras su madre trabajaba en la farmacia. Ver a su novia enflaquecer igual que su finada hermana le causó gran pesadez…
Las interminables conversaciones que terminaban en prolongados besos se convirtieron en rotundos silencios. Ya no existía la magia de la relación… El furor del amor se extinguió y se sintió triste por perder lo único que de verdad le daba sentido a sus días. Y de esa forma supo que la felicidad de sus días estaba contada… Las peleas juguetonas se convirtieron en discusiones sin sentido y resentimiento.
Su madre la llevó al psicólogo pero no determinaron una enfermedad mental, sólo un poco de estrés hormonal… En opinión de Jonathan, el psiquiatra debió hacer más pruebas para determinar que ocurría, porque las pastillas que su novia tomaba no mejoraron su humor ni sus pesadillas. A principios de septiembre, Ana rompió la relación cuando él tomó la estatuilla de madera y la escondió, Jonathan se sintió devastado… Fue a visitarla en varias ocasiones, pero la única vez que pudo entrar fue cuando un hombre vestido con un espléndido traje negro estaba en la puerta.
—Dios te bendiga—lo saludó el hombre, debajo del sombrero negro unas cejas pobladas y grises escondían unos ojos verdes, tenía un rostro afable y surcado de arrugas.
Jonathan asintió complaciente, la presencia de aquel hombre religioso lo incomodaba. Tenía una cruz de madera colgando del cuello y un maletín de cuero muy pesado. No le gustaba el tono arrogante en la voz de los hombres de Dios… Sentía que formaba parte de un afán tergiversado inútilmente para ocultar la verdadera cara del hombre.
Ana vivía en la calle Penitencia de Chivacoa, el pueblo más cercano a la montaña Sorte. La calle estaba conformada por casas de bloques y techos de zinc, durante los días de mucho calor aquella zona era lo más cercano al infierno. La señora Marcano salió de la casa angustiada y abrió la desconchada reja de hierro.
—Señor Fernando, gracias a Dios—la señora Marcano parecía muy preocupada—. Jonathan… Ana está muy mal.
Después de una ligera insistencia, la mujer los dejó pasar a la pequeña casa… El ambiente era pesado y oscuro, un ligero inquietante olor a arsénico no lo dejaba tranquilo. Ana era la única hija de una madre soltera, era una casa pequeña pero cómoda. Los tres se sentaron en una mesa pequeña con un floral marchito en el centro. Se miraron largo rato, sopesando inusitadamente el paladar de sus bocas antes de articular palabra… La mirada serosa de Luz Marcano no lo dejaba tranquilo…
—¿Cómo está ella? —Preguntó Fernando.
—Ella—la mamá de Ana pensó largo rato… Tenía un aspecto enfermo—. Casi no duerme, no come y no bebe agua… Quería llevarla con un doctor, pero no quiere salir de la habitación. Mis últimas esperanzas se las encomiendo a Dios.
—Ella necesita ver a un doctor—susurró Jonathan como un autómata…
Fernando asintió con una sonrisa complaciente, lo miró, sus dientes gastados resplandecían con un tono amarillento. Por un momento un síntoma de repulsión apareció en su laringe, pero resultó inverosímil ante una presencia mayor en la plenitud de aquella persona. Lo conocía de algún lado, un matiz familiar en su rostro austero no lo dejaba en calma… Lo turbaba.
—Iré a ver cómo está…
El hombre se dirigió a la habitación del fondo raspando el suelo duro con sus zapatillas de cuero. Jonathan lo siguió mecánicamente, con zancadas violentas detrás del señor de sombrero ladeado, en su interior crecía un fuego, alimentado con cada insuflación de aliento aquella llama frenética ardía con viveza. Llegó a la habitación de su pérdida y estuvo a punto de arrollar al anciano con una embestida, se fue calmando con cada respiración, le resultaba insufrible pensar… Aquellas emociones negativas no eran propias de su personalidad. Se asomó por la puerta de la habitación… Lo que vio lo dejo horrorizado. Ana tenía las mejillas hundidas y los ojos inmersos en profundas ojeras como cuencas sumergidas en profundos mares desconocido; no dejaba de agitarse y tambalearse con espasmos desagradables. Los ojos se le llenaron de lágrimas y reprimió un sollozo en su garganta que lo lastimó, sintió muy cansado… Quería marcharse y a la vez destrozar un objeto con las manos…
El sacerdote se sentó en la cama frente a Ana y la joven empezó a llorar… Algo en aquella voz le heló la sangre... No era Ana, pero… ella luchaba. Con cada respiración parecía afligirse y la presencia del sacerdote la mantenía en tensión, como un animal preparado para escapar ante su depredador… Los dientes de la joven crujían, los mantenía apretados y cuando mordía se arrancaba tiras del labio… La sangre corrió por su mentón, aterrorizada bajo la mirada al suelo y tembló como un perrillo acongojado.
—¿Quién eres? —Soltó el hombre con una voz suave pero autoritaria. La extraña cruz que colgaba de su rosario se desplazaba en círculos concéntricos, e invertía su giro con cada palpitación… Nunca había visto una madera tan dorada y brillante, era un detalle difícil de notar… pero el torbellino rítmico de aquella reliquia lo ponía nervioso, ya no sentía las llamas de la rabia, en cambio; su cuerpo flotaba, invadido por una profunda ligereza que sopló el aliento de brisa fresca en su interior. Un calor paternal lo hizo bostezar y esperar lo mejor de aquel hombre…
Ana no decía palabra pero gesticulaba con violencia, parecía inmersa en un trance abominable. Cuando Fernando volvió a formular la pregunta, rompió a llorar con una voz poderosa… Fernando tocó el crucifijo en su cuello, sus dedos arrugados acariciaron la figura con una sutileza armoniosa.
—¿Sabes qué es esto?
Ana siseó como una serpiente y se contoneo dolorida. El solo ver la cruz le causaba un gran dolor… Fue testigo de ello muchas veces, al verla arrugar la nariz y despuntar las cejas con cualquier insinuación. El hombre repitió la primera pregunta y Ana se puso a gritar y a maldecir… Luego soltó una risa gutural, baja… El sacerdote entonó en voz baja lo que parecía ser el padrenuestro en latín… Después de un rato de gritos, Ana cayó en un silencio demencial… Fernando asintió y guardó reposo.
—¿Desde cuándo está así? —Como la madre de Ana estaba en la cocina preparando café, asumió que la pregunta era para él.
—Desde que descubrimos… un cuerpo satanizado en la montaña Sorte—sus ojos se desviaron a la estatuilla de madera. Ana la había pintado y decorado.
—Estoy enterado—Fernando tomó a María Lionza y esto enfadó en gran manera a Ana—. Ella presenta los síntomas de una posesión. La iglesia debe aprobar el exorcismo para…
—¡No! —La respuesta de Jonathan fue descontrolada—… No… No creo que esté poseída por un demonio. Es decir, puede tener alguna enfermedad mental como…
—No descarto esa idea—el sacerdote giró la estatua de madera en sus manos con los labios apretados—. ¿Puedes llevarme a esa montaña?
Un sudor frío recorrió la frente de Jonathan… pero si era la única forma de convencer a aquel hombre de no practicar un peligroso exorcismo con Ana estaba dispuesto a regresar a aquella montaña del diablo. Asintió débilmente y Fernando guardó la estatua en su maletín ante un estallido encolerizado de la joven. El hombre sacó una cruz de plata y la depositó en una esquina de la cama… Ana guardó silencio, sus dientes crujían. La señora Luz entró poco después…
—Señora Marcano, llámeme si ocurre algo inesperado o si intenta hacerse daño.
Fernando se bebió el café caliente de un trago y junto a Jonathan caminaron por la polvorienta calle hasta el Mercedes gris descascarillado, estacionado a pocas casas. La puerta del Mercedes no abría por afuera, así que tuvo que esperar a que el sacerdote lo abriera. Los asientos de tela gastada estaban llenos de agujeros y el carro se demoró un rato en encender.
—¿El oficio no paga tan bien como hace años? —Preguntó Jonathan, afilando cada palabra. Así como con Ana, siempre estaba preparado para cortar en pedazos a un creyente…
—Peor es andar a pie—el carro arrancó lentamente con un ronroneo atascado del motor. Conducir a la montaña era sencillo, porque era visible desde aquella calle. El hombre manejó en silencio, tanteando el volante de piel gastada—. ¿Por qué no crees en Dios? Eres un joven bueno y amable.
—Tengo mis razones—carraspeó—… Elegí no creer en Dios por decisión propia. He decidido ser bueno por voluntad, sin el soborno del cielo.
—Lamento lo que le pasó a tu hermana…
—Era solo una niña—replicó Jonathan apretando las muelas, seguía desmoralizado a causa de Ana… De alguna forma quería salvarla del pesar que le arrebató a su mejor amiga—… ¿Por qué Dios permitiría que una niña muera y una familia se destruya? ¿Dónde está la benevolencia? No venga a decirme que seré su mejor guerrero, porque no quiero serlo.
—Las cosas pasan—Fernando se quitó el sombrero, se estaba quedando calvo y su cabello era blanco como el casabe—... Él deja que pasen cosas, para que puedan pasar otras… No todo debe tener sentido siempre… al menos, al principio. No todos pueden ser salvados.
Jonathan se lamió los labios.
—¿Él no puede salvarlos a todos?
Fernando negó con la cabeza.
—Nadie puede salvar a todas las personas, ni siquiera Dios, puede salvar a los hombres de ellos mismos. No crees en Dios, pero… ¿Crees en el diablo?
No supo cómo responder a esa pregunta… Había visto cosas… Maldiciones encarnadas, influencias extrañas, rumores, tragedias, experiencias. Al menos, cada persona del pueblo había experimentado alguna anomalía inexplicable. Por otro lado… su carácter escéptico se fue imponiendo sobre la creencia espiritual.
—Cuentos que nos dijeron desde muy pequeños para controlarnos… ¿No le ve conveniente? El castigar a los malvados y ricos en un infierno horroroso, y a los pobres y humildes concederles un paraíso eterno. La religión es real para los ignorantes, falsa para los sabios y útil para los poderosos.
Fernando asintió pensativo… el parabrisas deformaba la luz en largas ondas de aspecto siniestro. Sintonizó la radio Jirajara 97.7 FM y el sonido lejano de un arpa resonó en la carcacha metálica. Vitico Castillo cantó a toda voz Corazón de Concreto… La música inundó el estrecho espacio del coche con bellos versos de desolación.
—Yo también tenía una hermana pequeña llamada Sara—contó el hombre—... También soy venezolano, aunque el acento se me ha contagiado con los años. Al mediodía debía pasar por su salón a recogerla e irnos a casa… Un día se me fue la hora jugando al fútbol en la cancha del colegio. Sin saber que unos secuestradores fueron a buscar a mi hermana y… se la llevaron.
»Ocurrió en Maracaibo hace unos cuarenta años, pero no hay un día en que no piense en mi falta. Mi hermana Sara nunca apareció, pero sus órganos seguro fueron usados en rituales satánicos. Lo único que recuperamos fue su hígado en una lata maltrecha de sardinas.
»Trato de no pensar en ello, pero mientras más lo evito más fuerte se vuelve... Cada vez que intento salvar a una persona de una posesión… supongo que sigo tratando de salvar a Sara de las garras de los hombres malvados que se la llevaron.
Jonathan tragó saliva, decidido. El Mercedes abandonó la vieja carretera y se adentró en un camino de tierra traqueteando con las piedras. La vegetación se volvía cada vez más espesa mientras se acercaban a la quebrada… Tenía un mal presentimiento. La música se fue distorsionando a medida que se acercaban a la montaña Sorte… Hasta que la voz potente del cantante llanero se convirtió en un zumbido estático. Parecido al lamento prolongado del alma al abandonar el cuerpo… El sonido que capturaba el aparato era el residuo de la creación del universo, el descontrol procedente de la gran explosión. Jonathan apagó la radio.
—El ser humano necesita creer en algo—musitó Fernando—… ¿Entonces tú crees en extraterrestres y en monstruos marinos?
Jonathan se encogió de hombros, con una sonrisa burlona.
—El universo es muy grande, demasiado. Y no hemos explorado el océano completamente… Cualquier criatura podría existir en el mar o en otro planeta como… Europa, una de las lunas de Júpiter; es un planeta hecho de hielo con océanos bajo su superficie congelada.
—Tampoco hemos explorado a profundidad el pensamiento, la consciencia y el entendimiento... ¿Qué nos hace creer en Dios? Bien podrías entregar tu vida a Dios y si no es real, no perderás nada. Pero si es real y no crees en él, lo perderás todo…
Jonathan bajó del carro para abrir el portón oxidado de dos puertas que conducía hasta una de las quebradas. Siguieron manejando en silencio hasta que el sendero se volvió muy sinuoso y no pudieron seguir en carro. Continuaron el trayecto a pie, rodeados de espesa vegetación. El rumor del agua los acompañó entre los robustos árboles desconocidos y la humedad. Hacía mucho calor y los puripuri los molestaban… Eran alrededor de las cuatro de la tarde, así que solo les quedaban unas tres horas para el anochecer. Perderse en la montaña era muy fácil, con la espesa vegetación, que la lluvia inclemente hizo prosperar de mayo a septiembre. Para su sorpresa, el sacerdote Fernando se adentró con rapidez en la montaña, pese a su edad, no se tambaleó a medida que los jalapatrás espinosos cubrían sus pantalones y las cigarras en los árboles emitían su peculiar estruendo. El hombre se movía con fluidez, pisando el montarascal con sus zapatillas de cuero duro. En poco tiempo, llegaron a una quebrada y el hombre sacó la estatua de madera de su traje, porque el maletín lo dejó en el Mercedes.
—¿Aquí encontraron a María Lionza?
—No—le costó seguirle el paso al don, porque llevaba un pantalón corto y unos zapatos de tela. Tenía las piernas cubiertas de pequeñas espinas, rasguños y picaduras. En sus oídos no dejaban de zumbar los mosquitos—… Fue muy extraño porque estábamos en el agua y escuché al hombre.
Fernando asintió con la cabeza, pensativo. El sombrero oscuro no dejaba ver la expresión de sus ojos. Jonathan lo condujo por el grueso matorral, recordando el lugar. Desde la última vez que estuvo allí, la vegetación había crecido en gran medida. Le costó la integridad de su zapato gastado, encontrar el sendero; caminó con cuidado, escuchando el chillido de los lagartijos.
—María Lionza es la figura central del llamado Espiritismo Marialioncero—explicó el hombre, mientras le seguía el paso, pegado a su espalda—. Culto, en el que se mezclan ritos, indígenas y africanos. Ha absorbido elementos místicos y teológicos de otras culturas.
»En América, representa un símil de la diosa Venus y Gea, diosa de la paz, el amor, la armonía; siempre relacionada con la magia del agua, el trueno, perfumes, bosques y montañas. También representa el misterio universal de la feminidad, el amor y otras representaciones de la naturaleza.
Llegaron al lugar del acontecimiento y no encontraron nada. Permanecía el hedor a descomposición y tabaco, impregnado en el aire maldito. Arrugó la nariz al regresar a ese lugar, de inmediato; se sintió mareado y famélico. Debía tener una fiebre muy mala. El anciano miró el lugar, pero donde antes estuvo el cuerpo del hombre, solo quedaba un nicho de tierra infértil.
—¿No te parece raro que aquí donde encontraron al hombre mutilado no haya crecido vegetación con las lluvias en Chivacoa?
Jonathan se inclinó con el ceño fruncido. Estaba formulando una explicación escéptica cuando un presentimiento espantoso le vino a la cabeza…
—¿Usted no es un sacerdote, verdad?
El hombre se irguió pasándose una mano envejecida por la boca.
—Soy demonólogo y exorcista—confesó el hombre—... Fui entrenado en Roma por un experto de alto nivel… y hace poco regresé al país a investigar la montaña del Sorte. Conozco el caso de tu hermana y muchos otros en el pueblo.
—Entonces, bien sabe, que a mi hermana no la mató un demonio—soltó rabioso.
El exorcista escogió bien sus palabras antes de replicar:
—He visto suficientes posesiones, para afirmar que los demonios son reales. Pero, no descarto la posibilidad de que Ana Marcano tenga un trastorno mental curable… y me aseguraré de que no maltrate su cuerpo durante el exorcismo; que la diócesis debe aprobar. Por ahora, no tengo suficientes pruebas de que un demonio tenga control sobre su cuerpo.
—¿Entonces me trajo aquí solo para sermonearme?
Fernando se inclinó un poco y su silueta cobró vida.
—¿Sabes que son los Carismas?
Jonathan se encogió de hombros, seguía bastante disgustado con el hombre por engañarlo.
—¿Qué voy a saber yo?
—Son los dones que nos brinda Dios para impartir su mensaje—Fernando se quitó el sombrero y se limpió el sudor de la calva prominente con un pañuelo. Mientras hablaba, miraba de hito en hito a los matorrales, buscando indicios—. Jesús tenía potestad para expulsar demonios y le confirió este don a sus discípulos. En la historia, han existido santos capaces de curar y predecir catástrofes. Cada persona tiene un carisma diferente. Un don…
Jonathan miró al cielo, el sol anaranjado se estaba ocultando entre los árboles de la espesura.
—¿Cuál es su don?
—Discernimiento—el hombre avanzó entre los matorrales con la vista en el suelo—. Hace mucho calor…
—¿Y cuál es mi carisma? —Preguntó con entusiasmo.
El hombre sonrió divertido.
—Debes tener fe… Suficiente para mover montañas y derribar murallas.
Lo siguió, penetrando en la vegetación. Iban en descenso por una pendiente y la quebrada se escuchaba cada vez más lejos. El suelo húmedo estaba resbaloso y los tentáculos de niebla se retorcían en las copas de los árboles centinelas. Dado el silencio, a Jonathan le picó la curiosidad, no quería involucrarse; pero de alguna forma ya era parte del problema…
—¿Qué sabe del culto de la montaña del Sorte?
Fernando se dio vuelta, el sudor corría por su barbilla y su cuello arrugado. Se lo veía bastante fatigado en aquella montaña. Contrario, Jonathan dejó de sentir el malestar; le costaba un poco respirar, pero era por el esfuerzo. La fatiga y la calentura habían sido reemplazados por congoja.
—¿Y ese entusiasmo repentino?
—No se confunda, don—dijo. Tropezó con una piedra muy dura y se tambaleó—… Quiero salvar a Ana de su enfermedad, así como ella me salvó a mí de mi tristeza.
—El amor que sana—sonrió el anciano y rejuveneció unos diez años—… Pues, es una creencia que se encuentra en gran parte de las Américas.
»El culto a María Lionza se extiende por buena parte de Venezuela, principalmente en la zona central del país—el anciano giró la cabeza como si escuchara un sonido desconocido—… Pero es en la montaña del Sorte, en Yaracuy, donde tiene su máxima expresión. Los creyentes de este culto van a la montaña, y arman sus portales y altares.
»Subiendo a un lado del río que baja de la montaña, se puede ver a los feligreses que se sumergen en los pozos y se bañan bajo las caídas de agua. Purificaciones y despojos para aquellos que hacen brujería. En los portales, la gente observa cuando un creyente es poseído por uno de los espíritus que son invocados para hacer alguna purificación. Estos espíritus hablan a través de quien es poseído y traen mensajes para los presentes.
—¿Espíritus? —Jonathan recogió un guijarro alargado de aspecto curioso—… He visto a personas extrañas en el pueblo, todos los años… en estas fechas—le quitó la tierra húmeda a la piedra, la sentía rugosa y era blanca como—… Un hueso… Esto es un hueso humano, es una quijada.
Fernando tomó la quijada con una mirada preocupada. A lo largo del trayecto siguieron encontrando huesos robados… mientras escuchaban como el ruido de fondo los llamaba cada vez más lejos… al corazón de la montaña contaminada.
—Son huesos usados para brujería, pero aún no es la fecha—Fernando recogió un fémur, una tibia y un pedazo de cráneo. Jonathan también portaba una audaz colección de arqueólogo—… ¿Cómo es el cementerio del pueblo?
—La última vez que fui a visitar a mi mamá y mi hermana, había tumbas saqueadas; las más antiguas ni siquiera tienen lápidas… Las de ellas, las cuido cada vez que puedo… no soportaría saber que sus restos son usados para actos crueles. Se roban el mármol y los ataúdes, también he visto a los enterradores reabrir las tumbas para meter otro muerto… ¿Por qué alguien haría eso?
—Los paleadores y santeros—apuntó el hombre mirando alrededor—… Existen muchas creencias religiosas… que tratan con asuntos metafísicos. En este pueblo, convergen las tradiciones africanas e indígenas en un caldero de conocimiento… La magia puede ser atractiva para las personas, pero para Dios, son solo tentaciones del diablo que imitan su poder. Demonios, que se disfrazan de santos para atraer almas. Es aborrecible, presenciar como los brujos siembran sus conjuros en este jardín de los lamentos… Los que terminan atormentados por los espíritus que invocan los peregrinos, son los pobladores que nada tienen que ver con la montaña.
—Ellos tienen fe en sus creencias... ¿Odias a los brujos?
—Odio la maldad.
El rumor del agua los tomó por sorpresa, cuando una pendiente inclinada los condujo hasta una pequeña quebrada rocosa, bordeada por sedimentos de caolín. El cauce crecido había derribado varios árboles, los troncos podridos se apilaban en un pequeño dique, obstruyendo el flujo de hojas y desperdicios en un cúmulo de colores marchitos. Un olor putrefacto lo desconcertó, para susto, descubrió un bulto blancuzco flotando en el montículo de desperdicios del arroyo.
Jonathan por poco resbaló en el agua al inclinarse, el hombre se metió hasta la cintura en el arroyo negro y volteó el cuerpo de un niño degollado. Fernando soltó un avemaría y arrastró al niño fuera del agua. El joven contempló aquel espectáculo sínico, sin parpadear…
—No puede ser—Jonathan arrugó la nariz y el olor delirante lo mareó, las náuseas lo dominaron…
El rostro lechoso e hinchado del niño mostraba signos de golpes y cortes. De la garganta rajada y cosida, salían gusanos amarillos. Fernando hizo algo impensable, tiró del gastado hilo negro y deshizo la costura en un parpadeo. El recuerdo de los sapos de boca cocida, que encontró su hermana hace nueve años; lo golpeó de forma dolorosa... Lo había olvidado… El hedor que brotó de aquella herida incurable le enrojeció los ojos a Jonathan y no pudo contener las horcadas. Se dobló por la cintura y vomitó un agua verde con gusanos negros nadando…
Fernando tenía la mano izquierda cubierta de gusanos y un…
—Un hueso humano… en la garganta de un niño muerto—siguió hurgando en la garganta degollada y tocó algo—... ¿Pero qué mier…?