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Capítulo Cuatro

Ella abrió más las piernas y se relajó para permitir que él colocara la punta de su chicote que ya apuntaba hacia la empapada pucha.

La centró y empujó con ternura, metiendo poco a poco la cabezota, cuando sintió el calor que de ahí emanaba de esa manera tan deliciosa, empujó por completo y le ensarto la mitad de su garrote, la rubia gimió con todo su placer y soporto la otra embestida ya que la estaba deseando con toda su alma y nada la iba a impedir.

Cuando él dio el empujón final, sus testículos chocaron contra la suave piel de las carnosas nalgas, la mujer tenso el cuerpo y absorbió toda la ración de macana que él le entregaba con plenitud y firmeza, sin andarse con contemplaciones, ya que también anhelaba llegar al final de aquel rico palito al aire libre.

La reata del macho desapareció entre los empapados labios mayores, deslizándose hasta el fondo de la empapada vagina, ella abrió más las piernas relajando los muslos, sintiendo como el hinchado garrote rozaba los labios menores, el clítoris y chocando contra las paredes profundas del sabroso aparato genital.

Emma, se mordió un labio y abrazó por la cintura a su hombre, que con ritmo movía la cintura y las caderas metiendo y sacando poco a poco toda su reata de la rajada.

Su respiración se hizo irregular, murmuraba dulces palabras al oído del hombre, tratando de excitarlo aún más, aunque al mismo tiempo sinceras, él se deleitaba entrando y saliendo de la estrecha papaya.

Entrelazo con sus piernas las del hombre y las tensó empujándolo hacia arriba, gritando de placer infinito, aullando con toda la sinceridad que podía notar en su cuerpo, sobre todo al sentir que la punta del chile se ensartaba contra su matriz.

—¡Aaahhh...! ¡Oooohhhh...! ¡que rico siento...! Así... así... muévete más cabrón... hazmeeeehhh aaaacabar... siento que ya me vieneeeeehhh.... ¡Ricoooohhh!.

El bombeó a toda prisa, sintió la humedad caliente que brotaba de las entrañas femeninas empapando su garrote y lubricándolo, así que lo metió con mayor fuerza hasta el fondo mismo, estirando las piernas al tiempo que bajaba sus manos hasta las duras nalgas, las cuales apretó y subió con desesperación, mientras ella seguía con sus piernas enredadas en las de él, gemía y se agitaba con ansiedad sobre el inmenso garrote que prolongaba su agonía, ya que mientras estaba experimentando un bello orgasmo placentero y prolongado, él seguía limando con la respiración entre cortada y apretándola contra su cuerpo con toda fuerza.

—Muévete... exprímeme... saca toda mi leche para ti —urgió él.

Comenzó a mover las nalgas en círculos concéntricos y apretó más las piernas impidiendo todo movimiento del macho, este sintió como su chile crecía unos centímetros más dentro de la estrecha rajada y soltaba de pronto un chorro de líquido caliente que inundo la estrecha rajada.

Después de aquellas venidas tan estupendas, se quedaron tendidos en el piso, sus cuerpos separados, aunque muy juntos, ella aún con las piernas abiertas, sintiendo la delicada caricia del aire sobre sus empapados labios mayores.

Ninguno de los dos hablaba, estaban concentrados en sus pensamientos viendo hacia el techo, contemplando sus pensamientos y la tranquilidad que de ellos emanaba.

Emma, recordaba la primera vez que se le entregara a aquel hombre, justo a la segunda semana de haber ingresado a trabajar bajo su mando. Ernesto, la pretendió desde el primer día y aunque ella era virgen, sentía que el deseo que ese hombre le despertaba era incontenible y la encendía por completo.

Con sólo acercársele la excitaba y hacía que ella lo deseara como no había deseado a nadie en su vida, y eso le agradaba, así que al tercer día de trabajar con él aceptó ir a cenar a donde él la había invitado esa noche.

Se vieron unos días más y al final, él la convenció de que se fueran a la cama para aventarse un rico palito. Ella le había ocultado su pureza vaginal ya que no deseaba que su jefe se fuera a sentir envuelto en una trampa femenina.

Fueron a un hotel exclusivo y se instalaron en un cuarto, mientras se besaban, Ernesto, la deposito en la cama con toda ternura y se dejó ir sobre de ella como un niño travieso, juguetearon haciéndose cosquillas y mordisqueándose en el cuello, mejillas, hombros y brazos, todo aquello bastó para que ella se tranquilizara un poco de los nervios que llevaba desde que estuvieran en camino al hotel.

De pronto, sus bocas se unieron en un dulce beso que encerraba toda la pasión y el deseo que ellos sentían en ese momento de plena intimidad.

Ernesto comenzó a desnudarla y Emma, no queriendo permanecer pasiva, hizo lo mismo con la ropa de su jefe que pronto sería su amante.

Los dos sabían que ese tipo de relaciones en la oficina estaban prohibidas, aunque no les importaba, lo único que deseaban era gozar.

Pronto los dos se encontraban encuerados por completo. Ernesto, ad-miro aquel precioso cuerpo por unos segundos, dejando que sus ojos se llenaran de pasión y lujuria al recorrer cada palmo de su piel.

Su secretaria era una hembra muy hermosa, su cuerpo rayaba en la perfección, grandes pechos, redondos y firmes, con unos pezones duros y bien dibujados, ideales para chuparlos y morderlos por mucho tiempo.

Cintura estrecha, nalgas grandes, anchas y carnosas, aunque sobre todo, esas piernas tan bien torneadas que parecían haber sido hechas a mano por un artesano experto, que trabajo con cuidado y esmero tratando de crear su mejor obra de arte.

De solo verla ahí, tendida sobre el lecho, esperando lo que él deseara hacerle, dispuesta a complacerlo en plenitud, sintió que su chile se levantaba con fuerza y pasión, proyectando una erección tan notable que Emma, se estremeció de gusto y placer de verlo así por su causa, eso la halagaba como mujer y la hacia sentirse más hermosa y sensual de lo que por naturaleza era, y le agradaba la forma en que él la veía con la lujuria dibujada en el rostro.

Ernesto, se puso de rodillas en la cama, abriéndole las piernas con suavidad y firmeza, para poder colocarse entre ellas, con lujuria vio aquella panocha que se abría humedecida ante sus ojos y no pudo contenerse más, mientras le acariciaba los muslos, se lanzó sobre de ella con la boca abierta, dispuesto a rendirle el tributo merecido.

Con la punta de la lengua recorrió todo el pubis, tocando los labios mayores y menores de la papaya, atacando el clítoris y disfrutando del aroma y el sabor que emanaba de aquella fruta madura y deliciosa que tanto placer le estaba provocando.

Julia, gemía y se movía con toda la fuerza que sus sentidos le indicaban, no quiso permanecer inmóvil, así que reptando sobre la cama se fue colocando entre las piernas de su macho y con la mano sujetó el tolete para devolverle la caricia, los dos se mamaban y chupaban llenos de pasión y placer compartido.

La boca de ella succionaba la reata tratando de ordeñarla hasta la última gota de leche, mientras que con su mano sobaba los duros huevos, dándole un placer adicional y grato, su boca se llenaba de chile y lo sentía deslizarse hasta el fondo de su garganta.

Mientras tanto, la lengua de él recorría todos los contornos de aquella enrojecida y deliciosa pucha, gozando de su sabor, de su forma, de lo carnoso de sus labios mayores, luego metía su apéndice bucal lo más que podía dentro de aquella cueva empapada que se contraía en movimientos involuntarios.

Los dos movían sus caderas para seguir el ritmo que las bocas les imponían, haciendo que aquel estupendo a resultará inolvidable, no había cansancio ni queja del trabajo que cada uno representaba, los dos se aplicaban en sus caricias y en sus movimientos de lengua y labios, atacando de manera alterna y disfrutando de lo que hacían.

Ernesto se levantó de pronto y la recostó sobre el lecho con ternura y casi de inmediato se montó sobre de ella, abriendo las hermosas piernas para colocarse entre ellas, con su mano guío el endurecido tolete hacia la entrada de la virginal vagina que ya se encontraba húmeda por la pasión y el deseo que Julia, sentía en todo su cuerpo y que no podía controlar como ella hubiera querido hacerlo desde un principio.

La mujer abrazó con amor el cuerpo de su amante, quién la rodeo con sus brazos por debajo de la espalda de ella, se apretaron y en ese momento, el macho empujo su cadera un poco y la cabeza de su garrote se clavó, el himen cedió, desgarrándose.

El chile siguió su camino victorioso, dispuesto a conseguir la máxima presea que podían darle, bañarlo con un orgasmo.

Julia, gimió, reprimiendo el grito de placer y dolor que pugnaba por salir de su garganta ante el rompimiento de su virginidad, ahora ya era toda una mujer, incluso él se sintió sorprendido al darse cuenta de que ella se le había entregado por primera vez, aunque al mismo tiempo lo llenó de satisfacción y felicidad saber que ella le había otorgado ese privilegio, de ser el primer hombre en su vida.

Ernesto metió completamente su garrote dentro de aquel estrecho estuche, con delicadeza y ternura, ahora sabía que debía darle un mejor trato para evitarle el dolor hasta donde fuera posible, de otra manera todo se vendría abajo ya que el dolor podía detener su lujuria, haciendo que estuviera a la defensiva para no sufrir más.

Con mayor seguridad, al sentirse plenamente en su interior comenzó a moverse con suavidad, de una forma rotatoria, para acostumbrar a su amante a la presencia de su chile en su interior y que le fuera tomando gusto y placer para que lo gozara.

La mujer intento seguir el ritmo que él le imponía y movió sus nalgas con verdadero placer, Ernesto, inicio el metí saque placentero. Ella ya no se pudo contener y gritó gozosa, sus uñas se clavaron en la espalda de su hombre, formando unos surcos descendentes, mientras que su cuerpo se estremecía de placer sublime al momento en que llegaba al primer orgasmo de su vida.

Él tampoco pudo contenerse al momento en que sintió los músculos de la vagina apretarse contra su miembro, se cimbro por completo y se vació en la empapada vagina, llenándola con su crema, abundante y espesa. En el apoteosis de la pasión, sus cuerpos se estrecharon comunicándose aquella grata y placentera vibración, que por primera vez en sus vidas compartían de una manera plena y total, dando lo mejor de sus emociones.

Se separaron y ella vio extasiada que la mazacuata de él continuaba para-da en toda su capacidad, la sujeto entre sus manos y la acaricio con amor, su amante le pidió que se volviera de espaldas y coloco una almohada bajo el vientre de ella, esto hacía que las carnosas y deliciosas nalgas de ella quedaran completamente expuestas, luciendo más cogibles de lo normal¬ que eran en otra postura.

Con todo cuidado, coloco su estaca a la entrada de la vagina y de un firme y fuerte empujón la penetró por completo, la longaniza recorrió el ano y la rajada de las nalgas hasta que la cabeza, chocó contra el cuello del útero, en el momento mismo que sus huevos besaban los labios mayores de la pucha que lo recibía con placer.

Mientras se movía, su mano rodeó por las piernas de ella y se clavó en la rajada, acariciando el clítoris, lo masajeaba suavemente, llevando el mismo ritmo que su cadera al estar limando en la papaya entrando y saliendo de la vagina con firmeza y determinación, gozando con cada movimiento, sintiendo el placer supremo de la lujuria.

Todo aquello sólo tenía una consecuencia y esta se presentó con un nuevo estremecimiento de ella, el orgasmo nuevamente los sacudió a los dos intensamente, haciéndolos gozar como enajenados.

A partir de ese día, Emma, vivió en un mundo lleno de amor, ternura y comprensión, Ernesto, se esmeraba por tenerla feliz y satisfecha, así que no había nada que ella deseara que no le fuera concedido de inmediato, tal parecía que su paraíso no terminaría nunca.

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