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Capítulo 4: Tierra firme

–Como era de esperarse, la visita a esta ciudad es para comprar alcohol y mujeres– comentó uno de mis ayudantes– supongo que el capitán también disfrutará de esos placeres.

–Bueno, es algo lógico, de todas formas, es el capitán y las mujeres suelen enamorarse rápidamente de su atractivo–comentó el otro ayudante.

Alcohol y mujeres, sin duda favorecen mi plan, puesto que se emborracharán y no notarán que me he ido, aunque supongo que necesitaré dinero ¿Dónde lo ocultarán?

–Joshua– me nombró el capitán, sacándome de mis pensamientos.

No había notado que se había acercado, mis ojos anteriormente sólo miraban la ciudad, algo que él obviamente notó.

–¿Pensando en huir? –me preguntó, dibujando una sonrisa en sus labios.

–No…–respondí desviando la mirada de sus ojos con tal de apreciar nuevamente la ciudad– sólo pensaba en que hace tiempo no pisaba tierra firme– comenté.

–Capitán, los botes están listos– interrumpió el castaño–como ordenó diez hombres se quedarán cuidando el barco y mañana otros diez regresarán, para que los muchachos también puedan divertirse.

–Muy bien– habló el capitán viéndome en todo momento– irás con nosotros– anunció, pillándome desprevenido.

–Pero capitán, puede intentar huir– le aseguraba el castaño.

–Sí, puede intentarlo– confirmó el capitán, viéndome con una sonrisa– pero yo estaré cuidándolo, así que es improbable que lo consiga.

Eso no ayudaba a mi plan, pero supongo que ahora mismo es lo mejor que tengo, por lo mismo, no dudé en seguir al capitán cuando me anunció que nos subiríamos a un bote.

No cabe duda de que estaba muy nervioso, en el bote se me revolvía el estómago haciéndome sentir un poco mareado. No era por el oleaje del mar, sino que esta vez era por lo nervioso que estaba.

No tomó mucho llegar a tierra firme, así que una vez que lo hicimos el capitán se aseguró de pagar un sitio de hospedaje para todos sus hombres, incluso les dio dinero para alcohol y mujeres, algo que a los minutos los hizo desaparecer de nuestra vista, dejándonos a solas.

La ciudad no lucía como un sitio desagradable, mi curiosidad por recorrerla me jugaba en contra, aunque me mantenía cerca del capitán, quería hacerle creer que no tenía intenciones de huir, por lo mismo, me mostraba bastante sumiso a su lado.

Él estaba visitando el mercado, varias veces me hacía creer que no me estaba observando como una forma de tentarme a huir, algo que noté luego de haberlo hecho unas cuatro veces antes.

Me estaba probando, por ello, me aseguré de hacerle creer que podía confirmar en mí, algo que al mismo tiempo me hacía sentir culpable.

En la tarde, me llevó a las afueras de la ciudad, él compró un poco de comida y me dirigió por un bosque hasta que llegamos a un río gigante en donde olvidé mis pensamientos por culpa de la belleza del lugar, además como compró comida, podía disfrutar del sitio mientras me mantenía recostado en el pasto con el estómago lleno.

–¿Suele visitar esta ciudad seguido? –pregunté, como un modo de tomar un poco de información para el futuro.

–Sí, siempre y cuando pase por nuestro recorrido– me respondió.

–¿Hacia dónde van? –continué preguntando.

–A casa– respondió mirando en dirección al cielo mientras una sonrisa se curvaba en sus labios, haciéndome sentir curioso.

–Creí que los piratas no tenían un hogar, más bien pensé que las aguas saladas eran su hogar– comenté haciéndolo reír.

–¿Pirata? –preguntó acomodándose de lado en el pasto, queriendo acomodarse para verme– no soy un pirata, aunque de cierto modo nos parecemos, incluso en ocasiones copiamos sus estandartes, pero no amamos las aguas saladas del inmenso océano como ellos, nosotros simplemente nos dedicamos a conseguir ciertos recursos para nuestra gente.

–¿Qué clase de gente? –pregunté, aún más curioso.

–Gente trabajadora, su fuente principal es la agricultura, las mujeres sin duda son las mejores tejedoras del mundo, crean atuendos increíbles y además son muy bellas– hizo una pausa tras soltar una risita– no son sumisas, a diferencia del resto de mujeres que conocemos en nuestros viajes, ellas son como una rosa.

–¿Una rosa? –pregunté extrañado.

–Son bellas y pueden parecer delicadas, pero tienen espinas que pueden lastimar a cualquiera, tanto física como mentalmente– me respondió.

–Entonces en el futuro se casará con una de ellas, pero prueba a mujeres de diversas nacionalidades en sus viajes– comenté haciéndolo reír.

–No estoy interesado en casarme– me aseguró– al menos no por ahora– añadió acercando su mano hasta mi mejilla la cual acarició con gentileza– ¿qué hay de ti? ¿Cómo era el sitio donde vivías?

–La gente de mi pueblo es trabajadora, aunque las mujeres son delicadas, no son las mejores tejedoras, pero algunas son amables –respondí desviando la mirada, recordando que también existen personas malas–los hombres, por otro lado, son más agresivos y diplomáticos, además son capaces de hacerte sentir una basura–susurré.

–¿Por tu “enfermedad”? –preguntó tratando de buscar mi mirada.

–Sí, pero está bien, algún día me curaré, supongo– respondí.

–En mi hogar no ocurre eso– me aseguró llamando mi atención– hay guerreros, trabajadores, tejedores, cazadores, etc. Todos son diferentes, pero al mismo tiempo, somos iguales y de la misma forma en la que es aceptado amar a una mujer, es aceptado amar a un hombre– me aseguraba, algo que me resultaba imposible– deberías conocerlos, son sin duda muy amables y es muy probable que te hagan sentir como en casa.

–Suena lindo…–murmuré.

¿Gente amable que no me consideraría un enfermo? Suena extraño, pero sin duda me causa curiosidad conocer más de esa cultura, algo que al mismo tiempo me hace perder las ganas de huir.

Quisiera conocerlos, me gustaría ser aceptado aun cuando somos diferentes, aunque me causa miedo pensar en ser rechazado, eso significaría que tendría que volver a buscar mi camino para ser curado, sin embargo, ¿qué tal si el capitán tiene razón? ¿Qué tal si no es una enfermedad lo que siento?

Pensar en ello me causa temor, me cuesta creer que no lo sea, aunque puede existir la opción de que en realidad sólo necesite conocer a gente como la del hogar aquel que menciona el capitán.

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