

Capitulo 4: El escape perfumado
En la quietud de la noche, el ronquido profundo de Marcos resonaba desde su habitación, una melodía familiar que anunciaba el inicio del reinado de Morfeo en el hogar. Verónica, con el corazón latiendo al compás de un tambor enardecido, se deslizó sigilosamente hacia una sala pequeña donde la luz titilante del televisor se filtraba bajo la puerta, proyectando sombras danzantes en el pasillo.
La joven sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, anticipando la conversación que estaba a punto de tener, una conversación que definiría su libertad aquella noche.
—Mamá, ¿Te quedaste dormida? —susurró, girando el pomo con cautela, como si temiera despertar a los fantasmas de la casa y perturbar la paz reinante.
María, quien había sucumbido al sueño mientras veía su telenovela favorita, abrió los ojos de golpe al escuchar la voz de su hija, mirándola con una mezcla de preocupación maternal y complicidad silenciosa, un brillo de entendimiento en sus ojos cansados.
—Adelante, hija —respondió, con la voz apenas audible, como si temiera que las paredes tuvieran oídos y pudieran revelar su secreto—. Tu padre ya está profundamente dormido, así que debemos ser extremadamente cautelosas, cada movimiento debe ser silencioso.
Verónica se sentó junto a su madre, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y súplica, buscando apoyo en la mirada comprensiva de su madre.
—Mamá, necesito ir a la fiesta, por favor, no me lo impidas —suplicó, tomando las manos de su madre entre las suyas, como si buscara un ancla en medio de la tormenta de emociones que la embargaba—. Prometo regresar temprano, mucho antes de que papá despierte, te lo juro por lo más sagrado.
María suspiró, consciente de la determinación inquebrantable de su hija. Sabía que Verónica no se rendiría fácilmente, y en el fondo, una parte de ella admiraba su espíritu indomable, aunque le preocupaba las consecuencias que su padre podría tomar.
—Está bien, Verónica —cedió, con una sonrisa resignada, pero con un toque de advertencia en su voz—. Pero me lo juras, ¿eh? Regresarás antes de que tu padre se dé cuenta, no quiero problemas.
—¡Lo juro por mi vida! —exclamó Verónica, abrazando a su madre con fuerza, como si quisiera fundirse con ella en un solo ser—. ¡Gracias, mamá! ¡Eres la mejor madre del mundo, te lo agradezco infinitamente!
María le devolvió el abrazo, sintiendo una punzada de culpa y orgullo al mismo tiempo, una mezcla de sentimientos encontrados que la atormentaba.
—Ahora, debemos planear tu salida con mucho cuidado, nadie puede sospechar nada —dijo, con un guiño cómplice—. Después de que lleve a tus hermanos a su habitación y me asegure de que estén dormidos, te ayudaré a salir por la puerta trasera de la cocina. Será nuestro pequeño secreto, algo que solo nosotras sabremos.
La habitación de Verónica se transformó en un torbellino de actividad febril. El vestido que Sofía le había prestado, una creación de encaje negro que apenas cubría sus muslos, yacía sobre la cama, esperando su momento de gloria. Con cada movimiento, el aroma del perfume que se había aplicado con entusiasmo llenaba el aire, un rastro dulce y embriagador que pronto se expandió por toda la casa, como un velo invisible de seducción, anunciando su partida.
En la planta baja, Carlos y Miguel, fruncieron el ceño, intrigados por el perfume que inundaba el aire, como si una flor exótica hubiera florecido en medio del caos doméstico, un aroma que no encajaba con la rutina habitual de la casa.
—Mamá, ¿qué es ese olor? —preguntó Carlos, olfateando el aire como un sabueso, tratando de identificar la fuente del aroma.
—Parece que Verónica se bañó en perfume —agregó Miguel, con una mueca de disgusto, expresando su desaprobación por el aroma intenso.
María, al notar la tensión que comenzaba a formarse, intervino rápidamente, tratando de desviar la atención de sus hijos y evitar sospechas.
—No es nada, solo que a su hermana se le cayó el frasco de perfume accidentalmente —explicó, tratando de sonar convincente, aunque con un ligero temblor en la voz—. Ya saben cómo es Verónica, un poco torpe, siempre con sus descuidos.
Mientras tanto, en su habitación, Verónica se miraba al espejo, admirando el efecto del vestido. Era muy corto, y realzaba sus curvas de una manera que la hacía sentir poderosa y vulnerable a la vez. El maquillaje, siguiendo los consejos de Sofía, era un juego de sombras oscuras y labios intensos, un look gótico que contrastaba con su habitual imagen de chica buena, transformándola en una mujer misteriosa. Las sandalias de tacón alto y puntiagudo le daban unos centímetros extra de altura, pero también un andar tambaleante que requeriría práctica, un desafío para su equilibrio.
—Perfecto —murmuró, con una sonrisa nerviosa, sintiendo la adrenalina correr por sus venas—. Ahora solo falta que llegue la llamada, la señal para mi libertad.
El sonido de su teléfono vibrando la sacó de su ensimismamiento. Era Sofía, anunciando el inicio de la aventura.
—Ya estamos afuera —anunció su amiga, con voz emocionada, transmitiendo la energía de la noche—. Te esperamos en la esquina, no tardes.
María se dirigió a la habitación de Verónica, donde encontrará a su hija vestida y maquillada como una estrella de rock, lista para conquistar la noche.
—¡Vero, voy a entrar! —anunció, antes de abrir la puerta, preparándose para la imagen que la esperaba.
Los ojos de María se abrieron como un par de ventanas al aire, claros y sin vista, al ver a su hija transformada, fué una imagen que la dejó sin palabras.
—¿Y ese es el vestido? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y preocupación, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¡Mamá, sé que te parece atrevido, pero esa es la moda, y no voy a ir diferente, no quiero ser ridícula! —respondió Verónica, con una mezcla de desafío y súplica, buscando la aprobación de su madre.
—¡Ay, Verónica, ahora sí que no podré estar tranquila hasta que llegues, hija! ¡Si tu padre te ve, te mata! —exclamó María, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, imaginando las consecuencias.
Pero, tal como lo planearon, salieron por la puerta de la cocina, y Verónica se despidió de su madre con un beso rápido, escapando hacia la noche, sintiendo las miradas curiosas de los vecinos clavadas en su espalda mientras caminaba hacia la esquina acordada, convirtiéndose en el centro de atención.
—¿Esa no es Verónica? —murmuró una voz entre las sombras, rompiendo el silencio de la noche.
Verónica aceleró el paso, tratando de ignorar los comentarios y las miradas, enfocada en su destino. De repente, un automóvil de lujo se detuvo a su lado, y el conductor le preguntó con una sonrisa lasciva, ofreciéndole una tentación peligrosa.
—¿Cuánto cobras por una noche con todo?
Verónica bufó, pero levantó la vista hacia la bulla que venía del automóvil que la esperaba, su verdadero destino. Ignoró al conductor y le hizo señas al destartalado vehículo de sus amigos, que iba repleto como sardinas en lata, su boleto hacia la libertad.
El pretendiente conductor, al ver que Verónica lo ignoraba, arrancó molesto, haciendo chirriar los neumáticos, expresando su frustración. Ella siguió adelante y caminó con paso inseguro hasta el coche, un modelo antiguo y destartalado, lleno de jóvenes bulliciosos, y Verónica tuvo que acomodarse en el regazo de Humberto, el Caimán, uno de los mejores amigos de Keto, un chico de muy mala fama. Pero eso a ella no le importaba con tal de llegar a la famosa fiesta, su objetivo principal. El vestido corto se subió aún más, dejando sus piernas expuestas, y sus senos quedaron peligrosamente cerca del rostro de Humberto. El chico no dejaba de lanzarle miradas lascivas, de lamerse los labios y susurrarle comentarios obscenos al oído, lo que provocaba una mezcla de nerviosismo y excitación en Verónica, una combinación de sensaciones nuevas.
—Ay por favor, ya deja el fastidio —le dijo, tratando de mantener la compostura, aunque su corazón latía con fuerza. Pero en el fondo, sabía que esa noche sería diferente, una noche de libertad y descubrimiento, donde el perfume de la rebeldía se mezclaría con el aroma de la aventura, una noche inolvidable.

