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Capitulo 5: La noche mas oscura

Keto, Caimán y Cható eran los peores del grupo. Verónica sabía de Keto,

a través de Sofía, que por cierto tiene rato desaparecida, no la ve por ningún lado.

Luego apareció entre los árboles toda despeinada y caminando extraño, y llegó al lugar donde se les antojo a todos ir, por la humedad y la frescura del lugar.

Verónica está en la entrada de la gran sala de la terraza, cerca de la pista y trata de conversar con todos pero no pierde a Luis Mario de vista.

Luis Mario fue a esa fiesta por Verónica.

Pero hay algo que no le cuadra desde que la vió.

De todas, las más provocativa en la forma de vestir era ella.

Luis Mario le hace ese comentario a Gonzalo.

Y el también le comenta…

—Acuérdate que Verónica se deja llevar mucho por lo que dice Sofía.

Pero sin duda es la más hermosa, y la más exhuberante de la fiesta.

—Si amigo —le respondió a Gonzalo.

—¿Porque no la sacas a bailar?

Keto sabía que Luis Mario moría por Verónica.

Luis Mario se arma de valor, y está pensando llegar al grupo cerca donde se encuentra el grupo de Verónica.

Gonzalo llegó hasta el encargado de sonido y le pidió que pusiera una canción romántica.

Verónica no veía la hora de ver la mano de Luis Mario llevarla hacia la pista.

Todo lucía como lo habían planeado, el globo de discoteque y fantasía de luces. Empezó a sonar “Feelings”

En ese justo instante Keto se levantó al ver las intenciones de Luis Mario.

Luis Mario pensaba que no podía ser mejor.

Ese instante era mágico, quería estar más cerca de ella, su perfume lo tenía suspirando y soñaba con tocar su piel sedosa con la punta de sus dedos.

Cuando Luis Mario se acerca a Verónica, Keto se interpone.

—¡Creo que llegue primero, ¿no piensas despreciarme o si?!...

Verónica levanta las pesadas pestañas y lo mira fijo, ceñuda.

—¡Mejor baila con Sofía!

Luis Mario con una sonrisa sardónica que denotaba victoria, tomó a la chica para llevarla a bailar.

El brazo de ella subió hasta su hombro y su

cuello lucía terso, blanco, el sentía que lo llamaba y no se contuvo, la acercó, apretándola aún mas. Verónica sintió un vértigo. Bailaron percibiendo mil sensaciones mirándose el uno al otro. Comentarios iban y venían.

Cuando terminaron de bailar llegó el Cható llamando a todos para jugar la botellita en el jardín.

Gonzalo le dice a Luis Mario... —Acaba de llegar más gente, y vamos a jugar la botellita en el jardín.

El Keto y su grupo hicieron una fogata y tenían preparada la bebida en botellas frías y guardadas en cavas de excursión.

Empezaron aplaudir, hacer bulla, cuando pusieron una botella de pico largo a girar sobre el césped.

El que le toque la punta tendrá que cumplir lo que le pida, el que le tocó la parte baja de la botella.

Empezaron los gritos...

—¡Dale, dale!

La botellita gira y señala a Gonzalo y la parte ancha le toca a Keto.

—¡Tienes que besar a una chica en los muslos!

—¿Que?

Ellas estaban a la expectativa, parece que todas querían sentir los besos de Gonzalo.

—¿No se si Dana lo permite?

—¡Claro que lo permito!

Empezó el derrape. Verónica estaba como absorta y pendiente, sabía que era un momento de peligro, no podía descuidarse.

Luis Mario compartía pero no le pareció cómodo, sobre todo por la presencia de Keto y sus compinches.

De repente la botellita apuntó a Verónica.

Le tocó Caimán.

—¡Quiero que Verónica baile perreando!

—¡Claro que no, dice Luis Mario, ella no va a bailar nada!

Sofía se acerca un par de vasos y le da uno a cada uno.

Después que sirvió la bebida, le dijo al grupo...

—¡Bueno si no baila Vero, bailó yo!

La bebida que parecía de un refresco inocente, empezó hacer efecto en todos.

Y comenzaron a bailar perreando todos a la vez.

Luis Mario no pudo contenerse ni Gonzalo. Empezaron a bailar y Verónica siguió a Luis Mario. Los sentidos se perdieron. Luis Mario miraba a Verónica como un lobo afilando su artillería.

Verónica reía como desenfrenada. Y cuando sintió la mirada de Luis Mario titilando y con serías intenciones de algo más empezó a correr.

Luis Mario se fue tras ella.

La música se oía cada vez más lejos.

Verónica corría, Luis Mario corría detrás y daban una vuelta y se regresaba a la fogata. El la alcanzaba y se reían. Todos notaron su juego.

La música electrónica vibraba en el aire, mezclándose con el crujir de las hojas bajo los pies descalzos de Verónica. Luis Mario la seguía hacia la fogata, donde el grupo se congregaba alrededor de la botella que giraba como una aguja hipnótica. —¿No te parece que esto se está saliendo de control? —le susurró al oído, aprovechando que Keto intentaba hacer girar la botella con un movimiento brusco.

Luis Mario la miró con una sonrisa torcida, sus ojos brillando en medio de la luz de la fogata.

—¿Me estas desafiando? Esto es una fiesta, Vero. Relájate… —Su dedo rozó su muñeca, y ella contuvo un estremecimiento.

La botella se detuvo.

—¡Verónica y Caimán! —gritó alguien.

Caimán se levantó con una sonrisa que mostraba demasiados dientes. Verónica sintió que el suelo cedía bajo sus pies. Sofía, desde el otro lado de la fogata, le lanzó una mirada que pretendía ser de complicidad, pero en sus ojos había algo más: culpa.

—El reto es… ¡un beso en el cuello! —anunció Keto, y el grupo estalló en vítores.

Verónica buscó a Luis Mario con la mirada, pero él ya estaba bebiendo de una botella plateada que Chato le ofrecía.

¿Cuánto había tomado?

—No voy a hacerlo —dijo Verónica, levantando la voz lo suficiente para que todos la oyeran.

El silencio fue incómodo. Caimán se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, pero Keto no estaba dispuesto a ceder:

—Las reglas son las reglas. O besas… o bebes tres tragos seguidos.

Ella miró los vasos que Sofía sostenía. El líquido ámbar brillaba bajo la luz de la fogata.

¿Qué sería peor? ¿Desafiar al grupo o perder la lucidez?

Tragó saliva y extendió la mano.

—Verónica, no —la interrumpió Luis Mario de pronto, medio sobrio por primera vez en horas. Su voz sonó áspera, casi protectora—. Yo tomo por ella.

Bebió los tres tragos sin pestañear, mientras el grupo coreaba su nombre. Verónica lo observó, confundida.

¿Era caballerosidad o posesividad?

Más tarde, mientras el grupo se dispersaba entre risas y canciones desafinadas.

De repente Luis Mario abre los ojos y no ve a Verónica. Empezaron a gritar…

—¡,,Está pérdida…está pérdida!

Luis Mario la encontró junto al río, lejos del ruido. El agua serpenteaba como un espejo negro bajo la luna.

—No deberías haber venido aquí sola —dijo, apoyándose en un árbol. Su respiración aún olía a alcohol, pero sus palabras eran claras.

—¿Y tú deberías dejar que otros decidan por mí —respondió ella, sin mirarlo—. No soy una tonta, Luis Mario.

Él se acercó, lento, como si midiera cada paso.

—Lo sé… Pero cuando te vi bailar, sentí que… —dudó, buscando palabras—. Que esto no era solo un juego.

Verónica alzó la cara hacia él. Su proximidad era eléctrica, peligrosa.

El perfume de él, una mezcla de madera y tabaco dulce, se mezclaba con el aroma húmedo de la noche.

—¿Y qué es para ti, entonces? —preguntó, desafiante.

En lugar de responder, Luis Mario le tomó la mano y la colocó sobre su pecho. Su corazón latía con fuerza, un tambor desbocado que delataba más de lo que sus palabras jamás harían.

—¿Lo sientes? Esto no lo controlo yo —murmuró.

Ella quiso apartarse, pero sus dedos se entrelazaron con los de él. La atracción era un río crecido arrastrándolos.

Luis Mario tenía a Verónica contra un árbol, sus labios a un centímetro de los de ella.

Gonzalo los buscaba hasta que los encontró…

—¡La botella los eligió de nuevo! —anunció Gonzalo, fingiendo no notar la intimidad del momento—. Pero esta vez decidieron que el reto es para los dos.

Verónica se apartó bruscamente, como despertando de un trance. Luis Mario maldijo entre dientes.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó ella, ajustando su vestido con manos temblorosas.

Gonzalo sonrió, pero su mirada era fría:

—Buscar algo perdido… en el bosque. Juntos.

El grupo llegó y los empujó hacia la espesura, linternas en mano. Las risas se apagaron tras ellos, dejando solo el crujir de las hojas.

Luis Mario intentó tomar su mano, pero Verónica se alejó.

—Esto fue una mala idea —murmuró, iluminando el camino con la luz temblorosa.

—Ella no respondió.

En la penumbra, sus ojos brillaban como los de un animal acorralado.

—Verónica… —su voz se quebró—. No quiero lastimarte pero tú...con ese vestido luces…no no te quiero lástimar…

Ella cerró los ojos. Cuando los abrió, había una decisión en ellos:

—Entonces no lo hagas.

La linterna cayó al suelo, proyectando sombras danzantes sobre sus rostros. Luis Mario se inclinó, pero esta vez, ella fue quien cerró la distancia.

El beso fue un incendio.

Sus labios se encontraron en un estallido violento, un choque húmedo y lleno de ansias, como si hubieran estado conteniendo el aliento por demasiado tiempo y solo pudieran respirar el uno en la boca del otro. Al principio, fué un roce frenético, con dientes que chocan y lenguas que se lanzan al encuentro sin un ritmo definido, cargados de pura urgencia. Verónica respira ansiosa y abre la boca con un gemido ahogado, y Luis Mario responde abordando más sus labios, disfrutándola con una mezcla de desesperación y dominio.

Las manos de él, que antes eran tímidas en su cintura, ahora se vuelven audaces. Sus dedos recorren los muslos de Verónica con hambre y locura, apretando la suave carne bajo su vestido de seda, subiendo con descaro hasta encontrar el calor entre sus piernas. El arquea la espalda, y Verónica así de salvaje clava las uñas en sus hombros, mientras su boca se abre aún más, permitiendo que él la devore.

Sus lenguas se entrelazan en un juego travieso, empapado de saliva y jadeos entrecortados. Luis Mario no pide permiso, sino avanza rojo y encendido de calor.

Un gruñido ronco se escapa de él cuando Verónica, en un arranque de audacia, le muerde el labio inferior y luego lo lame como si quisiera curarlo. En medio de tanto frenesí, sus cuerpos ya no quieren guardar secretos. Las manos de él exploran, presionan, exigen; los dedos se entierran en los lugares que la hacen temblar. Verónica lo atrae más cerca, como si quisiera fundirse en él, mientras el bosque entero se desvanece en un torbellino de calor, hay dientes y dedos que no conocen límites.

—¡No pares!—murmura ella contra su boca, y él no necesita que se lo repitan.

Luis Mario se desabrocha con rapidez y la embiste sintiendo como si una grieta crujiera en aquella entraña humedad, dolor que Verónica aguantó estoicamente apretada a Luis Mario y enlazando con fuerza sus piernas gruesas y firmes alrededor de la cintura de su captor se fue tornando en una divina sensación. No podía describir Luis Mario aquel placer que subió por todo su cuerpo mientras se mecía en el vientre virgen ofrecido con ansias, desaforado, el deleite de ver a Verónica empezar a sentir su cuerpo y jadear de placer era sencillamente, indescriptible.

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