Capítulo 2
- No eres malo. - El chico de la derecha le guiñó un ojo, con una sonrisa vertiginosa enmarcando su rostro. No está mal, pensé. Nada mal.
- De hecho, no soy de aquí. - Seguí el juego, mi vida no era un secreto de todos modos y nunca lo sería.
- ¿ Y de dónde eres? - Preguntó el chico del centro con más calma, mientras que el chico de mi izquierda permaneció en silencio, pero con la mirada pegada a mi figura.
- Desde lejos. - La información debería haberse ganado, quizás con un poco más de amabilidad.
- Bienvenido y, si necesitas algo, pídelo por mí. Soy Jennifer. - Volví a sonreír, mientras al mismo tiempo retrocedía unos pasos, regresando hacia las vías.
- Gracias Jennifer. - Finalmente habló el chico de la izquierda. Lo miré fijamente, algo en él me llevó de regreso al pasado, a lo que había pasado en mi vida antes de Andrew y ahora que había escuchado su voz también, mi mente estaba completamente desconectada de la realidad.
- De nada. - Sonreí fingiendo indiferencia y, dándoles la espalda, regresé por donde vine. Pensaría en el pasado esa noche, una vez que estuviera a salvo en mi destartalado apartamento.
Regresé con una sonrisa en los labios a Anita que permaneció sentada en un banco a una distancia prudente de los intrusos y del ferrocarril.
- ¿Vista? No me comieron. - Bromeé sentándome sonriendo junto a ella en el banco.
- En este momento. - Anita me dio una mirada sombría que nunca la había visto darle a nadie en todo ese tiempo. ¿Por qué yo?
- ¿ Qué quieres decir? - pregunté, sin entender su reacción completamente exagerada, al menos en mi opinión.
- Te devoraron con la mirada Jennifer y ni siquiera te diste cuenta. - Me lanzó una mirada de advertencia que yo ignoré de todo corazón. ¡Anita no iba a dejarme sermonear, no señor! Pero al mismo tiempo también estaría muy atento a los tres recién llegados. Mis instintos nunca se equivocaron.
Estaba acostado en una cama demasiado blanda para mi gusto, que ciertamente no era la mía. El olor de la habitación en la que me encontraba me hechizó, haciendo temblar mi alma y llenando mi cuerpo de escalofríos. Me impulsaba un deseo primordial, desconocido para mí, de abrir los ojos para ver lo que me rodeaba. Aunque mis ojos todavía estaban cerrados, podía sentir la presencia algo abrumadora de alguien más en la habitación que instantáneamente encendió mi cuerpo y mi mente. No estaba solo.
Abrí los ojos con dificultad y la oscuridad me envolvió, haciéndome sentir finalmente como en casa. Había pasado mucho tiempo, quizás demasiado, desde que cambié mi apariencia, pero ciertos hábitos duran mucho y son difíciles de olvidar incluso para un ser sobrenatural. Escuché un crujido y luego un suave gruñido no muy lejos de mí que me hizo soltar un suspiro de placer completamente inesperado. Sentí que mi estómago se contraía y mi ritmo cardíaco se aceleraba. Con una calma completamente antinatural, me senté y me puse un mechón de pelo detrás de la oreja. Me sentí extraño, muy, de hecho demasiado extraño.
- Muéstrate. - murmuré, mi voz era ronca, todavía espesa por el sueño. La mía fue una orden que no admitía respuestas, el tono de voz era seco y poco dispuesto a negociar. La luz se encendió, iluminando lo que lamentablemente era un dormitorio espacial. Probablemente era tan grande como todo mi apartamento.
- No acepto órdenes de nadie. - Levanté la vista hacia la figura presente en la habitación y que había tratado de ignorar hasta ese momento con todos mis sentidos, pero hacia la cual sabía que me sentía tremenda e irremediablemente atraída. Cabello castaño largo y rizado que llegaba justo por encima de dos grandes y anchos hombros, ojos negro azabache capaces de destrozarte con una sola mirada y labios rojos e hinchados, para ser besados durante horas y horas, rodeados de lo que sin duda parecía ser la barba de algún día. . Santos Dioses. Mi estómago se apretó de nuevo, haciéndome apretar las piernas. Ni siquiera me había centrado en la larga cicatriz que dividía esa cara cubierta por la mitad.
- Yo tampoco. - Respondí pareciendo impasible ante sus ojos, apartando la colcha con la que había estado cubierto hasta ese momento. Por dentro ya me estaba asfixiando, jadeando por aire. Ese aire que sabía que sólo él realmente podía darme. Esos ojos eran míos, esa boca era mía, él era mío. Todo mío. Lo sentí en mi sangre. Lo sentí en mi piel, lo vi con mis ojos. Él era mío. Ante ese pensamiento indecente me sonrojé como un chico de quince años en medio de las hormonas.
- ¿ Por qué estoy aquí? - Continué fingiendo no saber nada, mirando a mi alrededor con indiferencia. Sentí sus ojos quemarme en mi piel, haciéndome… excitada . ¡Maldita sea, Jennifer, contrólate porque sí! No pude hacerlo.
- Porque eres mio. - Tres palabras, una frase, mi frase, mi cura. Necesitaba un cambio de bragas inmediatamente.
- ¿ Donde estoy? - Fingir que no era real hubiera sido una tontería, además de una pérdida de tiempo inútil para ambos. Y algo me dijo que al hombre que tenía delante no le gustaba perder el tiempo. Instintivamente apreté mis muslos para tratar de calmarme. De nuevo.
- En mi territorio. - Mi gesto no pasó desapercibido para el hombre frente a mí quien, como recordado por ese movimiento, soltó otro gruñido, haciendo que mis entrañas se retorcieran aún más y aumentando mi deseo completamente sin sentido hacia él. Y todavía estaba vestido.
- ¿ Es decir? - Si ese era su territorio significaba que era de rango. Y yo simplemente lo miré directamente a los ojos, bien hecho Jennifer, muy bien hecho. Había dos opciones: podía ser un noble con propiedades o era el alfa de una manada. De todo corazón esperaba que la primera opción también fuera la realidad, porque si no lo era, podría despedirme de mi antigua vida para siempre.
- Estás en las tierras del norte. - Me quedé paralizado en el acto, regresando irrevocablemente a la realidad en la que me encontraba. Estaba a kilómetros y kilómetros de mi casa, de ese pequeño pueblo perdido en la nada donde había rehecho mi vida desde cero. Nunca habría podido escapar por mi cuenta ni sobrevivir sin ayuda. En aquellas tierras se helaba rápidamente y la gente moría aún más rápido.
- ¿ Y usted es? - Seguí mirándolo fijamente, sin dejar ver lo mucho que me había molestado saber dónde estaba en ese momento.
- Soy el muñeco alfa . - Sonrió, pero algo me dijo que esa no era una sonrisa amistosa, sino más bien una sonrisa burlona. Me estaba tomando el pelo. Él ya lo sabía todo. Él ya me entendió. Entonces... ¿Muñeca? ¿Pero dónde estamos?
-Jennifer . Mi nombre es Jennifer. - murmuré poniendo los ojos en blanco. Odiaba con todo mi corazón los apodos idiotas, sobre todo si era un hombre quien me los ponía. Alfa o no, tenía que respetar a su pareja.
- Filtiarn. - Ese nombre... Tenía que ser una broma. Mi corazón latía más rápido y mi respiración se volvió dificultosa e irregular. No podría ser él. No puede ser verdad.
- ¿ Estás bromeando? - Ladré, abandonando mi actitud para siempre, abriendo mucho los ojos y pasando una mano por mi rostro, mientras intentaba recuperar la posesión de mí mismo y de mis acciones. Me miró tan impasible como desde que lo vi por primera vez, parado frente a mí, pero a años luz de distancia, con una mirada que no era en absoluto la de alguien que estaba bromeando. Para nada. De hecho, no añadió nada a su ya más que elocuente expresión.
- Oh... - Me limité a decir encogiéndose de hombros después de que, no sé cómo, mi respiración había vuelto a la normalidad, al igual que los latidos de mi corazón. Podía olerla por todas partes, su olor que me hacía incapaz de pensar con claridad. Él fue quien me calmó con su poder, no había otra explicación lógica.
- Aprendes rápido. Nos llevaremos bien. - Bromeó, mirándome a la cara de forma extraña. Casi parecía preocupado, lo cual era altamente imposible.
- Pareces demasiado confiado. - No pudo evitar que yo le burlara un poco a cambio. Acababa de descubrir que era el compañero del señor lobo, el señor de todas las manadas de hombres, el único Alfa verdadero que ha existido desde los albores de los tiempos, sólo superado por nuestro mayor ancestro: Fenrir. ¡Y pensé que ya estaba muerto y enterrado durante siglos! Bonita molestia, pensé.
- Eso es porque lo soy. - Irritante . Sí, podría haberlo definido como irritante a primera vista con la mente despejada y no recalentado por su engorrosa y catalizadora presencia en esa mega sala galáctica. Se giró, dispuesto a marcharse sin decir una palabra más. Pero no lo estaba.
- ¿ Adónde vas? - Pregunté casi gritando, quizás con demasiado calor en mi tono de voz. En serio tenía que calmarme, parecía una niña de doce años en medio de una crisis hormonal frente a su histórico amor platónico. Quince años no, ¡a los quince ya te controlas más!