El reencuentro 1
—¡Joder!—lo tomé de la camisa cuando reconocí su rostro y le abracé con fuerza... por fin una cara amiga —Riley, me has asustado. ¡Que estoy embarazada, tío!—le reclamé viendo como sonreía y me miraba el vientre abriendo mi brazos, buscando una panza que aún no tenía.
Haberme enterado de que éramos primos fue una gran sorpresa para mí, pero saber que había sido la principal ayuda de mi hermano en aquel infernal tiempo en que estuvo secuestrado, le dió todo mi cariño de golpe.
Yo estaba muy lastimada por todo lo que había pasado con James y después del rumbo que había tomado mi vida, y de los nuevos integrantes de mi familia, además de la locura que vivía cotidianamente, saber que mi hermano había tenido un hombro como el de su propio primo para apoyarse, me llenaba de júbilo y gratitud hacia él. A pesar de que en ese momento no lo supiéramos, ninguno de nosotros.
—Tú, definitivamente estás mal de la cabeza —me reclamó rompiendo el nuevo abrazo que me había dado y en susurros continuó —¿cómo te vuelves a meter aquí Eiza?, no sabes ni la mitad de lo que vas a encontrar. Ya estoy yo para cuidar de la parte de la dimensión que nos toca nena, vuelve a irte ahora mismo... por favor.
—No puedo y lo sabes —le empujé para buscar la salida —sin mi presencia aquí y mi decisión nada puede iniciar y Riley —me detuve sintiendo como se me rompía la voz y me llegaban las primeras lágrimas a los ojos —le quiero...—pronuncié con miedo de mis propias palabras —necesito recuperar a mi marido y necesito acabar con este maldito sitio para poder seguir con nuestras vidas y eso —le hundí un dedo en el pecho a modo de confrontación —te incluye a tí también. No quiero que te aferres a un mundo podrido que algunos luchamos por destruir.
Él solamente conocía este tipo de cosas y podía entender, que se aferrara a su costumbre de delinquir para sobrevivir, pero, ahora tenía dinero, sucio o no, era su dinero, su padre se lo había heredado al igual que a mí, y no pensaba permitir que siguiera aferrado al crimen organizado para vivir. Ya no.
—También quiero dejarlo Eiza, pero no es tan fácil y... hay alguien que me interesa y está aquí metida.
—Mira tú por donde —le dije palmeando su pecho y avanzando hacia la salida del lugar en que me había metido entre dos paredes —ya somos dos, primito.
Era refrescante sonreír. Los días con las mellizas habían sido de trazar estrategias, recordar a Adam y sentirme culpable por no decirle a Amaia que tenía otro hijo, ídem a mi marido, que estaba obsesionado conmigo y que venía a destruirlo aquí. Una tobogán de sentimientos encontrados.
Ahora había reído saludablemente. Sin tapujos y sin razón. Una sonrisa limpia y fresca.
Como la vez anterior de mi visita a este maldito lugar, todo estaba prácticamente desierto. Era de un silencio o abrumador. Me había dejado llevar por Riley hasta la habitación que había compartido con Adam en mi anterior ocasión en la isla, y me sentaba fatal, verlo en cada esquina de aquel sitio. Recordar los besos que nos dimos allí, los disgustos que tuvimos y los planes que hoy estaban rotos, que habíamos hecho.
Me dolía pensar que podía estar haciendo algo ilegal en aquel justo momento en el que no había nadie por allí. Que incluso podía estar acostándose con otra, y sentir que lo que yo creía imposible podía tornarse cierto, me rompía el corazón.
Decidí apartar todo eso de mi mente en aquel mismo instante, porque no podía concentrarme en lo que había ido a hacer allí, si seguía por ese camino.
No desempaqué porque tenia la intención de irme con Adam a su habitación una vez que solucionaramos las cosas. No podía dejar de aferrarme a eso, si quería sobrevivir a los nervios que me castigaban el cuerpo.
Sentí nauseas de pronto. Agachada, en el baño de la habitación, buscando en el interior de la gaveta que me habían dicho que estaría el arma escondida me encontraba, cuando la boca se me llenó de saliba y tuve que apresurarme hasta la tasa del baño para dejar salir prácticamente nada, de lo que había en mi estómago. Mis bebés parecían estarse quejando de mi estado de nervios y me habían puesto mala.
Me quedé arrodillada sobre la losa de la tasa de baño, por unos diez minutos, con mi cabeza apoyada sobre uno de mis antebrazos en una esquina. Me encontraba fatal.