El reencuentro 2
No podía decir si era solo por la histeria de volver a allí, o por todo lo demás que aquel acto atañaba.
Cuando me sentí mejor, me lave las manos, el rostro y me enjuagué la boca, necesitando algo con lo n que calmar mis mareos. Salí del cuarto de baño y llegando hasta mis maletas, abrí el neceser y busqué un pomo de colonia de jazmín que la propia Amaia había preparado para mí, con plantas de su jardín y que según ella, la habían ayudado a controlar el asco a todo durante su embarazo. Lo coloqué en mis fosas nasales y aspiré con fuerza hasta que en medio de mi descontrolada situación, sentí unos gritos lejanos.
Descalza como estaba, con mi vestido arrastrando el suelo, caminé hasta la ventana más cercana a las voces y t un ve que taparme la boca para ahogar el grito que pugnaba por salir de mí.
En plena playa, a la misma orilla, estaban seis niños, con un bebé en brazos uno de ellos, era una chica de unos cinco años según parecía, que era justamente la que daba gritos para que no le arrebataran al bebé.
Aquella escena fue de horror para mí, y rápidamente mandé una foto al señor J, y me dispuse a intervenir.
Si yo era una de las dueñas, por decirlo de alguna manera, de aquel sitio, y tenía derecho a llevar a cabo los mismos asuntos que Adam y Adrian, pues era hora de empezar.
Quizá fue mi instinto maternal, o nunca sabré qué, pero así descalza y corriendo me dirigí hacia la playa, ignorando a las dos primeras personas que había visto por allí, que me trataron de detener. Supuse que eran guardias, pues su altura, fisionomía y uniforme con armamento, así lo hacían parecer.
—¡Suéltale!...
Grité autoritaria al hombre que había tomado finalmente al bebé, dejando a la niña tirada en la arena gritando como loca porque le habían quitado al niño. A pesar de no entender nada, no iba a permitirlo.
—Señora, solo cumplo órdenes —se defendió el infeliz.
Su apariencia daba miedo... Alto, calvo, con demasiada fortaleza como para matar a cualquiera. Lleno de tatuajes hasta en el rostro y un parche en un ojo, que le hacía parecer un pirata malo. Pero yo no iba a amedrentarme.
—Pues me parece muy bien —le dije altanera y creando un aspecto de confianza que necesitaba para imponerme, había otro tres hombres que se llevaban a los demás niños, pero cuando fueron a tomar a la niña dije —obedece entonces y entrégame al bebé. Ordena también a tus hombres que suelten a los niños.
Estiré los brazos hasta él, esperando que diera a aquel bebé, que no parecía pasar de los cuatro meses de vida y lo observé inspirar con fuerza, pero sin entregármelo aún.
Los demás se habían detenido, y los niños permanecían tratando de huir, pero sin conseguirlos, eran tíos fuertes.
Antes de exigirle otra vez que me entregara al niño, observé a la chica en la arena, un poco más calmada observando la escena preguntándose que pasaría con aquel bebé.
Me agaché frente a ella y colocando un mechón de su pelo rubio hermoso detrás de su oreja, le dije:
—¿Es tu hermano?—ella asintió con reticencia y confirmó el sexo del bebé —voy a cuidar de él unos días hasta que encuentre a su mamá. Lo prometo —le acaricié la mejilla y la niña asintió llorando, esperanzada.
Quizás había sido un error prometer algo así, pero confiaba en que cuando vieran las fotos que había mandado, todo fuese encajando y se solucionara este tema, a tiempo de cumplir mi promesa. Tenía que ganar tiempo.
—Se llama Simón, tiene solo cuatro meses, y la leche de mamá le hace daño, solo toma en biberón —su vocesita asustada me rompió el corazón y nada más pude asentir, sintiendo las náuseas volver.
Me levanté nuevamente, dispuesta a obtener la custodia de ese bebé por unos días en la isla, hasta que solucionaran el tema.
—¡Dámelo ahora!...
A pesar de la fortaleza de mi voz para exigir al bebé, aquel hombre no parecía obedecer y por suerte el niño no se enteraba de nada y permanecía callado. En brazos de un demonio.
Me acerqué un poco más a él, y cuando fui a arrebatarle el bebé, se echó hacia atrás, negándose.
—¡Entrégale el niño a mi mujer!...
Las piernas me temblaron cuando escuché aquella voz detrás de mí. Me quedé completamente inmóvil y soprendida.
Automáticamente el calvo tatuado me ofreció al bebé y temía tomarlo y que se me cayera. Estaba muy nerviosa y las manos me temblaban.
Todo el mundo como por arte de magia desapareció. Incluso los niños ya no estaban y yo seguía sin poder apartar la mirada de aquel bebé precioso, que dormía chupando su dedo entre pañales.
La opresión en el pecho de saberlo detrás de mí, fue en aumento cuando alcé mi vista, reuniendo valor y pude ver a Adam delante de mí.
Lo conocía tanto, que no me quedaron dudas, de que quien había hablado detrás de mí había sido Adrian. Él, me había llamado su mujer y eso me había puesto más nerviosa aún.
Pero después, al alzar la vista y ver a mi amor delante de mí, mirándome con expresión de nada, absolutamente nada en la mirada, me rompió el corazón.
O eso creía yo, porque verdaderamente lo que vino después fue mucho peor.
Miré a mi alrededor y noté otras personas, pero me concentré en un señor, de bastantes años, pelo cano y una cicatriz en el rostro espeluznante, que tenía a su lado, lo único con lo que no conté... Melina.
En medio de aquel silencio en el que todos estaban evaluando mi expresión y reacción, y yo comenzaba a atar cabos, miré hacia donde la maldita mujer aquella me obligó.
Ella tenía un vestido corto y muy ceñido, que le hacía notar dolorosamente para mí, un embarazo de corto tiempo pero sus caricias a su vientre con la sonrisa siniestra, me decían a gritos lo que no quería saber.
Caminó hasta mi Adam, que lucía perfecto con aquel jean azul gastado y la camisa blanca planchada y las mangas dobladas hasta sus codos, dejando unos botones abiertos, reflejando masculinidad por todo su ser, y se paró a su lado, entrelazando sus dedos para que luego él, mirándome a los ojos, con desprecio, le besara la sien y ella recostara la cabeza en su hombro, al mismo tiempo que unas manos que ya sabía de quien eran se cerraran en mi cintura, bajo la mirada de Adam en cada movimiento y besando mi cuello detrás de mi oreja susurrara Adrian:
—Bienvenida a la nueva dimensión, esposa mía...