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*CAPÍTULO 2; ESCAPAR O MORIR*

Y si, así comienza la historia de mi vida. . . Una vida horrible y miserable

Desde que tengo uso de razón vivo en este maldito infierno llamado orfanato, por años he intentado averiguar sobre mi vida, sobre mis padres, o algo que me ayude a pensar en cómo puede ser mi vida lejos del orfanato, pero nada he conseguido, según me ha dicho la directora fui encontrada en el altar de una iglesia. Mi madre, si así puede llamársele a una mujer capaz de abandonar a su criatura, me dejó allí cuando apenas tenía yo un mes de nacida. Según una nota que dejó conmigo, esa era la decisión más difícil que había tenido que tomar en su vida, pero era la única para salvarnos a ambas, y allí mi nombre; Katia, así dejó escrito que debían llamarme.

Desde que puedo recuerdar he llevado una vida horrible, vivir en un orfanato no es nada fácil; siempre falta la comida, muchas veces debíamos irnos a dormir cuando apenas habíamos comido durante el día, no tenemos ayuda de ningún tipo. La directora es una mujer cruel y muy estricta, las señoritas que se encargan de cuidarnos, no son mejores de la directora, a excepción de la señorita Sonia, todas las demás son seres horribles. En este lugar hay niños y niñas de todos los tamaños, no sé porque nunca me adoptaron, el hecho es que no lo hicieron y crecí condenada a vivir en éste frío y oscuro lugar donde la maldad es la única órden del día.

Cómo pueden apreciar, Mariana y sus chicas que me golpean cada vez que quieren, me avisan de iniciar las peleas y siempre soy castigada a causa de ellas, yo soy muy retraída y sensible, tiendo a llorar por todo, no se defenderme, así que cuando me golpean entre tres o cuatro chicas, aunque me defienda siempre termino muy mal. Lo peor de todo es que no puedes ser una delatora. Nunca, nunca debes decir quién te ha golpeado, sino te va mucho peor, las veces que he roto esa regla, intentando acusar a Mariana y su grupo, terminó encerrada en el cuarto de castigo, así como ésta vez, es pequeño, oscuro, frío y me hace sentir miserable. He pensado tantas veces en escapar de éste lugar, pero no tengo a dónde ir, es como si no perteneciera a ningún lugar en el mundo. Mis desdicha es inmensa, siento que jamás podré encontrar la felicidad.

Y es así cómo pasó la noche en el cuarto de castigo, luchando con el frío, el hambre y la tristeza, pensando en cuán miserable soy y anhelando una vida diferente para mí.

***********************

Al día siguiente la señorita Anna va al cuarto de castigo por mi, pregunta cómo pase la noche y le aseguró que estoy bien y que he aprendido la lección. . . sé que es lo que ella quiere escuchar y pienso darle el gusto, noe arriesgaré a quedarme un minuto más en aquella habitación.

—¡Ve a tu habitación y luego ve por una ducha, debes estar lista pronto, ya que no tardan en servir el desayuno!

—Si, señorita Anna, como usted diga— digo de forma sumisa, deseando salí ya del lugar.

—Intenta no meterte en problemas, Katia, entiende de una vez que eso hará tu vida miserable, no agregas a tus compañeras y todo mejorará.

—Si señorita— respondo bajando la cabeza y luchando por no dejar escapar mis lágrimas de humillación, ante el hecho de que yo era la víctima y no me creían.

Tomó una ducha rápida, mi estómago ruge ansioso por algo de comida, entró al comedor justo a tiempo, tomó la bandeja y me dirijo a la fila para que las señoritas encargadas me sirvan mi poco satisfactorio desayuno, al menos tenía algo para aliviar los calambres de dolor.

Cuando te lo mi desayuno me voy a la mesa final del rincón, con la pared a mi espalda, todos, chicos y chicas me miran al pasar, siento que soy la rara del orfanato. . . y eso no es agradable. Desayuno rápidamente y en silencio, la manera veloz en la que ingerí los alimentos me producen dolor, pero lo tolero.

Llevo la bandeja a la mesa donde debo dejarlo y salgo rápidamente para dirigirme a la pequeña biblioteca, donde siempre estaba la señorita Sonia.

—Me enteré que estuviste castigada— dice nada más al verme.

—Fue una noche dura— dije bajando mi mirada y mirando mis desgastados zapatos.

—Sé que no iniciaste la pelea, intenté explicarle a Anna, pero ya sabes cómo es— le sonrió con dulzura— Mante te alejada de esas chicas y todo estará bien. — asiento con una tímida sonrisa, luego le pido un libro que habla sobre plantas y animales y me voy a una de las desgastadas mesas en silencio, y es allí donde paso la mañana, luego salgo para la hora del almuerzo, y luego asisto a mi clase de lectura con la señorita Sophie, Mariana y su grupo me miran sonriendo, y yo desvío la mirada, intentándo mantenerme lejos de su maldad, así paso desapercibida el resto de la clase.

—¡Mira a quién tenemos aquí!— escucho esa odiosa y chillona voz, y la reconozco de inmediato es Mariana, la chica que me golpea constantemente. Les tengo tanto miedo que generalmente siempre me paralizo al tenerla cerca. Levantó la vista y la veo allí, mirándome fijamente— ¿ qué haces de nuevo en el suelo Katita? al parecer te encanta estar allí.

—Ayer intentaste delatarnos, imbecil— dice Lía.

—Esperamos la hayas pasado de maravilla en el hueco frío, toda la noche—agrega Elena.

—Yo. . .yo. . .

—Tú. . . tú. . . ¿eres tonta?— Mariana me toma del cabello y tira con fuerza de él, siento un terrible dolor que punza en mi cabeza, creo que me arrancará el cuero cabelludo, mi largo y oscuro cabello está enredado entre sus manos.

—Suéltame, por favor— gimoteé temblando de miedo.

—Te soltaré cuando yo quiera— me respondió tirando de mi cabello hasta ponerme en pie, cuando lo hice, comenzaron los golpes.

Dos minutos más tardes sus amigas; María, Lía, Rosa y Elena, se unían a la golpiza que Mariana me daba, y allí estaba de nuevo, recibiendo otra vez  golpes.

No podía más, no quería seguir viviendo así, prefería morir que tener que vivir un día más de aquella manera.

Pensé mientras lograba desconectar mi mente de mi cuerpo, dejaba al segundo recibiendo el maltrato y con la primera me dedicaba a buscar la solución. Ya lo había hecho otras veces. Así que entre golpes y bofetadas, tomé una determinación.

Afortunadamente diez minutos después comenzó a sonar la alarma que anunciaba la cena, lo que generó que la paliza cesara y las chicas corrieran hacia el comedor.

Escupí un poco de sangre, pero estaba agradecida porque aquello culminara. Me dirigí a la habitación de chicas, al mirarme al espejo dejé escapar fuertes sollozos, estaba tan golpeada que comenzaba a ponerse morado y la inflamación ya era evidente.

Entré como pude al cuarto de baño y mientras los demás cenaban, yo me duché, me coloqué un suéter verde oscuro y unos pantalones jeans, me coloqué también mis gastados zapatos, no eran los más bonitos pero si los que mejor cubrían mis pies, solo tenía dos pares, y ése tenían un pequeño agujero por donde asomaba la punta de mi dedo. Pero, ¿qué más podía hacer? Me encogí de hombros y me apresuré al jardín.

No sabía a dónde iría, no tenía idea de qué debía hacer, ni de cómo lograría sobrevivir allá afuera, en ese mundo que no conocía, pero pensé que no podía ser tan diferente al mundo de las paredes del orfanato. Mi estómago rugía de hambre, pero me negué a ceder al impulso de ir al comedor, si quería escapar, éste era precisamente el momento indicado, ya que todos disfrutaban de la avena con muy poca leche que solía ser nuestra cena, cuando lográbamos cenar.

Me apresuré para llegar a la parte trasera del jardín e ignorando mi dolor poder escalar el alto muro, con ayuda del gran árbol que se encontraba junto a él. Es por eso que decidí huir sin nada más que lo que tenía puesto, llevar mi poca ropa no haría más que agregar peso a mi maltratado y debilitado cuerpo.

Debía hacerlo sola.

No fue fácil escalar el árbol y menos atreverme a saltar al otro lado, era tan alto que temía romperme un hueso, pero mi deseo de alcanzar la libertad era mayor, así que cerré los ojos y simplemente salté. Mi cuerpo aterrizó del otro lado, y pude sentir como mi hombro se llevaba un gran impacto. Me dolió muchísimo, quise sentarme a llorar, pero me negué a detenerme por miedo a que notaran mi ausencia, me buscaran y pudieran encontrarme, si eso sucedía me enviarían nuevamente al cuarto de castigo.

Deberían llamarlo el cuarto de tortura, esa una habitación totalmente minúscula, donde apenas si tenías espacio para sentarte, era totalmente oscuro, ningún tipo de luz se filtraba en ella, y si te atrapaban en una falta debías pasar muchos días allí. Todo dependería de qué tan mal te hubieses portado.

Si golpeaba a alguien, que casi siempre lo descubrían por un soplón que terminaba pagando con una golpiza peor, eran dos días en aquel lugar.

Si respondías mal a algún cuidador, tres días de castigo.

Si te robabas la comida, te castigaban cuatro días.

Yo evito portarme mal, tengo miedo a aquel oscuro lugar, sufro por el encierro, si estoy en una habitación pequeña, me sofoco y me cuesta respirar, hasta me desmayo, es por eso que después del castigo de la noche anterior, no podía volver allí.

Después de ponerme en pie, no sin un gran esfuerzo, corrí a lo largo del oscuro callejón, corrí y corrí hasta que sentí que mis pulmones se quemaban por la falta de aire. La calle no era un buen lugar para una chica que estaba por cumplir diecisiete años pero aquel maldito lugar tampoco lo era, al menos no para mí. Si me quedaba un día más terminaría suicidándome o esas chicas me terminarían matando con una golpiza.

No supe cuánto tiempo corrí, ni cuánto caminé, pero llegue a una plaza, estaba muy mal alumbrada y por primera vez desde que salté el muro, tuve miedo. ¿Y si alguien me hacía daño?, yo no sabía defenderme. Las cuidadoras decían que habían muchas personas que nos harían daño si saliamos del orfanato. Busqué con la vista un lugar donde esconderme y vi que junto a un banco había un tupido arbusto que me ocultaría con facilidad. Corrí hasta el y me coloqué justo debajo, como predecí me tapaba bastante bien si recogía mis largas piernas, y así lo hice. Y allí sola, muerta de miedo y temblando de frío, le rogué a Dios que la noche pasará muy rápido y que me ayudará a buscar una nueva vida.

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