Capítulo 4
Era lunes. Y me había despertado con ganas de seguir durmiendo.
Culpa de las pesadillas que había tenido durante toda la noche. Como si mi inconsciente deseará atormentarme por los acontecimientos recientes de mi vida. En una forma de huelga impuesta, me había negado a salir en todo el día anterior. Para mi fortuna, mi madre había estado tan ocupada y contenta sobre los hechos del sábado en la noche que ni siquiera se había dado cuenta de mi letargo. Pero otras si se habían dado cuenta y esas eran mis mejores amigas. Sin embargo, les había mandado un mensaje en el grupo de WhatsApp donde les decía que iba a contarles todo, una vez que llegará a Royal Diamonds. Ellas quedaron apaciguadas, al menos por el momento. No podía garantizarlo si decía no hablar sobre lo sucedido en la cena. Ellas iban a querer saber.
Me levanté de la cama para arreglarme e ir al colegio. Cuando estuve vestida con el uniforme, bajé al comedor y me encontré con mi madre desayunando, aunque su atención en el celular.
—Hola, mamá—salude apenas entré por el umbral.
Ella levantó la vista del móvil.
—Hola, cariño—devolvió sonriendo, dejando su celular a un lado—, ven, siéntate a desayunar conmigo.
Al oír el entusiasmo en su voz, decidí morder mi lengua para no decir algo que podría sonar hiriente a sus oídos. Aunque realmente disfrutaba de estos momentos con ella, sabía porque se escuchaba emocionada. Mi madre deseaba contarme todo sobre el sábado.
Apenas me senté en mi lugar, ella empezó a contar con lujo y detalles de los acontecimientos que estaban arruinando mi vida. Simulé sonrisas y asentí en los momentos adecuados. Fue una tranquilidad que no se veía con deseos de que correspondiera a la conversación, por lo que no dije nada. Dejé que mi madre continuará vomitando arcoíris por lo radiante que veía el mundo en ése momento.
Llevé el tenedor a mi boca.
— ¿Crees que es muy pronto todo, cariño? —cuestionó de repente, y mirándome con atención. La quedé viendo con los ojos abiertos, dándome tiempo sobre cómo responder mientras masticaba el pequeño trozo de pollo.
Mi madre no había tenido una vida sencilla, ni fácil. Ella había quedado embarazada cuando estaba cruzando su cuarto año de su carrera en la Universidad Ricks. La noticia había derrumbado sus planes de una manera que nunca creyó posible. En su desesperación, había acudido a su novio para darle la noticia. No obstante, su novio no solo no la había consolado, sino que le había sugerido en deshacerse de mí. Ella había dicho un rotundo, y en una manera de escapar de la responsabilidad, su novio le cuestionado de que si yo realmente era su hija. Mi madre comprendió en ése momento de que el chico que amaba, no era la persona que había creído. Así que, con el corazón roto, había salido llorando de su dormitorio.
Lo siguiente que hizo fue hablar con sus padres. Lo que no fue nada bien, incluso fue peor de lo que había esperado. Aun así, mi madre, a sus veintidós años de edad había decido tomar la responsabilidad de traerme al mundo. En esos dos últimos años, ella recibió burlas y criticas de las demás personas. Pero mi madre no se dio por vencida y continuó trabajando.
A un año de terminar la Universidad, mi madre se convirtió en una madre soltera. Fueron los meses más difíciles de su existencia. Desde dormir solo dos horas por los cuidados que tenía que darme en las noches, hasta tener que trabajar por las tardes mientras continuaba estudiando en la mañana. ¿Sus padres? Ellos me cuidaban mientras ella iba a la universidad. Sin embargo, las palabras hirientes no dejaban de salir cada vez que ella estaba en su casa. No obstante, nunca lloró, solo continuó trabajando y trabajando. Sin descanso. Se graduó, y mis abuelos fueron más hirientes al respecto y daban comentarios sobre que hubiera sido su vida sin mí arruinándola.
Después de vivir cinco años de maltrato psicológico por parte de sus padres, mi madre decidió irse de la casa y nunca volver. Fue como todo empezó a mejorar. Su jefe se jubiló ése mismo año, dejando a su asistente, en éste caso mi madre a la responsabilidad de sus pacientes. Mi madre contrato una niñera confiable. Ella empezó a ganar prestigio y fama. Pero aun cuando todo estuviera mejor, económicamente hablando; eso no evitaba que mi madre se sintiera sola. Así que tenía citas. Intentando buscar el amor. Catorce años después, apareció un hombre que hizo que sonriera de una manera que nunca había visto. Supe en ése momento que ahora ella tenía una felicidad completa. Horacio no era mal hombre. Era una buena persona.
Y lo más importante de todo, él la amaba.
Levanté la mirada, hacia los ojos grises de mi madre.
—No, mamá—contesté a su pregunta anterior—, no creo que sea demasiado pronto.
—¿En serio lo piensas?
Asentí.
—Sí, realmente estoy feliz por ti—aseguré, y la observé sonreír aliviada. Lo que aligeró la culpa que había sentido estos últimos dos días. Sabía que podía vivir en el mismo lugar que Julián mientras mi madre estuviera feliz. Eso era lo único que me importaba. Ella ya había dado mucho por mí, era hora de hacer algunos sacrificios también.
Terminamos de desayunar. Para continuación, dirigirnos a la salida y que pudiera llevarme a Royal Diamonds.
—Te amo, mamá—dije en su oído cuando me despedí de ella, una vez que llegamos al colegio.
—Yo también te amo, bebé.
Sonreí, y me despedí de ella mientras bajaba del auto. Mi madre aceleró y la observé irse. Admiraba demasiado a mi madre. Ella había trabajado tan duro para tener lo que tenía ahora. Merecía tener su felicidad, y yo no sería la que la hiciera infeliz. Creo que ya bastante había hecho. A veces odiaba a mi padre. Pero si lo odiaba era porque estaba dolida por la forma de rechazarme cuando ni siquiera había nacido y no era así. Tenía una buena vida, mejor que la mayoría. Así que yo estaba bien sin él. Nunca lo necesité. Mi madre era más que suficiente para mí. Y siempre iba a ser de esa manera.
Suspiré, y me di la vuelta. Lista para otro día en el colegio.