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Capítulo 3

Me refiero a esa clase de cualidades que cuelgan entre las piernas y que cuando se manifiesta en toda su erección hace que se les haga agua la boca... y otras cosas.

Y esas características fueron las que me dieron la oportunidad de participar en una película de esas catalogadas como triple X.

Y ahí estaba yo en pleno set cinematográfico a la espera de entrar a cuadro.

Debo admitir que no era yo el galán de la película ni el villano, o sea que no me habían dado el papel protagónico ni el antagónico. Sin embargo, el personaje que tenían que encarnar era una muy buena segunda parte que intervenía en las escenas más fuertes, las más eróticas, debido a que mi físico era más desarrollado y llamativo que el de los demás.

Tenía pocos parlamentos, pero mucha acción en una trama de las llamadas de “época” ya que la historia se desenvolvía en tiempos de la Edad Media.

Estaba a la espera de ser llamado a escena cuando una de las camareras de la princesa se aproximó a mí y con gesto lento y deliberado alzó el minúsculo taparrabo para pellizcarme un huevo.

—La princesa sabrá qué hacer contigo... —dijo la hermosa chica con picardía y de nuevo su mano hurgó en mis cojones.

Los técnicos de la filmación explotaron en estruendosas carcajadas que sacudieron las paredes del estudio.

—¡Corte...! ¡Te crees muy lista María Esther, sabes que esa escena no se encuentra en el guion…! —gritó el director.

—Pues debería estar... —respondió con humor la actriz mientras me guiñaba un ojo sugestivamente.

Repetimos la toma con rapidez, esta vez limitándonos al argumento escrito, es decir, sólo el diálogo.

Según la trama, yo había sido capturado en el momento que escapaba de la habitación donde se guardaban los tesoros reales por los guardias de la princesa y éstos me llevaban encadenado a su recámara.

—Muy bien, hemos terminado por hoy... dejaremos para mañana la escena de amor... —dijo el director con firmeza.

Todo el mundo dejó escapar un suspiro de alivio. La jornada había sido larga y laboriosa. Técnicos y artistas estaban desesperados por regresar a sus hogares.

Le eché una rápida mirada a la linda Betina y ella sonrió con nerviosismo.

Era una joven hembra de belleza tan soberbia... a pesar de lo majestuoso de su porte y lo helada que podía ser su mirada, había algo en ella felino y sensual que era más bien una promesa de ardientes noches en una buena cama.

Cada vez que pensaba en ella, que era con bastante frecuencia, el corazón me dolía. Sin embargo, en los pocos días que nos habíamos tratado con motivo de la filmación, había nacido entre nosotros una bonita amistad que yo no quería enturbiar con galanteos o requerimientos amorosos porque no sabía a ciencia cierta cómo iría a reaccionar ella.

Nos encontrábamos filmando una de esas películas de espadachines, reyes y bárbaros. Y la deliciosa hembrita hacía el papel de la princesa virgen, que tampoco era el principal femenino ya que ese crédito lo tenía el de la reina. Sin embargo, el papel de Betina, era el segundo en importancia ya que ella en realidad era la dama joven de la historia.

La linda nena de mis sueños húmedos llevaba puesto un vestido color rosa de seda que le llegaba hasta el tobillo y a un costado de sus muslos torneados corría una profunda abertura que le llegaba hasta su breve cintura, lo que me había permitido en varias ocasiones, cuando me encontraba en el ángulo correcto, vislumbrar de forma relampagueante la negrura de su puchita peluda.

Sus tetas firmes y erguidas estiraban la tela marcando los dos botones puntiagudos de los pezones, cuyas redondas sombras se transparentaban a través de la fina seda.

La cabellera negra y sedosa le caía en suaves cascadas hasta el mismo comienzo de las nalgas, apetitosas y sabrosamente redondas. Alrededor de su cabeza llevaba una tiara o diadema hecha de pétalos de rosas de un rojo encendido.

Le devolví la sonrisa en mi forma más seductora y me dejé caer en mi silla, agotado y sin siquiera liberarme de las cadenas que sujetaban mis tobillos y muñecas.

Por supuesto, yo interpretaba al esclavo bárbaro de la película y había sido capturado por los guardias de la princesa cuando trataba de robar las joyas del tesoro real.

Ahora mi atención no estaba dirigida hacia diamantes, rubíes o esmeraldas. En honor a la verdad, estaba interesado en una joya de diferente tipo, una joya peluda con rajada trémula que ambicionaba poseer en toda su calidez y humedad.

Se trataba de un tesoro oloroso y palpitante que me mantenía por las noches despierto y me torturaba con su inalcanzable cercanía. Hice un esfuerzo supremo para desviar la vista de las apetitosas tetas de Betina y sus pezones desafiantes. Ella se sentó en otra silla a mi lado y lanzó un suspiro de cansancio.

—¿Te sientes nervioso...? —me preguntó ella con su voz queda y melodiosa que era un castigo para mis oídos.

Moví la cabeza afirmando.

—Yo también lo estoy...

Y continuó como temerosa de mantenerse en silencio:

—Es que... nunca antes he hecho una escena de amor desnuda...

Era cierto. Betina ya tenía experiencia en el ambiente y se había hecho de un nombre en la cartelera actuando en películas infantiles en las que la máxima audacia era un casto y rápido beso con los labios cerrados.

Sólo que, había llegado a una edad y a unas cualidades físicas que le impedían seguir haciendo papeles de niña boba y, también, según se mencionaba en los mentideros cinematográficos, ella pretendía ya otras cosas, tal vez más adecuadas a su edad... nada menos que veinte maravillosos años.

Tal vez por eso fue su decisión de incursionar en un tipo de cine más audaz, más fuerte, más para adultos porque ella ya era toda una adulta. Por otra parte, en un mundo como el del cine, donde los chismes y escándalos, cuando no los hay los inventan, ella se había paseado incólume sin dar lugar a la menor murmuración negativa. Era nada menos que una verdadera excepción de la regla... y era mi tormento por eso.

—Tampoco yo he estado desnudo ante las cámaras, si eso te sirve de consuelo... —le respondí con sinceridad y a la vez con la esperanza de reconfortarla.

Yo también estaba sumido en mis propias confusiones. Había muchas cosas que me inquietaban. Me pregunté en silencio si alguna de esas famosas estrellas masculinas alguna vez había eyaculado involuntariamente durante una caliente escena de amor, embarrando con sus chorros de leche a la célebre actriz que le tocara en turno.

Podría ser un accidente verdaderamente bochornoso, pero me di a mí mismo consuelo pensando que en definitiva uno no es de piedra, un simple ser humano víctima de los caprichos de sus instintos y si algo parecido me ocurría, no se me podría culpar a mí sino a la excitación del momento y a la sabia naturaleza, de la que estábamos violando algunas de sus leyes más elementales.

Apenas Betina y yo nos habíamos acomodado en nuestras sillas de lona cuando los técnicos del staff terminaron de recoger los equipos de filmación.

El director se nos acercó y nos felicitó diciendo que estaba muy complacido por la forma en que se estaban desarrollando los acontecimientos, que llevábamos muy buen ritmo con pocas repeticiones de secuencias y que esperaba que otro tanto ocurriera en la escena amorosa.

Que confiaba en nosotros a pesar de ser actores incipientes de ese tipo de filmes.

Eso, lejos de darme tranquilidad, me preocupó más aún de lo que ya estaba de por sí. Porque eso significaba que el director creía en mí y en mis facultades y aptitudes artísticas lo cual significaba una mayor carga de responsabilidad. Hacer algo mal o indebido significaría algo así como defraudar su confianza.

Creo que la linda Betina tuvo mí misma reacción y en lugar de alegrarse por las palabras del director pareció afligirse y angustiarse.

—Estoy segura de que voy a cometer una estupidez... —murmuró Betina, mientras seguía con la vista al director que iba rumbo a la salida.

—No seas tontita, preciosa... eres una profesional y todo va a salir a las mil maravillas... aunque si algo falla, bueno, entonces se repetirá la escena y asunto resuelto... —le dije tratando de darle confianza.

Betina siguió mirándome con una expresión extraña que nunca antes le había visto. Sus labios gruesos y tentadores, pintados de un color rojo intenso, sonreían de forma enigmática.

Tragué en seco ante tanta perfección en su rostro. Los ojos grandes y hechiceros eran tan negros como su pelo, una naricita pequeña y respingada era señal de su temperamento ardiente aunque tímido.

La condenada chamaca era una verdadera preciosidad natural, sin artificios, y no como otras actrices que eran la creación artificial de cirujanos plásticos, cosmetólogos y peluqueros.

Durante todo el día yo había hecho tremendos esfuerzos para combatir unas ganas irresistibles de besarla. Estaba obsesionado con la imagen de mis labios fundiéndose en los de ella mientras mi lengua se abría paso entre sus dientes perfectos como perlas para ir al encuentro de la suya.

Su aliento perfumado era un afrodisiaco que despertaba en mí unas ansias terribles de devorarla y hacerla mía en un abrazo en que nos olvidáramos del tiempo y del resto del mundo.

Sumergido en esos pensamientos estaba cuando ella rompió el silencio.

—Te lo digo en serio, Gerardo, estoy segura de que no lo voy a hacer bien... le voy a quedar mal al director y me da miedo eso... no sé qué, pero tengo que hacer algo...

—¿Algo? ¿Cómo qué...?

—No sé, a lo mejor tú me podrías ayudar... quizás deberíamos practicar... —murmuró en un susurro besándome ligeramente en la boca.

Algo en el tono de su voz desencadenó una descarga eléctrica que me sacudió de la cabeza a los pies. Con el rabillo del ojo vi como su mano de largos y aristocráticos dedos se deslizaba bajo su vestido y escuché emocionado un sonido húmedo y apagado, como si acabara de separar los pétalos de su deliciosa flor para introducir un dedo en el tibio túnel de su tesoro femenino.

Estremecido por un intenso escalofrío, sentí un hormigueo bajo mi taparrabo y mi barra, agitada y anhelante, comenzó a crecer y ponerse dura sin que hubiese manera de controlarla.

Eché una mirada alrededor comprobando que ya todos los técnicos se habían marchado del estudio y nos encontrábamos solos.

Ella y yo, la bella inaccesible soñada y su más devoto enamorado, la princesa de gesto altivo y andar perturbador y el rudo y violento bárbaro dispuesto a saquear sus más íntimas y ocultas riquezas. Traté de mantener la sangre fría ante este inesperado golpe de mi buena fortuna.

—De acuerdo, practiquemos la escena... —respondí balbuceante, imaginando las infinitas posibilidades que repentinamente se ponían al alcance de mi mano.

Por un momento pensé que se trataba sólo de un sueño. Era demasiado bueno para ser cierto. Era increíble que ella, la criatura más deseada de mis sueños me estuviera pidiendo lo que yo no me había atrevido... aunque se tratara de un ensayo.

Me pellizqué el brazo para asegurarme de que estaba despierto y no se trataba de una de mis calientes ensoñaciones.

—Pero hagámoslo estrictamente como lo indica la acción del guion, cumplamos con el libreto para que mañana nos salga bien a la primera toma... —añadí, pues ya tenía memorizada mi participación que era, por coincidencia, una de las partes más calientes de la trama.

Ella afirmó con un ligero movimiento de cabeza. Estaba curioso por saber si se limitaría al personaje que se le había asignado.

—Bien, entonces comencemos donde hoy terminó la acción, es decir, cuando encadenado los guardias te conducen a mi recámara, ¿te parece...?

—Perfecto... —respondí quizás con excesiva vehemencia.

En aquel momento mi mente era un total caos. Me preguntaba qué tan suave y delicada sería su piel, lo que sentirían mis labios en su sexo encharcado y aromático, qué dureza y tamaño adquirirían los pezones cuando ella estuviera excitada.

Imagen tras imagen daban vueltas en acelerada vorágine en mi cerebro como un caliente y eterno carrusel erótico.

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