Capítulo 2
Me tomó por los cabellos y con un fuerte tirón me jaló a su antojo se sentía vencedor y nadie lo iba a detener de hacerme lo que le viniera en gana al infeliz.
—Arriba, vamos...—vocifero arrastrándome por el piso, sin importarle si me dañaba o no.
Me arrodillo frente a su garrote que seguía completamente duro y sujetándome a dos manos de los cabellos bramo:
—¡Mámamela o te rompo la madre a fregadazos!, Ándale cabroncita porque estoy que no me aguanto más y quiero sentir tu boquita en el chile.
Aterrada por completo y llena de miedo porque me lastimara más, lo obedecí al instante, le subí mis manos temblorosas por los muslos y me pesque a su pinga, que era gruesa, larga y caliente. Y sin esperar un segundo más me la lleve a la boca, él me la empujo con violencia, motivado por la ansiedad, haciendo que me atragantara.
Me dio un jalón de cabello hacia atrás e inmediatamente hacia adelante, y así continuó hasta que logré que su tranca me brindara su leche caliente y rica, lo cual le causo un gran regocijo y una plena felicidad.
Se río como demente, mientras yo sentía ahogarme con aquella crema que me retacaba la garganta y el miembro que, como tapón, no me permitía escupirla como yo lo deseaba.
Se compadeció de mí, sacándome su macana que empezaba a debilitarse y la crema salió por mi boca, escurriendo por mis quijadas y cayendo hasta mi pecho.
Agotada por completo, por todas las emociones vividas y por el esfuerzo supremo que había realizado, me abracé a sus muslos, totalmente vencida.
—Ya no puedo más, compadécete de mí, por favor —gimotee totalmente exhausta.
Él volvió a la carga y yo me negué, apretando fuertemente los labios. Me jaloneó la cabeza por los cabellos, con tanta fuerza como si quisiera des-prenderla de mi cuello, eso me hizo ceder obligándome a abrir mi boquita desmesuradamente, en ese instante, volví a sentir la pinga entre mis labios.
El martirio comenzó de nueva cuenta, ante los fuertes empujes del estúpido, experimenté un vértigo en mi mente y supe que de un momento a otro me iba a desmayar; cuando en ese momento el infeliz degenerado se vació por segunda vez dentro de mi boca.
Su líquido viscoso y caliente, con ese olor extraño y peculiar, cayo dentro de mi boca como una marejada, haciendo que estuviera a punto de tragármelo todo, aunque por fin pude escupirlo hacia a un lado.
Lo hice sin violencia, sin asco, no quería que aquel infeliz se sintiera ofendido y me diera una paliza. Samuel había sacado su miembro y eso facilitó que pudiera escupir toda su leche a un lado sin que él se diera cuenta, soportando el asco inicial y sintiéndome un poco aliviada por haberlo podido hacer.
Caí al piso rendida, con las quijadas inflamadas y la garganta irritada, no sabía lo que ocurriría después de aquello, tal vez, me iba a matar para que nadie supiera de su infame acción, tal vez eso fuera preferible a seguir padeciendo, pensé por unos segundos.
Samuel se retiró del lugar, sonriendo satisfecho de haber hecho conmigo lo que le vino en gana. Yo estaba adolorida y con la ropa roto, así que como pude me puse de pie y me encaminé hasta mi casa, afortunadamente nadie se dio cuenta de nada, así que pude cambiarme de ropa y bañarme para limpiarme todo lo que aquel cerdo degenerado me había manchado con su violación inmisericorde.
Cuando me recosté en mi cama, aún estaba temblando, en parte por la ira que sentía y también por los nervios que comenzaban a invadirme al darme cuenta de todo.
Pensé en lo cerca que estuve de la muerte, o tal vez de que me dieran una paliza inolvidable. Sí, porque si aquel desgraciado no me hubiera sometido tan fácilmente como lo hizo, seguramente me habría golpeado hasta quedar satisfecho de poderme penetrar, tal vez hasta si hubiera muerto, Samuel habría violado mi cadáver, ahora sabía que era un hijo de su pinche madre, muy peligroso.
Yo había gritado con todas mis fuerzas, de eso estaba segura, lo peor de todo era que nadie me había oído y luego pensé que si me escucharon pues seguramente creyeron que era alguno de los fantasmas que asustan en aquella casa, y me sonreí al pensar que tal vez los que se decían asustados por fantasmas, seguramente escucharon a parejitas que entraban a parchar y con sus gemidos asustaban a alguien o los que como Samuel, eran violadores llevaban a sus víctimas a ese lugar tan temido.
Bien hubiera podido matarme sin que nadie lo notara, en aquella casa estábamos muy lejos de todos, aislados por completo del mundo porque no tan fácilmente entraban personas al lugar, así que dentro de todo tuve mucha suerte
Quise llorar, desahogar todo lo que me oprimía el pecho y que pugnaba por salir, no pude hacerlo, dentro de todo aún conservaba cierta excitación pasional dentro de mi cuerpo.
Aquella noche me la pase maldiciendo y deseando la muerte de aquel cerdo degenerado que me había mancillado, física y moralmente, con una ofensa que perduraría de por vida y nada la borraría de mi mente y de mi cuerpo, temí haber quedado traumada como tantas mujeres que se quejaban de ello.
Me dolía todo el cuerpo, como si me lo hubieran partido en dos, no obstante, tenía que reconocer que me había hecho gozar como nunca imaginé que se pudiera disfrutar en la vida, aunque eso lo comprendería bien algunos años después cuando ya sabía lo que era parchar en serio y con diferentes amantes.
Y es que, si es difícil gozar en la intimidad con un cabrón, mucho menos se puede esperar placer con una violación tan inesperada como la que ese cabrón que era mi novio, de pinga tan grande y rica, me había hecho vivir en aquella tétrica casa, oscura e inolvidable.
Eso sí, después de esa ocasión, jamás volví a verlo, me buscó como desesperado, me rogó, me suplicó, me pidió perdón, bueno, se humilló delante de todo el mundo clamando por mi perdón, aunque la gente no sabía de lo que hablaba, era patético verlo de aquella manera.
No regresé con él, sabía que en cualquier momento volvería a abusar de mí, ya había probado mi boquita y mi panocha, así que ahora creería que la tenía más fácil, sólo que se la peló el pendejo, además, también sabía que ese buey nunca me iba a dejar ser feliz.
Estaba convencida de que en el momento en que yo comenzara una nueva relación con alguien más, ese desgraciado de Samuel, trataría por todos los medios de no dejarme en paz, así que había que encontrar una solución.
Esta llegó más fácil y sencilla de lo que pensé, en la universidad, conocí a una chava que vivía en la colonia cercana a la mía, ella conocía al líder de la banda de vagos que se juntan en su calle y que tienen fama de ser muy sanguinarios y desgraciados.
Samuel, siempre los odió, así me lo decía y una noche en que estaba borracho, me confesó que había matado a uno de ellos, lo había sorprendido drogado en una de las calles y lo mató con una navaja que siempre cargaba.
Ese día, el licor lo hizo hablar de más y me dio todos los detalles de lo sucedido, incluso, presumía que los chavos de la banda del que mató, creían que era otro buey de la colonia el que había liquidado a su compañero y amigo.
Cuando mi compañera de universidad, me dijo que conocía al jefe de ellos, que resultó ser hermano del que mataron, esperé una tarde en que fuimos a tomar café, ella y yo, en la cafetería del campus, agarré su bolsa y copie el número de celular de ese buey.
Compré un chip telefónico, y le hablé por teléfono, le dije quién había matado a su hermano, al principio no me creyó, me preguntó mi nombre y la forma en que había conseguido su número de celular, así que comencé a darle detalles de la muerte de su hermano.
Eso lo hizo callar, yo seguí diciéndole cosas que nadie más sabía, sino él y el asesino, entonces se interesó y comenzó a preguntarme más detalles, se los di y le dije el nombre del asesino y lo describí, el tipo enfureció, aunque trató de no demostrarlo en el teléfono, resulta que sí conocía a Samuel, incluso creo que hasta se hablaban bien.
Al terminar de darle los detalles, él comenzó a querer saber sobre de mí, le dije un nombre falso y una dirección falsa, además quedé de verlo para irnos a dar una vuelta.
Cuando colgué, agarré el chip, lo hice pedazos y lo tiré a una coladera, ya estaba la suerte echada y que pasara lo que tuviera que pasar, si todo salía bien, ese infeliz de Samuel, no volvería a cruzarse en mi camino en toda su vida.
Y no me equivoqué, no volvió a cruzarse en mi camino en toda su vida, porque esa misma noche lo encontraron muerto en una de las calles del barrio, le habían dado una paliza que no pudo resistirla, además, le pintaron con su propia sangre “asesino” en la frente.
Si los muchachos de mi barrio sospecharon que fueron los de la otra colonia, no lo demostraron, lo que, si demostraron, era que Samuel no era muy querido para ellos, ni uno sólo acudió a su velorio y mucho menos a su entierro.
Yo sí acudí, sólo para burlarme, para acercarme a su caja y viendo su rostro le dije:
—No tuviste compasión de mí, cuando te lo suplique… bueno… ¿por qué habría de tenerla yo contigo? Eras una lacra que dañabas todo lo que tocabas, así que mucha gente ya puede sentirse tranquila, ya no vas a dar más pinche lata en tu mugrosa vida —exclamé todo eso en forma de oración, con un gesto de pena, para que nadie me escuchara— no obtuviste, sino lo que te mereciste… tú te lo buscaste, no supiste respetar nada ni a nadie, es mejor así, te juro por lo más sagrado… que nadie te va a extrañar y mucho menos a recordar.
De esa manera terminó ese episodio de mi vida y te juro, querido diario, que no me arrepiento de nada, si tuviera que volver a hacerlo, lo haría sin titubeos y sin cargo de conciencia, la verdad es que llegue a querer a Samuel, un poco, pensé que era una buena persona, el tiempo se encargó de demostrarme lo equivocada que estaba y como a los perros con rabia hay que eliminarlos antes de que muerdan a alguien.
A ese buey, al Samuel, que ya había mordido más de lo que podía masticar, que ya había lastimado a personas que no le habían hecho nada, que lo mataran, era la única forma de librarse de él o de otra manera, una iba a tener que cuidarse la espalda, siempre.
Y precisamente, ahora que revivo mi historia en tus hojas, me viene el recuerdo de mi querido amigo Pablo Quiñonez, ah, sí, porque no sólo tengo amigas que acuden a mí para contarme sus cosas, aunque son más mujeres las que me buscan, también tengo muy buenos amigos que confían en mí y me cuentan sus temores, sus dudas, sus sueños, en fin, todo aquello de lo que tienen ganas de hablar… oigámoslo… bueno… leámoslo…
El actor ardiente
Aunque soy actor de cine, como tú sabes, la verdad es que no soy un tipo guapo ni un muñeco, aunque no estoy tan tirado a la calle. A los treinta años más bien soy del tipo promedio que no llama mucho la atención en las calles y que sin embargo tengo cierto “jalón” entre las damas porque siempre me ha gustado traer el cabello largo que suelo sujetar con arreglo cola de caballo y me paso bastante tiempo en el gimnasio cultivando el físico, además de que la naturaleza me dotó de ciertos atributos que les encantan a las mujeres cuando me ven desnudo.