Capítulo 1
Querido diario:
¡Qué raro...! siempre creí que las personas que escribían o llevaban un diario eran gente extraña. Estaba segura que era antisocial y desadaptada que al no tener con quién platicar de sus cosas, volcaban sus ideas, sus vivencias y sus pensamientos en una libreta a la que llamaban “diario”.
Ahora que yo comienzo a escribir en tus níveas hojas, me doy cuenta de que, al escribir “un diario”, una lo hace con el fin de poder ventilar las cosas que no nos atrevemos a mencionar de manera abierta ante otras personas, a no ser que les tengamos mucha confianza.
Modestia aparte, yo soy de esas personas que inspiró confianza, por lo que me ha tocado ser la oyente, confidente y muchas veces consejera, de otras amigas que sin dudarlo, se acercan a mí buscando: que las escuche sin juzgarlas, que me guarde sus secretos o que, las aconseje sobre tal o cual tema al que no le encuentran solución.
Y precisamente, por eso, ahora que siento la necesidad de compartir con alguien lo que me ha tocado vivir, escuchar y aconsejar, en los últimos días y no encuentro a una persona que me motive la suficiente confianza para contarle las cosas que he enfrentado en este tiempo.
He tenido que recurrir a ti, amigo invisible, que guardaras todo lo que yo te cuente por medio de mis letras, que no me juzgarás y no me harás sentir mal por lo que te diga, incluso, no tendré miedo de que estes enterado ya que de sobra sé que sabrás guardar silencio.
No voy a usar fechas en tus hojas, no necesito un orden cronológico para contarte lo que siento y pienso, simplemente voy a irte contando mis ideas, mis secretos, mis sueños y tal vez comparta contigo cosas que jamás le podría decir a alguien, ya que me las confiaron en secreto y como tal, me las guardaré por siempre.
Fuiste el primero
Y comenzaré diciéndote que siempre creí que cuando a una como mujer le truenan el ejotito, pues una se enamora completamente del primer hombre y no piensa en otro que no sea él, aunque la neta es que estaba yo, pero si bien pendeja.
Y no es que una no se clavé, de forma sentimental con el buey que nos dio a probar la verga la primera vez, por el contrario, cuando llega el primer chile a nuestras vidas se vuelve una mas caliente y como que le toma gusto al chipotle y aunque una se siente ilusionada con el mono que nos tronó la pureza, pues el amor es otra cosa diferente y que se presenta en nuestras vidas de manera especial y de una forma claramente identificable.
Y digo todo esto porque a mí me tocó vivirlo de una manera muy especial, no muy traumática como pudieran decirlo muchas, aunque sí muy interesante y llena de emociones.
Todo comenzó cuando tenía yo diecinueve años, ahora ya tengo veinticinco, en ese tiempo tenía un novio que siempre andaba cachondo, y quería llegarle a mi almejita, yo no lo dejaba, me encantaba ponerlo al tiro y dejarlo así ya que se desesperaba y yo me burlaba de las erecciones que tenía.
Incluso cuando estábamos en alguna reunión o acompañados por gente, me sentaba de tal manera que él pudiera verme hasta los pelos panochales, ya que conocía su mente ardiente y rápida para entrar en fantasías.
Bueno pues así la llevábamos, cuando una noche en que volvíamos a casa después de haber ido al cine, en donde lógicamente me estuvo besando y acariciando a grado tal que casi se viene en seco, la función terminó y salimos de la sala.
Como te digo, volvíamos del cine cuando, de pronto me dijo que sí quería entrar a la casa de los Montero, un viejo caserón abandonado que en el barrio tenía fama de que ahí espantaban, vi en su rostro la burla y la certidumbre de que me iba a rajar por miedo, así que decidí entrar.
Después de todo no le tenía miedo a los espantos y mucho menos a él que aunque era muy cachondo no dejaba de ser un pobre pendejo, caminamos por algunos pasillos de la casa y en verdad estaba tétrico el lugar, como pararle los pelos de punta a cualquiera.
Debo decirte que Samuel, mi novio, tenía veinticinco años y era todo un cabrón, aunque eso lo supe después, en ese momento yo lo veía como a un pobre pendejo y por eso estaba dispuesta a estar con él en donde fuera, ya que me sentía segura de poderlo controlar.
Pendeja de mí, no sé cómo llegamos a una de las habitaciones de la casa y él se lanzó sobre de mí abrazándome y besándome con pasión, dejándome sentir sus labios húmedos sobre mi cuello mientras sus manos recorrían mi cuerpo, al acariciarme intentaba desnudarme.
—Samuel, te lo suplico, no seas gacho, no me puedes obligar a que haga cosas contigo —le dije asustada mientras intentaba defenderme de su ataque que parecía definitivo.
—¡Basta…! Quiero que seas mía por las buenas o por las malas. Me vale madre todo lo que pueda pasar después de habértela metido, estoy dispuesto a todo con tal de disfrutar de tu rica pucha, de tus bellas piernas que me tienen loco de pasión.
Tu siempre me andas enseñando tus nalgotas y tus chichotas y te ríes de mi al ver que me caliento hasta la madre, bueno pues ahora quiero disfrutarlas a plenitud —la voz de él era amenazante y decidida, eso me dio más miedo del que ya comenzaba a sentir.
Se me echó encima recargándome sobre el muro húmedo, me rasgo la blusa por el cuello, haciendo saltar mis hermosos y duros pechos, al tiempo que me besaba en el cuello con su boca babeante y ansiosa de pasión.
—¡Auxilio! —grité con todas mis fuerzas al sentir sus manos que se apoderaban de mis chichotas apretándolas con ternura.
Sentí que una de sus patas se metía entre mis tobillos y de un fuerte empujón me hizo perder el equilibrio y los dos rodamos cayendo al piso, ya en el suelo, me levantó la falda y me rasgó las pantaletas con toda su fuerza.
Sus manos expertas se incrustaron en mis muslos separándolos con violencia colocándose de inmediato entre ellos. Enseguida apareció su pedazo de carne dura y palpitante, tan grande como el badajo de una campana, cabeceando lujurioso, buscando ansiosamente mis entrañas decidido a romperme la pureza de un firme y contundente empujón pasional.
Luché como un animal acorralado tratando de rechazarlo, quería librarme de él, no obstante, aquella estaca gruesa y dura, extrañamente se me antojaba como nunca antes, por un momento pensé en lo hermoso que sería tenerla dentro de mí moviéndose, al mismo tiempo sabía que lo que Samuel, intentaba hacerme, era contra lo que yo había luchado siempre ya que tenía en la mente que cuando me entregara a alguien lo haría por mi propia voluntad, así que no iba a permitirlo en la medida de mis fuerzas, me defendería con todo ese cabrón no me iba a vencer.
Mas poco era lo que tenía que oponer al poderío de aquel miserable, me dio la impresión de que sólo estaba jugando conmigo y que en el momento en que le viniera en gana, me hundiría esa pistola de carne, hasta el fondo mismo de mis entrañas quitándome toda la pureza con su mástil enardecido.
No estaba errada, Samuel, dejó que mis energías se desvanecieran, que ya no fuera yo una mujer con voluntad, sino un ser inválido, entregado por completo a los apetitos carnales de aquel mono que ante todo deseaba perforarme y gozarme, sentía que por ser mi novio tenía derecho a gozar de mi cuerpo como le viniera en gana. ¡Pendejo!
El cansancio llego muy pronto y mi cuerpo sudoroso, adolorido y vencido, se abandonó, cayendo en un desmayo del que yo, apenas entreabría los ojos en espera de lo que pudiera venir de un momento a otro.
Samuel, sonrió satisfecho, me contempló largamente, con su ofensivo gesto triunfal. Blandía su chorizote y prometió hacerme feliz. Vencedor y seguro de lo que hacía, se colocó entre mis piernas, abriéndolas con tal brusquedad que por un momento, dentro de mi semi inconciencia, pensé que me las rompería.
Sentí que la sangre corría por mis ingles, aunque no era tal, sino un líquido viscoso y transparente que manaba de mi sexo, indicando que me encontraba lista para recibir el miembro del macho del tamaño que fuera.
Maldije a mi temperamento, ardiente y pasional, por traicionarme, aunque me olvidé que mi condición de mujer era precisamente lo que tanto anhelaba, un miembro duro y potente que me hiciera conocer el placer de la lujuria suprema y desbordante que me convirtiera en la hembra que yo mantenía oculta dentro de mí y que de una o de otra manera siempre debe conocer la luz para enfrentarnos a nosotras mismas y ver hasta dónde podemos llegar.
El cabrón no tuvo compasión de mí, apenas vio mi sexo tierno, apetecible y virginal, cubierto de un vello abundante y de color castaño, se avorazó a poseerme con toda su virilidad dura y palpitante.
Sentí que mi sexo era penetrado por una estaca que se abría paso mediante la fuerza, sin delicadezas ni contemplaciones, simplemente me ensartaban cual mariposa en un exhibidor.
Mi desfloración fue harto dolorosa, grité de dolor y rabia, pensé que mi clamor alertaría a todos los habitantes del barrio, pero no fue así, continuamos solos en aquel lugar, sintiendo sobre mi persona el duro y potente sexo de Samuel, que subía y bajaba incansablemente, metiéndome y sacándome su terrible chafalote bañado por la sangre de mi pureza.
—¡Aaaggg…! ¡Ya no…! ¡Ya no, por favor…! Me duele mucho —supliqué en vano, ya que parecía dispuesto a destrozarme con su arma amatoria y pasional.
Sin dejar de parcharme, me sujeto con ambas manos por las chiches, sin que yo lo pudiera evitar, la parte media de mi cuerpo estaba totalmente adormecida, la verdad era que me había vencido de completamente, no tenía un ápice de fuerzas para defenderme.
Ya no sentía dolor, ni tampoco las embestidas de aquella cadera incansable, sabía que seguía siendo poseída, por sus jadeos y gruñidos adiviné que estaba disfrutando de aquel palo como nunca en su vida había gozado con un buen tamal como el que se estaba aventando en ese momento con mi puchita.
Un torrente de líquido caliente pareció despertar mis adormecidas entrañas y me abracé a él, temerosa ante aquella rara sensación que hacía vibrar toda mi piel, con una pasión hermosa, y comencé a disfrutar de todo aquello que resultaba nuevo y sensacional para mí.
Le clavé las uñas en las nalgas y le aventaba la pelvis frenéticamente, bus-cando algo extraño, que mi cuerpo anunciaba poseer en lo más profundo de él.
Aquella cosa llamada pinga lo estaba provocando, seguí sin conocer la emoción que se anidaba en mi vagina, notaba que me remolía toda la pucha, y de pronto, un rayo relampagueante y cegador me deslumbro la mente y la conciencia, me envolvió en un torbellino de luz y de gozo, era un algo que no había conocido nunca antes, algo que muchas mujeres no llegan a conocer nunca en su vida, aunque tengan muchos amantes.
Algo que brotaba desde el remolino de mi ano y recorría todo el cuerpo hasta que en mi cerebro estallaba en mil centellas, que se clavaban en lo más recóndito de mi esencia, haciéndome explotar, sacudiendo mi cuerpo, partiéndolo o tal vez deshaciéndolo, no lo sé con exactitud, fue realmente maravilloso.
Samuel se quedó quieto por unos segundos que se me hicieron eternos, nuevamente, el terror comenzó a embargarme al pensar en lo que pensaba hacerme.
Al sacar su instrumento amatorio de mi pucha con la misma violencia con que me penetrara, y al sentirlo ponerse de pie, no pude evitar gemir con todo mi terror:
—¡No me dañes más por piedad...! seré tuya cuantas veces lo quieras —mi voz sonaba implorante en medio de aquella obscuridad reinante que me parecía espantosa.