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Capítulo 3

Ese hombre llevaba un traje negro de alta calidad, irradiando una aura elegante y noble.

Lucía no sabía cómo describir su aspecto, pues cada parte de su cuerpo parecía haber sido cuidadosamente pulida y esculpida por Dios, emitiendo un encanto agradable.

Lucía se quedó atrapada por su apariencia guapa y su aura particular. Ese par de ojos profundos parecían tener magia y capturaba toda la atención de Lucía. Y su cuerpo fuerte desprendía un glamour hormonal atractivo. De sus dedos largos y finos se veía una elegancia especial.

Lucía buscó cuidadosamente recuerdos en la mente, pero no encontró nada sobre este tipo.

«¿Quién es él?» 

—Señor, Bella Escribano huyó después de oír esos rumores sobre usted.

Ante tales palabras, ese hombre no mostró mucha emoción en su rostro apuesto y dijo en una voz metálica:

—Encuéntrame a una «fémina» limpia en tres minutos.

«¿Fémina? Qué palabra rara. ¿Puede casarse con cualquier mujer?»

Lucía se volvió más curiosa por este hombre. Tras examinarlo a este unos momentos, Lucía pensó en algo, se le acercó y dijo con una sonrisa dulce:

—Señor, ¿tienes prisa por casarte?

Ella mostró su tarjeta de identificación y su dinero, y siguió:

—Puedo casarme contigo.  

El hombre se dio media vuelta y se encontró con un par de ojos oscuros. Al instante, se quedó ligeramente estupefacto y luego se fijó en Lucía.

—¿Cómo te llamas? —inquirió este en una voz un poco más suave.

Esbozando una sonrisa ligera en los labios, Lucía contestó:

—Lucía Nores.

Al oírla, el hombre pareció mostrar algo de sorpresa, pero muy pronto lo escondió.

El asistente que se puso de pie al lado del hombre sorprendentemente le echó una mirada a Lucía, en la que se podía percibir algo de desprecio.

«¿Lucía Nores? ¿Esa señorita de la familia Nores? Ella acaba de ser abandonada por su prometido en la boda a causa de su escandalosa vida privada, ¿no? ¿Una mujer tan indecente como ella quiere casarse con nuestro señor? ¡¿Cómo se atreve?!»

El asistente hizo una mueca muy desdeñosa y quiso hablar de algo para humillar a Lucía, pero el hombre pareció darse cuenta de ello y le lanzó una mirada de advertencia.

Inmediatamente, el asistente bajó la cabeza, sin atreverse a emitir ni una sola palabra.  

El hombre volvió a fijarse en Lucía. En esa mirada severa, Lucía podía percibir una profundidad ininteligible y una agresividad ligera.  

Pensando en que este estaba sopesando los pros y los contras, Lucía, con una cara segura, explicó:

—Tú necesitas a una esposa y yo, un esposo. Es un negocio ganar-ganar casarnos. Después de obtener nuestros certificados de matrimonio, intentaré cooperar con lo que necesites que yo haga. Y respectivamente, no podrás quedarte de brazos cruzados cuando yo necesite tu ayuda.

Por el momento, aunque ella solo necesitaba un matrimonio legal para disponer del 20% de las acciones, nada era absoluto y no estaba de más estar bien preparada.

El hombre pareció insatisfecho con lo que había dicho Lucía, pero de repente pareció pensar en algo, por eso, contuvo ese leve desagrado y dijo:

—Soy Víctor González.

Lucía sonrió dulcemente y dijo:

—Mucho gusto, Víctor.

Víctor le tendió la mano y dijo:

—Vamos.

Sabiendo que el hombre accedía a su petición, Lucía cogió la mano del hombre y los dos entraron en la sala un minuto antes de que la Oficina Civil cerrara.

Media hora después, terminados todos los trámites, Lucía subió al coche de su esposo.

En el coche lujoso, Lucía, sentada en el asiento trasero, miró los dos certificados durante un buen rato. No esperaba casarse tan rápidamente y casualmente. Todo esto fue tan irreal como un sueño.

Como había esperado mucho tiempo en el Registro Civil, Lucía se sentía un poco cansada. Guardados bien los certificados, cerró los ojos con la intención de descansar un momento.

Víctor puso los ojos en el rostro de su esposa nueva y la mirada inconscientemente se le volvió suave.

Lucía percibió que el hombre se fijaba en ella, abrió los ojos somnolientos y dijo en voz ligera:

—Nunca he tenido ninguna relación con ningún hombre. Y arreglaré bien esos rumores escandalosos en cuanto antes y no te causaré problemas.

Lucía notó la mirada de Víctor, creyendo que a este le importaba mucho su fama mala. Al fin y al cabo, Lucía había tenido tantas noticias negativas en Creephia que no había casi nadie que no la conociera.

«La tonta, la fea, la víbora, la desvergonzada...»

¡Cuántos apodos le habían puesto a ella!

Especialmente después del escándalo de anoche, casi todos en Creephia sostenían que Lucía era una zorra total.

Ante las palabras de Lucía, un atisbo de disgusto pasó rápidamente por los ojos de Víctor. No obstante, este no dijo nada, solo se quitó su chaqueta, le tapó a Lucía sobre los hombros y dijo en un tono suave:

—Descansa un poco.

Lucía asintió sonriendo y volvió a cerrar los ojos.

La chaqueta de Víctor todavía mantenía el calor de su cuerpo y el aroma de su perfume, lo cual le daba mucha seguridad a Lucía. Muy pronto, se quedó dormida.

El coche entró en una villa suntuosa y paró.

Víctor llevaba a Lucía en sus brazos y se dirigía hacia el caserón. Todos los sirvientes pusieron una cara de asombro al ver que su señor, que nunca había mostrado interés por mujeres, volver a casa con una mujer en sus brazos.

Pero todos eran muy disciplinados. Aunque estaban sumamente asombrados, ninguno se atrevió a emitir ni una sola palabra chismosa delante de Víctor.

Víctor volvió a su cuarto con Lucía en sus brazos. La puso ligeramente en la cama suave, personalmente le quitó los zapatos y le cubrió una manta de seda. Terminado todo esto, contempló a esta bella durmiente durante un buen rato antes de salir en silencio.

—Señor, ¿qué le gusta a la señora? Ahora mismo mandaré a prepararlo para ella —preguntó felizmente el mayordomo fuera de la puerta, quien aparentemente se había enterado del matrimonio de su amo.

En el coche, Víctor había leído toda la información sobre Lucía que su ayudante había investigado. La información mostraba que a esta chica le gustaban las cosas coquetas y sensuales.

Pero cuando la vio, llevaba un vestido muy sencillo, con una sonrisa dulce e inocente, todo lo cual no era conforme con la información.

Al verlo no hablar, el amo de llaves siguió:

—Bueno, arreglaré varias habitaciones vacías para servir como guardarropas de la señora, cada con un estilo diferente. Seguro que habrá uno que le guste a la señora. Señor, ¿qué le parece?

De repente, Víctor dijo:

—El color azul.

El mayordomo se quedó un poco desconcertado y luego dijo sonriendo:

—Sí, voy a comprar todos los vestidos azules en Creephia ahora mismo.

Sin mostrar ninguna emoción, Víctor añadió:

—Arregla otro estudio.  

Dicho esto, bajó las escaleras.

El amo de llaves asintió con la cabeza y se fue a trabajar.

Víctor se sentó en el sofá de la sala de estar, sacó su móvil e hizo una llamada.

Pronto llegó una voz alegre y perezosa desde el otro lado de la línea:

—Muchas felicidades. ¡Por fin te has casado! ¿Cómo es esa Bella Escribano? Dicen que es muy hermosa. Ten paciencia aunque no te guste, ¿de acuerdo? No la dejes escapar tan fácilmente. De lo contrario, me costaría mucho encontrar a otra para ti...

—Bruno —dijo Víctor sin ocultar más su agrado en el fondo—, me he encontrado con un «tesoro».

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