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Capítulo 2

Después de tales palabras, las dos enfermeras se escaparon corriendo, sin atreverse a volver la cabeza.

Y no mucho después, las dos le trajeron a Lucía todo lo que ella necesitaba.

De pie frente al espejo, Lucía, con almohadillas húmedas de algodón, quitó poco a poco la base densa de la cara y el carmín de los labios.

Desde que Diana Fraga le dijo a Lucía que a Enrique le gustaban mujeres sexys, esta chica tonta se maquillaba y llevaba ropa inapropiada para su edad cada día, por lo cual Lucía había caído en ridículo varias veces y le habían puesto un apodo: «La Dama Más Fea».

Mirando su verdadero rostro sin maquillaje en el espejo, Lucía se quedó un poco atónita.

Su cara era clara, sin mostrar mucha emoción, y sus ojos grandes relucían hermosamente.

Lo que había dejado a Lucía pasmada no era esta cara hermosa, sino la semejanza de este rostro.

Esta joven no solo tenía el mismo nombre que ella, sino también la misma cara.

Lucía bajó la mirada y de repente sonrió levemente.

«Qué bueno. Ahora no necesito dar explicaciones sobre mi rostro cuando regrese.» 

Fijándose en la cara tan familiar en el espejo, ella sonrió aún más y dijo en un tono frío:

—Lucía, descansa en paz, yo vengaré personalmente tu muerte.

Ahora que ella había ocupado su cuerpo, entonces tenía la obligación de pedir justicia para esta amable chica que había muerto inocente.

***

—¡Hijo! ¡¿Quieres que me muera del enojo?! ¿Sabes que la madre de Lucía le ha dado el veinte por ciento de las acciones de la familia Nores en su lecho de muerte? Con ese dinero, ¡la familia Fraga podrá aventajarse más sin duda alguna!

La señora Fraga sentía una lástima extrema porque solo faltó un paso para que la familia Fraga pudiera apoderarse de esa fortuna inesperada.

Al oír las palabras de su madre, Enrique, quien vestía con un traje elegante de alta costura y se mostraba muy alto y fuerte, frunció ligeramente el ceño y preguntó:

—Mamá, ¿de dónde sacaste esta noticia?

—Lucía me la dijo personalmente. ¡Esto no puede ser falso! —la señora lanzó una risa fría y siguió—. Te he advertido que Lucía es la primogénita de la familia Nores. Con el linaje tan noble de su madre, es imposible que esta no le haya dejado nada a su hija. Pero eres tan tonto que has cancelado la boda con Lucía en público. ¡De verdad quieres que yo me muera de la rabia!

La señora Fraga estaba tan enfadada que el pecho le temblaba ligeramente. Tras unas inhalaciones profundas, esta dama noble señaló hacia la sala donde estaba Lucía y dijo en un tono muy fuerte:

—No me importa a qué formas vayas a acudir, engatusándola o engañándola, ¡ahora mismo ve a obtener un certificado de matrimonio con Lucía tan rápido como puedas!

Enrique frunció aún más el ceño y rechazó con frialdad:

—¡He dicho que nunca me casaré con ella!

—¡¿Cómo te atreves a decir eso?!

La señora Fraga quiso regañar a su hijo, pero al pensar en esa cara ridícula de Lucia, el tono se le suavizó.

—Enrique, sé que te gusta Fabiana, pero el 20% de las acciones de la familia Nores es una suma grande. Aguanta un poco y podrás llegar a ser el mayor accionista de la familia Nores.

Enrique siguió manteniéndose indiferente y no cedió. Al pensar en casarse con una mujer tan indecente como Lucía, Enrique sentía náuseas.

Además, él había anunciado ante todos los invitados que no se casaría con Lucía aunque él muriera. Si ahora solicitaba un certificado de matrimonio con ella, ¿no sería el hazmerreír de todos?

Al ver que su hijo era tan terco, la señora Fraga le dio otra advertencia:

—¿Estás seguro? ¿Te lo has pensado claramente? Con las acciones de Lucía, la fusión de las empresas entre la familia Fraga y la familia Nores puede ser posible. Para entonces, podremos superar al Grupo Olimpo, llegar a ser el dominador comercial en Creephia e incluso tener la oportunidad de abrir el mercado en la Capital. Con un negocio tan rentable, ¿qué hay de malo en agraviar temporalmente a Fabiana?

Enrique, con los ojos entrecerrados, se volvió hacia su madre y preguntó:

—Mamá, ¿quieres decir que...?

La señora Fraga ordenó un poco su chal fino sobre los hombros y, haciendo una mueca de desdén, dijo:

—El divorcio es bastante común en una sociedad moderna como la de hoy. Es Lucía quien te ha engañado primero, por eso, ella no se atreve a decir nada aunque no la toques después de casarse. Además, para defender el honor y la decencia de la familia Fraga, no publicaremos tu matrimonio con ella. De esta manera, no faltarás a tu palabra.

La señora hizo una pausa breve y siguió:

—Y la fascinas tanto. Con tal que le digas unas cuantas palabras dulces para engatusarla, te va a entregar con mucho gusto ese 20% de las acciones. Mientras obtengas las acciones, Lucía no nos servirá para nada y, para entonces, podrás hacer lo que quieras con ella.

No muy lejos, con un solo árbol que la separaba de la madre y el hijo, Lucía tomaba el sol perezosamente en un banco del jardín. Con un aspecto un poco mustio, miraba absorta el cielo azul y las nubles blancas sobre su cabeza y de vez en cuando dejaba escapar un leve suspiro de alivio.

Una enfermera se acercó rápidamente a Lucía y le entregó algo.

—Señorita, aquí está lo que quiere —dijo la enfermera respetuosamente.

La voz repentina alertó a Enrique y a la señora Fraga. Los dos se volvieron y vieron a una mujer sentada en un banco no muy lejos.

La mujer, con un pelo largo y liso, llevaba un blanco vestido de seda, dejando al descubierto las dos pantorrillas finas. Debido a que el sol era fuerte, llevaba un sombrero que le cubría la mayor parte de la cara. Aunque no se podía ver claramente el rostro, se sentía la elegancia y nobleza que se desprendían de ella.

Había varias bebidas en una bandeja al lado del banco, lo que indicaba que ella ya llevaba un buen rato sentada allí.

Considerando que lo que habían dicho no era algo decente, Enrique y la señora Fraga, sin interés de ver quién era esa mujer, se voltearon y se fueron.

Antes de irse, sin saber por qué, Enrique se volvió y miró hacia esa mujer. Y justamente, encontró que la mujer cogió una tarjeta de identificación de la enfermera.

Por alguna razón, Enrique se sintió un poco incómodo y frunció ligeramente el ceño.

«Esa figura me suena. ¿Quién es?»

Sin pensar mucho en ello, Enrique se giró y abandonó el jardín.

—Señorita Lucía, ¿qué va a hacer con su carné? —preguntó la enfermera con curiosidad.

Esbozando una sonrisa enigmática en los labios bien pintados, Lucía respondió en voz suave:

—Voy a casarme.

 ***

A las cinco de la tarde, fuera del Registro Civil, la gente iba y venía para casarse o divorciarse. Sentada elegantemente en un banco, Lucía observaba a la multitud apresurada.

La madre de Lucía sí le había dado el 20% de las acciones, pero el testamento estipulaba que Lucía tenía que contraer matrimonio antes de disponer de la herencia.

Ahora, bajo tal situación desfavorable, lo más urgente para ella era casarse en cuanto antes. Y como iba a abandonar Creephia y a volver a su casa algún día en el futuro, no tenía requisitos en cuanto con quién se iba a casar.

Después de todo, ahora el alma en este cuerpo no era esa misma Lucía inocente. Una vez todo hecho, ella compensaría a ese hombre por daños morales e incluso le daría todo en Creephia si ese era un tipo honrado.

Sin embargo, parecía que hoy no es un buen día para casarse. La mayoría vino aquí para divorciarse.

Lucía esperó un buen rato, pero no encontró a alguien adecuado. A las cinco y cincuenta, la sala del Registro Civil casi se quedó vacía. Lucía se levantó del banco con intención de irse. Cuando apenas se dio media vuelta, vio que una silueta alta caminaba en su dirección. Ella se detuvo, con un toque de asombro brillando en sus ojos claros. 

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