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Capítulo 11

Además, con tales palabras, Fabiana quería advertirle a Lucía que Bruno solo la utilizaba para luchar contra la familia Nores y que ella solo era una herramienta insignificante.

Lucía se puso de piel al lado de Bruno, miró hacia Fabiana y, con una leve sonrisa en los labios, se mofó:

—Fabiana, ¿puedes ser más perra?

Fabiana de inmediato lloró y las lágrimas se deslizaron por su cara encantadora, luego se hizo la agraviada diciendo:

—Lucía, lo hago por tu bien...

Lucía la interrumpió antes de que pudiera terminar de hablar y dijo con frialdad:

—No soy tonta. No te hagas la agraviada. ¿Qué? ¿Tienes miedo?

Con una mueca de desprecio, continuó:

—Aún no he empezado a hacerte nada y ya tienes tanto miedo. ¿Qué vas a hacer si empiezo a tomar medidas después?

Ante las burlas de Lucía, Fabiana se quedó tan enojada que su cara se puso muy fea, y se disponía a decir algo cuando Enrique, que fumaba molesto a un lado, habló bruscamente:

—Basta ya, Fabiana. Ya que ella misma decide degradarse, ¿por qué tienes que ser buena gente y ayudarle? Aunque muriera miserablemente afuera, ¡se lo merecería! 

Fabiana dijo en voz débil y agraviada:

—Pero si Lucía vaga sola afuera, será engañada fácilmente. Si se mete en problemas serios, podría involucrar a la familia Nores y a la familia Fraga...

Bruno soltó una carcajada desdeñosa y dijo:

—Señorita Fabiana, te crees demasiado.

Fabiana levantó la vista para mirar al hombre de enfrente y apretó los dientes con odio.

Bruno continuó con una sonrisa:

—Si quiero tratar con la familia Nores y la Fraga, bastará con unas palabras. ¿Por qué tengo que aprovecharme de una chica débil? ¿Crees que soy tan desvergonzado como tú?

Luego miró a Enrique, quien tenía el ceño fruncido, y dijo sarcásticamente:

—Yo no soy tan ciego como el señor Enrique. Señorita Fabiana, tu actuación torpe no puede engañarme. 

Dicho esto, se apartó, le hizo una elegante reverencia a Lucía y luego dijo respetuosamente:

—Vámonos, señorita Lucía.

Lucía miró a Fabiana, que estaba muy sonrojada, sonrió débilmente y se dio la vuelta para irse.

Fabiana miró su espalda, apretó con fuerza los puños y sus ojos se volvieron fieros.

Con el ceño muy arrugado, Enrique preguntó:

—¿Cómo Lucía se unió al Grupo Olimpo? ¿Y por qué Bruno siempre está a su favor?

Fabiana siguió actuando, fingiendo estar preocupada por su hermanastra, y dijo:

—Toda la culpa es mía. Lucía abandonó la casa sin llevarse nada. Ahora ni siquiera tiene un lugar donde vivir. Si al ser forzada por la vida dura sigue el ejemplo de esas mujeres indecentes para ganarse la vida, me temo que...

Enrique recordó de repente que Bruno se conocía como dandi en Creephia y puso una cara fea.

—¡Zorra! —maldijo Enrique con rabia.

***

Lucía se acercó al coche, luego se volvió hacia Bruno y dijo:

—Señor Bruno, muchas gracias por lo de hoy. Volveré a casa primero.

Bruno le abrió personalmente la puerta del coche y le contestó con una sonrisa:

—Señora Lucía, siéntase libre a contarme si necesita algo. Por el bien de mi vida, por favor, no vuelva a salir sola...

Bruno sabía que si Lucía sufría algún agravio en la empresa, Víctor no lo perdonaría fácilmente y lo castigaría duramente.

Sabiendo que a Bruno le preocupaba que ella se molestara por lo de Enrique y Fabiana, Lucía dijo:

—Señor Bruno, no te preocupes. Ahora no pueden hacerme daño y no dejaré que lo hagan.

La Lucía a la que podían hacer daño había muerto.

Para la Lucía actual, esos dos cabrones desvergonzados solo eran enemigos.

Al oír esto, Bruno se alivió bastante y se sintió muy satisfecho con la perspicacia y decisión de Lucía.

Bruno pensaba que si Lucía todavía sentía algo por Enrique y se negaba a ser dura con él a estas alturas, entonces no era digna de Víctor.

Un hombre tan honorable y poderoso como Víctor no podía reducirse a un sustituto de Enrique. Aunque a Víctor no le importara tal caso por amar a Lucía, como su buen amigo, Bruno nunca permitiría que eso sucediera.

Lucía subió al coche y volvió a la villa de Víctor.

Acababa de entrar en el salón cuando el amo de llaves le entregó una caja y le saludó con una gran sonrisa:

—Me la mandaron por la mañana. Señora, abra para ver si le gusta.

Lucía le dio las gracias, abrió suavemente la caja y vio un delicado collar tallado en forma de estrella que descansaba tranquilamente sobre el precioso terciopelo, era radiante y reluciente.

El collar era hecho con ese precioso zafiro.

Los ojos se le iluminaron a Lucía al instante y ella puso una expresión muy alegre.

—Me encanta. Muchas gracias, Hugo.

Ella subió las escaleras con el collar y lo guardó con cuidado en el cajón. Tras descansar un momento, se dirigió al estudio.

Como Lucía no conocía mucha información sobre la industria del entretenimiento, encontrar un personaje femenino que encajara con el del guion no le sería fácil.

***

Enrique regresó a su casa.

Al ver a su hijo, la señora Fraga inmediatamente preguntó:

—¿Has encontrado a Lucía?

Enrique se aflojó un poco la corbata y respondió impaciente:

—Sí.

—Entonces, ¿por qué no la has traído de vuelta? —la señora Fraga preguntó en una voz insatisfecha— ¿Has olvidado lo que te dije?

Enrique, pensando en la frialdad de Lucía hoy, puso una cara fea y contestó:

—Mamá, no te preocupes. Ella nunca podrá escaparse de mí.

Durante los años, Lucía había estado complaciendo a Enrique y escuchándolo en cada cosa, y por esta razón, Enrique sostenía que Lucía le quería tanto que nunca le desobedecería. Pensaba que volvería a él como un perrito fiel si la engatusaba un poco.

La señora Fraga, muy descontenta con las palabras de su hijo, dio un fuerte manotazo sobre la mesa y gritó:

—¿De verdad crees que Lucía no se enfadará contigo? ¿Ha acudido a ti por su propia voluntad alguna vez desde esa noche de boda? ¡Las mujeres son más desalmadas de lo que crees! Bueno, sigue mimando a esa Fabiana, ¡pero no te quejes cuando pierdas el 20% de las acciones del Grupo Nores!

Enrique, al ver que su madre estaba realmente enfadada, frunció el ceño, se tranquilizó y dijo con voz grave:

—Bueno, bueno, mamá, no te enfades tanto. Mañana iré a buscarla.

***

Cuando Víctor llegó a casa por la noche, la criada le dijo que Lucía había pasado la tarde en el estudio y no había salido a cenar.

El hombre subió inmediatamente las escaleras, empujó suavemente la puerta del estudio y encontró a Lucía dormida en el sofá.

La chica estaba preciosa bajo la cálida luz amarilla, acurrucada, con la cabeza apoyada en las manos.

Había varios libros abiertos esparcidos por la alfombra.

Víctor se acercó a ella en silencio, se agachó un poco, y miró con cariño su rostro delicado y bonito.

«La Bella Durmiente» parecía estar teniendo una pesadilla, y sus cejas estaban ligeramente fruncidas.

Víctor le besó suavemente la frente y le susurró con ternura:

—Está bien. Duérmete, cariño.

No importa cuál fuera su pesadilla, terminaría para siempre, pues Víctor siempre la cuidaría y la amaría.

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