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Capítulo 3

El avión aterriza en Denver alrededor de las tres y media de la tarde. Lo primero que noté cuando salí del aeropuerto fue el olor característico de mi cuidad natal. Sí, a cada lugar le siento su propio olor.

Me acerco a la fila de personas que están esperando taxis, pero recuerdo que no traigo nada de dinero. Busco en mi bolso el monedero con la esperanza de encontrar algún billete olvidado, pero nada. Ni siquiera consigo monedas para tomar un autobús.

Entonces miro el papel en donde Tamara escribió la dirección de su prima para calcular que tanto debo caminar, y descubro que me tomará al menos dos horas llegar a pie. 

Antes de poder darme cuenta, y sin poder evitarlo, pataleo el piso y hago un lloriqueo; un gesto que tenía la costumbre de hacer al disgustarme en... mi adolescencia. 

Sacudo la cabeza para que mis pensamientos dejen de ir en esa dirección y comienzo a caminar. Por mis piernas adormecidas -y por perderme un par de veces en el recorrido- me tardo un poco más en encontrar el edificio.

Queda en una zona bastante transitada y la fachada está en decadencia. Intento pasar pero la entrada tiene seguro, espero un rato y en cuanto una persona la abre y pasa, me escabullo dentro.

Subo las escaleras y cuando estoy en frente del departamento con el número anotado en el papel que me dio Tamara, toco el timbre.

Una, dos, tres, cuatro veces, incluso golpeo la puerta, pero nada.

¿Estará en el baño? ¿Tamara habrá escrito mal la dirección?

—Disculpe, ¿sabe si Wendy Wester vive aquí?— pregunto a una mujer que pasa por el pasillo.

—Sí, somos vecinas— responde —. Pero no creo que esté en casa ahora, siempre trabaja hasta tarde.

Asiento y doy las gracias. La señora entra en el departamento del lado. Suspiro y recuesto la espalda en la puerta, me arrastro para sentarme en el piso con las rodillas flexionadas para apoyar los brazos y ocultar mi rostro en ellos.

Tengo hambre y sueño, y mataría por tomar una ducha.

Espero que la prima de Tamara no se tarde demasiado...

—¿Quién eres?— una voz ronca me despierta, horas más tarde.

Rápidamente me pongo de pie y veo la chica que me habló. Prácticamente es idéntica a Tamara, tiene el mismo cabello rojo e incluso la misma altura y rasgos faciales. Solo que se ve más seria, madura y recatada. Usa gafas y por su vestuario deduzco que trabaja en una oficina.

—¿Quién eres?— vuelve a preguntarme. Está cruzada de brazos y me ve de una forma hostil que me incomoda. 

—S-soy...— ¿porqué estoy nerviosa? —Eleanor, la amiga de Tamara. Hola, Wendy.

Wendy frunce el ceño.

—Gracias por permitirme quedar en tu casa— le digo —. La verdad no sé que hubiese--

—Alto ahí— me detiene —. Esto no fue lo que acordé con Tamara. Ella me pidió el favor de dejarla a ella quedarse en mi casa, no a su amiga.

Entro en pánico al escucharla.

Maldita Tamara.

—Ahora, quítate del medio, por favor— dice.

Me aparto de donde estoy para desbloquear el paso y veo como Wendy saca sus llaves para acercarse a abrir la puerta.

—¡Espera!— grito atravesando mi mano para evitar que me cierre la puerta en la cara —¿Simplemente me dejarás afuera?— le pregunto.

Ella me ve como si le estuviese preguntando lo más obvio del mundo.

—Por supuesto, eres una completa desconocida. ¿Creíste que te dejaría entrar? Ni loca hago eso. 

Ruedo los ojos. Ya veo por qué a Tamara le cae mal.

—Por favor, al menos déjame pasar esta noche— ruego, con mi mejor cara de cachorro mojado —. No tengo dinero para ir a un hotel y tampoco conozco a nadie en la cuidad— miento.

Internamente cruzo los dedos cuando veo lástima aparecer en sus ojos, parece que se lo está pensando.

Finalmente sonrío triunfante cuando se hace a un lado para dejarme pasar.

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