Capítulo 2
Me río porque soy consciente de que lo he interrumpido dos veces, pero él no sabe que aún no he terminado.
-Estaba tratando de decirte eso...- pero por tercera vez no lo dejaré terminar.
-¡Dios mío!- exclamo, luego lo tomo de la mano y lo arrastro hacia el bar del cine. -¡Me pusieron mis dulces favoritos!- digo tomando inmediatamente el paquete.
Miro alrededor para ver qué más venden. Si no ha comido en dos días, las palomitas de maíz definitivamente no son ideales, ya que no lo alimentarán. Por suerte desde hace unos meses también han empezado a vender bocadillos aquí.
-Hola, John- Saludo al esposo de Tessa. -¿Podríamos tener dos sándwiches, dos botellas de agua y una canasta grande de palomitas de maíz, por favor?- Pregunto.
-Claro, enseguida te los preparo- me dice John.
-Por favor, ¿puedes decirme algo?- me vuelve a preguntar ese chico.
-¿Conoces estos dulces?- le pregunto y veo su expresión confusa. -¡Son fabulosos! Yo los llamo pedacitos del arcoíris. No creo que haya comido algo más sabroso...- pero no termino la frase porque mi atención está atrapada en otra cosa.
Paso a ese chico y llego a un estante en el bar.
¡Hasta tenían galletas!
Agarro un paquete y lo coloco en el mostrador con los dulces.
-¿Alguna vez has comido estas galletas? Tienen chocolate amargo en el medio y es como... como darle un mordisco a un pedazo de cielo- digo, luego mis ojos se iluminan. ¡Podríamos llamarlos así! ¡Pedacitos de cielo! No es un mal nombre, ¿no crees? ¿Quién más puede comer pedacitos de arcoíris y pedacitos de cielo al mismo tiempo?- le pregunto.
Está cada vez más confundido. Lo embriagué con mis palabras. Todo el mundo siempre me dice que hablo demasiado y que necesito aprender a callarme un poco, pero me gusta hablar.
Vuelve con nosotros Juan.
- Aquí tienen, muchachos. Entonces- dice, concentrándose en calcular cuánto tengo que pagar. -Dos bocadillos rellenos, dos botellas de agua, palomitas grandes, dulces y galletas. Son... quince dólares".
-Aquí tienes- le digo, entregándole el dinero.
-¡Gracias! ¡Disfruta la pelicula!-
-¡Gracias, John!- exclamo, luego me doy la vuelta para ir a la sala donde se proyectará la película.
-Escúchame, yo...- intenta por millonésima vez.
-¿Puedes ayudarme un segundo?- le pregunto.
Me vuelvo hacia él y le dejo los dos sándwiches, una botella de agua y las palomitas de maíz gigantes. Toma todo, luego camino hacia el pasillo.
-Hola, Liz- Saludo a la chica que revisa los boletos.
-¡HOLA! Ha pasado un tiempo desde que te vieron".
-Sí, estaba ocupado con mi tarea- digo, mientras le entrego nuestros boletos.
- No te preocupes, no hemos proyectado nada de eso en este periodo. Pero estoy feliz de verte de nuevo.
-Yo también-.
Entramos en el salón e inmediatamente individualizamos nuestros asientos. Nos sentamos e inmediatamente abro mis galletas.
-Estoy tratando de decirte que...- dice de nuevo.
-Shh. Empieza la película- digo, mordiendo una galleta.
Me mira confundido. Seguramente se estará preguntando por qué nunca lo dejo hablar.
Me pasa toda la comida que le di antes.
-Estos son tuyos- dice.
-Estoy comiendo galletas, no me gusta mezclar dulce y salado. ¿Por qué no te los comes?- Sugiero.
Veo su expresión de sorpresa.
Tiene un hambre voraz y solo espero que esta comida sea suficiente para que se sienta mejor. Llevé bocadillos para darle de comer, palomitas de maíz para animarlo y sobre todo elegí el cine porque sé que aquí la calefacción siempre está encendida. Su ropa gastada no pesa tanto y se está muriendo de frío. De todas las películas que muestran, el Capitán América es la de mayor duración. Permanecerá calentito y cómodamente sentado en estos sillones durante unas buenas dos horas.
Sólo espero que sean suficientes para que se sienta un poco mejor.
Mis ojos están pegados a la pantalla y mis labios repiten la mayoría de las líneas de memoria.
Siento un dedo golpeando mi brazo y me doy la vuelta.
-El sándwich- dice, entregándomelo.
Se comió uno pero todavía cree que el otro es para mí. Me hace sonreír porque parece un tipo muy cariñoso.
-Cómelo, todavía tengo galletas y dulces. ¿Quieres probarlos?- le pregunto, entregándole ambos paquetes.
Parece congelarse, tal vez finalmente haya entendido.
-Gracias- susurra, dándome una sonrisa avergonzada.
-¿Sobre qué?- Pregunto, fingiendo no darme cuenta, pero haciéndolo sonreír. -Ahora veamos la película, porque esta es una de mis partes favoritas- susurro.
Él asiente y sigue mirando. También lo veo comer el segundo sándwich y luego la canasta de palomitas de maíz. De vez en cuando le robo un poco, pero luego le doy las galletas y los dulces. Él me agradece cada vez.
Cuando termina la película, tiramos todos los desechos en el balde que está justo afuera del teatro y en un momento nos encontramos nuevamente en medio del frío de estas calles.
"¿Por qué hiciste eso?", pregunta, encogiéndose de hombros.
-No sé de lo que hablas- pretendo.
No es gratitud lo que quiero. Disfruto ayudar a la gente porque me han enseñado que es algo que enriquece el alma y ahora mismo me doy cuenta de que tuve una gran tarde. Lejos de las peleas de casa y feliz con un novio cariñoso.
Vemos pasar a una familia. Arrugan la nariz cuando pasan junto a este tipo y yo frunzo el ceño. Lo están juzgando por su olor, pero presumiblemente al no tener un lugar donde quedarse, ni siquiera tiene una ducha para lavarse. La gente juzga sin saber.
Él lo nota y se aleja un paso de mí, como para evitar que lo huela, luego veo al padre alejando a sus hijos, como si los estuviera protegiendo de él.
Estoy a punto de decirle que no debes comportarte así cuando no conoces a alguien, pero el chico se da cuenta y me pone una mano en el hombro.
-No te preocupes, no es necesario- dice, luego ve su mano en mi hombro e inmediatamente la retira, dando un paso alejándose nuevamente.
- Así no es como nos comportamos. La educación no debe ser una elección, sino una obligación - digo.
-¿Sabes que eres muy gracioso?- dice ella riendo.
-¿I? ¿Por qué?-
-Porque hablas de educación, pero antes no me dejaste terminar ni una sola frase-.
Me río.
- Estoy mortificado. ¿Qué es lo que me querías decir?-
-Quería decirte que solo tengo estos cinco dólares y sé que no es ni la mitad de lo que gastaste, pero deberías...- comienza a decir, extendiendo la mano para darme todas las monedas que tiene.
-Oh, ¿quisiste decirme que estarías feliz de acompañarme a la parada del autobús?- lo interrumpo. -¡Eres muy amable, gracias!- exclamo sonriendo.
Se ríe y niega con la cabeza.
-Basta, me rindo- dice.
-¡Finalmente! Tomó unas buenas dos horas, diría que hay margen de mejora- bromeo, haciéndolo reír.
Caminamos hacia la plaza donde está la parada de autobús.
-¿Tienes un lugar para quedarte esta noche?- le pregunto.
-Sí- responde de inmediato, pero no sé si creerle o no.
Nunca podría traerlo a mi casa. La mía enloquecería, pero no puedo dejarla así en medio de la calle, sobre todo porque está oscureciendo y el frío arrecia.
-¿Estás seguro?- pregunto.
El asiente.
Llegamos a la parada y lo siento un poco. No quiero decir hola.
-Gracias por confiar en mí y entender que no soy un asesino en serie- le digo sonriendo.
-Me das las gracias? tengo que agradecerte Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una tarde tan agradable.
-Fue un placer- digo, luego me giro para subir al autobús.
-¡Eh, espera!- me llama de vuelta, justo antes de subir a bordo.
Me dirijo a él.
Ni siquiera me dijiste tu nombre.
-Isabel-.
-Fue un placer conocerte, Isabel- dice y me doy cuenta de que me gusta escuchar mi nombre salir de sus labios. -Soy Terex-.
-A mí también me ha venido bien, Terex-.
Subo los dos escalones del autobús y algo me viene a la mente. Me vuelvo hacia la parada y lo veo cuando está a punto de irse.
-Terex- le devuelvo la llamada.
Inmediatamente se vuelve hacia mí y sube a las puertas del autobús. Está sólo dos pasos por debajo de mí, pero de esa manera estamos a la misma altura.
-¿Sí?-
-¿No podrías usar esos cinco dólares para comprar cigarrillos?- le pregunto.
El sonrie.
-Está bien, te lo prometo-.
"¿Una promesa del dedo meñique?" Pregunto, levantando mi dedo.
-Eres muy graciosa, Isabel- se ríe y aprieta mi dedo con el suyo.
-No lo olvides, las promesas del dedo meñique no deben romperse. Son promesas sagradas.
-No lo romperé- dice y sale del autobús al mismo tiempo que el conductor cierra las puertas.
Voy a sentarme y lo saludo desde la ventana.
Me voy a casa, pero no puedo evitar preguntarme dónde dormirá y si estará a salvo.
Han pasado unos días. Es sábado y yo estaba en la escuela esta mañana. No me gusta ir a la escuela los sábados, pero después de tres años me he acostumbrado.
Estoy contando hacia atrás. Faltan dos semanas para las vacaciones de Navidad y no puedo evitar pensar en Terex. Está solo y seguramente pasará las vacaciones solo y tal vez ni siquiera tenga nada para comer o un regalo que desenvolver.
Ya sé cuál es mi regalo. Mis padres me dejaron su tarjeta de crédito y me dijeron que podía pedir lo que quisiera. Elegí un par de zapatos que quería desde hace mucho tiempo, pero no son tan bonitos como cuando desenvolví el regalo de la abuela en la mañana de Navidad.
Cada año me hacía un regalo personalizado. Me regalaba sudaderas y luego cosía una dedicatoria por dentro, o hacía lo mismo con un gorro o una bufanda. Fueron los regalos más hermosos del mundo y los extraño mucho. Era gracioso porque la mayoría de las veces ella se equivocaba en la talla, o los compraba en el departamento equivocado y me daba algo para hombres, pero no era el regalo en sí lo que era especial. Fue lindo porque cerró la librería por un día para dedicarse de lleno a buscar mi regalo, y luego se encerró en casa a coser la dedicatoria. Ella me dedicó un día entero, mientras mis padres me dedican esos cinco segundos para decirme: - aquí está la tarjeta. Cómprate el regalo que quieras sin reparar en gastos. No me prestan atención y ni siquiera cuando era más joven. Siempre tienen otras cosas más importantes que hacer y yo no encajo en sus prioridades.