Capítulo 2
Eran las siete de la noche. «Lo que significaba que era hora de irse a casa», pensé mientras soltaba un bostezo.
Al ver al contador saliendo de su oficina, tuve que tapar mi boca con rapidez e intenté desviar la vista al mismo tiempo que apagaba el monitor de la computadora. "No me pidas otra cosa más", rogué a mis adentros. No obstante, supe que mis plegarías no fueron contestadas al ver de reojo como el hombre que parecía estar con el ceño fruncido todo el día entero, se detuvo enfrente de mi escritorio.
—Señorita Mirstón—me llamó mi jefe.
Lo volteé a ver, e intenté no hacer una mueca al escuchar el chirrido molesto de mi silla de madera.
—Dígame, contador.
El señor Eastwood apretó los labios con ligero disgusto. Todo a causa de mi tono meloso. Pero, no podía regañarme por ello. Era lo mejor que podía hacer para evitar ser despedida en mi primer día de trabajo si decía algunos de mis comentarios acertados y todo por culpa de su malhumor. Lo que, por alguna razón, parecía ser que mi jefe creía que su disgusto era por culpa mía.
—Entré a mi oficina.
Miré con rapidez al escritorio vacío de su secretaria—: Pero la señora Martha se acaba de ir. Pensé que...
—Ahora, Mirstón.
Me levanté de inmediato.
—Entendido, señor Eastwood.
Mi jefe se dio la media vuelta y caminó de regreso a su oficina, conmigo siguiéndolo de cerca.
Sabía que algo ocurría en la empresa. Desde en la mañana que había llegado, había aparecido un ambiente nervioso en todo el personal. Curiosa por saber, me había proyectado en preguntarle a Andrew sobre que ocurría en mi hora de comer, pero el señor Eastwood había insistido en que necesitaba realizar algunas cuentas urgentes que no tuve tiempo, ni siquiera para salir de mi oficina. Sabía que podía quejarme con Recursos Humanos. Pero sabía que se podía verse muy mal cuando no había estado ni el día en mi área de manera oficial. Así que callé y continué realizando los pedidos que me había dado mi jefe.
Creí que al dar las siete de la noche significaba que estaba libre, pero al parecer, también me había equivocado sobre ello.
Ahora podía sentir que un dolor de cabeza se estaba aproximando por la larga jornada laboral.
Cerré la puerta cuando entré a la oficina del contador.
—Tome asiento, señorita Mirstón—ordenó mi jefe conforme avanzaba por la oficina y se colocaba detrás de su escritorio.
Hice lo que me pidió. Aunque pude notar que el señor Eastwood se veía más tenso conforme pasaba los segundos en silencio.
—¿Señor Eastwood?
—Espero que ya esté feliz. Ha obtenido lo que ha querido.
Tragué saliva. Sin entender a que se refería realmente. Pero por su expresión, era algo muy malo.
—Lo lamento, señor, yo no esperaba que...—
—La próxima semana me jubiló—declaró de manera abrupta.
—¿Felicidades?
Mi jefe me volteó a ver de manera tosca.
—Serás quien me reemplacé—dijo, sonando más seco—, parece que algunos compañeros de área quedaron impresionados con tu hazaña de la semana pasada. Por lo que, serás quien ocupe mi lugar.
No era un aviso, era una acusación.
Pude darme cuenta de que al decir "impresionados" era una forma sutil para decir que lo estaban corriendo de su puesto. Fue cuando entendí su molestia. De forma inconsciente, lo había humillado delante de todos.
—Lo siento, señor Eastwood, mi intención nunca fue...—
—Lo sé, no tienes que explicar nada—se detuvo un momento, y miró mis ojos de forma directa—. Debo de reconocer que hiciste un buen trabajo.
—Gracias, señor.
Mi jefe asintió y fue hacia su escritorio.
—Llévate la carpeta roja. Ahí está el balance general de la empresa. Necesito que verifiques que no tuve ningún error.
—Pero, ¿es seguro?
—De ti, depende eso.
Asentí, aun confundida y sorprendida porque estuviera dándome esto.
—Lo tendré listo en tres días.
—Lo quiero para mañana.
Abrí mis ojos de golpe.
—Pero...—
—Mañana, Mirstón.
—Sí, señor—dije, esperando no sonar irritada y me di la media vuelta. Casi con una mueca en el rostro, esperando dentro de mí, que mi jefe no me volviera a llamar para otra cosa que necesitaré. Para mí buena suerte, no fue de esa manera y pude salir de la oficina del señor Eastwood sin mayor contra tiempo.
Solté un suspiro de alivio.
Aunque solo duró un segundo. Pues mi mente volvió a la carpeta que tenía en mis manos. Era extraño que el señor Eastwood estuviera siendo tan descuidado.
La próxima semana me jubilo, volví a recordar las palabras de mi jefe.
Sacudí la cabeza, intentando no pensar en ello.
Por ahora, tenía trabajo que hacer.
Gemí de forma audible al darme cuenta de que me esperaba una larga noche. «Maldita sea»
(...)
Sentía que mi cabeza estaba por explotar. Demasiadas horas en una posición sentada y mi mente concentrada en revisar el estado de la empresa con una lupa era extenuante hasta morir.
Eché un vistazo al reloj en mi muñeca y vi que ya era las doce de la noche.
Mi único consuelo fue que estaba a un tercio de terminar.
Levanté mi mano derecha para ponerla en mi hombro. Intentando quitar un poco el dolor muscular que sentía en ese momento y era tanto mi cansancio que mis ojos empezaron a cerrarse de forma automática. «No te duermas», me regañe a mi misma. Sin embargo, antes de decidiera rendirme sobre mi auto masaje, unas manos más grandes y fuertes lo empezó hacer por mí. «Andrew», pensé de inmediato con una sonrisa.
Lancé un gemido de placer.
—Dios...Andrew—dije, mientras lanzaba un gemido de placer—, tienes unas manos increíbles.
—Eso me dicen—dijo mi mejor amigo, mientras soltaba una risita de diversión un poco lasciva. Dándome a entender que se refería a otra cosa con su comentario.
Sonreí.
—Cállate, bobo.
Se rió levemente y se inclinó para hablarme al oído.
—Lo indicado sería que me trates mejor...—se detuvo, y continuó con un susurró llenó de promesas maliciosas—. O podría detenerme. Y no quieres eso, ¿verdad?
—No, no, me portó bien. No pares—imploré con una sensación de placer al sentir como poco a poco el dolor se iba calmando. «Andrew era muy bueno con esas manos, de eso no había ninguna duda», pensé al mismo tiempo en que la habitación se empezaba a oír la melodía conocida por las películas de "Tiburón".
Andrew no detuvo su masaje, aun cuando claramente sabía que su celular estaba sonando en su bolsillo.
—¿No piensas contestar? —cuestioné sin abrir los ojos.
—Ignóralo.
Eso me sacó una sonrisa. Pues sabía lo que significaba. Cada vez que intentaba alejar a una chica que estaba viendo colocaba ese tono, más que para porque a Andrew le aterraban esas películas y que esa era la manera de prevenir el peligro. Todo a causa de una anécdota de nosotros. A unos meses de que nos conocimos de manera oficial por Johana, Andrew había sido hostigado hasta el cansancio por una chica de nombre Beatriz. Ella no dejaba de decirle "te amo" a mi mejor amigo en cada oportunidad que tenía. Su intensidad asustó a Andrew un poco. Su dilema, hizo que me acercará a él mucho más, y le dije que la única forma de que la chica comprendiera que ya no quería nada con ella, era que simplemente la bloqueará de todas sus redes sociales. Sabía que tarde o temprano, Beatriz iba a tener que rendirse. Pero en vez de decirme que tenía razón, Andrew alegó que no que las mujeres tendían a ser demasiado insistentes con él. Le di una patada en sus testículos porque pensé que estaba siendo demasiado ególatra y tonto. No obstante, tuve que darle un poco de razón a Andrew al darme cuenta de que no estaba exagerando, Beatriz no había comprendido que realmente mi mejor amigo ya no quería nada con él y empezó a seguirlo por todas partes.
Como una psicópata total.
En ese momento había estado tan desesperada y preocupada por ayudar a Andrew, que tuve que pedir ayuda a mis cuatro mejores amigas. Michí, la pelirroja de nuestro grupo de amigos y con una lengua sin control, fue la primera en hablar y empezó a vernos a Andrew y a mí con una sonrisa maliciosa cuando les terminamos de contar todo. "¿Y si se hacen novios? Eso solucionaría el problema de raíz". Fue una suerte que nadie estuviera comiendo o bebiendo algo porque era seguro que alguien hubiera muerto en ese mismo instante.
"Basta ya", le había dicho a Michí cuando me había recuperado de la sorpresa de su comentario y también un tanto enojada porque no estuviera tomando el problema con una mayor seriedad. "Además, Andrew no me ve de esa forma, soy su amiga, ¿verdad?"
Mi intención al haber hecho esa pregunta a Andrew, era para que mis amigas dejaran de molestar. Sin embargo, fue sorprendente como el chico atractivo de enfrente me quedó viendo fijamente y con una mirada tan intensa que, por un momento, creí haber preguntado algo transcendental. "Si, eres mi amiga", había sido la respuesta de Andrew con lentitud un tanto deliberada que parecía dar a entender otra cosa, y cambiando bruscamente su actitud al ver mi rostro sorprendido, volvió a ser el mismo de antes y colocó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. "Una amiga muy muy hermosa".
La forma en que había dicho aquello me había puesto tan nerviosa que había tenido que mirar a las chicas, y todas ellas, se nos quedaban viendo como si acabarán de presenciar a sus personajes favoritos dándose una declaración de amor. Eran ridículas.
"Dejen de vernos así, estamos hablando de algo serio", había pedido con irritación.
Albina que nos estaba viendo desde la pantalla de la laptop, nos había dicho con seriedad, "¿No puedes pedir una orden de alejamiento?"
Volteé a ver a Andrew y se encogió de hombros. "Lo voy a intentar", fue lo que dijo con actitud despreocupada mientras colocaba su brazo alrededor de mi cintura y me acercaba a decirme en el oído que no me preocupará. Qué todo iba a estar bien.
Resultó que había tenido razón. Otra vez. La chica simplemente desapareció. Sin dejar rastro. O al menos eso pensamos, pues ni siquiera intentamos buscarla.
Dejamos ese tema cerrado.
Sin embargo, ahora cada vez que intentaba una chica ser demasiado insistente, Andrew colocaba la melodía del tiburón para indicar que había peligro. Era un tonto.
—Eres cruel con Alina, tampoco es como Beatriz—dije mientras gemía por lo delicioso que sentía la forma en que Andrew movía sus manos sobre mis hombros tensos—. Deberías darle una oportunidad de hablar contigo.
—Es mejor de esa manera. Ella es buena chica, pero...—
—Pero no es la indicada para ti, ya sé. Es solo que...—me detuve—, deberías de hablar una última vez con ella, explicarle.
—Le he explicado.
—Hazla entender.
Andrew suspiro.
—Contesta si deseas—dijo. Mi mejor amigo se alejó un momento y sacó su teléfono de su bolsillo para después tendérmelo, sin embargo, antes de que lo tomará en mis manos, lo dejó suspendido en el aire mientras me miraba—, pero corre bajo tu responsabilidad.
Dude de tomarlo. Pero recordé de nuevo a Alina y supe que no era como Beatriz.
Alcé la mirada y observé a los ojos claros de Andrew.
—Bien.
—Date la vuelta. No he terminado aún—dijo mi mejor amigo con una sonrisa, pero un brillo malicioso que no me dio buena espina.
No obstante, calle mi sentido de precaución y giré en mi silla.
Contesté la llamada.
Andrew volvió a retomar su tarea en mis hombros, pero está vez, presionando un poco más fuerte que antes, y dejando una estela de placer a su paso.
—Oh Dios mío, ah sí—gemí con placer mientras cerraba mis ojos por el alivio al dolor.
—¿Te gusta así o quieres un poco más fuerte? —La voz de Andrew sonaba más profunda y grave. Casi rozando su aliento en mi cuello.
Un estremecimiento me recorrió la espalda.
—Solo un poco más—pedí.
Esas manos presionaron un poco más fuerte y empezaron a bajar un poco por mi espalda, haciendo se disipará un poco más.
—¿Así lo quieres?
Dios mío. Las manos de Andrew eran el paraíso.
—¡Oh sí, sigue así, justo así!
—¿Andrew? —escuché a lo lejos.
Abrí mis ojos de golpe y recordé la llamada. «Mierda, se me había olvidado la llamada con Alina», pensé con mortificación.
Volteé a ver al teléfono y me di cuenta de que estaba separado a unos centímetros de mi rostro. Y que Andrew tenía una sonrisa enorme en su rostro.
—Alina, esto no es lo que parece...—intenté decir. Pero ya era demasiado tarde.
—Váyanse a la mierda, hijos de puta. Espero que les dé una maldita enfermedad y...—
Corte la llamada.
—Lo hiciste apropósito.
Andrew se echó a reír.
—Realmente no. Pero te conozco demasiado bien.
—¿Qué se supone que significa eso? —cuestioné, alejándome de sus manos y volteé mi cuerpo para poder ver a Andrew de frente.
Sin saber si estar molesta o no con él, por hacernos simular una escena que no tenía nada que ver con nosotros.
Mi mejor amigo apoyó sus manos en el respaldo de la silla y me quedó mirando con una sonrisa maliciosa.
—Quizás no lo hayas notado, pero yo sí he notado muchas cosas que haces cuando disfrutas demasiado de algo.
Entrecerré mis ojos.
—¿Y eso es...?
La sonrisa de Andrew creció todavía más.
—Eres muy ruidosa, hermosa.
Abrí mi boca, jadeando de manera ofendida.
—Eso no es cierto.
Asintió lentamente.
—Lo es—dijo Andrew, y en un segundo se inclinó cerca de mí, y a pocos centímetros de mi rostro y susurró de forma lenta y con voz grave—, pero no te preocupes, eso es lo que me encanta de ti.
Lo quedé mirando directamente a los ojos, sintiendo un poco de rubor en mis mejillas.
Y Andrew me sostuvo la mirada por varios segundos.
No supe que sucedió. Pero de alguna se sentía como si el aire estuviera cargado de una electricidad. Sentía como mi piel se sentía caliente, ansiosa por ser tocada. Incluso mi corazón empezó a latir con fuerza. Todo a causa del acercamiento, nada inusual, de Andrew.
—¿Me quieres a tu lado, hermosa?
Abrí mis ojos en sorpresa.
—¿Como?
Andrew sonrió con diversión y desvió la vista a los papeles que estaban sobre la mesa.
—Veo que tienes demasiado trabajo, ¿quieres que te acompañe hasta que termines? —terminó de decir, para volver a verme.
Andrew no tenía que hacer eso, y, aun así, se ofrecía a realizarlo. Porque era mi mejor amigo.
Parpadeé varias veces.
—No, ve a descansar. También tienes trabajo mañana.
—¿Estás segura?
Vi sus ojos claros.
—Si.
—Está bien—dijo, para luego acercarse y besar mi frente—. Buenas noches, hermosa.
—Buenas noches.
Se enderezó y empezó a irse al pasillo donde estaban nuestras habitaciones.
Lo seguí con la mirada. Intentando entender que acababa de pasar. «No pienses en eso», me dije mientras cerraba los ojos y respiraba profundo. «No pienses en eso»
Abrí los ojos un poco más tranquila, y volví a retomar el trabajo. Como si nada hubiera pasado. Porque realmente era así, nada había pasado.
Todo estaba como siempre.
Normal.