Capítulo 1
Ocho años después...
No puedo esperar para contarle las buenas noticias a Andrew. «Me preguntaba que iba a decir cuándo le dijera que estaba contratada oficialmente en la misma empresa que él», pensé emocionada mientras manejaba en dirección a mi casa y con una sonrisa alegre en mi rostro. Sin embargo, no tenía que ver la cara de mi mejor amigo—hombre—para saberlo. Ahora lo conocía perfectamente bien que incluso sabía cuáles serían sus reacciones a cada una de mis palabras. Ocho años de conocernos mutuamente hacían eso.
Andrew James había sido mi balsa de salvación cuando me estaba hundiendo en un mar de dolor.
Desde esa situación en el bar con las chicas y mi falta de moderación con el alcohol, creí que podía mejorar mi situación. Pero no fue de esa manera. Me sentía más sola, pues no tenía a nadie que me comprendiera por completo, todas mis amigas intentaban estar conmigo, pero sus miradas de compasión me dolían demasiado como para soportarlas por mucho tiempo.
Con dolor, porque se sentía como si las estuviera traicionando, me tuve que alejar un poco de ellas. No obstante, pensarlo y hacerlo eran dos cosas distintas. Me di cuenta casi de inmediato de que iba a ser una tarea muy difícil cuando casi todas íbamos en la universidad Ricks, y por lo tanto cada cierto tiempo nos encontrábamos en algunos los pasillos de la misma.
Era molesto y frustrante no tener escapatoria cuando lo que ansiaba en ese momento era soledad. Aunque tampoco podía culparlas. Ellas deseaban ayudar en hacerme sentir mejor. Pero nadie podía.
Y el único que podía hacerlo, estaba demasiado lejos y con una chica que no era yo.
Con cada día, el recordatorio se hacía menos doloroso. O al menos eso me decía para evitar llorar a mares en cada rincón que pudiera encontrar.
Sabía que no era demasiado buena escondiendo lo que sentía. Por lo que las chicas, a excepción de Albina que estudiaba en el extranjero, buscaron acercarse en cada oportunidad que tenían cuando me veían. Lo entendía, de verdad que sí, pero no podía tenerlas cerca en ese momento. Ellas eran mis mejores amigas, y aunque las amaba con todo mi corazón, sabía que ninguna podía comprenderme como me sentía en realidad.
Todas eran correspondidas y muy felices con sus parejas. De cierta forma, yo era la mancha de oscuridad en sus vidas de colores. La que era la razón principal de porque me alejé de ellas.
Fueron meses duros. La herida que David me había dejado no se podía curar con el tiempo, como Johana había dicho, y con cada segundo que pasaba, sentía que más sangraba, estaba agonizando, y lo hizo todavía más porque mi ex novio no respondió nunca más a mis llamadas ni a mis mensajes. Porque sí, mi orgullo lo había mandado al desagüe y había decidido humillarme de nuevo.
No hubo resultado. En ninguna de las veces.
Un día simplemente tuve suficiente de todo. Todo comenzó al ser emboscada por las chicas. "¡Tienes que parar!", me había dicho Michí enojada. La chica que siempre tenía algún comentario malicioso en su boca, ahora parecía impotente. Quise decirle algo inteligente o algo que les ayudará a entender que lo que había pasado con David estaba más que superado, pero no pude.
Me di la vuelta mientras era llamada por las chicas.
Apenas recordaba tomar mi auto e irme sin rumbo fijo. Queriendo alejarme de la ciudad, de todos, de lo que me dolía. Sin embargo, tarde me di cuenta que no importaba a donde fuera, ese dolor agonizante siempre se iba a quedar conmigo.
—¡Maldita seas, David! —exploté al fin, golpeando el volante con fuerza. Y sintiendo las primeras lágrimas, me había estacionado para evitar un accidente. Después, liberé mi dolor con gritos de rabia. "No importa cuánto tiempo pase, volveré a ti, amor", se volvió a reproducir las palabras de mi ex novio.
Llorando, dejé caer mi frente en el volante mientras susurraba con dolor—: No sabía que mentías tan bien.
Y sollocé con más fuerza. Pase un tiempo largo de esa manera. No supe cuánto tiempo. Pero cuando alcé la vista para ver donde me encontraba, descubrí que sin darme cuenta había terminado en el mismo parque que en una ocasión había traído a Johana. Todo a causa de que había estado buscando a su novio de forma desesperada. Hipnotizada por el lugar conocido y al mismo tiempo desconocido, hizo que saliera del auto. Pude darme cuenta de que el sitio se veía igual que hacía meses. Era hermoso. Pastos verdes y árboles vivos rodeaban el lugar, al igual que ciertos juegos para niños.
El lugar vibraba de alegría. Quise sentir un poco de ese sentimiento que ahora era ajeno a mí, pero era imposible. Era como si la hubieran exprimido por completo.
Visualicé la misma banca que había visto hace meses, y me dirigí a ella. ¿Qué daño podría hacer?, me pregunté de forma irónica. Apenas me senté en la superficie metálica, vislumbré la razón de porque el novio de mi amiga había ido a ese lugar en busca de consuelo. Su altura era de dos metros, con la forma de una mujer en la punta. Ver que no era la única sola en este mundo, me hizo sentir reconfortante y con mi vista fija, pude visualizar la tristeza en su cara de piedra. ¿Cuál era su historia?, me volví a cuestionar en mis pensamientos. Aunque fuera un objeto sin vida, yo ansiaba saber la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, como todo lo que es bueno, nada dura para siempre. La lluvia se desató y visualicé a varios corriendo, preocupados de mojarse.
Sabía que también de hacer lo mismo, pero de forma inesperada, no pude moverme. Estuve quieta a que el frío de la lluvia me calará los huesos. Volví mi vista a la mujer de piedra. Y volví a llorar. Porque ella al menos no estaría sola en esta tempestad. Como lo estaba yo.
No obstante, hable demasiado pronto y la lluvia se detuvo junto con una voz gruesa a mis espaldas.
—Ella perdió a su amante, ¿sabes?
—¿Qué? —Abrí mis ojos de golpe, y giré mi rostro. Ahí me di cuenta de que la lluvia se había detenido porque alguien estaba usando su paraguas para evitar que me mojará.
El chico apuntó a la fuente.
—Se dice que era una mujer de la alta sociedad en esa época y que se enamoró de un soldado—comenzó a decir, sonando calmado y reconfortante—, no obstante, él estaba comprometido con la guerra. Ella le pidió que no se fuera, pero su amante no le hizo caso. Creí que si volvía como un héroe iba a poder darle la vida que ella merecía.
Sentía un nudo en la garganta, ya que tenía el presentimiento que la historia no iba acabar bien.
—¿Y qué pasó?
—El soldado murió en batalla.
Volví a ver a la fuente.
—Ella lo sigue esperando.
—Sí, lo sigue haciendo—se detuvo—, supongo que se hicieron una promesa de hacerlo.
Parpadeé varias veces. Pero no respondí. Estaba demasiado ocupada llorando.
—El amor te motiva hacer cosas estúpidas—susurró el chico con voz distraída.
Otra lagrima se derramó sobre mi mejilla, dándole la razón. Sin embargo, el desconocido no dijo ninguna palabra de consuelo, como últimamente lo hacían muchos cuando me veían llorar, ni tampoco preguntó nada, solo se quedó mirando a la estatua. Sin compasión.
Aunque era amable de su parte, no buscaba tener compañía, y menos la de un chico.
Había tenido suficiente de ellos.
Desvié la vista mientras borraba mis lágrimas con un gesto de mi mano. Para luego, levantarme del asiento y largarme del lugar. Pero un trueno sonó por todo el lugar, haciendo que temblará visiblemente y me abrazará a mí misma.
Pude sentir la mirada del chico sobre mi rostro.
—¿Le temes a los truenos o es que tienes frío? —preguntó dándose cuenta de que mi ropa no estaba apta al clima.
Volteé a ver al chico desconocido, sin mostrar más emociones vulnerables en mi rostro, más que dureza.
—Que te importa si le tengo miedo o no a los truenos.
El desconocido mostró una sonrisa leve.
—Realmente no lo hace—contestó—, estoy siendo amable porque quiero que te quites de mi lugar.
—¿De tu lugar?
—Si—respondió, desviando la vista a la fuente. Quizás para que no viera en sus ojos lo que había notado en su voz. Dolor, pena, soledad, cansancio. Por alguna razón, ese chico me recordaba a mí. Estaba cansada de llorar. De lamentarme. De sufrir por la traición de David.
Me senté de nuevo y volví a ver a la mujer de la fuente.
—¿Crees que es buena idea sentarse ahí con la lluvia?
—No le temo a una gripe.
—Yo tampoco—dijo, colocando el paraguas encima de mi cabeza y alejándose para colocarse a mi lado, y me miro—. Te queda bien.
Pese a que no quería, solté una risita leve.
—¿Estás queriendo ligar conmigo?
—Eres hermosa.
Suspiré sin saber cuál era el significado de esa pregunta, y bajé la cabeza mientras dejaba salir unas cuantas lágrimas más.
—¿Si te abrazo como forma de consuelo me creerás un pervertido?
—Solo no digas nada—siseé—, y, además, no busco consuelo de nada.
El chico me miró con fijeza.
—Créeme, te entiendo perfecto.
Fruncí el ceño.
—No podría ser así.
—Lo hago—siseó enojado.
Volví a sonreír sin creerle nada.
—Pareces enojado—comenté, volteando a verlo.
—No lo estoy.
Me reí de nuevo, solo que está vez sin humor.
—¿Quieres que te demuestre que mientes sobre comprenderme? —pregunté, girando mi cuerpo para enfrentarlo.
El chico se acomodó en la banca, como si no le importará que estuviéramos en medio de la lluvia y con truenos sonando a cada poco minuto. Era exasperante.
Esos ojos claros estuvieron sobre mí de nuevo.
—No es necesario que me cuentes nada. Tus secretos son solo tuyos.
La sonrisa en mi rostro fue desapareciendo lentamente. No sabía que tenía él, pero ansiaba querer decirle.
—No murió nadie, si eso es lo que te preocupa—susurré, y bajando la vista mientras sentía como se acercaban las lágrimas de nuevo—. Esto tiene que ver con un corazón roto.
El chico no respondió, me quedó viendo. E incluso pude ver que se acercó más para oírme.
—Mi novio se mudó para estudiar una carrera de siete años—empecé a contar, subiendo mis piernas a la banca cuando la lluvia se hizo más fuerte. El chico se acercó, haciendo que tuviéramos más cerca, y yo quedé justo enfrente de su rostro, con sus ojos mirándome directamente, continué contando—: En nuestra despedida en el aeropuerto, le dije que lo esperaría el tiempo que fuera necesario para que pudiéramos estar juntos. Como la mujer de ahí—volteé a ver a la estatua, y vi su rostro lleno de tristeza, igual a la mía—, me dijo que sí. Me dijo que habíamos pasado por muchas cosas juntos y que la distancia no iba a ser un problema. Que éramos el uno para el otro. Que era mi alma gemela.
—Mintió—murmuró el chico, tocando mi mejilla para borrar las lágrimas. El calor de su toque, me hizo asentir lentamente y sacando más lágrimas.
Volví a ver al chico.
—Sí, lo hizo. ¿Sabes que es lo más cruel? Él me lo mando en un texto. Ahí me confesó que había conocido a alguien más—me detuve y tomé aire—, A alguien especial. Lo dijo como si yo no lo fuera.
Mi barbilla tembló y llegué mi cuerpo al chico que, sin ser consciente, tenía los brazos abiertos. Al instante, unos brazos me rodearon.
—Lo siento, hermosa—susurró el chico en mi oído—, pero si te sirve de consuelo, al menos tú lo tuviste por un tiempo corto.
Otro trueno retumbó en el lugar.
—¿Cómo le haces? —pregunté al entender su comentario. Parecía que él había pasado por lo mismo que yo.
Casi, al menos.
Levantó la vista y me miró directamente a los ojos.
—Intento no pensar en ella, me sirve mucho cuando no tengo nada de su propiedad—contestó, pasando una mano en mi cabello rubio—, a veces funciona.
Su voz era relajante.
Hice algo inesperado y loco, escondí mi rostro en su cuello y olí su colonia. En mitad de la lluvia, fuimos el consuelo del otro. Pues él realmente me comprendía. No estaba sola.
Cuándo la lluvia se detuvo, nos separamos con lentitud.
El chico me quedo viendo fijamente.
—Debes de tener hambre. Te invito a cenar.
Era tentador, pero necesitaba irme.
—No, gracias.
Ese rostro atractivo mostró una sonrisa divertida.
—No era una pregunta—se levantó y me tendió la mano—, además es aquí enfrente.
Pensé mis opciones. Él no había intentado nada más cuando me había arrojado en sus brazos, y llevaba horas sin comer, por lo que decidí aceptar su invitación.
En la cena no hablamos, ni nos miramos. Al menos yo no lo hice. Cuándo terminamos de cenar, le agradecí la cena, y me acompañó a mi auto para después irme de ese lugar.
No supo mi nombre, ni yo el suyo.
Pero, aun así, sentí que, gracias a él, volví a centrar mis pensamientos, mi vida. "Intento no pensar en ello, me sirve mucho cuando no tengo nada de ella", volví a recordar sus palabras. Por lo que hice caso a su consejo y me deshice de todo lo que me recordaba a David.
No quedó nada. Fue algo doloroso, pero al mismo tiempo liberador.
Más tranquila, comencé a comprar cosas nuevas.
Cosas que solo eran mías.
Era como una forma de comenzar de nuevo.
Una semana después de eso fui a ver a Johana. Ella se estaba mudando con Julián, su hermanastro y novio. Con su relación, pasaron semanas tensas entre sus padres y ellos, sobre todo porque Vivian en el mismo techo. No obstante, después de una conversación larga, al fin habían decidido que necesitaban espacio y lograron convencer a Alejandra Williams de que ella y su novio comenzaran a vivir juntos. La madre de Johana no creía que era lo mejor, pero termino aceptando. Más que nada por la incomodidad de verlos como pareja. Lo que no era para menos. Su hijastro y su hija estaban juntos. Siempre había alguien que soltará un comentario al respecto. Era algo difícil. No obstante, Alejandra intentaba ignorarlo por el amor de Johana.
Por lo que cuando entré a su departamento, estaba a la espera de encontrar cajas por doquier, una Johana por completo desesperada y quizás a un Julián desorientado, pero vez de eso, tuve que detenerme en seco. El chico desconocido estaba ahí, riéndose de algo que había dicho Julián, y cuando esos ojos claros me vieron de nuevo, parada debajo del umbral de la puerta, también me quedó viendo sorprendido y su risa se detuvo.
También lo quedé mirando con los ojos completamente abiertos. «¿Cuántas probabilidades había para volver a encontrarnos? Ni siquiera vivíamos en la misma ciudad». Desvié la vista, un poco desconcertada de la aparición del chico, y fue cuando noté la mirada burlona de Johana. «Mierda»
La chica de cabello oscuro rápidamente sonrió al ver mi negativa poco disimulada.
—¡Jacky, has llegado! —saludó de forma innecesaria, y empezó a correr a verme.
La miré con demasiada atención. Tanto que era notorio que estaba haciéndome la loca.
—Dijiste que Michí y Mayte no iba a poder venir, y que necesitabas manos extras—contesté, abrazándola de vuelta cuando ella me había envuelto en sus brazos.
La chica de cabello largo y oscuro se rió levemente.
—Sí, tienen demasiado trabajo—comentó Johana sonriente, alejándose y me tomó de la mano para llevarme en dirección al chico que me había abrazado bajo la lluvia—. Ven para que te presente al hermano de Julián.
Johana no tenía que decirme de quien estaba hablando. Lo conocía gracias a ella.
—Andrew—dijo Johana, cuando estuvimos delante de los chicos—, está es Jacky, la última de mis mejores amigas que aún no conocías.
Quedé mirando esos ojos claros, y se veía diversión en ellos.
—Un gusto conocerte, hermosa—saludó Andrew, tendiendo su mano.
Observé la mano tendida, pero no la tome. En vez de eso, vi a Johan.
—Necesito ir al baño, ¿Dónde está?
Johana me vio con los ojos abiertos. Como preguntándome que estaba haciendo o que rayos me estaba pasando. De por qué no estaba devolviendo el saludo a Andrew. Le devolví la mirada. Ella no tenía que saber que ya lo había visto antes. Pude darme cuenta por el rabillo de mi ojo que Andrew se encontraba sonriendo y que me miraba con demasiada atención. «¿Acaso no podía ser más obvio?»
—Por el pasillo hasta el fondo hay una puerta a la derecha—dijo Johana mientras me apuntaba al pasillo, y me miro a los ojos.
Asentí mientras le agradecía en voz baja.
En mi corto camino pude sentir la mirada de Andrew.
Lo que me hizo sentir nerviosa, por alguna razón desconocida.
Apenas entre por esa puerta, corrí hacía el lavamanos y abrir la llave para mojar mi rostro. Para luego, verme en el espejo. Estaba lejos de ser la chica alegre que era antes, pero había conseguido lograr este avance gracias al chico. ¿Era necesario huir de él porque me había visto caer y ahora se encontraba de forma sorprendente en mi círculo de amigos?
Tocaron la puerta. Suspiré. «Sabía que iba a venir a preguntar que sucedía conmigo»
—¡Estoy bien! —le grité a Johana, y al ver que no me respondía, me dirigí a la puerta, abriéndola de golpe—, ¿Ves? Estoy perfectamente bien, Joha. No tenías que preocuparte...
La mirada de Andrew bajo por mi cuerpo cuando le hice la seña a mi cuerpo, y todo porque había creído que era mi amiga la que había venido a ver como estaba.
Andrew alzó la vista de nuevo a mis ojos.
—Sí, me doy cuenta de eso.
Crucé mis brazos.
—Muy gracioso, ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine ayudar a mi hermano—contestó Andrew, apoyándose en el umbral de la puerta. Hice lo mismo, pero del otro lado.
—No hablo de eso, ¿Qué haces aquí, aquí? —«conmigo»
La sonrisa se fue de la cara de Andrew y me vio con una mueca.
—Ah eso—se detuvo, y señalo por donde habíamos venido—, los tortolos se están besando. No sé tú, pero me amargo un poco cuando veo eso.
Alce una ceja.
—¿Te gusta Joha?
—No—contestó horrorizado—, hablo de las muestras de afecto
Suspiré y desvié la vista.
—Te entiendo.
—Además, si buscamos quien sería mi tipo, esa serías tú.
Le devolví la mirada de forma irritada.
—No entrarás en mis pantalones, Andrew.
El chico de enfrente se rio levemente. Para luego, quedar serio.
—¿Ella sabe algo?
Lo miré sin comprender.
—¿De qué?
—Sobre que tienes la costumbre a irte a otra ciudad y vivir la intensidad de la lluvia.
Volví a ver a Andrew, irritada.
—No, no lo sabes. Y tampoco quiero que sepan.
Llevó su mano a su pecho, donde se ubica su corazón.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
Sonreí, de forma inesperada.
—Y los tuyos conmigo—aseguré también.
Ambos nos quedamos mirando por varios segundos. No se sintió incomodo, al contrario, se sintió natural. Era extraño.
Andrew se alejó de la pared, y se acercó a mí.
Quite mi sonrisa.
Andrew no se detuvo, y se colocó justo a centímetros de distancia de mi cuerpo.
Me puse tensa. Y un poco nerviosa cuando vi que la mano de Andrew se acercaba a mi rostro, pero solo para alejar un mechón de mi frente.
Se inclinó, a pocos centímetros de mi rostro.
—Eres especial—susurró cerca de mi mejilla y mirando directamente a mis ojos—, no importa quien diga lo contrario. Eres la chica más especial que he conocido en mi vida, hermosa.
En un segundo, sentí el roce de sus labios en mi frente. Para luego, irse por el pasillo.
Silbando como si no hubiera me hubiera sorprendido, ni calmado mi dolor.
Lo miré, recordando sus palabras de nuevo. "Eres especial. No importa quien diga lo contrario. Eres la chica más especial que he conocido en mi vida, hermosa".
Y por primera vez en meses, sonreí de verdad.
Desde día parecíamos haber formado una especie de vínculo. Nos volvimos confidentes del otro. Y como él, yo también tuve la oportunidad de saber que dolor lo consumía. Andrew se había enamorado perdidamente de una chica. No obstante, como en la mía, su historia tampoco era una historia con final feliz. Esa chica había estado jugando con él apropósito para que mi amigo la acercará a un amigo suyo y él no lo había sabido hasta que fue demasiado tarde. En pocas palabras, lo había usado.
Y le habían creado falsas expectativas.
Así que, en teoría, ambos habíamos sufrido de lo mismo.
Pero como Johana había dicho, el tiempo hizo su trabajo y poco a poco, la nube que a veces apagaba mi sonrisa, se fue desvaneciendo poco a poco gracias a la calidez de Andrew.
Cuatro años después, nos habíamos ido a vivir juntos. Era lo más natural, viendo lo cercano que éramos.
Las chicas se volvieron insoportables con nosotros. Pero tanto Andrew y yo, decidimos ignorarlas.
Por lo que ahora, en mi presente, me encontraba llegado a la casa que compartía con mi mejor amigo.
La felicidad volvió cuando recordé la gran noticia.
Inserté la llave en la ranura del picaporte y di la vuelta. La puerta se abrió de inmediato. Sin embargo, no sé veía nada, la casa se encontraba a oscuras. Lo que indicaba que Andrew no estaba en casa.
Suspiré decepcionada.
Entré a la casa y tanteé la pared para poder buscar el interruptor qué encendía las luces de la sala. Pero antes de que pudiera hacerlo, unos brazos fuertes me abrazaron por detrás.
—Dime la contraseña, hermosa—susurró Andrew en mi oído.
Sonreí y relajé mi cuerpo.
—¿Desde cuándo tenemos contraseña?
—Desde que le intentaron robar a los vecinos—pronuncio sujetando mi cintura con sus manos—, por eso ahora necesito asegurarme de que eres mi chica hermosa y no una impostora con su mismo cabello precioso.
«Andrew era ridículo»
—¿Puedes dejar de jugar? Quiero contarte algo.
Beso mi cuello y se alejó para después darse la media vuelta.
—Eres tan aburrida, Jacky—comentó yendo directo al sofá.
Me reí, y lo vi caer en el mueble.
—Y tú eres un inmaduro—dije, mientras dejaba caer mi suéter en el mueble más cercano.
Andrew me volteó a ver, y me hizo señas para que me acercará.
—Sí, sí, cómo sea, ¿qué es eso de que quieres contarme?
—¡Tengo el puesto!
—Te dije que te lo iban a dar—comentó con una sonrisa engreída.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Sé que confiabas en tu poder, pero realmente no pareces sorprendido.
Esa sonrisa engreída, se volvió juguetona.
—No lo estoy.
Me senté en el mismo sofá que él, y golpeé su abdomen endurecido.
—Lo sabías, ¿no es así?
—Si.
—¿Cómo lo supiste? —pregunté irritada por no poder sorprenderlo.
—Fácil—contestó, jalando mi mano para que me recostará encima de él—, tu jefe me lo dijo.
Gruñí por la frustración.
—No sé en qué momento acepté trabajar en Ricks, si tú estabas trabajando ahí también—dije mientras me acomodaba en medio de sus piernas y me recostaba en su pecho—, serás más insoportable.
—Claro que no. Además, es una empresa importante. Donde sea que quieras ir después, seguro te recibirán.
Eso era cierto
Ricks era una empresa de telas y que estaba enlazada con la universidad Rick. Todos los que se graduaban con honores, tenían su lugar ahí. Por lo tanto, había sido muy peleado.
Y no había podido estar ahí, hasta ahora.
—Lo sé, ahora soy oficialmente la asistente del Contador.
En realidad, había sido una cosa de suerte. Éramos tres chicas las que habían estado luchando por este puesto, pero quise ser más eficaz y entregarle la contaduría de la empresa y fue una sorpresa lo que descubrí. Alguien estaba robando mucho dinero en material. La empresa estaba teniendo una falta casi imperceptible, pero eso me di cuenta cuándo chequé los números y no me cuadraban. Así que empecé averiguar uno por uno.
Fue un trabajo que me llevó tiempo, porque sólo lo hacía en mis descansos, pero cuándo encontré la falla.
Me quedé sorprendida.
Un trabajador estaba robando dinero de la empresa, pero no de forma monetaria sino con las telas, él tomaba unos metros y después las vendía en el mercado negro. Cualquier con conocimiento en el rango, comprarían esas telas que eran de excelente calidad, y el hombre no solo tenía un antecedente penal muy cuestionable, sino que también sabía a quien venderlas.
Al tener todas las pruebas, se lo había comunicado al Contador y lo checo, y conforme lo revisaba se daba cuenta de que tenía razón. En menos de una hora, despidió al hombre.
—Debo de admitir que ver lo que hiciste, me impresionó bastante—dijo Andrew sonando serio—, también me había dado cuenta de que algunas cosas estaban fallando en la empresa, pero decidí no averiguar más.
—Soy astuta.
—Lo eres.
Estaba por cerrar los ojos, pero vi un paquete de color rojo tirado a la basura.
—¿Qué es eso?
—¿Qué cosa?
—Eso—dije apuntando al bote de basura, sentándome bien y vi a Andrew—, ¿Qué es?
—Ah eso, son chocolates de Alina.
—¿Y por qué están en el bote de basura? Creí que te gustaba.
—Lo hacía, hasta que propuso una relación—Andrew se estremeció—, no estoy listo para eso.
—Llevabas dos semanas con ella en exclusiva. ¿Cómo no vas a estar listo?
—¿Y tu punto?
Lo quedé mirando.
—Creí que ella sería la indicada.
Andrew desvió la vista, serio.
—No es que no lo sea, es que yo no soy el indicado para ella.
—¿Qué se supone que significa eso?
—¿Has intentado enamorarte de nuevo?
No sabía a qué venía esa pregunta, pero hizo que desviará la vista enseguida. Era un tema delicado para mí, ya que no quería saber nada de amor o romance, esa Jacky se quedó atrás. Ahora salía, pero sólo para quitarme la picazón de tener sexo, y nada más. No deseaba volver a caer en esa trampa llamada amor de nuevo, casi me rompen la primera vez, no quería que hubiera una segunda vez. Por eso entendía a Andrew, y él parecía entenderme, por eso le contesté con la verdad.
—Nunca lo haré.
Tardó un rato en hablar.
—Ni yo
—¿La amaste mucho?
Andrew se enderezo y juntos ambas piernas. Listo para huir si era necesario.
—Si—respondió en voz baja—, pero no fui lo que buscaba.
—Sigo sin creerlo. Eres un chico increíble, Andrew.
Mi mejor amigo me miró de nuevo, con una sonrisa leve.
—Es que té me ves con ojos de amor. Por eso no ves mis defectos.
Puse los ojos en blanco.
—Qué idiota eres—llevé mi mano a su pecho, para empujarlo—. Trato de ser buena amiga y lo arruinas.
Andrew se echó a reír mientras caía en el sofá.
—También te amo, hermosa.
Me reía a carcajadas también.
—No tengo idea de porque te soporto.
—Es porque me amas, admítelo—dijo, abrazándome.
Gire mi rostro al suyo.
—Sí, te amo—susurré mirando sus ojos—, Ahora invítame una cerveza, quiero celebrar mi ascenso.
—Solo una. No quiero que tengas dolor de cabeza mañana.
Suspire irritada.
—Bien, solo una.
—Esa es mi chica—Andrew me dio un beso en la mejilla, para luego, levantarse del sofá.
Al verlo ir a la cocina, me levanté también.
—Al menos no te quedarás solo en esta vida.
—¡Ni tú tampoco!
Me eché a reír. Porque, aunque era una promesa banal para los demás. Ambos sabíamos que decíamos la verdad. Andrew siempre iba a estar a mi lado, y yo, siempre iba estar para él.
Por el resto de nuestras, y no iba a ver nadie que quitará esa unión.
Nadie.