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Capitulo 2

Diana

Me dolía todo el cuerpo gracias a ese maldito sádico, masoquista que por poco me mata, había pasado una semana y media en el hospital debido a mis fracturas de costilla, una contusión bastante grave en el cráneo, diversos golpes en todo mi cuerpo y desangramiento, después de pasar un año sirviéndole como esclava sexual, cumpliendo todas sus malditas locuras, me dejó botada en alguna calle solitaria diciéndome que si corría con suerte viviría y no moriría desangrada.

Había cortado mis muñecas, eso fue como un juego divertido para él, en el que mis súplicas con a penas voz no eran nada más que diversión, yo no podía hacer nada, estaba total y completamente a su merced, golpeada y vapuleada por las manos asquerosas de ese maldito, diciendo que si vivía, él anónimamente pagaría mis gatos médicos y me daría la suma de ciento cincuenta mil pesos, pero a cambio yo debía de guardar silencio, porque de lo contrario, esta vez se aseguraría de matarme, porque que las mujeres como yo, no debían de existir en el mundo, en el cual había personas tan decentes como él.

Aún seguía viva, aunque fuera en la cama de un hospital, maltrecha y desangrada pero viva, que era lo más importante en ese momento.

Por otro lado él  cumplió con lo dicho, incluso tenía en mis manos el cheque con la cantidad de dinero prometida, sus empleados habían venido a dejarlo minutos antes de que me dieran el alta, obviamente me volvieron amenazar diciéndome que  si abría la boca me mataban, obviamente que yo les jure por mi vida no decir nada a nadie.

Tenía miedo y mucho, no quería saber nada de los hombres por mucho, mucho tiempo.

Vivía sola, por tanto nadie estaría al pendiente de mi cuando volviera a casa, si acaso mi amiga Tamara o quizás tal vez la casera que me conocía desde siempre, mi madre hacía poco había muerto y tampoco vivió conmigo en sus últimos años de vida , ella residía en una casa para personas mayores porque yo no podía cuidarla, estaba enferma de demencia senil y no podía atenderla todo el día, por esa razón la lleve allí pagando semanalmente por su atención, ese fue el motivo por el que acepte ser una esclava sexual por un año, para tener el dinero suficiente para poder pagar medicinas y estadía, ya que los últimos meses a su muerte estaba gastando demasiado, más de lo que antes lo hiciera, el dinero se escapaba como agua entre mis manos y comer para mí se veía cada vez más reducido.

Mi amiga Tamara estaba conmigo cuando me dieron el alta, ella fue quién pidió el taxi mientras me sostenía del brazo. Pensé que nunca la volvería a ver, era la única persona cercana que me quedaba en el mundo o al menos por la que sentía afecto.

Tardaron mucho tiempo en localizarla, pues robaron el mi celular de mi bolso y el poco dinero que llevaba en él, dejando solamente mi identificación personal, al menos fueron considerados con esto.

Una vez que el taxi se detuvo frente a nosotras Tamara me ayudo a subir para a continuación hacerlo ella y dirigirnos por fin a mi casa, desde hacía un año no vivía ahí, más sin embargo pague la renta para no perder el cuarto, ya que mis pocas cosas podrían haber sido tiradas a la calle y no quería que ocurriera eso, sólo iba una vez a la semana cuando mi dueño me permitía salir, hasta el día de hoy que volvía hacer libre para volver al que había sido mi hogar desde siempre, una felicidad enorme me embriago al sentir lo bien que se estaba en no pensar en ataduras, en no volver a tener que verme obligada cada noche a estar a su entera disposición, siendo torturada de una u otra manera para que él se divirtiera y sintiera placer.

Por fin era libre, libre al menos de sus locas y sádicas manías.

La casera me abrió la puerta de mi casa y me devolvió las llaves mientras no dejaba de mirarme con cara de asombro, lástima y tristeza, ella al igual que  casi la mayoría de los vecinos sabía a que me dedicaba, nunca hablaba con ellos, sólo me limitaba a darle los buenos días o las buenas noches según me los topara, pero por lo general era más por las mañanas cuando llegaba de trabajar, con cara de desvelo y con el animo por el piso, al menos así me sentía cada día que pasaba.

Al trabajar durante toda la noche, me pasaba durmiendo la mayor parte del día, despertando por las tardes con mucha hambre, pero pensar en que tenía que cocinar se me iba el apetito, así que sólo me preparaba un sándwich como siempre, para sentarme a ver la televisión o bien para mirar el Facebook en mi celular si no encontraba nada en la tv, y así moría la luz de la tarde para mi, pero llegada la noche, comenzaba a transformarme en la mujerzuela que era odiada por la mayoría de mujeres amas de casa, esposas o novias.

Me convertía en esa mujer que era deseada por los hombres y repudiada por mi misma cuando me miraba al espejo maquillada llamativamente y mi ropa era todo menos discreta, por esa razón, cuando salía cada noche de mi casa divisaba que no hubiera muchos fisgones atentos de mi salida y me cubría con un largo y ligero abrigo para caminar por la calles hasta mi lugar de trabajo.

—Por fin en tú casa amiga — exclamó Tamara adentrándose conmigo a la casa y ayudándome a sentar en el sofá.

—¡Si! ¡por fin! — yo también exclame —. Gracias por ayudarme.

—De nada, para eso estamos las amigas. Ya ves que a nosotras nadie nos quiere ayudar muy bien.

—Si, lo sé. Por suerte nos tenemos la una a la otra.

—Sabes que sólo podré ayudarte por la tarde ¿verdad?

— Si, lo sé. No te preocupes, estaré bien. Sé que tienes que trabajar y yo también lo haré en cuanto esté mejor.

—Me quedaré un rato contigo ¿está bien?

—Si. Muchas gracias de nuevo, gracias por estar aquí.

—No agradezcas. Acomodare y limpiare un poco, ¿Te parece? está sucio.

—Lo sé, días sin estar aquí. Pero eso sería abusar de tu amistad.

—Cual abusar, ya me pagarás cuándo puedas — dijo guiñándole un ojo.

—Aunque lo digas de broma, te daré algo de dinero — anuncié sacando el cheque que llevaba guardado entre mis senos.

—Solo bromeaba. No es necesario — informo mientras se ponía a recoger unos trastes de la cocina.

—Mira — hablé mostrándole el cheque que me habían dado aquellos canallas.

—¿De dónde lo sacaste? — me pregunto acercándose.

Después me dedicaba una mirada desconfiada tanto al cheque como a mi, al ver la cantidad escrita en el con un uno y cinco ceros.

—El maldito loco — le expliqué — me dijo que si vivía pagaría los gastos de hospital y me daría está suma de dinero, pero debo guardar silencio o está vez si me matara — hablé, pero no pude evitar de que mi voz saliera con miedo.

—¡Por Dios! Diana — se expresó Tamara en un susurró.

—No le digas a nadie lo que te he dicho. Por favor — le suplique —. Júramelo.

—Te lo juro.

Tamara limpió, me baño y me dejó comida hecha antes de irse, darle dinero era lo menos que podía hacer por ella, aunque si yo no tuviera ese dinero ella de igual manera me ayudaría.

Nuestra vida era difícil y en nuestro ámbito al igual que en todos los trabajos había envidias y problemas, yo no trabajaba en la calle por miedo a que los abusivos me violaran y me dejarán muerta, pero aún así estuve a punto de estarlo a excepción de que no fui violada pero si violentada.

Antes de irme de esclava sexual por un año, yo trabajaba en un club nocturno, que estaba abierto a recibir tanto a hombres como a mujeres, bailaba en un tubo y al final del espectáculo me subastaban, primero al mejor postor y después a los que estaban dispuestos a pagar una suma un poco menor que el primero y el segundo y así sucesivamente durante toda la noche, mi amiga Tamara y yo éramos las más cotizadas.  Pero de ahora en adelante quizás mi vida ya no fuera la misma, mi cuerpo tendría cicatrices y ya no sería una buena carnada para los clientes de aquél club, en el que solo deseaban ver y tener un buen cuerpo al que poseer.

De pronto tras irse Tamara comencé a llorar todo lo que no había podido hacerlo en días pasados tumbada en una cama de hospital, ahora que estaba sola podía hacerlo sin temor de que me vieran y sus críticas fueran el doble de dolorosas.

Tuve miedo, mucho miedo de ver como me desangraba allí, tirada en alguna calle solitaria, sin poder recordar como fue que me encontraron y me llevaron al hospital, hacía mucho que no lloraba, desde la muerte de mi madre, esa fue la última vez que lo hice, desde ese día me sentí aún más vacía y terminaba bebiendo alcohol hasta casi sentirme ebria o por lo menos hasta sentir que ya nada me importaba y podía ser el juguete de ese maldito sádico, siempre era, fue y será así para mí.

  Me maldije a mi misma por llorar y que mi nariz quedara congestionada dificultándome el poder respirar, teniendo que respirar por la boca, poco después me levanté del único sillón que había, apague la luz y me fui a la cama en donde deje que la tristeza y el dolor se apoderaran de mí, llevándome a un sueño pesado.

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