Respuestas.
La sombra me acompañó toda la noche y toda la mañana, sentía su mirada sobre mí, hubo un momento de la mañana en la que se sentó a mi lado.
—¿Tú eres Eros? —Pregunté esperanzada.
Pero no obtuve respuesta, solo movió la cabeza hacia mí y la volvió a centrar mirando al suelo.
—Genial, así avanzamos que da gusto —dije sarcástica.
En ningún momento se movió de la camilla. Me siguió con la cabeza cuando me levanté y comencé a caminar por la habitación.
—¿No sabes hablar? —Pregunté quedándome frente a ella.
Miré por toda la habitación.
—Asiente con la cabeza si es si o niega si es no. ¿Eres Eros? —Pregunté otra vez mirándole casi sin pestañear.
No se movió.
—¡Mueve la puta cabeza o algo! —Grité cansada.
Me senté en el suelo llevándome las manos a la cabeza.
—Llevas un mes apareciéndote en mi vida, no me dejas dormir por las noches ¡merezco una respuesta! —Exclamé mirándolo pero no se movió.
Hubo un momento en el que se levantó y se acercó a la puerta, desapareció tras ella y yo me quedé allí boquiabierta.
Desde que desapareció una sensación extraña invadió mi cuerpo. La desesperación por salir de allí se hizo mucho más fuerte, comencé a llorar y a apretar los puños de la rabia. No iba a aguantar más.
Hubo un momento donde un psicólogo se acercó a la habitación y se quedó encerrado conmigo.
—Me llamo Dean, soy el psicólogo de algunos pacientes —habló amable.
Sus ojos eran marrones, el pelo negro, vestía de traje aunque encima de él llevaba una bata blanca —típica de un psicólogo—.
—Yo no soy paciente de nadie, solo un estorbo para mis padres y esta es la única manera de deshacerse de mí —murmuré con rabia.
—¿Por qué piensas eso?
—¿Es que no lo ves? Me han encerrado aquí sin razón alguna —comenté obvia.
—Sin razón alguna no, ves una sombra. Dime algo ¿dónde está ahora?
—No está, desapareció.
Él rió y asintió apuntando en una libreta.
—¿Cómo se llama la sombra?
—No sé.
—¿Cómo es?
—Negra.
—¿Te ha hablado?
Apuntaba cada respuesta que yo le daba en una libreta.
—No, no me ha hablado —hablé cansada.
—¿Cómo saliste ayer de la habitación? —Preguntó interesado en esa respuesta.
—Ella me abrió la puerta.
—Puede que tengas los primeros síntomas de la esquizofrenia —Murmuró apuntando en la libreta y luego mirándome.
—¿Me estás jodiendo verdad? No es un puto delirio, yo la veo, ayer me llevó hasta una puerta blanca donde había candados.
Señalé la puerta y él negó. Suspiré para tranquilizarme.
—Seguramente la puerta quedó abierta y tú pudiste abrirla, aveces estas puertas no cierran bien.
No volví a responder.
—Mañana por la mañana saldrás de aquí, pero aún así vendrás para hablar conmigo, veremos como vas progresando.
Se levantó de la camilla.
—Antes de que te vayas —hablé rápido para que no se fuera.
—¿Me puedes traer mi móvil? Si lo haces juro que pondré todas mis ganas en curarme —mentí mirándolo.
—Veré que puedo hacer —habló con una sonrisa.
Le abrieron la puerta y él salió. Esta vez se aseguraron de cerrar bien la puerta. Me quedé allí sentada sin moverme mirando hacia la esquina derecha de la habitación. Tiempo después la ventanilla se abrió y apareció Dean con mi móvil en mano.
—Escóndelo, tu padre no sabe nada —susurró.
Yo asentí y sonreí en forma de agradecimiento. Encendí la pantalla y vi muchos mensajes de mi mejor amiga.
Ameli: Buenas nena.
¿Estás?
¿Por qué no me contestas?
¿Te pasó algo?
Nena!!!
Sonreí leyendo los mensajes.
Yo: Perdón nena, volvió a pasar.
Tan solo tardó unos minutos en contestar.
Estaba de espaldas a la cámara para que mi padre no me viera.
Ameli: ¿Te volvieron a encerrar?
Yo: Si.
Ameli: Están locos. Dime que ya estás en tu casa.
Yo: No, hasta mañana por la mañana no salgo, tengo que estar aquí dos días.
Ameli: ¿Por qué te encerraron esta vez?
Suspiré.
Yo: Por lo mismo, al mudarme de casa encontré una habitación extraña en mi armario, también había un nombre: Eros. Se lo conté a mis padres pero no me creyeron y aquí estoy.
Resumí la historia.
Ameli: ¿En la nueva casa también te pasa?
Yo: Si, pero esta vez es todo distinto.
Ameli: ¿A qué te refieres?
Yo: La sombra se aparece más de seguido, interactúa conmigo, y llevo ya tres veces sintiendo una corriente eléctrica muy rara.
Ameli: ¿Crees que esa corriente tiene que ver con la sombra?
Yo: Si, creo que tiene que ver con ella.
Ameli: ¿No te habla?
Yo: No, no me dice nada.
Ameli: Es muy extraño.
Miré hacia la puerta.
Yo: Ayer cuando se me apareció abrió la puerta, me llevó hasta una puerta blanca grande. Sentí que me quería decir algo pero no habló.
Ameli: Puede que su cuerpo esté allí encerrado.
Yo: ¿Tú crees?
Ameli: Otra explicación no hay.
Apagué la pantalla del móvil. Cuando volvió a sonar leí el mensaje de mi mejor amiga.
Ameli: Intenta hablar con esa sombra. No sé, busca una forma para que pueda responder a tus preguntas sin necesidad de hablar. Igual no sabe.
Yo: Desapareció, lleva horas sin aparecer.
Ameli: Llámala.
Yo: ¿Cómo? No sé su nombre.
Volví a apagar la pantalla del móvil. Suspiré harta de estar aquí encerrada.
Ameli: Puede que ella sea Eros, intenta llamarla diciendo ese nombre.
Escondí en móvil en mi pantalón y comencé susurrando el nombre.
—Eros —dije un poco más alto —Eros —subí el tono de mi voz.
Esta vez si apareció dándome un pequeño susto.
—¿Eres tú? —Pregunté sorprendida y algo asustada.
Él no se movió de la esquina en la que estaba. Se mantuvo rígido, yo también me consideraba una loca de mierda por estar hablando con una sombra. Pero necesitaba encontrar las respuestas pronto o realmente si me iba a volver loca.
—Te he llamado para que respondas mis preguntas. Necesito que lo hagas —supliqué.
Si… Estaba totalmente desesperada por hacer que él desapareciera de mi vida. Mi teléfono comenzó a sonar. Le di la espalda a la cámara y cogí el móvil.
***: Soy yo.
Fruncí el ceño mirando ese mensaje de un desconocido. Giré la cabeza hacia la sombra.
—¿Eres tú?
***: Soy yo.
Volvió a sonar mi móvil. Por raro que pareciera era un número que no admitía respuestas.
—¿Por qué te apareces en mi vida?
***: Es raro de explicar pulga.
—¿Pulga? Me llamo Selena.
Miré hacia la puerta.
***: Eres muy bajita. Dame tiempo.
—¿Tiempo? ¿Para qué?
Pasé de lo primero que me dijo.
***: Para poder hablarte bien. Estoy débil aún.
—¿Estás vivo?
***: Si, lo estoy, aunque poco a poco me voy muriendo, por eso necesito que me saques de allí.
—¿Dónde es allí?
***: Detrás de la puerta blanca.
Me quedé en silencio.
—¿Qué eres?
***: Un chico.
Rodé los ojos.
***: Debo irme, pero volveré. Hasta pronto pulga.
Suspiré y él desapareció.
La tarde paso aburrida, rezaba a cada momento porque pasara la noche rápido y por fin irme de allí. Eros no volvió a aparecer.
Él se estaba muriendo ¿Qué le estaría pasando? Intentaba encontrar respuestas pero no podía. Pasé la mayoría del tiempo leyendo las respuestas que él me iba dando.
Pulga…
Reí ante el mote. Cerré los ojos un poco, intentaba relajarme y poder pensar con claridad pero era imposible, algo dentro de mí no me dejaba hacerlo.
Era todo tan extraño, tan de película que sinceramente creía que todo era producto de mi imaginación. Pues estoy segura de que si quisiera enseñar esas respuestas desaparecerían de mi móvil. Y eso realmente me dejaba pensativa.
¿Y si es verdad que tengo esquizofrenia?
¿Y si todo es producto de mi imaginación? Solo delirios que se hacían ver tan reales.
Con cada palabra y frase que pensaba más preguntas venían a mi cabeza. Debía encontrar la respuesta a todas ellas rápido.
Por fin la mañana había llegado. Antes de irnos tuvimos que pasar por el despacho de Dean. Él me dio cita para volver y hablar con él.
Pasado mañana a las cuatro de la tarde.
Genial…
Mi padre intentaba hablar conmigo sin obtener respuestas de mi parte. Ganas de hablar con él no tenía. Al llegar a casa lo primero que hice fue saludar a mi perra, subí con ella a la habitación y me encerré en ella.
Me tumbé en la cama abrazándola.
—¿Sabes? Se el nombre de la sombra —dije feliz.
Lula levantó la cabeza y reí. Estaba prestando atención.
—Se llama Eros, hablé con él por mensaje, está encerrado en el psiquiátrico, se está muriendo.
Lula comenzó a ladrar. Asentí acariciándola.
—Pero no sé como sacarlo de allí.
La perra comenzó a dar vueltas por la cama.
—Tiene que haber una solución —murmuré pensativa.
Lula bajó de la cama y se acercó a la puerta del armario.
—No, en esa habitación no hay nada, la he mirado de arriba abajo.
Lula siguió dando vueltas. Así pensaba ella.
Dejó de dar vueltas y se acercó a la esquina.
—¿Qué la llame?
Lula movió la cola de un lado para otro.
—Pero aún así no… —Cerré la boca.
Me quedé mirando hacia la esquina.
—Él está débil, se está muriendo —susurré.
Lula saltó en la esquina. Ella quería que lo llamara.
—Deberíamos esperar ¿no?
Lula ladró… No… Eso era un no…
Fue entonces cuando volví a decir su nombre y poco después apareció en la esquina.