Experimento Danger.
Mi mirada estaba fija en la esquina de la habitación. Mi boca se abrió kilométrica, ahora podía verlo bien. Era alguien corpóreo. Vestía con un chándal gris, su cabello era negro, y sus ojos eran de distinto color, uno de ellos —el izquierdo—era gris y el derecho azul.
Tenía tatuajes raros, y su sonrisa parecía no ser muy sincera. Él comenzó a caminar hacia mí, me levanté de la cama y me alejé de él.
—¿Querías saber de mí y ahora huyes?
—¿Increíble verdad? —Murmuré.
Y si… Ese hombre era increíble.
Estaba que no me lo creía, Lula se había quedado igual que yo, sus ojos se habían abierto de par en par.
—No tengo mucho tiempo.
Yo asentí sin dejar de mirarlo.
—¿Por qué ahora puedes aparecerte así?
—Le he puesto ganas y fuerzas —dijo simple con una sonrisa en los labios.
Mi vista se desvió hacia Lula, ella miraba con atención a Eros, había dejado de mover su cola y ni siquiera pestañeaba, se había quedado igual de impactada que yo al ver a este chico.
—¿Qué se supone que eres?
—Ya te lo dije, soy un chico.
Volví a rodar los ojos ante su respuesta.
—Si, pero lo que no entiendo es por qué te puedes aparecer así. ¿Tienes poderes o algo así?
—No lo sé. Lo único que sé es que solo puedes verme tú.
—Si, por tu culpa he estado encerrada en esa habitación y no duermo.
—Me alegro ser el chico que te desvela.
Chaqueé la lengua haciéndolo reír.
—Pasado mañana tienes que ir a ver a Dean.
—¿Conoces a Dean? —Pregunté sorprendida.
Él asintió. Se tronó los dedos y suspiró.
—Es una larga historia, pero él puede ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿En qué?
—En sacarme de allí.
—¿Él sabe de ti?
—Es mi hermano.
Ahora lo miré aún más a fondo. Sus ojos, su cabello igual al de Dean, sus labios, su nariz, sus manos. No se parecían en nada, solo el cabello.
—No somos hermanos de sangre —habló al ver que lo estaba examinando de arriba abajo.
—¿Por qué dices que te estás muriendo?
Él sonrió. Se acercó aún más a mí y tocó mi mano, la corriente eléctrica pasó por todo mi cuerpo mandándome esta vez pensamientos o vivencias de Eros.
Una camilla grande, una persona tumbada en ella, muchas personas alrededor tocándolo y examinándolo, cables y máquinas.
—No va a resistir más. Está inconsciente.
—Debemos saber que tiene.
—¡Lo estás matando! —Ese grito provino de Dean.
—¡Tú querías esto!
Esa voz… Estaba algo distorsionada pero me sonaba muchísimo… ¿De qué?
—¡Así no!
Eros se separó de mí con una sonrisa.
—Ese de la camilla soy yo —comenzó hablando bajito —y esos que están allí son médicos que me están haciendo pruebas.
—¿Pruebas? ¿De qué?
—No lo sé. Ellos lo llaman el experimento Danger.
—¿Experimento peligroso?
—La mayoría del tiempo estoy inconsciente, no sé muchas respuestas. Debo irme, espero volver pronto. Adiós pulga.
—Deja de llamarme pulga.
—Pues crece y ya no te lo llamaré. Hasta pronto —miró al suelo —pulga —rió y desapareció.
Negué con la cabeza y me senté en la cama.
Lula me miró moviendo la cola.
—¿Qué?
Dio pasitos hasta mí.
Comenzó a ladrar mirándome.
—No entiendo tu idioma Lula.
Me tumbé hacia atrás y resoplé.
Esperé con bastantes ansias a que llegara el Martes, ese día era cuando tenía que ir a la consulta del psicólogo Dean. Si Dean conoce a Eros me podría dar muchas respuestas —o al menos eso espero—.
Ese día estaba tardando llegar, los nervios me estaban comiendo y no sabía que hacer. He de admitir que no había dejado de pensar ni un minuto en Eros, se estaba muriendo y yo no podía hacer nada para ayudarle. Tampoco quería llamarle, haciéndolo solo conseguiría que él perdiera fuerzas y eso es lo que menos necesita ahora.
—¿Cómo lo ayudo? —Pregunté casi en un susurro dando vueltas por toda la habitación.
—¿Quieres ayudarme?
Al escuchar la voz de Eros pegué un grito y un salto. Me llevé la mano al pecho y suspiré. Creo que nunca me acostumbraría a ver la belleza de este hombre.
Era… Impresionante.
—Saber que una persona se está muriendo hace que mi instinto humano florezca.
—¿Instinto humano? ¿Florezca? ¿Eso que has dicho tiene sentido? —Preguntó burlón.
Suspiré sentándome en la cama.
—En mi cabeza lo tenía. Pero ese no es el caso —me aclaré la garganta —si te quiero ayudar.
—Está bien que digas que me quieres ayudar, porque si no te iba a obligar.
Sonrió mostrando los dientes.
—No deberías estar aquí.
—Nadie me puede ver, solo tú ¿recuerdas?
—No me refiero a eso, tú dijiste que tuviste que echarle ganas y fuerzas para poder aparecerte así, debes volver a tu cuerpo y dejar de gastar fuerzas —hablé casi en un susurro sin poder mirarlo a la cara.
—Me gusta mucho que te preocupes por mí, pero no te preocupes, ahora han dejado descansar mi cuerpo, así que hay tiempo.
Comenzó a caminar y se sentó a mi lado.
—¿Tiempo para qué?
—Para que me saques de allí —dijo simple.
—¿Y como haré eso listo? He pensado en hablar primero con Dean, hacer que me ayude.
—Pensé que lo haría, pero no lo hará. Está de verdad con ellos en todo esto.
Resoplé llevándome las manos a la cabeza.
—Yo pensaba en tomarme este año de tranquilidad, salir, conocer este pueblo y ponerme a trabajar. Llegas tú y lo jodes.
—De nada por hacer tu vida menos aburrida y coñera.
—¿Coñera?
—Muy aburría y muy amargada.
Su tono burlón fue muy evidente en su voz cosa que me hizo enfurece un poco.
—Mi vida no es aburrida y no soy amargada —dije ofendida.
—Eso cambió cuando llegué yo. Hablas con tu perro y le cuentas tu vida a tu perro. Bueno… Corrijo… No es aburrida, eres tú que estás loca. De nada por todo pulga.
—Primero, es una perra, se llama Lula y es mi mejor amiga y dos —saqué dos dedos —no estoy loca. Y deja de llamarme pulga ya aburres.
Él rió y asintió.
—Está bien, tú me sacas de allí y yo te dejo de llamar pulga.
Estiró el brazo para estrechar las manos. Las estrechamos y sonreímos.
—Yo te estaré esperando allí, bella pulga.
—Que te jodan.
Ambos reímos.
Él desapareció. Miré a mí perra.
—Deja de mirarme así por dios.
Miré hacia el techo y resoplé.
Las voces de mis padres discutiendo me hicieron sobresaltarme. Desde hacía unas semanas se pasaban discutiendo todo el día. Lula corrió hacia mis brazos y escondió su cabeza entre mis piernas.
Me levanté de la cama con Lula en brazos y me aproximé hacia la puerta para escuchar mejor.
—¡No Alberto no! Esto cada vez va a peor. ¡¿No te das cuenta que tu hija se está volviendo loca?! Ve cosas donde no las hay y es todo por tu culpa, no la supiste educar ¡nunca! —Los gritos de mi madre creo que se escuchaban hasta en la China.
Os estaréis preguntando que por qué no me duele escuchar decir esas palabras a mi madre… En realidad si me duele, tenía que estar escuchándola día tras día hablar así de mí.
Mi padre es igual que ella aunque lo dice en menor cantidad. Ellos se piensan que tengo esquizofrenia y que todo esto son alucinaciones de mi cabeza, que la sombra no existe.
Duele mucho saber que tus padres no confían en ti.
—¡Deberías encerrarla para siempre! —Esa última frase que salió a gritos de los labios de mi madre me dejó helada.
Me encerré en la habitación y abracé a Lula muy fuerte.
—Creo que me queda poco tiempo contigo Lula —susurré y besé su cabeza.
Si mal no recuerdo ya os dije que mis padres son “todo o nada” y seguramente esta vez sea todo, y si… Me encerraran sin compasión alguna.
Para ellos soy un estorbo en esta casa, siempre que pueden se van sin mi y me dejan sola. Nunca me tienen en cuenta para nada y que esta vez mi padre tenga el psiquiátrico cerca se lo pone más fácil todavía.
—¿Sabes? —La voz de Eros me hizo sobresaltarme —el último año que estuve con mis padres ellos discutían mucho. A mí me daba muchísimo miedo, cerraba los ojos, me ponía las manos en los oídos y tarareaba mi canción favorita.
Mis ojos conectaron con los suyos.
—Hazlo, lo haré contigo —murmuró con una sonrisa.
Se sentó en la cama y llevó sus manos hacia mis oídos.
Comencé a tararear la canción que mi abuela me cantaba por las noches para quedarme dormida.
Abrí los ojos y lo primero que ellos vieron fueron los de Eros, una tranquilidad muy grande invadió mi cuerpo, por unos segundos largos dejé de escuchar las voces de mis padres y solo me fijé en sus ojos y en su sonrisa.
—A mí me calma mucho hacerlo —habló con una voz suave.
—Gracias —susurré.
—Y no te preocupes, que tus padres te quieran encerrar no es tan malo.
Abrí los ojos y la boca incrédula.
—¿Qué no es malo?
Él negó.
—Si estuviera en tu lugar prefiero estar en el psiquiátrico antes que estar aquí.
Me encogí de hombros… Razón no le faltaba.
—Quiero unos padres que me quieran —hablé bajito.
Una sonrisa dolida se formó en mis labios.
—Yo también lo quiero, pero mírame, apareciéndome en la vida de una chica para que me salve la vida. Creo que nuestras vidas no son para nada normales y que nunca lo serán.
—¿Qué quieres decir con qué nunca lo serán? Yo te ayudo a salir de ahí y ya está.
—No estés tan segura de ello pulga.