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Antes De Ella.

A mis cuatro años solía ser un niño muy alegre, jugueteaba con todo, pasaba mucho tiempo con mis padres, nada me hacía llorar o estar mal.

Mi infancia hasta los 5 años fue muy feliz. Unos padres que me querían y me amaban.

Bueno… Me amaron hasta los cinco años cuando cambié radicalmente.

Y no de personalidad, yo seguía siendo el mismo chico que quería pasar tiempo con sus padres, que quería hacer galletas de chocolate con mi madre en las festividades o jugar con mi padre al fútbol o baloncesto. Pero ellos no lo veían, solo veían en mí un monstruo, para ellos que yo hubiera salido con los ojos de cada color ya era muy raro, ellos no lo veían como una cosa normal que es lo que era. La heterocromía puede ser de nacimiento o debido alguna enfermedad o traumatismo. En mi caso de nacimiento y eso ya lo veían mal, raro y si… En mi caso no fue como una persona normal. Cosas extrañas pasaban en mi cuerpo y mente, cuando mis padres se enteraron comenzaron a encerrarme y dejarme de lado.

A los cinco años todo mi mundo cambió. Mis padres me enviaron a un psiquiátrico y allí comenzaron a hacerme pruebas. Fue cuando empezaron con el experimento Danger, he estado allí encerrado un montón de años.

15 años en total. Sin moverme ni ver la luz del sol, me mantienen sedado la mayoría del tiempo, por eso estoy medio muriéndome.

Pero os comentaré como llegué hasta aquí y que es lo que me pasa.

Los psiquiatras no lo saben. Siguen con pruebas pero no tienen ni idea.

Fue un día como otro cualquiera, estaba jugando en el jardín de casa con mi padre, quedaban dos semanas para Navidad y ya se sentía esa euforia y felicidad que los vecinos transmitían, todo estaba muy bien decorado, luces, árboles, muchos adornos, vecinos enviando galletas a otros, me encantaban estas fechas.

—Hijo como no estés atento te gano —comentó mi padre riendo.

—Papá soy el mejor jugando al fútbol, nunca me ganarás.

Di una parada al balón metiéndolo en la portería, grité eufórico haciendo que mi padre estallara en carcajadas.

—A merendar —habló mi madre con su típico tono feliz.

Mi padre y yo echamos una carrera hasta casa. Nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer esas galletas exquisitas que hacía mi madre, luego un chocolate con churros.

Pero todo mi mundo se paró en cuestión de segundos, el chocolate caliente se me cayó encima haciendo que yo inconscientemente elevara las cosas de la mesa, el color de mis ojos se intensificó muchísimo, cuando me di cuenta de lo que acababa de hacer subí corriendo a mi habitación.

Me adentré al baño y me miré en el espejo, seguían intensificados, miré los productos de la ducha y con la mirada pude elevarlos. Sentí miedo de mi mismo al ver eso, me miré las manos y al apuntarla hacia el espejo para mirarme la parte de arriba el cristal estalló haciéndome gritar.

Comencé a llorar. Salí corriendo hacia el mueble para ponerme unos guantes pero ni con eso impedía que pudiera mover cosas con la mirada y las manos.

Mis padres entraron a la habitación asustados, cerré los ojos y vi como ellos se pusieron a gritar como locos, me miré en el pequeño espejo que había al lado del armario empotrado, por el miedo me escondí debajo de la cama y comencé a llorar, cerré los ojos con fuerza esperando que todo esto se me pasara.

Pasaron las horas y yo seguía escondido debajo de la cama, minutos después mi infierno comenzó.

Mis padres me sacaron de debajo de la cama y me encerraron en la pequeña habitación que había dentro del armario. Siempre me llevaban comida o juguetes, pero eso no era suficiente para que yo estuviera bien, solo los necesitaba a ellos. Tan solo tenía cinco años y lo que más amaba en esa vida era a ellos dos.

Pasaron semanas y lo que sea que yo tenía se hacía cada vez más grande. Una mañana mi padre entró y comenzó a regañarme, a echarme en cara todo lo que estaba haciendo. En ese momento yo no entendí nada.

—¡Estás muerto para nosotros! ¡Eres un monstruo!

Grité llorando y mi padre voló estrellándose contra una pared. Él salió y unos horas después muchas personas entraron a mi habitación y me sacaron a la fuerza.

—¡Mami ayúdame! ¡No dejes que me hagan daño! —Gritaba con muchísimo miedo cuando esas personas me metían en la furgoneta blanca —¡papi por favor!

El miedo comenzaba a surcar cada centímetro de mi cuerpo. Cuando quise hacer los mismo que hace un mes, no me dio tiempo. Me habían sedado y desde esa primera vez le siguieron las otras.

Intentaba hacerme invisible para desaparecer, esa era mi única opción para escapar pero era imposible estaba muy drogado como para poder usar esos poderes o dones.

Cuando cumplí los 18 años sentí algo extraño por mi cuerpo, una corriente eléctrica muy rara, fue cuando pude empezar a aparecer en forma de sombra a esa chica. A Selena Rains, no podía aparecerme como una persona corpórea, pero necesitaba hacerla ver que había alguien con ella.

Y fue entonces cuando ella se mudó a la casa donde yo viví hasta mis cinco años, tuve que armar todo un plan yo solo para que sus padres tuvieran que enviarla al psiquiátrico donde yo estaba encerrado, enseñarle la puerta donde detrás de ella estaba yo encerrado y medio muerto.

Me fui acercando poco a poco a ella, le extendí la mano que en ella tenía la llave de la puerta.

—¿Qué hago con esto?

Señalé la puerta.

—Esta puerta solo se abre por fuera.

Cansado y decepcionado miré una y otra vez la puerta, di un largo suspiro y atravesé la puerta, eso me debilitada muchísimo más. Cuando abrí la puerta le hice una señal rápido para que ella saliera.

Me siguió, llegamos a la puerta blanca.

—¿Qué?

—Yo no puedo traspasar puertas o tele trasportarme.

—¡Selena! —El grito de su padre la hizo saltar del susto.

—Hostia —susurró quedándose inmóvil.

—¿Cómo has salido? —Preguntó muy enfadado.

—Yo… Él —tartamudeó Selena

—¿Ya estamos con la sombra? —Habló cansado seguramente de que ella siempre hablara de mí.

La cogió de la muñeca se la llevó muy seguramente otra vez a la habitación.

Pasé toda la noche con ella. Por la mañana fue cuando ella comenzó hablando.

—¿Tú eres Eros? —Preguntó esperanzada.

Esperó una respuesta que yo en ese momento no podía darle. Di unos pasos hacia la camilla y me senté a su lado.

—Genial, así avanzamos que da gusto —dijo sarcástica.

En ningún momento me moví de la camilla. La seguí con la cabeza cuando se levantó y comenzó a caminar por la habitación.

—¿No sabes hablar? —Preguntó quedándose frente a mí.

Miró por toda la habitación. Intentaba hablarle, y yo sabía que estaba hablando, yo me escuchaba la voz, pero no llegaba a ella y eso me estaba frustrado muchísimo.

—Asiente con la cabeza si es si o niega si es no. ¿Eres Eros? —Pregunto otra vez mirándome casi sin pestañear.

No pude moverme.

—¡Mueve la puta cabeza o algo! —Gritó cansada.

Se sentó en el suelo llevándose las manos a la cabeza.

—Llevas más de un mes apareciéndote en mi vida, no me dejas dormir por las noches ¡merezco una respuesta! —Exclamó mirándome.

Esta vez grité para que me escuchara pero fue imposible. Poco tiempo después desaparecí para poder enviarle alguna señal y supiera que si, que ese tal Eros era yo.

Y fue así como ella se enteró.

—Eros —escuché su voz —Eros —gritó un poco alto.

Sonreí y aparecí otra vez en la habitación.

—¿Eres tú? —Preguntó sorprendida y algo asustada.

Yo no podía hacer más que quedarme quieto en la esquina de esa habitación. Me mantuve rígido, quería recuperar fuerzas.

—Te he llamado para que respondas mis preguntas. Necesito que lo hagas —suplicó.

Cerré los ojos y miré fijamente su móvil, imaginando la respuesta que quería darle.

Yo: Soy yo.

Frunció el ceño mirando el teléfono. Me miró aún ceñuda.

—¿Eres tú?

Yo: Soy yo.

—¿Por qué te apareces en mi vida?

Yo: Es raro de explicar pulga.

Reí por lo último que la dije. Era muy bajita, igual a una pulga.

—¿Pulga? Me llamo Selena.

Miró hacia la puerta.

Yo: Eres muy bajita. Dame tiempo.

—¿Tiempo? ¿Para qué?

Yo: Para poder hablarte bien. Estoy débil aún.

—¿Estás vivo?

Yo: Si, lo estoy, aunque poco a poco me voy muriendo, por eso necesito que me saques de allí.

—¿Dónde es allí?

Yo: Detrás de la puerta blanca.

Me quedé en silencio.

—¿Qué eres?

Yo: Un chico.

Rodó los ojos haciéndome reír.

Yo: Debo irme, pero volveré. Hasta pronto pulga.

Volví a mi cuerpo para recuperar las fuerzas y seguir comunicándome con ella, pero cada vez se me hacía más y más difícil, las fuerzas ya casi no formaban parte de mí, era debilidad y solo debilidad lo que tenía en el cuerpo.

Cuando pude volver a aparecerme en la habitación ella ya se iba.

Una hora después más o menos volví a escuchar mi nombre salir de sus labios. Cerré los ojos para guardar toda la fuerza que podía y aparecerme en su habitación. Esta vez me sorprendí a mí mismo que pudiera haber aparecido como algo más que una simple sombra, ahora podía verme como una persona normal.

—¿Querías saber de mí y ahora huyes? —Pregunté burlón.

—¿Increíble verdad? —Murmuró.

Giré un poco la cabeza y vi que un perro me estaba mirando, parecía asustado o asombrando.

—No tengo mucho tiempo —hablé desviando la mirada del perro ceñudo.

—¿Por qué ahora puedes aparecerte así?

—Le he puesto ganas y fuerzas —dije simple con una sonrisa en los labios.

Y por extraño que pareciera estar así con ella me daba todas las fuerzas que yo necesitaba.

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