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Abismo De Maldad

Sentía una mano en mi cuello, me obligaba a mi misma a abrir los ojos pero era imposible, no podía abrirlos. Una fuerza muy grande aplastaba mi pecho, no sabía que estaba pasando, no tenía ni idea de que me pasaba. Solo escuchaba murmullos, voces muy lejanas a mí. Quería hablar, gritar fuerte pero nada salía de mis labios, era como una parálisis del sueño pero en este caso mis ojos se mantenían cerrados todo el tiempo.

Yo estaba consciente, lo sabía y lo sentía pero mi cuerpo no reaccionaba a las ordenes que mi cerebro le mandaba. Me tranquilicé como pude e intenté moverme poco a poco, esta vez si me movía. Abrí los ojos y lo primero que vi fue la expresión de terror y angustia de Eros sus ojos conectaron con los míos y una sonrisa débil se dibujó en mis labios.

—¿Qué pasó? —Susurré muy bajo.

—Te pegaron un tiro nena, casi te mueres —la voz burlona de una chica retumbó en mis oídos.

Abrí los ojos sorprendida, sonrió y me cogió de la mano.

—Ella es Ameli —dijo Eros en un susurro sin despegar sus ojos de los míos.

—Lo sé, es mi mejor amiga —murmuré muy confundida.

Giré la cabeza y me percaté de que estábamos en una furgoneta. Me levanté ya que estaba tumbada en los sillones de atrás con la cabeza puesta en las piernas de Eros.

—¿Dónde vamos?

—De vacaciones al fin del mundo —volvió a decir Ameli.

—¿Dónde se supone que es ese destino? —Pregunté cuando ya estaba algo más calmada.

—Yo tampoco lo sé.

Reí junto a ella. Un ladrido me hizo mirar con rapidez a Eros.

—Se el amor que le tienes a tu perra, por eso me la jugué y pasé a por ella.

Fruncí el ceño y la vi sacar la cabeza entre los asientos delanteros que es donde estaba Dean y Ameli sentados. La cogí y la abracé con fuerza.

—Gracias.

Sonreí mirándolo.

Miré el asiento del conductor y pensé fríamente en que el que conducía era Dean. Un recuerdo rápido cruzó mi mente:

—Me gusta mucho que te preocupes por mí, pero no te preocupes, ahora han dejado descansar mi cuerpo, así que hay tiempo.

Comenzó a caminar y se sentó a mi lado.

—¿Tiempo para qué?

—Para que me saques de allí —dijo simple.

—¿Y como haré eso listo? He pensado en hablar primero con Dean, hacer que me ayude.

—Pensé que lo haría, pero no lo hará. Está de verdad con ellos en todo esto.

Resoplé llevándome las manos a la cabeza.

—¿No se suponía que no debíamos fiarnos de él?

—Cambié de idea, será mejor tenerlo cerca.

Fruncí el ceño y asentí.

Pasé todo el rato jugando con mi perra hasta que ella se durmió. Miraba de vez en cuando de reojo a Eros, él parecía estar en otro mundo, sus manos juntas, su cabeza mirando hacia el suelo, su respiración era muy suave. Miré hacia adelante y vi que Dean me miraba con preocupación.

Busqué en mis bolsillos el teléfono pero no lo encontré.

—Ninguno tenemos teléfono, los hice desaparecer —la voz de Eros me hizo detenerme.

Miré a Ameli y ella se encogió de hombros. Desvió la mirada a Dean y fruncí el ceño.

¿Ya se conocían de antes?

—Desde hace tiempo nos lleva siguiendo un coche rojo —habló Dean.

—Tú sigue así —proclamó con total tranquilidad Eros.

—¿Cómo que siga así? Nos van a matar —dije llena de miedo.

—Acelera, me encanta la adrenalina.

Ay… Noo… La Ameli loca ahora no…

Dean la miró y ambos sonrieron.

—Si aceleras mandan a más hombres, sigue como andabas.

Desvié la mirada de Dean hacia Eros, no entendía porque se tomaba esto con tanta tranquilidad y naturalidad. No parecía asustado. Cuando Dean frenó el coche para ir a la misma velocidad de antes un pinchazo se incrustó en mi pierna haciéndome gemir del dolor. Eros me miró preocupado y miró mi pierna.

—Estas sangrando.

—Es lo más normal cuando te pegan un tiro —quise sonar divertida pero el dolor de la pierna hizo que mi voz saliera quejosa.

Eros se acercó más a mí y rompió la tela de mi chándal para ver bien la herida, tenía una camisa puesta en forma de venda, pero eso ahora ya no valía para tapar la hemorragia que tenía, la herida se estaba poniendo de color amarillo, eso no tenía buena pinta. Eros quitó la venda haciendo que cogiera su mano con fuerza.

—Me duele mucho, espera —susurré.

—Tenemos que curarla, sacar la bala y hacer que deje de sangrar.

Lo miré asustada y negué.

—Necesito agua.

—Yo tengo, yo tengo —elevó la voz con pavor Ameli. 

Eros me pasó el agua y bebí un trago considerable.

—Saca la bala —susurré.

—¿Cómo te va a sacar la bala así? Te vas a morir —volvió a hablar con miedo.

—Me estoy muriendo del dolor igual —vociferé —. Hazlo.

Tragué saliva con fuerza y suspiré.

—Hazlo.

Vi las intenciones de Eros y el miedo creció en mí. Una sensación muy extraña recorrió mi cuerpo, cogí las manos de Eros y nos miramos a los ojos.

—Hazlo rápido —dije sin soltar sus manos.

—Si me dejas.

Miró nuestras manos.

—Perdón.

Solté sus manos y puse las mías en mi cara. En cuanto sentí algo en la herida un grito desgarrador salió de mis labios, mis ojos se cerraron y mis manos cayeron a los lados de mi cuerpo.

—Hija piensa bien lo que haces, él no es quien dice ser, te está engañando para que lo saques de aquí —comenzó hablando mi padre.

—Solo quiere matar, no es bueno —continuó mi madre —no se llama Eros, ese nombre se lo inventó él.

—Selena no los escuches, son ellos los que me han tenido aquí retenido, secuestrado. Soy bueno Selena —su voz parecía sincera y llena de miedo.

—Es el mismísimo demonio, no es una persona buena, solo quiere sangre.

Volvió a hablar mi padre.

—Solo te llevará a su terreno de maldad, te llevará a lo más profundo del infierno, hija no lo escuches, ven con nosotros, te protegeremos.

—Sabéis perfectamente que yo no soy eso, vosotros me estáis convirtiendo en esto.

«Es el mismísimo demonio»

Intenté abrir los ojos pero solo había oscuridad, no veía nada, no escuchaba nada, solo sentía un dolor punzante en mi pierna, intenté tocarme la herida pero parecía que mi pierna no estaba. No estaba entiendo nada y eso hacía que el miedo creciera en todo mi cuerpo.

Me desperté dando una bocanada de aire, mis manos temblaban y mi cabeza dolía. Algo en mí no iba bien, me sentía muy extraña. Miré a mi alrededor, ya no estaba en la furgoneta, ahora estaba en una cama, era vieja, la habitación en la que estaba se veía en muy mal estado, olía mucho a humedad y a podrido. Me levanté de la cama pero tuve que volver a sentarme debido al dolor en la pierna.

—¡Ameli! —Grité con fuerza pero nadie respondió —¡Eros! —Volví a gritar pero tampoco obtuve respuesta.

Volví a coger fuerzas y esta vez si me levante, aunque el dolor en mi pierna era muy fuerte seguí caminando, toda la casa se estaba medio cayendo. No había nadie, no se escuchaba nada. Seguí caminando y bajando esas escaleras viejas.

Un olor muy fuerte inundó mis fosas nasales.

—Es el infierno —escuché una voz lejana.

Miré a todo mi alrededor en busca de esa voz pero no había nada.

—¿Alguna vez te has preguntado por qué solo lo puedes ver tú?

Otra vez la voz. Seguí caminando hasta salir de la casa, era un bosque muy oscuro en el que me encontraba.

—Tus padres tenían razón, él no es bueno. Ameli, Dean, él, te esconden cosas.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —Comencé a ponerme muy nerviosa.

—Busca las respuestas, no dejes que él te llene de odio, no dejes que te lleve a su territorio, a su abismo de maldad.

—¿De qué hablas?

Un dolor muy fuerte se instaló en todo mi cuerpo. Caí de rodillas quejándome y gimiendo del dolor.

Volví a abrir los ojos y esta vez me volvía a encontrar en la furgoneta, Eros me miraba con preocupación, Dean y Ameli miraban de vez en cuando hacía atrás. Eros intentó tocarme pero me separé rápido de él.

—¿Estás bien? —Preguntó él con preocupación.

Yo solo asentí levemente. Miré hacia la ventana, estábamos pasando por una carretera bastante estrecha, a sus lados solo eran árboles, esta carretera me parecía a la típica escena de películas de terror, de esas en las que sale una mujer o un hombre y acaban todos muertos.

«Buen pensamiento… Innecesario, a mi parecer»

Si, la verdad que si…

Sentí las manos de Eros rozar las mías, me aparté de golpe al sentir esa corriente eléctrica. Nos miramos a los ojos durante unos segundos.

—¿Por qué no quieres que te toque? —Susurró acercándose a mí.

¿Qué eres? ¿Quién eres?

Esas preguntas se quedaron clavadas en mi mente y tenía muy seguro de que obtendría las respuestas como fuera.

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