Capitulo 4
Narra Dylan.
Estaba nervioso como si fuera un chiquillo en su primera vez con una mujer. Verla desnudarme con torpeza y sonrojo me habían indicado que nunca había estado con ningún hombre. Yo no iba a dañarla así como así. Nuestra primera vez debía ser especial e inolvidable, bueno, si era que había primera vez. Deseaba que Helen lograra enamorarse antes de que se disolviera el contrato de forma espontánea como lo había descrito.
Con un poco de dificultad tomé una toalla que estaba cerca de la tina de baño, y arrastrándome logré sentarme en el inodoro.
—¡Helen estoy listo! —grité temblando de los nervios.
Enseguida ella abrió la puerta del baño; sus mejillas estaban sonrojadas. Sin mirarme acercó la silla de ruedas y con algo de dificultad me arrastró y me subió en ella para salir del baño. Luego de eso me ayudó a vestir. Su mirada tierna me tenía loco, aunque no dejaba de pensar en lo malagradecida que había sido, y de vez en cuando me ganaba la rabia y la ira.
—Puedes acostarte Helen, no pienso tocarte —le dije con desdén, para que no notara mi vulnerabilidad contra ella.
Ella se acostó a mi lado y aunque estuvo bastante incómoda por varias horas, logró dormirse. Así que cuando lo hizo aproveché para mirarla; era una mujer realmente hermosa, sus rasgos finos, su nariz pingada. Sencillamente tierna.
En la mañana siguiente me levanté temprano, tenía que ir a la oficina a firmar unos papeles, además de que había matriculado a Helen en una universidad para que pudiera estudiar enfermería. No quería que sintiera que yo quería truncar sus sueños, sus estudios.
Le pedí a una sirvienta que apenas despertara le llevara el desayuno a la cama, y después de desayunar me fui a hacer todo el papeleo para que estudiara lo antes posible.
Horas después estaba todo listo. El director era un gran amigo mío y no hubo problema en que empezara dos semanas después de que ya habían comenzado las clases.
Al salir de allí me dirigí a la oficina, habían muchas órdenes que firmar y muchas reuniones por asistir; pero en cuanto entré a la oficina mi secretaria me siguió a toda prisa.
—¿Qué pasa?, ¿por qué estás tan exasperada Lucy? —pregunté con curiosidad.
—Señor disculpe, la prensa ha comenzado a hablar de usted y de su matrimonio.
—La prensa siempre habla, no entiendo por qué te sorprende eso. —Me acomodé en el escritorio restándole importancia.
—No es eso, pues han dicho que su esposa es una zorra, que se ha casado con usted por dinero, que ninguna mujer en sus cabales se casaría con un paralítico.
Ante eso apreté los puños molesto. ¿Acaso no era un hombre capaz de estar con una mujer?
—Dame el periódico. —Lo arranqué de sus manos para mirarlo perplejo sin poder creerlo.
Ahora entendía el porqué se hablaba de mi matrimonio ¡Helen se estaba besando con un jovencito de su edad! Estaba enojado, celoso, y lleno de ira.
—Es una mosquita muerta —musité con los dientes apretados.
Arrugué el periódico con odio y salí hecho una furia de la oficina.
Llamé a mi chófer para que me llevara al despacho de abogados de mi amigo Gonzalo. Necesitaba calmarme o sería capaz de asesinar a Helen con mis propias manos si era necesario.
Yo que quería enamorarla, quería darle mi vida y convertirla en una reina, hasta había pensado en llevar a su mamá con nosotros, pero ella me pagaba de aquella manera, avergonzándome delante de la prensa y amistades de estatus social.
Entré como alma del diablo por la puerta de la oficina de Gonzalo apenas su secretaria me dijo que entrara.
—Sabía que ibas a venir, es noticia tus cachos en toda la prensa.
Arrugué el entrecejo, molesto.
—Te juro que quiero matarla.
Él sonrió con malicia.
—Cálmate es una jovencita, ¿creías que no tenía novio en el colegio? Te lo dije hermano, que una niña no iba a poder llevar tus cargas. No sé cómo harás para que no te haga pasar el ridículo en la fiesta de gala de este año, y en todo lo que amerita ser la esposa del magnate más millonario del país.
Rasqué mi nuca pensativo, no había pensado en todo lo que acarreaba ser mi esposa. Fiestas de gala, prensa encima, viajes de negocios donde ella tendría que acompañarme. La vida de rico era muy escandalosa, y aunque quería mantener mi vida privada al margen de periodistas, fue imposible después de la pérdida familiar que tuve y mi accidente, desde entonces tenía encima paparazzis respirándome en la nuca.
—Necesito beber algo, hace años que no voy a un bar, ¿me invitas a tomar unos tragos? —sugerí, sentía la garganta seca en ese momento.
—Sería un honor hombre, verte vivir de nuevo me contenta de corazón, hermano. —Palmeó mi hombro.
Me había encerrado tanto en la oficina, había caído tanto en depresión después de la muerte de mi esposa y mi hijo, que había olvidado la última vez que salía por un trago con Gonzalo.
Salimos de aquél despacho, mi chófer me ayudó como siempre a subir al auto, pero como queríamos ir solos lo mandé a casa.
Fanny Baker era un excelente ambiente para ahogar las penas. Al llegar Gonzalo y yo nos ubicamos en unas de las mesas a beber trago tras trago, platicamos y reímos, pero yo no dejaba de recordar el maldito periódico donde estaba ella besando a ese chico.
—¿Qué piensas Dylan? hombre, hombre te estoy hablando de hace rato y no me contestas —alzó un poco la voz Gonzalo llamando mi atención.
—Es solo que no dejo de pensar quién será el chico que la estaba besando.
—Un chiquillo de la preparatoria claro está, lo que tienes que hacer es asustarlo para que se aleje de ella y ya.
Me quedé pensativo aún molesto.
¿Se habría ya acostado con él? ¡Maldición! Cada vez que pensaba en esa posibilidad me hervía la sangre en gran manera.
Después de beber por varias horas, Gonzalo me llevó a la mansión. Era de noche y esperaba tener a mi esposa conmigo en mi cama, era su deber dormir conmigo todos los días, era su responsabilidad atenderme y ayudar a vestir a este inútil que tenía como marido, ¡pero que era su marido! ¡Joder! No sé qué pasaba por mi mente pero lo cierto era que Helen me tenía loco, estaba obsesionado con ella, quería hacerla mía, quería comer su cuerpo hasta cansarme y devorar sus labios hasta gastarlos.
Al llegar a la mansión, Camilo mi chófer me esperaba afuera de esta; me ayudó a bajar del auto de Gonzalo para luego adentrarme en el interior de mi casa. No sabía qué hora era pero quería verla, quería ver su cara.
—¿El Señor quiere que lo ayude a vestir? —preguntó Margarita mi sirvienta de confianza.
—¿Y mi esposa dónde está? —Estaba mareado por los tragos, y en la cabeza me daba vuelta la imagen de Helen con aquel mocoso.
—Está en su habitación. —Bajó la mirada con miedo a responder—. Ella pensó que no debía dormir en su habitación si usted no lo autorizaba.
La sangre comenzó a hervirme del coraje, ella tenía que dormir conmigo todos los putos días de nuestro maldito contrato, para eso había pagado por ella, para que fuera mi esposa, para que durmiera con este paralítico todas las noches, para que calentara mi cama y jamás me dejara solo ¡jamás!
—Ve a descansar Margarita, mi esposa se hará cargo de mí —ordené molesto.
—Señor son las dos de la mañana la señora…
—¡Cállate Margarita y ve a descansar! —le grité convirtiéndome en aquél monstruo al que todos le temían.
Me dirigí a su habitación y abrí la puerta de golpe. Estaba profundamente dormida pero no me importaba nada, estaba cegado por los celos. Jamás en mi vida había sentido tanta rabia, tanto poder de pertenencia por una sola mujer como el que sentía por Helen Fonseca.
—¡Levántate, ha llegado tu esposo! —grité tomándola del brazo, con fuerza.
—¿Qué te ocurre?, ¿cómo me vas a despertar de esta manera? —Se soltó de mi agarre.
—¿Qué haces en esta habitación? Te dije que tenías que dormir en la mía conmigo.
—Señor es que….
—Es que nada, te vas a dormir allá y no quiero que jamás vuelvas a dormir con las sirvienta ¡¿me oyes?! —La apunté con mi dedo.
Ella temblaba de miedo, sus delicados ojos bajaron la mirada. No entendía cómo podía ser dos personas en un mismo cuerpo; una niña tierna y obediente y a la vez una zorra que se besaba con cualquiera en la calle.
Conduje la silla de ruedas hasta mi habitación, ella iba detrás de mí a pasos lentos y seguramente temblando.
Me ayudó a ducharme y también a vestirme. Esa vez dejé que me viera completamente desnudo, me sentía un depravado pero la deseaba con todo mi ser. Deseaba que ese beso me lo hubiese dado a mí. Esa era la verdad de mi molestia, no poder ser él.
—Duerme más pegada a mí —le indiqué molesto.
—Señor está usted ebrio, puede cometer una locura de la cual se puede arrepentir —musitó.
—¡Te he dicho que duermas pegada a mí! —alcé la voz —¿O no puedes estar cerca de tu esposo como lo estuviste ayer de ese chico en el centro comercial con que te besaste? —Volteé para ver su expresión.
Abrió los labios sorprendida, sorprendida porque la había descubierto. Yo sí era un despojo humano para ella, alguien desagradable para compartir una cama, pero con él se besaba, ¿qué tenía él que yo no? Ohhh lo olvidaba, ¡que podía caminar y yo no!
—¿Dime, quién es él? —cuestioné.
—¿Es que crees que antes de dañarme la vida, yo no tenía una? ¿No tenía amistades? ¿No tenía familia? ¿No tenía un novio al cual amo con todo mi corazón? ¡Él era con quien me estaba besando!
Apreté los puños molesto y sin pensarlo dos veces la besé, la besé con rabia por sus palabras. Por fin estaba sobre esos labios que desde el primer día en aquél entrega de título me había incitado a probarlos.
Al principio quiso rechazarme, pero después se dejó llevar por mis cálidos labios, que la besaban con pasión.
Estaba alterado, tal vez el alcohol no era una buena compañía en aquel momento, pero me dejé llevar y comencé a tocarla, a tocarla de una manera que había prometido no hacerlo sin su consentimiento.
—¡Yo soy tu esposo desde ahora en adelante y no existe ningún novio aquí! ¿okay? ¡Y espero que no vuelva a suceder de nuevo o jamás volverás a ver a tu madre! —le dije al separarme de sus labios.
Me dolió mucho decirle que no volvería a ver a su mamá, de hecho había estado al pendiente de enviarle todo el dinero que ella necesitaba para su operación, pero era necesario si quería lograr que me respetara.
Esa noche la escuché llorar casi hasta que amaneció, o hasta que yo logré dormirme.
Soñé con ese beso, ese beso que se había quedado grabado en mis labios, tan dulces y cálidos.
A la mañana siguiente tenía muchas reuniones atrasadas, además de que tenía cita médica con el neurocirujano que iba a operarme, así que me levanté temprano con una resaca en la cabeza.
—Marina por favor, encárgate de contratar a alguien que le enseñe a mi esposa cómo comportarse en las fiestas de gala. Tengo una fiesta importante en unas semanas y quiero que asista —le dije a mi hermana quien desayunaba conmigo esa mañana.
—Pero Dylan si siempre te acompaño a esas reuniones, sabes que me encanta ir contigo.
—Sí, pero ya tengo una esposa, Marina, y el deber de ella es acompañarme.
—Esposa que te ha dejado en ridículo en la prensa.
—¡Ya basta! ¡Te he dicho que hagas eso y eso harás! —Golpeé la mesa con fuerza.
—Como digas, hermano —musitó.
Salí de mi casa de nuevo molesto pero esa vez con Marina, que parecía querer llevarme la contraria en todo.
Camilo me llevó a las afueras de la ciudad a una clínica de médicos irlandeses, en donde más tarde viajaría a Irlanda a operarme; estuve por horas en chequeos médicos, resonancias magnéticas y demás.
—¿Y cómo ve todo doctor? —pregunté en la sala de consultas.
—Al parecer en un par de meses podremos operarte. —Miraba las placas—. Hay un 50% de probabilidad que el nervio que está obstruido pueda separarse y puedas recuperar la movilidad en las piernas.
Trataba de no alegrarme mucho ya esa sería mi tercera operación, pero deseaba que la medicina irlandesa me hiciera recuperar las ganas de vivir y de poder darle a Helen todo lo que quería darle. Solo esperaba que ella me aceptara tal como era.