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Capitulo 5

Narra Helen.

La rica brisa se colaba por la ventana. Abrí los ojos con pesadez. Me había costado conciliar el sueño porque no era fácil dormir con alguien desconocido.

Tomé una ducha y cuando salí, ya Margarita se acercaba con el desayuno a la cama

—¿Qué haces Margarita trayendo el desayuno a la habitación? —pregunté con asombro. Todo ese tiempo había desayunado como la servidumbre.

—Son órdenes del señor, señora —me dijo con la mirada baja.

—No me digas señora, sabes que me llamo Helen, no es necesario —musité segura.

—Sí lo es. No quiero que el gruñón de mi patrón se moleste si escucha que le hablo por su nombre.

Me senté a desayunar en la cama, mientras platicaba con Margarita; se veía que era una señora mayor, de unos cincuenta o sesenta años más o menos.

—Tu patrón es un monstruo horrible —expresé soltando el odio que sentía por él.

—No siempre fue así, señora.

La miré sorprendida.

—¿Cómo así? —pregunté curiosa.

—El señor Dylan era un joven alegre, chistoso, cálido y muy feliz —Alcé una ceja sin poder creerlo—; pero todo cambió cuando perdió a su esposa y a su hijo. —Sus ojos se entristecieron —. Y para completar se quedó en esa silla de ruedas que le quitó la posibilidad de volverse a enamorar.

—¿Y se amaban mucho? —Observé con detenimiento el cuadro de la hermosa rubia con aquél niño tan tierno en las fotografías pintadas de la pared.

—Eran la pareja perfecta —musitó y pude ver cómo una lágrima mojaba sus mejillas.

Tragué grueso, no quería imaginarme qué se sentía estar en los pies de Dylan; era en cierto modo comprensible su comportamiento. Perder a su familia y a la misma vez la movilidad de sus piernas era desgarrador.

—Helen necesito que ayudes a la chicas en la cocina. —Entró Marina con su mirada altiva sin tocar a mi habitación

Ella se parecía mucho a Dylan en lo arrogante y prepotente, miraba a todos por encima del hombro, y siempre tenía ese aura de superior.

Hice una mueca con los labios y terminé de desayunar para ayudar en la cocina. Pronto me encontraba limpiando los platos cuando una de las sirvientas más jóvenes se acercó a mí.

—Señora debería hablar con su esposo, lo que hace la señora Marina con usted cuando no está el señor Dylan es explotación, ni a nosotras nos trata así, además, es usted la señora de la casa.

Esas palabras de aquella chica de servicio quedaron en mi cabeza. Marina cada vez que Dylan no estaba aprovechaba para humillarme y colocarme labores domésticos que yo no debía cumplir.

Después de horas de estar haciendo quehaceres decidí salir al jardín aprovechando que mi querida cuñada no estaba en casa. La mansión era enorme y hermosa y yo no había tenido el tiempo de admirarla.

Lo primero que vi fue un gimnasio privado en la parte de atrás de la casa, con todo tipos de maquinarias. Siempre había deseado hacer un poco de ejercicio, sabía que mi cuerpo no estaba bien formado y que a pesar de mis dieciocho años de edad ya cumplidos parecía una niña de mucho menos edad.

Caminé por el jardín y me senté en una banca en frente de una hermosa fuente. Deseaba tanto ver a mi madre, ya había perdido la cuenta de cuántos días había pasado sin verla. Constantemente me preguntaba si todo aquel sacrificio valía la pena.

Tras estar mucho tiempo sentada en aquella banca pensando, caminé a la cochera, dónde había alrededor de seis autos deportivos de varios colores, además de camionetas y una limusina; se veía que Dylan tenía muchísimo dinero, era un hombre de medios y mucho Glamour, se notaba en las estatuas y reliquias que adornaban toda la casa.

—¡Señora Helen vuelva pronto, la señora Marina está entrando en la propiedad! —gritó María, la sirvienta más joven, desde la ventana de la cocina que daba justo al jardín.

Salí casi que corriendo, no quería problemas con la bruja de mi cuñada, así que simulé acomodar la alacena; estaba distraída bajando y volviendo a subir las víveres cuando sentí las manos de un hombre aferrarse a mi cintura.

Cuando me volteé para ver quién era casi me da un infarto al ver a Alejandro en la mansión.

—¿Qué haces aquí?, ¿cómo entraste? Si Dylan o la señora…

—Cállate mi amor, escucha, estoy trabajando como jardinero para estar cerca de ti…

—¿Como Jardinero? ¿Aquí en la mansión? —Lo miré asombrada.

—Sí, lo hice porque tengo un plan para huir de aquí.

Me besó y yo lo devolví el beso con agrado, amaba a Alejandro con todas mis fuerzas.

—¿Qué hace usted en la cocina? —preguntó Marina entrando de repente.

—Solo he venido por agua señora —dijo nervioso, y yo estaba casi que me desmayaba.

—Dale agua y que salga de la cocina. —Me miró a mí con autoridad.

Le di un vaso con agua y él se fue. El corazón me latía a mil latidos por segundos, sabía que podía meterme en un enorme problema, pero en esos momentos de mi vida no me importaba nada.

No podía ver a mi madre, me trataban como una esclava y deseaba de verdad estar con Alejandro, con mi Alejandro.

Subí a mi habitación, cambié mi ropa y me dirigí a la habitación de servicio, no quería que Dylan llegara y me encontrara en su cuarto.

—¿Qué hace aquí señora, Helen? —preguntó Margarita que venía con unas sábanas para doblar.

—Voy a dormir en mi antigua habitación —expliqué decidida.

—El señor podría molestarse, toda sus pertenencias están en la habitación del señor, es mejor que duerma con él.

—No creo que le agrade dormir conmigo, además de que no ha llegado aún, ¿cierto?

—No y es muy raro. El señor no llega tarde.

—Margarita, ¿dónde quedan las habitaciones de los jardineros y chóferes? —pregunté con disimulo.

—Quedan pasando el jardín en una casa pequeña que hay allí para ellos, ¿por qué?

—Curiosidad.

Cerré lo ojos y de pronto estaba en una habitación grande, con vista al mar. Yo llevaba un camisón de seda beige adherido a mi cuerpo que dejaba al descubierto mis pequeños senos. Un hombre estaba conmigo pero no podía ver su rostro, sin embargo, yo sabía que era Alejandro; el hombre besó mis labios. Primero el beso fue suave y después fue subiendo de intensidad.

Yo estaba temblando, aquel hombre era alto y corpulento, sus labios cálidos devoraban los míos con total frenesí, su lengua caliente pedía permiso para entrar en mi cavidad bucal.

Luego aquel hombre abandonó mis labios para dirigirse a mis pezones y apretarlos un poco con las puntas de los dientes.

—¡Ahhhhhh! —gemí cuando succionó con su lengua mis pequeños manjares.

Abandonó mis pechos para quitar mi camisón y empujarme suavemente a la cama, bajó un poco su pantalón e intentó penetrarme cuando la luz de la luna que entraba por la ventana logró enfocar su rostro.

¡No era Alejandro! ¡Era mi arrogante esposo Dylan Mayora quien me estaba haciendo el amor!

—¡Levántate, ha llegado tu esposo! —Me desperté sudada y alterada cuando sentí que alguien me tomaba por el brazo.

—¿Qué te ocurre?, ¿cómo me vas a despertar de esa manera? —Me solté de su agarre molesta. ¿Quién se creía él para despertarme así?

—¡¿Qué haces en esta habitación?! Te dije que tenías que dormir en la mía conmigo.

Me percaté que estaba ebrio, bastante ebrio, por lo que sentí mucho miedo.

—Señor es que… —Quise excusarme pero no me lo permitió.

—Es que nada, te vas a dormir allá y no quiero que jamás vuelvas a dormir con las sirvientas ¡¿me oyes?! —Me apuntó con su dedo casi tocando mi frente.

Yo estaba temblando de miedo, lo odiaba tanto, era un engreído, un déspota que estaba acostumbrado a que todos hicieran su maldita voluntad.

Lo seguí temblando de pánico. Esa vez lo vi desnudo mientras lo ayudaba a entrar a la tina. Sus ojos rojos por el alcohol me miraban como si fuera una deliciosa cena, yo estaba temblando y trataba de no mirarlo.

Nos acostamos luego de dejarlo listo y traté de estar lo más alejada posible de él. Saber que estaba ebrio me incitaba a pensar que podía cometer una locura.

—Duerme más pegada a mí. —Tenía el entrecejo arqueado.

—Señor está usted ebrio, puede cometer una locura de la cual se pueda arrepentir. —Apreté los dientes de la impotencia.

—¡He dicho que duermas más pegada a mí! —Mi delicado cuerpo convulsionó asustado. Eso era lo que él causaba en mí, odio, miedo, pánico y rabia. Deseaba que pasara el tiempo lo antes posible para poder estar cerca de Alejandro—. ¿O no puedes estar cerca de tu esposo como lo estuviste ayer de ese chico en el centro comercial con que te besaste?

Abrí los labios por la sorpresa. Imaginaba que Camilo me había visto y se lo había contado todo ¿Pero en qué momento?

—¿Dime, quién es él? —preguntó con ira.

—¿Es que crees que antes de llegar a dañarme la vida yo ya no tenía una? ¿No tenía amistades?, ¿no tenía familia?, ¿no tenía un novio al cual amo con todo mi corazón? ¡Él era con quién me estaba besando! —le escupí en la cara con toda la felicidad del mundo.

En ese momento pensé que Dylan iba a asesinarme y para entonces no me importaba en lo absoluto morir, estaba asqueada, estaba cansada de la misma mierda. Pero su reacción fue todo lo contrario: me miró por unos segundos y me besó ¡Me estaba besando!

Al principio intenté alejarlo, pero poco tiempo después sentí cómo una sensación placentera inundaba todo mi ser, pero todo se terminó cuando al soltar mis labios me dijo algo que hirió mi ego y mi corazón por completo.

—Yo soy tu esposo desde ahora en adelante, y no existe ningún novio aquí ¿okay? ¡Y espero que no vuelva a suceder de nuevo o jamás volverás a ver a tu madre!

Lo miré con odio.

Era un monstruo, ¿cómo se atrevía a meterse con mi madre? ¿Cómo se atrevía a amenazarme con ella si él sabía que estaba enferma?

Me acosté dándole la espalda y comencé a llorar; las lágrimas corrían por mis mejillas y sentía el corazón arrugado del dolor. A la mañana siguiente debía hablar con Alejandro, él tenía que irse de la mansión antes de que Dylan lo viera y lo reconociera. No quería por nada del mundo que el monstruo le hiciera algo a mi madre.

Cuando desperté él ya no estaba a mi lado, agradecí no tener que verlo en las mañanas.

Después de ducharme y colocarme unos shorts de talla alta con una camisa semi corta y unos tacones puntiagudos me dirigí a la cocina.

—¿Buenos días Margarita, cómo amaneces? —saludé amable como todas las mañanas.

—¿Señora qué hace? Ya le iba a llevar el desayuno a su habitación.

—Tranquila Margarita, prefiero desayunar con ustedes.

Margarita me sirvió unas ricas panquecas con mermeladas y frutas picadas, jugo de naranja y un capuchino bien espumoso. No pude evitar recordar los desayunos de mamá. Una lágrima corrió por mi mejilla.

Apenas viera a Dylan le iba a pedir permiso para ver a mi madre porque necesitaba saber cómo estaba.

Me asomé por la ventada a mirar el clima primaveral de la temporada, y quizás también para ver al jardinero de la mansión. Necesitaba decirle cuanto antes que debía marcharse, que mi esposo sabía de su existencia.

Allí estaba él, podando algunas rosas en el jardín, no llevaba camisa y su dorso desnudo estaba al descubierto, se notaba la juventud en su cuerpo. Dylan le triplicaba en ancho de espalda y altura por lo que se podía apreciar a simple vista sentado.

—¿Qué tanto miras por la ventana? —preguntó Marina que tenía rato viéndome.

—Solo observo las flores —respondí con nervios.

—Ha llegado la maestra de etiquetas, mi hermano la ha mandado para que te enseñe el protocolo de cubiertos, qué plato elegir en un restaurante, etcétera, aunque yo creo que a pasar de que la mona se vista de seda mona se queda.

Apreté el puño molesta, estaba cansada de esa mujer, era obstinada y malhumorada.

La tarde se me fue deprisa. Estuve estudiando cómo usar más de cincuenta cubiertos, ni siquiera sabía que existían tantos, pero aprendí rápido y Nancy la maestra de protocolo me dijo que con dos sesiones estaría lista.

Me asomé de nuevo por el jardín pero esa vez desde la sala de estar donde estaba viendo las clases; Alejandro me hizo señas para vernos más tarde al anochecer en la fuente.

Estaba nerviosa, si Dylan nos descubría podía asesinarnos a los dos, pero tenía que ir a verlo, tenía que decirle que se fuera o su vida estaría en riesgo.

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