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Capitulo 3

En cuanto salí del despacho del estúpido de mi esposo, entré en mi habitación a llorar. Estaba triste y molesta. No sabía qué hacía allí. Aunque estaba llena de lujos no disfrutaba de ellos, en esa casa yo era una empleada más, además de que extrañaba a mi madre demasiado.

Cuando lo vi a Dylan quise reclamarle por cómo fue tratada mi viejita, y también el cómo yo había sido tratada en aquella casa, pero preferí callarme, le tenía mucho miedo a Dylan y no quería que tomara represalia contra mí si me ponía rebelde.

Estaba acostada sollozando cuando mi querida cuñada entró a mi habitación sin antes tocar.

—Tú... levántate. Mi hermano desea que vayas a comprar ropa. —Marina estaba roja del coraje como si le molestara que su hermano hubiera pedido que comprara ropa.

Me levanté en silencio. Solía no contestarle a las personas cuando estaban muy molestas, lo había aprendido de mi madre. Y es que siempre que papá llegaba tomado ella solo se limitaba a obedecer y a guardar silencio.

Limpié un poco mi atuendo y salí de la mansión. Apenas me dirigí al estacionamiento de la casa, respiré aire puro, sentía que estaba ahogada en aquella enorme casa, que a pesar de tener miles de distracciones, todo ese tiempo Marina me había tenido como una esclava. Y es que seguramente esas eran las órdenes del monstruo de su hermano.

Camilo, el chofer, que fue el mismo que me llevó allí el día de mi boda, me llevó a una boutique a las afueras de la ciudad. Me tomó la mayor parte de la tarde para comprar ropa, entre probarme los atuendos y elegir, fueron muchas horas. La asesora de vestuario que estaba contratada directamente por mi esposo se encargó que comprara todo tipo de ropa y calzados, desde vestidos para gala hasta pijama para dormir. No podía negar que me sentía en un cuento de hadas, jamás en mi vida había pensado que algún día podría tener tanta ropa junta, prendas y zapatos.

Eran tantas las bolsas que Camilo hizo dos viajes al auto. Y después de irse a llevar las bolsas le dije que quería dar una vuelta por el centro comercial, y aunque dudó, un momento después accedió.

Estaba de espaldas admirando un hermoso collar idéntico a uno que tenía mamá, cuando alguien me abrazó por la espalda.

—Helen mi amor, tengo días tratando de encontrarte. No puedo creer que por fin te veo, mi reina. —Era Alejandro, mi novio de hacía años, y el gran amor de mi vida.

—¿Qué haces aquí Ale? —cuestioné, tratando de apartarlo.

—Ya sé lo que hizo tu padre. —Eso me hizo bajar la cara—. Te ha entregado a un monstruo mediante un contrato de matrimonio por dinero.

—Yo…

—No digas nada mi amor. —Acarició mi mejilla—. Sé que aún soy un chiquillo, pero prometo sacarte de esa casa, solo dime qué aún me amas y eso será para mí suficiente.

Me quedé observándolo por unos segundos. Alejandro era mi novio desde que había comenzado la escuela, y realmente lo amaba, lo amaba más de lo que podía imaginar. Él era un moreno asiático de rasgos fuertes y ojos color miel. Lo que me había llamando la atención de él era su gran amor por las personas, su paciencia y el lado positivo de ver todas las cosas.

—Claro que te amo, mi amor —respondí sincera.

Me tomó del cuello y me besó. Al principio quise resistirme pero después de varios segundos me dejé llevar por aquél cálido beso; sus manos viajaron a mi espalda y me apretó con mucha fuerza, después se separó de mí para mirarme directo a los ojos.

—Te sacaré de esa casa, lo prometo. —Me dio un corto beso en los labios y se retiró.

Enseguida llegó Camilo. Yo estaba alterada, los latidos de mi corazón se escuchaban tan fuerte que juraría que todos a mi alrededor podían oírlo

—¿Señorita, ya dio el paseo? Debemos irnos, el jefe la quiere temprano para el festejo.

Asentí con la cabeza y lo seguí, tenía un nudo en la garganta. Alejandro estaba de viaje con sus padres cuando me enteré de lo de la boda, y aunque él me enviaba cartas diciéndome cuánto me amaba siempre, jamás le contesté porque sabía que primero estaba la salud de mi mamá.

«Espero que te estén realizando todos tus estudios madre», pensé, ya que mi sacrificio había sido por ella.

Entré al auto conmocionada por lo ocurrido, había agradecido que Camilo no me hubiera visto, después de todo estaba casada y no quería problemas con mi esposo. No hasta que mi madre no fuese operada.

Cuando llegué a la mansión y entré en mi habitación, había un enorme ramo de rosas negras. Sentí mucho miedo al verlas, pero aún así tomé la tarjeta con cuidado y leí la descripción.

“De tu querido esposo Dylan”

Apreté la tarjeta con rabia, no sabía que pretendía aquél hombre con llevarme ese tipo de rosas tan desagradable. Si quería jugar conmigo y tratarme como una basura, ¿por qué se había casado conmigo? ¿Acaso era de esos hombres que disfrutaba ver sufrir a las demás personas?

Estaba sumergida en mis pensamientos cuando Marina entró en mi habitación.

—Necesito que te arregles, ya han comenzado a llegar nuestros amigos y a mi hermano no le gusta la impuntualidad.

—¿Dónde han dejado todas las bolsas de mi ropa para elegir uno de los vestidos que traje? —pregunté al notar que las bolsas con los atuendos no las habían llevado a mi habitación.

—Mi hermano te mandó este vestido y estos tacones, quiere que te coloques esta ropa.

Miré el vestido que Marina tenía en sus manos; era un vestido horrible de color amarillo y los tacones eran de un verde escandaloso.

—¿Estás segura que Dylan a pedido que use esta ropa? —pregunté confundida. No entendía para qué me había hecho comprar tanta ropa para luego él elegir la que le diera la gana.

—Sí, son órdenes estrictas y más te vale que no lo hagas enojar.

Después de vestirme Marina me maquilló. Tomó mi cabello e hizo un moño extraño en él, y aunque había insistido para que dejara llevar mi cabello suelto me dijo que no, que eran órdenes de su hermano.

Estaba molesta. ¿Cómo podía ser tan machista como para controlar la manera en que debía vestirme? El muy tonto…

Marina no había dejado verme en el espejo, alegando que era tarde y que Dylan odiaba la impuntualidad, así que sin verme cómo había quedado mi maquillaje, bajé las escaleras para llegar al salón.

Pensé que era más discreto bajar por el ascensor, pero mi querida cuñada había dicho que Dylan había pedido que lo hiciera por las escaleras.

Mientras bajaba cada escalón una a una de las miradas extrañas que estaban en aquél salón se posaron en mí; unas con burlas y otras con lástima. Y Dylan, quien antes de verme estaba sonriendo con alguien más, estaba molesto, tanto que las venas en su frente se marcaban notoriamente.

Apenas terminé de bajar las escaleras Dylan se acercó a mi, molesto, y me tomó por las manos para arrastrarme a su altura.

—¡¿Qué cojones crees que estás haciendo?! ¡¿Quieres dejarme en ridículo, no es así?! —Sus manos apretaban con fuerza la mía.

—¿De qué hablas Dylan? Suéltame, me lastimas —susurré a punto de llorar.

—De tu ropa, de tu maquillaje. ¡Pareces una payasa! ¡Me estás avergonzando!

—¡Han sido tus órdenes! —grité mientras me soltaba de su agarre furiosa para ir a mi habitación.

Comencé a llorar fuerte, tenía tanta rabia; después que me había mandado a vestirme de ese modo, me trató como una loca delante de quince personas aproximadamente. De verdad que ese hombre era un monstruo, una persona sin el más mínimo sentimiento de misericordia.

Después de varios minutos sollozando pude escuchar cómo Dylan gritaba corriendo a todos de la fiesta y lanzando objetos por dónde quiera. Estaba aterrada de que fuera a mi habitación y se desquitara conmigo.

Eran las once de la noche cuando Margarita la sirvienta entró en mi habitación para despertarme

—Señora, despierte. —Tocó mi hombro suavemente.

—¿Sí? —dije somnolienta.

—El señor la espera en su habitación. Ha ordenado que repose con él y que ayude a bañarlo, no quiere que nadie lo haga, solo usted porque es su deber de esposa.

Agarré mi cabeza con frustración percatándome que aún llevaba el peinado de hacía un rato.

—Deja me cambio y voy. —La voz me temblaba por los nervios.

Me quité el moño y me miré en el espejo para retirarme el maquillaje, estaba horrible realmente, hasta sentía un poco de risa por mi apariencia; pero no pude dejar de olvidar que había sido humillada delante de todos.

Limpié mi cara y me dirigí a la habitación de mi querido esposo, para con las manos temblando tocar la puerta.

—¿Puedo pasar? —pregunté con la voz entrecortada.

—Adelante. —La voz ronca de Dylan se escuchó del otro lado de la puerta.

En cuanto lo vi en su silla de ruedas con la mirada perdida en la fotografía que tenía de la mujer y el niño, sin querer salió de mis labios una pregunta que luego me arrepentí de haberla hecho.

—¿Es tu esposa y tú hijo? —Tapé mi boca por instinto al percatarme de lo que había preguntado.

Él me miró por unos segundos con los ojos brillosos y luego respondió:

—Sí, son ellos. —Bajó la mirada.

Estaba triste. Sus ojos se veían tristes. Quise abrazarlo para consolarlo, no sabía que el monstruo de Dylan Mayora tenía sentimientos, pero al parecer sí los tenía.

—¿Aún con esa ropa? —preguntó rompiendo el hielo.

—No tengo ropa. —Me encogí de hombros restándole importancia.

La expresión en su rostro cambió de triste a enojado en cuestión de segundos.

—Mandé a que compraras todo lo necesario. —Apretó sus dientes contenido la rabia.

—Sí, pero no lo han llevado a mi habitación. No sé dónde dejaron todas las bolsas —expliqué.

—Llamaré a Margarita enseguida, y le exigiré que traiga tu ropa a nuestra habitación. Es obvio que debieron traerla aquí ya que aquí dormirás desde ahora en adelante. —Iba a interrumpirlo pero no dejó—. Y no me importa que no estés de acuerdo, es tu obligación.

—Solo iba a decir que no llames a Margarita, la pobre debe estar cansada, además mañana será otro día.

—Bueno puedes cambiarte y usar algo de mi ropa, al fin de cuentas soy tu esposo. —Su mirada era fría, sus palabras eran secas.

Asentí porque realmente era incómodo andar con aquél vestido. Dylan me dijo en dónde buscar entre sus ropas algo que me quedara.

Opté por colocar una franela de algodón blanca que llegaba casi a mis rodillas. Aunque no se veía porque estaba en una silla de ruedas Dylan era alto, muy alto.

—Puedes ducharte si quieres —musitó.

Tomé la palabra y me dirigí al baño, sabía dónde estaban los productos para asearme ya que la primera noche había dormido en esa habitación. Después de bañarme y colocarme en el baño la camisa de Dylan, salí para ayudarlo con su ropa también.

—Señor Dylan ya estoy lista, voy ayudarlo, ¿de acuerdo?

Asintió y yo con manos temblorosas comencé a quitarle la ropa; primero comencé por la camisa, su dorso a descubierto me provocó una corriente en mi espalda. A pesar de haber visto a Alejandro semidesnudo jamás había sentido ese sentimiento electrizante en mi cuerpo.

Tras dejarlo en ropa interior lo llevé al baño. Él me indicó que lo ayudara a entrar a la bañera, y con gran esfuerzo lo hice para luego retirarme y esperar que me indicara que ya estaba listo para vestirse.

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