Capítulo 4
—No, dime que pasa –comento alterada, su rostro hace una mueca y dice:
—Fallecieron en un accidente automovilístico, su padre, dejó el testamento armado por las dudas.
—¿Por qué nadie me dijo? –pregunto, mis pies se vuelven gelatinas y me olvido a sentarme.
Unos pasos, suenan detrás de mí espalda.
—Porque no atendiste el teléfono –esa voz, era Gabriel. Asustada, me giro, pero no, él no debe saber que me siento aterrorizada de tenerlo a un metro de distancia.
Se lo ve mas delgado, lleva puesto un traje negro, su cadera está apoyada en el marco de la puerta y me mira de una manera, que me da escalofríos. Pero por otro lado, sigue estando tan guapo como el primer día que lo conocí. Sus bucles perfectamente armados sobre su cabeza, sus labios finos y elegantes, sus ojos negros.
Muerdo mis labios, sintiendo que me voy a desmayar. Mis ojos van a sus bolsillos, no tiene ningún arma. Suspiro de alivio, sin embargo me da miedo.
—Bien, lee el testamento –comenta Gabriel cruzado de brazos.
—Bien –comenta el abogado y empieza a leer. En la carta papá nos dice lo mucho que nos ama, espera que usemos para bien esta herencia. También me dice que está orgullosa de mí a pesar de todo. Y ahora me doy cuenta, nunca les dije la verdad, se fueron con la idea que yo huí sin causa alguna y Gabriel, quedó como el pobre hijo abandonado.
Cierro mi puño molesta, tengo un sentimiento que me está haciendo perder el control.
—A Gabriel, le dejo el 50 por ciento de mis bienes, y a mi niña, el otro 50 por ciento, ustedes verán cómo distribuirlo. La empresa quedará a cargo de…
—Esto es lo interesante –comenta Gabriel y lo observo.
—A Isabella.
Abro los ojos sorprendida, Gabriel le arrebata el testamento enojado.
—¿Qué? ¿Por qué a esta idiota? –pregunta molesto, enojado y me mira con odio. Abro y cierro la boca, incapaz de buscar las palabras. Sus pasos se acercan a mí, y me cubro por inercia.
—¿Piensas que te golpearía? –pregunta y sale de la habitación, me quedo sin habla pero aun mi cuerpo tiembla.
Me asignan una habitación, entonces antes de que la mucama cierre la puerta pregunto: —¿Y Gabriel vive aquí?
—Sí… se acaba de mudar ayer –responde y asiento.
Salgo de la habitación llena de curiosidad ¿de verdad después de casi matarme…? Mierda, prefiero no pensar en él. Camino despacio, suspiro. Es raro volver estar aquí. Llego al jardín movida por los recuerdos, dejo caer mi trasero en la silla. Puedo ver el árbol, donde me trepaba siendo pequeña. A Gabriel, no le había visto cuando era niña, bueno, no tan seguido, porque era mayor y estudiaba en otro país.
Y me pongo a llorar, perdí a mis padres, sin poder explicarles la razón de mi exilio. Me siento pésima hija, me limpio las lágrimas una y otra vez. No puedo parar de llorar, y me pregunto si mi bebé, ahora estará con sus abuelos.
—¿Ahora te sientes culpable? –su pregunta llega a mis oídos para torturarme, lo observo con recelo.
—¡No tienes derecho! –exclamo, y me pongo de pie. Su mano me detiene, siento un escalofrió por su contacto. Me giro y me sonríe. Sus ojos negros penetran mi alma, me siento avergonzada más que enojada. Aparto la mano, paso por su lado.
—¿Por qué no lo trajiste? –su pregunta me hace perder, no entiendo a que se refiere. Si el balazo dio de lleno en mí vientre.
—No entiendo tu pregunta –contesto y él sonríe, para llegar a mí lado, levanta mí barbilla y dice:
—Cómo siempre, la desentendida menos para coger –murmura y enojada, le propino una cachetada.
Gabriel me mira sorprendido, y yo también lo hago. Nunca había golpeado a nadie, y menos a Gabriel. Quiero disculparme, pero entonces pienso:
“¿Cómo me voy a disculpar de este idiota?”.