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Capítulo 3

—¿Qué te han dicho? –pregunta y sus ojos celestes se clavan en los míos. Esteban es mayor que yo, tiene 35 años mientras yo, 25 años.

—Nada… les corté –comento y el asiente.

—Haz lo que te haga sentir mejor –comenta y asiento. Cuando se va, miro el teléfono de reojo ¿Y si le paso algo malo a mis padres? Aquella pregunta no me deja dormir, cuando son las cuatro de la mañana salgo de la habitación.

Abro la puerta de la habitación de Esteban, cuando tengo pesadillas me paso a su cama, pero nunca pasó nada entre nosotros.

—¿Esteban? –susurro, y él me sonríe, levanta las cobijas e ingreso para abrazarlo. Comienzo a llorar y me dice:

—Vas a poder con todo ¡mi negrita! –comenta y me río, entre lagrimas lo observo. Él acaricia mi mejilla y digo:

—¿Por qué… no me enamoré de tí? –mí pregunta llega a el, sonríe y me acaricia.

—Porque soy demasiado bello –comenta y me río. Me abraza y muerdo mis labios, me marcharé pero… antes de hacer eso, debo hacer otra cosa.

Levanto la barbilla, mis ojos se clavan en los celestes de mí acompañante. Acaricio sus gruesos labios, me acerco y dejo un beso. Esteban me observa sorprendido, acaricia mi mentón. Mis labios se encuentran con los suyos, me toma de la cintura quedo debajo de su cuerpo. Mi lengua conoce el rincón de su boca, y sus manos conocen mi cintura desnuda. Jadeamos mientras conocemos nuestras bocas, puedo sentir algo duro en mí vientre, me separo con sutileza.

—Lo lamento… —murmura y niego, nos volvemos a besar.

Él me detiene, sostiene mis brazos con cuidado y lo observo curiosa.

—¿Qué ocurre? –mi pregunta llega a sus oídos, baja la mirada.

—Te quiero y… no quiero que arruinemos nuestra amistad ¿te estas despidiendo de mí, verdad?

—Sí… —murmuro y él me sonríe. Me abraza con cuidado y dice:

—Ten cuidado.

Cuando se hicieron las ocho de la mañana, Esteban… ya se había ido a trabajar. Me encuentro sola en la cama, sin embargo no quiero sentirme triste. Será raro marcharme de este lugar, que tanto me acobijó. Sonrío con los ojos llorosos,

Tomo el teléfono y digo:

—Estoy lista.

El camino de vuelta, es raro. Hace tanto tiempo no subo a un avión, nadie sabe dónde estoy. Solamente hablé con mis padres por teléfono, y hace bastante no lo hacía. Ellos me culpaban por no regresar, y tenían razón.

El aterrizaje me asustó un poco, pero llegué. Tomo mi maleta, avanzo hacia la salida, me espera un hombre trajeado con gafas negras. Tiene un cartel con mi nombre.

—Hola –murmuro y el asiente.

—Señorita Alba, por aquí –habla y suspiro, no hay vuelta atrás. Sostiene mi maleta y le sigo.

No traje demasiado, tampoco tenía tanto. Me subo a una camioneta negra, tengo miedo. Debo ser fuerte. Pero enseguida los recuerdos de ese día me atormentan. El viaje se me hace interminable, hasta que pronto estamos frente a la gran mansión.

Bajo, mirando a mí alrededor, tengo miedo y desconfianza de lo que pueda ocurrir. Avanzamos hacia la entrada, mis pasos temblorosos resuenan. Abre la puerta, ingreso. El pasillo me parece tan diferente a mis recuerdos, las paredes cambiaron su color. Esta casa es de mis padres, con Gabriel vivíamos a unas manzanas de aquí.

Al llegar a la oficina de papá, el mismo no se encuentra, en su lugar está el abogado y no comprendo.

—¿Y mis padres? –pregunto y el abogado dice:

—siéntese.

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