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4

—¿Qué ocurrió? —preguntó a su amiga Melisa.

—Lo de siempre, Lautaro está allá en un colapso mental, comenzó a tirar todo lo que tenía a su alcance, y yo me llevé a Emma —respondió Melisa.

—¿Y luego te llevaste a Emma? —preguntó curiosa Briana.

—Sí, para que no viera el mal estado de su padre borracho —dijo Melisa.

—Qué pesar —comentó Briana al ingresar.

—Creo que está en su habitación —añadió ella.

—¿Y por qué me dices a mí? Yo no iría a consolarlo —comentó Briana con desgano, levantando una ceja.

—¿De verdad? —preguntó divertida, y Briana puso los ojos en blanco.

Diez minutos más tarde, Briana se encontraba frente a una gran puerta de madera de roble. Extendió su pequeña mano, pero la dejó suspendida en el aire, indecisa sobre si debía golpear o no. Finalmente, lo hizo.

—Vete —exclamó una voz desde el otro lado, pero Briana ingresó de todas formas.

—Soy yo, Briana —dijo.

—Amiga, ven aquí —señaló la cama. Lautaro estaba sentado en el otro extremo. Briana pudo ver su espalda encorvada, derrotada.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Briana, observando el desorden en toda la casa.

—Colapsé, la extraño tanto. Lucía era tan perfecta. Ella sabía cómo tratar a un hombre. Me complacía todos los días, cada vez que despertaba ella me abrazaba y me decía cuánto me amaba. Sabes, era una mujer perfecta, de esas que te enamoran y que son imposibles de olvidar —mencionó Lautaro con la voz quebrada.

—Entonces déjala ir —sugirió Briana.

—¿Dejarla ir? —preguntó Lautaro.

—Claro, quizás...

—No puedo, Briana. Ella es el amor de mi vida, siempre la tendré en mi corazón. Aún conservo cada cosa de su habitación, tal como ella lo dejó. Le gusta levantarse y cepillarse el cabello durante horas, se ponía su exquisita colonia junto con su perfume tan delicado, al igual que sus manos. Dejaba colgado un hermoso vestido en su superchero de cedro, y ese día no lo logró hacer. Aún tengo cada uno de sus recuerdos —dijo Lautaro con tristeza.

—Pero no puedes vivir de eso, tienes que seguir adelante —insistió Briana.

—No puedo, Briana, no puedo —respondió Lautaro.

Briana suspiró, sabiendo que él solo se enfocaba en esa mujer, que en realidad no era lo que parecía. Decidió acompañarlo en silencio, sentándose en la cama y mirando a su alrededor. Le parecía que esa habitación tenía un ambiente tan masculino y elegante, era la habitación de Lautaro. A pesar de lo supuestamente excelente que era su matrimonio, ella tenía su propia habitación y se veían de vez en cuando en algunos encuentros. Pero el doctor estaba tan ciego que ni siquiera se daba cuenta de eso, de que su mujer necesitaba una habitación aparte. Pero bueno, Briana suspiró, se puso de pie, alisó sus pantalones de jeans y se dirigió hacia la puerta.

—Tengo que darle clases a su hija —comentó una vez y salió.

Suspiró, Emma recibía clases en casa, era algo que el autor había exigido. Aunque él mismo ni siquiera podía ver a su hija, porque le recordaba a su esposa. Se sentía mal por él, aunque en parte ella también quería estar con su amiga. Afortunadamente, Emma apenas iba al jardín de infantes o debería ir pronto, y la próxima semana ya empezaría el jardín.

—Hola, Emma —saludó Briana mientras se acercaba a su lado. Emma estaba pintando con colores pasteles.

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