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Capítulo IV: ¡Qué rico!

Al día siguiente, Marcos y yo seguíamos tan encendidos y calientes como el día anterior y buscábamos, como locos, el momento para volver a coger como degenerados insaciables.

Algún encuentro fortuito en el pasillo nos servía, para meternos mano, darnos un beso, una caricia... a todo esto, Quique seguía en la luna.

Aquella tarde decidimos hacer una excursión en bicicleta los tres por un bosque cercano a la ciudad. Cada dos por tres Marcos se paraba para hacer fotografías de todo lo que le llamaba la atención. En un descuido en el que Quique y yo nos adelantamos con las bicis, Marcos se retrasó demasiado y decidimos volver a buscarlo, pero no había manera de encontrarlo.

Temíamos que se perdiera, pues a pesar de ser un bosque no muy grande, faltaban un par de horas para que anocheciera.

Como Quique y yo conocíamos bien la zona, decidimos separarnos por diferentes caminos para buscarlo.

Marcos lo había planeado muy bien y lo que hacía era esperarme para encontrarse de nuevo conmigo a solas. Escondido tras un árbol me dio una señal desde lejos y yo me acerqué cuando Quique seguía llamándolo y buscando desesperadamente por otro lado.

Nos tumbamos en uno de los claros del bosque y volvió a despojarme de mi ropa, haciendo él lo mismo con su ropa. Volvimos a abrazar nuestros cuerpos desnudos, a acariciarnos, a besarnos, a llenar nuestros lujuriosos cuerpos con besos y caricias. Marcos se tumbó y volví a regalarle una nueva mamada, apretando mis labios con fuerza sobre su glande y jugando con mi lengua alrededor de todo su miembro y acariciándole los huevos con mis dedos, él hacía lo propio y rozaba mi rajadita con su mano y con la otra me acariciaba las tetas, luego volví a sentarme sobre su dura y enorme verga y cabalgué de nuevo con ganas.

Tan concentrada estaba en la cogida que nos estábamos dando, que una de las veces, que mi novio pasó a tan solo dos metros de nosotros y casi nos descubre, por suerte unos árboles nos tapaban.

Yo puse mi mano sobre la boca de Marcos para que no hiciera ruido y cuando Quique, se alejó un poco, seguimos con la cabalgadura, cogiendo como si se nos fuera la vida en ello, con pasión, con lujuria, con todo nuestro morbo.

Él acariciaba mis chiches y no paraba de decirme lo que me deseaba, lo guapa que era y lo bien que cogía. Eso me encantaba y tuve de nuevo un prolongado orgasmo.

Me salí de su verga y volví a chuparla con ahínco, el sabor de su dura macana mezclada con mis propios fluidos me sabía delicioso, hasta que pasados unos minutos descargó todo su semen dentro de mi boca.

No dejé escapar ninguna gota, tragándome toda su leche que estaba riquísima. Nunca antes me había tragado el semen de nadie, pues sentía cierto asco, con Marcos era diferente, estaba totalmente entregada a él, digamos que le pertenecía.

Volvimos a abrazar nuestros cuerpos desnudos tumbados sobre la hierba.

Después nos vestimos y por diferentes caminos llegamos disimulando hasta donde se encontraba Quique.

—¿Dónde te habías metido, cabrón? —le preguntó Quique, preocupado.

—Se me salió la cadena de la bicicleta, y me quedé como pendejo, con unos cuantos meneos ha vuelto a su sitio. No te creas, he tenido que apretar fuerte para que no se me volviera a salir —contestó con esa ironía que le caracterizaba.

Yo tuve que mirar a otro lado para que no se notara mi sonrisa.

Al final se nos hizo muy tarde y antes de llegar a la casa paramos en una especie de cantina de la carretera a cenar. Después continuamos nuestro camino hasta casa con nuestras bicicletas. Todos estábamos sudorosos y nos pegamos un baño, otra vez por separado.

Quedamos en vernos los tres en la sala a tomar una copa antes de acostarnos.

Yo me puse una bata china muy cortita con unos dragones estampados en la espalda

que enseñaba todos mis muslos y con un generoso escote que mostraba el canalillo

de mis tetas, por cierto, no llevaba nada debajo.

—¿No vas muy descocada? —me preguntó Quique al verme.

—¿No te gusto así? —le dije sabiendo como le ponía esa bata.

—Claro que sí, pero ¿no bajarás así al salón?

—¿Por qué no? —le pregunté con inocencia.

—Porque Marcos se puede sentir incómodo.

—No creo tonto, además ¿no quieres que le agrade a tu amigo? ¿acaso no te gusta

lucirme como tú dices?

—Si claro, pero no tanto.

Sus primeros indicios de celos me estaban poniendo caliente, sabiendo que Marcos y yo habíamos hecho toda clase de cosas y era Quique, el que ahora se escandalizaba por una bata más o menos cortita.

El caso es que bajé así al salón y evidentemente Marcos, se quedó encantado viéndome. Quique se quedó con cara de enfado, pero se tuvo que aguantar, sabía cómo me gustaba provocar a los hombres, aunque a veces a él le supiera a cuerno quemado, nunca mejor dicho lo del cuerno... ja ja ja ja.

Me senté en el sofá junto a Marcos, que llevaba unos vaqueros cortados a tijeretazos por encima de su rodilla y sin camisa. Mirando de reojo a Quique, Marcos, no quitaba ojo de mis piernas y de mi escote. Quique se colocó de espaldas a nosotros en la barra del salón preparando los cubatas, cuando muy sensualmente le susurré al oído a Marcos:

—¿Sabes que no llevo nada debajo de la bata?

Marcos, me miró excitado, percatándome de su erección bajo el vaquero.

—Yo tampoco llevo nada bajo el pantalón —me contestó.

Mi cuerpo empezó a entrar en calor, ¿o es que nunca me había enfriado desde que

llegó Marcos? Una de sus manos comenzó a acariciar mi muslo mientras me sonreía y se pasaba la lengua por los labios.

Yo quería morirme, pues tenía a Quique de espaldas a nosotros, pero estaba como una loba en celo, esperando con nerviosismo como se desarrollarían los acontecimientos.

— No me creo que estes desnuda bajo esa bata — me dijo Marcos desafiante.

Me levanté y sin dudarlo un momento, me puse frente a él, miré de reojo por si Quique, se hubiera dado cuenta, pero seguía preparando las copas.

Tal y como estaba me solté el nudo del cinturón de la bata y la abrí de par en par para que Marcos observara mi desnudez. Así estuve unos segundos.

La mano de Marcos se acercó hasta mi pubis y lo acarició con delicadeza. De pronto me abroché la bata de nuevo pues era muy peligroso y volví a sentarme junto a Marcos. Quique seguía de espaldas.

Marcos, siguió acariciando mis piernas hasta llegar incluso a tocar mi sexo bajo la bata, ¡que locura!, Quique podía darse la vuelta en cualquier momento...

Al fin se dio la vuelta con el tiempo justo de que Marcos retirara su mano de mis piernas. No pareció darse cuenta, pero cada vez estábamos más cerca de ser atrapados en plena faena. Tras una breve charla nos subimos a las habitaciones para acostarnos a eso de la 1 de la madrugada.

Antes de irnos a la cama mientras subíamos por la escalera y Quique, apagaba las luces del salón, tuve tiempo de comentarle en voz baja a Marcos:

—Te espero en la cocina dentro de una hora. No te duermas.

—Ahí estaré —me contestó acariciando mi culo por encima de la tela de la bata.

Mientras Quique se acostaba, hice tiempo en el baño para que se quedara dormido. Me llamó desde la cama.

—¿Vienes cariño?

—Voy a depilarme las piernas — le mentí para que se cansara de insistir y se durmiera.

—¿A estas horas?

— Si ¿qué pasa? — le grité desde el baño de nuestro dormitorio.

El tiempo pasaba lentamente y Quique no acababa de dormirse, le oía pasar las hojas de una revista, por un momento pensé que mi plan se iba a venir a abajo.

Afortunadamente se durmió a la media hora. Me cepillé los dientes, me pinté suavemente los ojos y los labios e impregné todo mi cuerpo con un perfume muy agradable de olor a vainilla.

Me puse la bata china y bajé las escaleras sigilosamente hasta la cocina. Allí estaba esperándome Marcos apoyado contra el refrigerador con sus cortos vaqueros.

Al llegar, pude notar como su cara cambiaba convirtiéndose en puro placer y vicio. Me agarró por las axilas con sus fuertes brazos y me sentó sobre la encimera de la cocina como si no pesara nada.

—Estas sabrosísima, preciosa… me tienes muy caliente —me dijo observándome.

A continuación, su lengua bordeó mis labios, mis mejillas, mi nariz, mi cuello, el lóbulo de mi oreja, fue bajando por el canalillo que formaban mis tetas mientras que con sus manos soltaba el cinturón de la bata muy despacio, recreándose en cómo se deslizaba mi bata hasta quedarme desnuda por completo.

—Vaya bizcocho sabroso el que te cargas... — me dijo admirando todo mi cuerpo.

Después, también con parsimonia se fue soltando los botones de su vaquero uno a uno con lentitud y con mucho erotismo. Colocó sus manos en sus caderas y bajó su pantalón hasta sus tobillos en una imagen que me llenó de placer, ver como su tieso miembro sobresalía de su pantalón sin ropa interior.

Una vez desnudos, continuó dándome pequeños mordiscos en los labios mientras nuestros sexos se apretujaban uno contra el otro. Le agarré la verga con una mano y comencé a masturbarlo.

—Como me gustas y como me gusta tu camote — le dije con susurros.

Aquello le hizo sentir más placer y me sonrió diciendo:

—¿Quieres ver como esta espada se introduce en su funda?

—Si, por favor — le supliqué.

Agarrando la base de su dura estaca, la orienté hacia mi cueva, él hizo un movimiento brusco con su pelvis y me penetró de golpe sintiendo como ese gran trozo de carne se hundía dentro de mí.

Sentí cierto dolor por su fuerte embestida, pero el placer superó con creces al dolor.

Me volvió a follar como nadie, en un ritmo suave e intenso, llegando a sacarla casi por completo y volviéndola a meter hasta el fondo.

Estábamos gozando como locos, en un ritmo lento al principio y más frenético después. No tardó en venirse dentro de mi llenándome de semen.

Alguna vez podíamos oír los ronquidos de Quique desde mi dormitorio. Creo que fue eso lo que hizo que yo también tuviera un orgasmo, algo apagado, pero agradable, muy agradable. Continuamos acariciándonos, besándonos, tocándonos durante largo rato hasta que decidimos irnos a la cama.

Un nuevo día y yo me sentía resplandeciente, habían desaparecido de mi mente toda clase de complejos y de culpas y estaba deseosa de que llegara otro momento de intenso placer, lo buscaba con ahínco, estaba deseosa de que llegara la hora de volver a hacer el amor con Marcos.

Esa mañana me encontraba en la terraza regando las plantas con un minishort de lycra y una blusa amplia. Quique, al que veía perfectamente desde la terraza, estaba lavando el coche en la calle y Marcos teóricamente durmiendo.

En una de esas, al estar regando mis rosas rojas, noté como alguien me despojaba del short y de mis pantaletas, dejando las dos prendas a la altura de mis tobillos.

Ni siquiera me di la vuelta para ver, sabía que era Marcos, al ataque y me dejé hacer, no tarde en lubricarme, pues estaba super cachonda en esos días.

Me eché sobre la jardinera para que Marcos, tuviera mejor línea de tiro mientras Quique, me sonreía y me saludaba desde la calle.

Marcos estaba desnudo y me pasó su miembro por el culo, después inspeccionó mi húmeda rajadita y aprovechó para lubricar mi otro agujerito que, aunque debo decir no me gusta demasiado que me follen por detrás, esa vez sentí un gusto mayor que nunca.

Primero introdujo un dedo para irse abriendo camino, luego dos... Sus manos se agarraron a mis tetas bajo la blusa y su gran verga se abría paso en el reducido agujero de mi culito.

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