Capítulo 1 (Parte II).
El sonido de los zapatos altos de Harriet se hacía notar por los pasillos de aquella universidad que no llegaba a la altura de una chica de su apariencia. Los diamantes de su pulsera y el color oro de sus aretes brillaban con intensidad. Los hombres se detenían ante ella por cada paso que daba y las mujeres la miraban con envidia. Todos dejaron sus quehaceres de lado para dedicar un momento a admirar aquel monumento de mujer.
Ella solo sonreía con satisfacción mientras caminaba del brazo de Jared. Ya se había acostumbrado a ser el centro de atención y eso definitivamente era lo que le gustaba.
Cuando Harriet entró a la oficina del decano, todos volvieron a sus andanzas. El espectáculo había terminado.
― ¡Esplendida! ¡Bienvenida hermosa Harriet! ―El decano se levantó de su asiento al mirarla, como si ella fuera una reina a la que debía mostrársele respeto.
―Decano, un placer conocerlo ―Ella extendió su mano, el hombre la tomó y le dejó un delicado beso en los nudillos, sin pasarse de tono. Con el poder que aquella chica tenía, nadie debía tocarla, ella era de porcelana, si ella se quebraba, el mundo se quebraría por ella.
―Querida. ―Harriet escuchó otra voz justo al lado, tuvo que voltearse ligeramente para mirarlo, sintió su estómago revolverse, Chester estaba ahí, no esperó tener que verlo tan pronto.
― ¡Padre! ―ella fingió estar emocionada al verlo, caminó hasta él y lo abrazó, dándole un beso en cada mejilla, como estaba acostumbrada a hacerlo en Europa.
Ellos tuvieron una pequeña reunión, el decano estaba dispuesto a darle todos los privilegios y comodidades a Harriet a cambio de un cheque millonario cada mes. No había nada de honesto en esos tratos, toda era parte de una red oscura, planes entretejidos, socios comprados con propósitos poco humanitarios.
Harriet era el detonador de una gran bomba.
Nadie podía tocarla o las consecuencias serían catastróficas.
―Un gusto conocerla joven Benneccio ―dijo el decano una vez que la reunión hubo terminado y todos estaban de pie, despidiéndose.
―Por supuesto, a quien no le encantaría conocerme.―Ella rió, y los demás rieron con ella, porque eso era justo lo que debía hacerse. Si la Diosa de la mafia les decía que saltaran, ellos debían preguntar… ¿Cuán alto?
―Hija querida, yo debo irme.―Chester acarició el brazo de Harriet y ella sonrió, sonrió para no darle un puñetazo en la cara por tocarla―. Nos vemos en la mansión en cuanto estés de regreso.
―Claro padre.―Ella le lanzó un beso en el aire al mismo tiempo en que él se alejaba rumbo a la puerta.
―Jared, necesito que vengas conmigo ―ordenó Chester, él salió de la habitación, Jared sabía que el hombre esperaba que él lo siguiera de inmediato.
―Harriet,―Tocó su hombro, conteniendo el deseo por su piel―. Estaré en la funeraria por si necesitas algo.
―Pasaré por ahí esta tarde ―aseguró ella.
Jared asintió y salió de la oficina.
Harriet se vio sola en la oficina junto al decano; de ahora en adelante sería solo ella. Casi de inmediato, luego de la salida de Jared, alguien golpeó la puerta, el decano respondió al llamado, dejando ingresar una chica a la oficina, cerrando la puerta tras ella.
―Harriet, ella es Jacqueline. Está dispuesta a acompañarte y guiarte por el campus si la necesitas ―aseguró el hombre.
Ella sonrió, mirándola, intentando lucir encantadora.
―Sería de gran ayuda, un gusto Jacqueline ―dijo ella.
La chica era quizá una cabeza más baja que ella, tenía el cabello castaño y ordinario, llevaba lentes, delgada, como una chica ordinaria. No era fea, tampoco demasiado hermosa.
―Llámame Jackie, el gusto el mío... Harriet, ¿cierto? ―preguntó la chica y Harriet asintió.
― ¿Qué les parece si empiezan con el recorrido? ―preguntó el decano abriéndoles la puerta.
― ¡Oh sí! ¡Claro que sí! ―ella se adelantó al pasillo, con la chica justo por detrás.
―Tengo la impresión de que nos echó ―señaló Jackie, intentando mantener el ritmo de Harriet.
―No me importa, la verdad, estaba ansiosa por salir de ahí ―confesó y rió aliviada.
Jackie le mencionó que les habían dado la mañana libre; ellos querían que ella le diera un recorrido exacto por la universidad, sin ningún apuro. Le indicó los lugares sociales y reglas sencillas; aunque para Harriet, las reglas solo existían para romperlas. Durante el proceso, las miradas la siguieron a dónde fuera, eso incomodó un poco a Jackie quien no estaba tan acostumbrada a tener tantas miradas sobre ella. Luego de un largo rato, la chica llegó a notar que alguien las seguía desde quince minutos atrás.
―Harriet, creo que alguien nos sigue ―dijo ella, un tanto disconforme.
―No te preocupes; es mi guarda espaldas ―respondió ella.
― ¡Oh! Debes de ser importante. ¿No te molesta tanta atención?
―En lo absoluto ―Harriet hizo un giro drástico, topándose de frente con el musculoso hombre que las perseguía.
―Debes de ser más discreto Remnant ―susurró Harriet con firmeza y algo de molestia.
―Lo siento Escarlata, hago lo que puedo ―dijo él.
―No me digas Escarlata ―susurró furiosa―. Soy Harriet, es imprudente que me llames por mi nombre. Si sigues haciéndote notar nadie querrá acercarse a mí; debo socializar si quiero cumplir con mi misión.
―Hasta ahora no te he visto haciendo nada por ello ―dijo Remnant cruzando sus musculosos brazos.
― ¿Quién es la jefa aquí? ―preguntó ella.
Él solo la miró monótonamente sin reacción o respuesta. Ella lo miró cortante para luego dar media vuelta y continuar con su paso.
―Tu gorila está guapo ―dijo Jackie.
―Me gusta escogerlos así ―susurró Harriet en complicidad con la chica, con aquella gota de maldad en sus ojos, la tomó del brazo, dispuesta a reincorporarse al recorrido. Sin embargo, Remnant tenía razón; era hora de empezar a buscar su objetivo.
La campana sonó, trayéndole recuerdos del pasado; aquello indicaba que la hora del almuerzo al fin había llegado. Todos los estudiantes empezaron a salir de sus aulas, desesperados en busca de un respiro y refrigerio.
Escarlata de inmediato empezó a estudiar los rostros de la multitud, intentando encontrar el que buscaba entre aquel mar de gente. A lo lejos, junto a tres chicos más, finalmente lo encontró.
Miró con disimulo la fotografía en su bolso, asegurándose de que era él, de hecho, confirmándolo. Era hora de hacer contacto, debía pensar rápido. Esa mente tendría que maquinar uno de sus magníficos planes en ese momento.
Era su presa, ella necesitaba capturarlo.
La cabeza de Brice caía en clase. El aburrimiento era indescriptible. No le interesaba nada de lo que dijeran o dijeran, sus notas a final de curso siempre estarían mágicamente perfectas. Todo en esta vida se podía comprar, o al menos eso era lo que pensaba él y su hermano mayor. Al cumplir veinticinco años tendrían mucho dinero, mucho más del que necesitaban para vivir el resto de sus vidas como los egocéntricos millonarios despilfarradores que eran. La única condición de sus padres para obtener ese dinero era ir a la universidad; aunque no les interesara profesionalizarse.
Tegan miró a su hermanito cabecear, buscó entre sus bolsas algo con lo que pudiera despertarlo. Al mirar a su lado encontró la mano de su amigo Gary sosteniendo un lapicero. Se lo arrebató y lo lanzó en dirección a Brice, dándole justo en la cabeza.
Brice despertó y giró con furia. Mirando el gesto de diversión de su hermano. Todos en el salón rieron, llamando la atención de profesor. Antes de que este pudiera decir algo, la campaña timbró. Haciéndolos salir victoriosos de la situación.
Gary caminó entre pupitres, tomando su lapicera del suelo, antes de que pudiera erguirse. Brice lo tomó del cuello, impidiéndole levantarse.
―Vamos gordito, levántate ―dijo Brice, no era una broma de amigos, él siempre se empeñaba en fastidiarlo.
― ¡Krann! ¡Suelta a Scheer! ―bramó el profesor.
―Solo bromeábamos ―objetó este levantando sus manos.
Gary al fin pudo erguirse, y le dio a Brice una mirada furiosa antes de salir del salón.
Tegan se acercó a su hermano, dándole una fuerte palmada en la espalda, haciéndolo sacudirse. Ambos empezaron a caminar, quedando de pie en la puerta del salón. Impidiendo la entrada de todo el que quisiera.
Ninguno se atrevería a quitarlos; ellos eran los brabucones de la universidad, se imponían como reyes de todo lo que quisieran, por las buenas o malas.
―Nena sensual y millonaria a las nueve en punto ―susurró Tegan, este se irguió contra la puerta del salón de clase, e intentó lucir musculoso y seductor ante la mirada de Harriet.
―Baja tus revoluciones, ella será mía.―Brice detuvo a su hermano del pecho, derrumbando cualquier ilusión.
―Veremos quién gana ―retó su hermano.
―Deja la cerveza hermanito, estás cachetón, es obvio que hay más que ver en mí que en ti, admítelo ―quizá su hermano menor tenía razón, hubo un tiempo que él había sido el más atractivo de los dos, con chicas corriendo tras de él el día entero; pero de pronto su hermanito menor había decidido madurar, dejar de vestirse como emo deprimido, se cortó el pelo, dejó que le saliera su color natural, y había empezado a hacer ejercicio; además de que había crecido un palmo más que él, ahora era repulsivamente alto. Él en cambio, había dejado el gimnasio y empezado a tomar una hamburguesa de más en el almuerzo; pero jamás admitiría eso.
―No puede ser.―Los pensamientos de Tegan se interrumpieron, a diferencia de su hermano, él seguía mirando a Harriet y esta no solo les había pasado por alto como si no existieran, ella se dirigía hacia ellos.
― ¿Qué? ―preguntó Brice, volteó, intentando mirar lo mismo que su hermano.
―Nuestra nena se dirige en dirección a los estúpidos... ¡va en dirección a Pitters! ―señaló Tegan alarmado.
¿Cómo semejante bombón se podía fijar en él?
― ¡Eso no va a pasar! ―gruñó Brice, este se echó a correr entre los estudiantes, dejando a su hermano mayor atrás. Logró adelantar a la chica, el pasillo estaba repleto, así que posiblemente no lo notaría.
Pudo ver que su amigo Gabriel estaba de pie al lado de la puerta de emergencia que daba al jardín. Brice se detuvo a su lado, simulando que tenía algo para decirle. Gabriel lo miró confundido, pues no dijo ninguna palabra, solo lo tenía acorralado entre la puerta y la pared.
Cuando Harriet se acercó lo suficiente, Brice empujó a Gabriel contra la puerta, haciendo que está se abriera y las alarmas se activaran. Golpeando a Harriet justo en la frente, cuando la puerta regresó, haciéndola darse un fuerte golpe contra el piso.
― ¡Mira lo que hiciste Gabriel! ―simuló Brice dando a entender que era su culpa.
Jacob y sus amigos, Aran, Carter y Ashley corrieron hasta ellos. Todos los estudiantes hicieron una parada, causando el efecto mirón.
― ¡Demonios Krann! ¡Lo hiciste apropósito! ―gruñó Aran intentando acercarse a Harriet, ella estaba desplomada en el suelo, tenía la mano en su frente y se quejaba.
― ¿A dónde vas imbécil? ―Tomándolo de su chaqueta de cuero― De ella me encargaré yo, te lo advertí.
―Olvídalo Krann, no dejaré que te aproveches de la pobre chica.―Aran empujó a Brice con fuerza, tomándolo de la chaqueta, introduciéndolo entre la multitud. Eran como el agua y el aceite, no podía haber dos hombres tan distintos. De pronto, alzándose de puños.
― ¡Pelea! ―gritó un estudiante.
Las miradas se despegaron de Harriet para seguir el conflicto, y la multitud empezó a separarse en su dirección.
Finalmente, Jacob y Carter se acercaron a ella. El primero fue el que extendió sus brazos hacia ella, ayudándola a sentarse. Carter se puso de cuclillas, ayudando a su amigo a sostenerla.
― ¿Estás bien? ―preguntó Jacob finalmente, tenía una mancha roja extendiéndose justo en medio de su frente.
―La verdad, creo que no ―confesó ella.
― ¿Podrías ponerte de pie? ―preguntó él, ella asintió insegura, y dejó que él la ayudara a levantarse; sin embargo, todo empezó a darle vueltas, y ella echó sus brazos a los hombros del chico, intentando sostenerse. Jacob supo algo no andaba bien, cuando ella escapó de escurrírsele de entre los brazos, la sostuvo con más fuerza. Ella escondió el rostro en su pecho, dando un ligero quejido de dolor.
―Te llevaré a la enfermería ―señaló este, sostuvo su espalda y se inclinó para pasar su otro brazo por debajo de las piernas de ella, levantándola en sus brazos. De inmediato, se apresuró a llevarla.
Harriet sonrió contra el pecho del chico; puede que estuviera mareada, pero no podía ser mejor.