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4

Eric tira de mi y me pone a horcajadas sobre sus muslos que descansan ahora en sus talones. No me suelta y yo tampoco. Dejo que llore, siento que lo necesita y no me molesta en absoluto. Todos lo contrario...hay algo extraño en la manera cercana en que me hace sentir su forma de tomarme. Aquel reclamo de antes, no lo sé...me hace sentir suya. Y eso, nunca me había parecido tan especial.

—Le quería —confiesa sollozando. No lo dudo y no sé qué decir.

—Lo siento, lo siento —me echo hacia atrás para buscar sus ojos y paso los pulgares por sus lágrimas al decir —. Emer era un gran hombre que no merecía algo así. Quédate con todo lo bueno de haberlo tenido como hermano y no te atormentes con la forma en que se fue. Solo celebra el gran paso que tuvo por tu vida.

Asiente pero de pronto sus ojos se tornan oscuros. Baja la vista a mis labios y pasa el pulgar por ellos, tan fuerte que se cuela en mi boca y se moja de mi saliva. Siento que los dos jadeamos bajito.

—Me gustas mucho, Kaia Marzzolli —me acerca más a él abriendo una palma de su mano en mi espalda, incluso por dentro de mi pijama —. Y no solo tu cuerpo, o tu boca o la manera en que te sientes entre mis brazos. Me gusta la forma en que parece que te conduces por la vida. Tu pasión al hablar, la fuerza con que defiendes lo que piensas y las ganas que parece que le has tenido que poner a la vida para llegar hasta donde estás.

—No uses tu apellido conmigo, Eric —susurro porque de repente está muy cerca de mis labios y prefiero no decir nada de todo lo otro que dijo —. Es solo temporal y mero trámite.

—¡Tú eres mía, Kaia! —gruñe negando con su cabeza a lo que dije antes —. Malditamente mía y no sabes cuánto, nena. No te aferres a la idea de que es temporal porque cada vez siento más evidentemente que las cosas están cambiando.

Voy a protestar. Juro que voy a hacerlo, que tengo intención de saltar sobre sus palabras y borrar lo que ha dicho, explicarle que no soy de nadie, que nada va a cambiar y que con él solo hay un proceso jurídico y un acuerdo comercial pero me besa.

Otra vez me besa y su lengua se mete abruptamente en mi boca en tanto su pecho empuja el mío y nos balanceamos hacia atrás. Como si respondiera a un instinto desesperado. Como si no tuviera más remedio que castigarme los labios con los suyos y a pesar de la pena por su hermano y la situación en general, se le hiciera imposible apagar este fuego que se aviva entre los dos. Yo también lo siento, soy consciente de que le deseo como nunca antes lo hice con ningún otro hombre y meto mis dedos en su pelo, tiro con fuerza haciéndole gruñir y mi gesto le provoca a tal punto que me tira al suelo, se pone entre mis piernas y estamos demasiado entregados para parar ahora.

Pronto me levanta la camisa del pijama azul y me besa el cuello en tanto le clavo los pies en las nalgas buscando contacto con su sexo en el mío y ruge en mi boca.

Cuando su mano aprieta un pezon duro debajo de mi sostén y yo me encorvo entregada, sé que tengo que parar...

—¡Para, Eric! —jadeo cuando me obedece.

—Dios, te prometo que me vuelvo loco contigo. No sé qué me pasa...perdóname.

Entonces se sienta. Tira de mi y me lleva con él hasta que los dos nos acomodamos nuestras ropas y veo la erección entre sus piernas, es imposible de esconder.

—Lo siento por eso también —se disculpa al reconocerse los estragos en los pantalones.

Le miro la bragueta y siento que salivo. Nunca en mi vida me he sentido tan caliente frente a nadie y me juro a mi misma que si no estuviera corriendo el riesgo de quedar como una furcia barata me pondría de rodillas y le metería en mi boca hasta que explotara en mi garganta con su placer.

¡Joder!

Me doy la vuelta apenada por mi línea de pensamientos y sonrojada a tal punto de ser tangible. Me noto las mejillas calientes, los pechos llenos, la entrepierna húmeda. Y encima, hiperventilo.

—No me vuelvas a mirar así o directamente te bajo los pantalones y me hundo en tu coño  que no tengo dudas de que chorrea por mí. Te haré gritar tanto que en este hospital pensarán que te estoy matando y maldita sea si no puedo oler desde aquí las ganas que me tienes...

Pego mi frente a la puerta cerrada, mis manos se hacen puños intentando controlar mi descontrol pero él lo sabe, lo nota y le encanta y no puedo hacer nada para evitarlo. Es patético y ni siquiera me importa. Me gusta y le deseo...con fuerza.

Sus palabras me encienden más todavía y sé que si se acerca, si tan solo me toca me daré la vuelta me pondré a su disposición y cumpliré con cada deseo que los dos tengamos sobre el otro.

Así que le hago caso. Abro la puerta y sin volver a mirarlo me salgo dejándolo ahí dentro y abatido para que luche contra su propio cuerpo mientras yo me escapo a ocuparme del mío.

¿Quién es este tío que me afecta tanto, joder? Y, ¿por qué me enciende tanto?

(...)

—Estás sonrojada y tu frente arde —reconoce George al tocarme encima de las cejas —. Te gusta ese tío.

—Claro que me gusta —protesto furiosa —. A todo el que lo mire le gusta. A tí también...es puro desorden físico lo que provoca en todo el que lo tenga delante.

—Pero no todos se han casado con él —se pone contra la mesa de las taquillas y las piernas abiertas y extendidas —. ¿ Me quieres explicar de qué van ustedes dos?

—Papá me preparó una encerrona. Me llevó al juzgado a casarme con Daniel y salí huyendo —le cuento y él oye atentamente —, tropecé con Eric y me propuso que me casara con él ahí mismo. Le pedí cincuenta de los grandes y firmamos. Eso es todo, ahora parece que no podemos estar uno al lado del otro sin arder en llamas, es extraño y encima nos acusa de haber matado a su hermano. Tenemos que hablar de eso, George y hacer el informe.

—¡Hostias!

—¡Ya...! —espero poniendo las manos en mis caderas —. Tengo que ir al entierro, Eric me quiere obligar a irme con él y la verdad no tengo muchas opciones.

—Vente a mi casa conmigo. Tenías que haberte casado conmigo, nena.

—Sabes que Monica te mata y además, yo no planeaba casarme con él fue una locura del momento y ahora todo se está saliendo de control —confieso más perdida que nunca.

—Monica entenderá, vente a mi casa.

—Que no, George. Que tu chica me tiene los suficientes celos como para hacer algo así, él y yo tenemos un acuerdo, ya lo solucionaremos. Y también iré al entierro como su mujer, cuando su familia lo sepa no puedo vivir con otro tío con el que solía follar.

—Puedo hablar con él y... —me toma de la cintura para acercarme a él antes de seguir hablando.

George es un gran amigo, un excelente colega y un antiguo amante que sé que sigue enganchado de mi. Sin embargo tiene novia y sigue adelante como puede, nunca le metería entre Eric y yo. Ya veré como lidiar con mi propio marido.

—¿De qué tendrías que hablar conmigo? —de repente el tercero e discordia abre pegando la puerta contra la pared de atrás haciéndome estremecer —. Y quítale las manos de encima a mi mujer. Es la última vez que te lo digo.

¡Maldición!

Pero, ¿de dónde sale todo el tiempo?

Es como una sombra.

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