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Ajuste

3

Sin poder controlar los impulsos me aferro a la camisa de mi marido desde atrás y de alguna forma trato de detenerlo igual que me refugio en su musculoso cuerpo.

—¿Qué está diciendo este imbécil, Kaia?

No me da tiempo a responder porque Eric estira su puño y le da justo en el pómulo volviendo todo aquel hombre que tan bien conozco, una salvaje animal herido.

—Si eres sordo te repito que es mi mujer, está casada conmigo y no te quiero ni mirando la suela de sus malditos zapatos.

El puño de Daniel se cierra y viene directamente hasta Eric que le esquiva el golpe haciendo que ambos pierdan el equilibrio y entonces caen al suelo uno sobre el otro y ruedan impactando patadas y puñetazos entre los dos. Mis gritos son de terror. No sé como acabar con estos dos hombres poderosos y enormes enfrentados y por designio divino entra George junto a un par de enfermeros y logran separarlos con gran trabajo.

—Sal de mi trabajo, Daniel —grito y sus ojos viajan a mi.

—Tienes una hora para venir a mi y explicarme qué mierda es esta o voy a acabar con toda tu vida y sabes a qué me refiero.

—Ella es mi mujer, no irá a verte jamás y su vida es la mía así que vete tranquilo que estás fuera de cualquier compromiso con Kaia y este hospital —mi viril esposo se suelta de los brazos de mi estupefacto amigo y se arregla el traje antes de decir —... es mío ahora. Si vuelves a poner un pie aquí te denuncio y te meto a la cárcel.

Todos nos miran anonadados. Nadie puede dar crédito a lo que el moreno vocifera y reclama pero tampoco de atreven a cuestionar nada.

—¡Estás advertida! —Daniel me señala y se larga empujando a quienes le sometieron.

—¡Salgan ahora!

La orden de Eric hace que todos salgan pero George se gira hasta mi esperando que yo le de indicios de que estoy bien.

Tomo su mano, la aprieto y asiento consciente de que mi flamante esposo está atestiguando con rabia cada movimiento.

Me he casado con un hombre de carácter y tendencia posesiva y eso es algo que tiene difícil solución. Sobre todo ahora que Daniel ha amenazado con dejar a mamá y papá en la calle y retirar mi fideicomiso.

—Te debo una conversación y en un momento iré a verte, ¿vale? —mi amigo asiente y mi marido resopla haciendo que George quiera mirar atrás —. Estaré bien. Vete, por favor.

La puerta se cierra y estamos solos. Él camina hasta ella, pone seguro y después viene hasta mi que me recuesto contra la mesa temerosa de caer al suelo. Demasiado tiempo bajo tensión llevo en las últimas horas.

—Dime qué le debes a ese tipo. Dime si te lo has follado y sé clara al hablarme de tu amiguito y guardaespaldas —ironiza sin alegría alguna. No está de broma.

—Daniel es el tipo con el que me tenía que haber casado, Eric —no escondo las repuestas porque no tendría sentido hacerlo —. Tiene poder sobre mi de cierta forma y sí, me he acostado con ambos...varias veces pero George es un gran amigo que en su momento me ha dado placer. Nada más y antes de que sueltes algún comentario hiriente te confieso que soy una mujer soltera y sexualmente activa, me gusta el sexo y lo practico a menudo. No dudo que en tu caso sea diferente.

Y esto último lo digo insinuando que si él puede follar con quien quiera siendo soltero, no veo por qué no podría hacerlo yo también.

—Ya no eres soltera —masculla y se cierne sobre mi. Es tan alto... —. Ahora eres mi esposa, una Marzzolli y solamente para mi.

—En nuestro acuerdo no hablamos de sexo, Eric.

—Nosotros no tuvimos tiempo de hablar nada, Kaia y las cosas que han pasado nos llevan demasiado a prisa pero de ninguna forma permitiré que mi esposa folle por ahí.

—No soy una zorra —me incomodo —. No necesito ir por ahí quitándome calenturas. Tengo claro que estoy casada un maldito mes, créeme que pude aguantar pero espero lo mismo de ti.

Pone las manos a los lados de mis caderas, se inclina sobre mi y siento que me roba el aire y el aliento...este hombre es hipnotizante.

—Dime cuanto dinero le debes a ese tipo.

Ignora mi advertencia y creo que es mejor dejar el tema.

—No le debo nada, solo me retira su apoyo y se queda con mi casa

Tú prometiste darme cincuenta mil dolares, pagaré un hotel para mi madre hasta que...

—Yo me ocupo de eso pero tu vienes conmigo a mi casa.

—¿Qué...?¡No, Eric no! No voy a quedarme contigo. No te pertenezco y no vas a apropiarte de mi.

—Ya lo he hecho. Recoge tus cosas que nos vamos, tenemos mucho que hacer y quiero poder despedirme de mi hermano como debe ser.

Se le corta la voz y me doy cuenta de que con toda la vorágine no ha podido ni mostrar sus sentimientos al respecto...y eso nos recuerda a los dos:

—Responde a la pregunta que te hice antes, Kaia.

—Nadie mató a tu hermano maldita sea —rujo y estamos demasiado cerca —. En una cirugía las cosas pueden no ir bien. Y aún así le sacamos del salón vivo, solo no se sobrevive a un aneurisma tan sencillo como lo quieres ver —sus ojos se llenan de lágrimas —. Lo siento.

Entonces pasa algo que ninguno de los dos espera: nos abrazamos. Le consuelo como si fuera la esposa amada de este hombre que se rompe entre mis brazos y pesa tanto que caemos de rodillas al suelo y le aprieto contra mi, dejando que se convulsione por el llanto sobre mi.

Todo su dolor expuesto en mis brazos se traga las escenas anteriores de dudas y posesión. No sé a dónde vamos a parar los dos ni cómo puede ser que se sostenga este tiempo que vamos a estar tan cerca pero hay algo entre los dos, algo que hace que nuestros cuerpos se reconozcan incluso más que nosotros mismos.

Conectamos de una extraña forma y mientras beso el pelo de este hombre herido, siento que vamos a ser mucho más que socios maritales.

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