Capítulo 3: Lo único que tiene que hacer... es seguirnos hasta las tinieblas.
—Enseguida asigné a los treinta que nos enviaron, son carne fresca para los hornos—se río con una risa de pollo. Mostrando sus encías rojas, sin dientes—. El fuego los endurece y los prepara para el arduo camino de la metalurgia y el hermetismo.
«Pobres diablos», pensó Friedrich.
El calor le golpeaba el rostro, no se atrevió a dar un paso más. La mano de oricalco, de un frío vivo. Tembló... Un chico ¿o una chica? Arrastraba una carreta llena de carbones. Estaba cubierto de trapos chamuscados.
El calor rectaba por la oscuridad como si ambas fueran una misma sustancia. Las sombras ondulaban, cobrando vida. Aquella cámara laberíntica de la Maison de Noir era llamada El Estómago del Dragón, y desde el principio... Friedrich estuvo de acuerdo con aquel nombre. Estaba sudando como un demonio en el último círculo infernal. Deseaba arrancarse la capa negra, el jubón de cuero, las botas; todo... Lo único que se lo impedía era el sentido común. Allí dentro se podía prender fuego, y no quería por nada del mundo revivir aquel desgarrador momento. En ocasiones, cuando alguna emoción lo perturbaba... podía sentir las llamas consumiendo su mano.
Comodoro lo guio con una lámpara de hierro que cortaba la asfixiante oscuridad de los túneles. Según contaban, el recinto fue construido sobre un conjunto de cuevas subterráneas que mantenían a raya los accidentes alquímicos. La red de túneles era tan profunda, que uno podía pasar una vida entera recorriéndolos.
La gigantesca cámara tenía treinta y tres hornos de los cuales al menos la mitad estaban encendidos. El aire viciado apestaba a azufre, metal derretido y almizcle rancio. Comodoro entrecerró sus ojillos claros de anciano y señaló con un dedo fino y arrugado.
—Los jóvenes aún no soportan el calor—apuntó Comodoro como si alguien pudiera—. No como los grandes forjadores que trabajan el oricalco—Echó una ojeada a la mano falsa de Friedrich, enguantada... aquello siempre le disgustaba.
Un hombre curtido levantó un gran trozo de hierro al rojo vivo con unas enormes tenazas y otro, que tenía unos brazos como fuelles, se acercó con un monstruoso martillo y lo golpeó repetidas veces. Arrancando chispas del material.
—Estuve pensando en mandar a todos los jóvenes aquí—replicó Comodoro—. Con todo lo que el rey Joel nos solicitó, Lord Verrochio...
—Que se haga de la forma antigua.
El camino del alquimista consistía en aprender del conocimiento que el universo tenía para mostrar. Si todos los jóvenes eran enviados al círculo del infierno, solo saldrían vulgares herreros.
—¿Los alimentan bien?—preguntó.
Los alquimistas de la Maison de Noir fueron encomendados por orden real a buscar una panacea para la tierra, que moría día a día. En el sur, desde los campos de Pozo Obscuro hasta el Paraje, no llegaban más noticias que de plagas y pérdidas significativas en los alimentos. Aquello que ocurría, recaería en una fatalidad para la recaudación del impuesto anual de las tierras sureñas, del cual los Verrochio estaban encargados. Necesitaban los impuestos más que nunca... Para solventar los problemas que habían liberado.
—Hacemos lo que podemos con tantas bocas y pocos recursos—respondió Comodoro como quien no quiere la cosa—. Los jóvenes son muy resistentes. Hasta ahora, el sorteo ha sido muy justo y complaciente.
Friedrich asintió. En sus días de novicio había metido su mano en el saco tantas veces como fuera posible. La Maison de Noir tenía un sistema de aprendizaje muy peculiar: dictaminado por el destino. La noche de luna llena metías la mano en el saco de cuero y sacabas una esfera de material con un pensamiento grabado. El material de la esfera correspondía al lugar donde trabajarías hasta la siguiente luna llena. De esta manera, la esfera de hierro con el ogham que significaba «forjar, fuego, crear», te asignaba a aprender el arte de la metalurgia. La esfera de plata te enseñaba el conocimiento de las sustancias y su interpretación. La esfera de oro, las misteriosas enseñanzas del hermetismo. La esfera de oricalco te llevaba a estudiar con los grandes acólitos los dones de los alquimistas.
Comodoro lo llevó con los artesanos que habían tenido la mala suerte de sacar la esfera de madera (nunca le gustó la artesanía). Friedrich había encargado la construcción de trabuquetes, escorpiones, lanzas, hachas y otras armas bélicas que desconocía. El salón de largas mesas de madera estaba atestado de acólitos que se apretujaban, armando resortes o mecanismos, con las rudimentarias herramientas. En el fondo del salón, había un gigantesco cañón que parecía un lobo plateado con la boca abierta, una tonelada de acero sobre cuatro sendas ruedas de carro.
—Nos basamos en los bocetos y relatos de las armas de nuestros enemigos—aclaró Comodoro—. Fue bastante... complicado recrear los originales. Los diseños que recopiló Beret eran bastante detallados y precisos.
Un acólito presionó un gatillo y un pistón arrojó una saeta contra un muñeco de prueba lleno de agujeros. Ascendieron por los incontables escalones. Comodoro podría parecer muy viejo y frágil, pero se movía con soltura. Se había retirado del cargo de representante de los alquimistas hace varias generaciones. Cuando Friedrich lo conoció... ya era muy viejo. Su rostro parecía cera derretida y su mente una vieja máquina destartalada. Pero lo cierto, era que el anciano... podría ser por mucho la persona más brillante y codiciosa de la isla.
Friedrich le dedicó una mirada despectiva.
—El rey tendrá sus intenciones.
Los acólitos murmuraban que el anciano conocía el secreto del Elixir de la Larga Vida. «La vida eterna no existe». Comodoro era recatado y no compartía sus secretos. Salvo con los reyes que se lo pedían. Bajaron por empinadas escaleras de piedra, con cada escalón sentía que el aire se enfriaba. No paso mucho, hasta que exhaló una nube de vaho congelado. El frío le atravesó las ropas, acariciando su piel. Conocía el lugar al que se acercaban: la cámara de los cristales. Conservaban enormes cristales gélidos de valor incalculable, fultano, cristales raros como cuarzo, galeno y luminosita. Cristales artificiales creados con alquimia, como la esencialina... que era la cristalización de las propiedades energéticas que poseían los de sangre peculiar: la llamada «quintaesencia».
La alquimia y su aplicación traían grandeza. El universo se abría para revelar sus misterios a los que veían más allá... a los que estaban dispuestos a llegar lejos. A sacrificar su vida a cambio del enaltecido conocimiento.
Comodoro carraspeó y lo arrancó de su ensimismamiento.
—Por otro lado—sus ojos verduscos, hundidos en sus cuencas viejas destellaron. Sabía dónde iba.
—Fuegodragón—le cortó Friedrich... sintió un cosquilleo en los dedos de oricalco.
—Es un encargo imposible—replicó con una mueca, o lo que parecía ser una mueca en aquel rostro derretido y surcado de arrugas—. Los acólitos estudian y crean nuevos métodos para destilar la sustancia de manera eficiente. Pero hacerlo es sumamente peligroso, por no decir que mi señor perdió un brazo manipulando...
—¡Ya!—Friedrich apartó aquel comentario con un brusco ademán.
—Sí—Comodoro se frotó las manos blandas—. Lo estamos preparando a cantidades desmesuradas. Estamos estudiando métodos antiguos, e intentamos recrear, pero están perdidos. Es como mirar un libro cuyas páginas se despedazan. Bueno, aquel conocimiento que fue sellado por el rey Julián. Eso y otras cosas—su rostro arrugado se tensó en lo que parecía ser una sonrisa—. Si lo que he escuchado es cierto sobre Lord Friedrich. Las puertas que estamos a punto de abrir nos conducirán a un gran...
—... descubrimiento—Friedrich leyó sus pensamientos a través de sus ojillos codiciosos.
Mientras menos supiera Comodoro sobre los hallazgos que habían encontrado en la cripta de los Sisley, menos problemas tendría. Él mismo había seleccionado a los alquimistas y magicians que abrieron las tumbas. Los había silenciado con las monedas y las amenazas necesarias. Habían perturbado fuerzas desconocidas en lo profundo de las cavernas. Los terrores escondidos.
—Me he mantenido vivo por generaciones—murmuró Comodoro—. Esperando el día que uno de los reyes volviera a abrir la biblioteca.
Friedrich levantó una mano, se llevó la mano al pecho donde llevaba el colgante de oro, oculto en la túnica empapada. La llave que no tenía puerta. Estaba harto de tanta lambisconería de aquel viejo. Debía nombrar a un nuevo rector para la Maison de Noir. El anciano hizo una temblorosa reverencia.
—He escuchado a muchos de los acólitos—Comodoro se pasó la lengua por los labios marchitos—. Son solo conjeturas... Lord. Pero he oído mencionar que sería interesante estudiar a alguna de las... creaciones de Giordano Bruno. Esta prohibido crear homúnculos, por eso...
—Sir Cedric quemó todos los cadáveres—le cortó, frío—. El laboratorio ardió hasta derrumbarse. Supongo que los restos de Giordano yacen en aquella fosa, convertido en cenizas—miró el suelo con una sonrisa—. Vaya final. Un loco consumido por las llamas de la verdad... Destruido junto a sus sueños e ideales.
—Es una lástima—Comodoro negó con su cabeza floja, el cabello ralo y descolorido se estremeció—. Eran creaciones magníficas. Giordano siempre fue un alquimista excepcional... Un poco inclinado por los conocimientos impopulares. Es lamentable que una persona tan inteligente desperdicie su brillo. Pero estaba obsesionado—miró a Friedrich mientras se relamía los labios—. Sus experimentos no pudieron ser aprobados por el consejo. Él... creía estar convencido de que era importante. Continuó con la investigación a espaldas de los maestros. Bueno... Ya no importa. Si en el bosque, aún merodean algunas de sus creaciones... enviaré a los acólitos a capturarlas.
Friedrich frunció el ceño. Era cierto que Comodoro no tomó partido en la expulsión del Homúnculista de la Maison de Noir. Siempre guardó una exacerbada fascinación por el lado oscuro de la alquimia. Además, casi toda la investigación registrada sobre homúnculos se llevó a cabo por Comodoro, hace mucho... mucho tiempo.
Pasaron junto a un salón con un inmenso tragaluz circular, donde caía la luz dorada con el sol en lo alto. Alrededor del pilar de luz se congregaban un grupo de novicios, entonando un conjuro. El aire olía a electricidad. Un acólito se paseaba por el círculo de luz pregonando una enseñanza.
—La esencialina es la cristalización de la quintaesencia, que fluye en pocas familias de nuestro pueblo—vestía una larga túnica negra, ceñida con un grueso cinto de cuero y de su cuello colgaba la insignia de plata de los acólitos—. Pero no solo se encuentra en la sangre en forma de energía ionizada. También esta en todas las cosas que nos rodean, lo que conforma el todo. Es el estado primordial de la materia. Solo hay que recordárselo a la materia—a través de las siluetas de capas negras, se veía una mesa aterciopelada bañada por la luz. La escasa esencialina que podían transmutar del sol, no podía mantener una forma sólida y concisa. Parecía arenilla de vidrio descontrolada. El acolito que no era más joven que ninguno negó con la cabeza—. La esencialina es uno de las sustancias fundamentales para las reacciones. Es un poderoso reactivo y disolvente. El conocimiento de la materia es uno de los dones que debe tener un alquimista capaz de influir en el universo.
Siguieron caminando por el largo trecho poco iluminado. Friedrich dominaba siete de los doce dones del alquimista, aunque la mitad de los dones eran inservibles... si disponías de las herramientas necesarias en un taller y de Maeglafia.
—¡Señor!—Escuchó una voz jadeante a sus espaldas.
Marco se acercó con la respiración entrecortada. Cuando corría, se pisaba los ruedos de la capa negra. Tenía el pelo negro pegado al rostro sudoroso. Era otro joven que había ascendido a acólito y servía a Friedrich como lacayo. La insignia se bamboleaba en su pecho.
—Lo buscan—explicó, entrecortado.
—¿Quién?
El joven no supo que decirle. Parecía temer una reprimenda, por interrumpir a Friedrich en su recorrido por la Maison de Noir. Como representante de los alquimistas en el Castillo de la Corte debía mantenerse al tanto de las encomiendas de ellos. Aunque eso significaría pasar un día entero junto al dolor de bolas que era Comodoro.
—Una anciana—Marco tenía profusas ojeras, siempre parecía muy cansado. Si no fuera por la palabra que añadió no le hubiera dado importancia—: Una druida.
Intentó no sonreír de satisfacción.
—Fue un placer, rector Comodoro—ladeó la cabeza, como si le doliera con toda el alma despedirse.
Comodoro realizó una temblorosa reverencia. Tardaron media hora en salir de los túneles y emerger por las escaleras. El sol en lo alto acentuaba los colores a través de los anchos ventanales, pasaron bajo arcos de piedra gastada que se pegaban al techo y salieron por una puerta doble de bronce, con los siete principios del universo grabados en el idioma antiguo. La Maison de Noir estaba rodeada por gruesas murallas negras como el azabache. Quedaba fuera de la ciudad, aunque sus ramificaciones se extendían debajo. Varios árboles se refugiaban dentro, cubriendo el suelo de baldosas de mármol con una alfombra de hojas muertas. El recinto era un conjunto de torreones color carbón. Nada que ver con los cientos de túneles y cámaras secretas bajo tierra. Friedrich le lanzó una mirada despectiva a Marco.
El muchacho señaló unos árboles mientras se miraba las botas polvorientas. Allí estaba, a la sombra de un tosco olmo. Una anciana diminuta, como una niña arrugada, ataviada con una descolorida túnica marrón muy gastada y el pelo blanco en una larga trenza que casi tocaba el suelo.
—Friedrich—sus ojos marrones estaban cargados de solemnidad—. Necesito hablar contigo.
Nirvana era una de los pocos druidas del Bosque Espinoso que seguían con vida. Ellos mantenían las extintas creencias de los dioses del bosque. Heredaron los dones de la Gran Madre. Desgraciados por la esencia, refugiados en el bosque y benditos por la naturaleza.
—Marco—le hizo unas señas.
El muchacho hizo una reverencia y se fue a toda prisa.
—Caminemos—dijo Nirvana y echó a andar con paso ligero. Se tambaleaba como si tuviera cortes en las plantas descalzas.
—¿Qué han decidido los druidas?
En la antigüedad, fueron líderes religiosos que guiaron a las tribus, mucho antes... de que llegaran los hijos de los dragones y los reyes del bosque. «Los conocimientos de la naturaleza». Iba más allá de la quintaesencia o la alquimia. Los druidas de la antigüedad conocían las estaciones y gozaban de largas vidas.
—Hace varias noches nos reunimos ante el dolmen— explicó—. Muchos de nosotros hemos desaparecido sin dejar rastro. El resta estaba asustado. No se atrevían a internarse en el corazón del bosque. Deambulan criaturas antinaturales. Aberraciones que hacen llorar a la Gran Madre y llenan de ira a los dioses antiguos—frunció el ceño. Los druidas y las profecías lo irritaba. Las supersticiones llenaban sus oídos cada día. Nirvana suspiró. Una lechuza blanca revoloteó sobre su cabeza—. Las aves migran en la dirección equivocada. Los animales mueren. La tierra se estremece. Los árboles mueren—le dedicó una mirada acusadora a Friedrich, como si toda la culpa fuera suya... Aunque en parte, lo era—. Están envenenando nuestra isla.
Friedrich sintió la bilis en la boca, escupió. Esperaba que finalmente desaparecieran. Era mejor que esos druidas se extinguieran junto al pasado manchado de polvo y sangre.
—Si viniste a decirme profecías tontas...
—¡La Gran Madre llora!—Sollozó Nirvana—. Por favor, te lo pido. Presenciamos el abrir de los sepulcros. El temblor sacudió las cámaras más profundas de la caverna. Ellos despertaron.
Se adelantó a ella dejándola atrás. Había tenido suficiente de todo y todos. La poca paciencia con la que nació, quedó atrás... durante los desperdiciados años de su solitaria y frustrante juventud. No estaba para nadie, la única persona para la que estuvo dispuesto a abandonar todo... murió hace muchos años. No había día que no pensará, por descuido... en ella.
—Todo lo que hacemos—se llevó la mano a la redecilla de oro que colgaba de su cuello, oculta—. Será para quitarles lo que nos arrebataron.
Se marchó a zancadas, sus pasos resonaban furiosos. Sentía una intolerante disolución vibrando en su mente.
—Lo he visto—replicó la anciana.
Friedrich se paró en seco, el vello de su nuca se erizó.
—¿Qué has visto?
La anciana sonrió con aquellos labios mustios, parecía idiota.
—El final de todo—su sonrisa se ensanchó aún más, decrépita—. El cielo se caía a pedazos. Los cadáveres salían de sus tumbas para matar a los vivos. Las estrellas caían machacando la tierra. Los espíritus escarlata atormentaban a los que guardan raciocinio. Los ríos se convirtieron en sangre. Te vi morir... Lord Verrochio. Un demonio de ojos rojos te arrancará el corazón.
Soltó una risa similar a la de una mula, mostrando unos dientes amarillos y feos. Friedrich se acercó a ella, decidido, y la abofeteó con su mano verdadera.
—¡Silencio, bruja!
Nirvana se limpió la sangre del labio con el dorso de la mano.
—Eres un hombre justo—volvió a sonreír mostrando sus encías viejas, sangrantes—. Recuerda esto, porque es lo que debes evitar: esperar lo imposible, llorar por lo irrecuperable y temerle a lo inevitable.
Friedrich levantó la mano para golpearla de nuevo, pero... se dio la vuelta y se marchó con las muelas apretadas.
«Un demonio de ojos rojos».
Tomó un carruaje hasta la ciudadela. El muñón que se amolda a la mano de oricalco, comenzó a picarle. El frasco no era de calidad óptima y... estalló en su mano. Un ardor severo se le clavó en la mitad del cuerpo. El fuego azul lamió su brazo hasta el codo, derritiendo la carne y el hueso carbonizado. Estaba muriendo. Los guérisseurs le habían cortado los restos de su mano con una dolorosa sierra. Habría perdido el codo, sin los cuidados de Nirvana que detuvieron la gangrena. Las cicatrices plateadas cubrían su brazo izquierdo y su costado. Su trabajo en el estudio del Fuegodragón se vio reducido a una pila de documentos que la rectoría confiscó. La Corte lo desplazó, como representante de Pozo Obscuro por su familia.
Profecías tenebrosas... Ese era el menor de sus problemas. Lord Beret tenía en cuenta, que la guarnición de Sir Cedric había desaparecido, tras su homicidio. En Pozo Obscuro se construían barcos de guerra. El reino pendía de un hilo fantasmal, faltaba un catalizador para que todo se volviera una volátil sustancia. Un informante le mencionó sobre un grupo de conspiradores ocultos en la calle Obscura. Su deber era impedir que la verdad saliera a la luz. La verdad sobre las cámaras secretas descubiertas en las profundidades de los túneles. Los secretos de Julián Sisley. La verdad detrás de la plaga que mataba los cultivos. Lo que estaba por venir
Le habían traído las tres cabezas en cofres de plata. Regalos macabros para Beret. Friedrich contempló los rostros apagados de los señores dragón con cierta vehemencia. El rostro de Lord Inferno Scrammer parecía fiero, tenía los ojos de rubí muy abiertos, con expresión consternada... mientras que Lady Scrammer reposaba con tranquilidad, en la sangre seca que alguna vez recorrió su cuerpo Conservaba el largo cabello castaño rojizo... Pero Seth.
Había conocido a Seth Scrammer cuando era un hombre entero. Era alto y fornido como un caballo, las órdenes que daba estaban cargadas de un misterioso magnetismo animal. Sin duda, dejar de caminar había sido duro para él. Los rumores decían que uno de sus subordinados lo envenenó y Seth aturdido, se cayó de una de las torres del Premieré Château. Otros decían... que Sir Cedric lo empujó.
En fin... ellos ya estaban muertos. A Seth Scrammer, la Tormenta Roja, le habían sacado los ojos con cuchillos y de las tres cabezas era la que peor se presentaba... Estaba irreconocible. Las otras eran auténticas.
—¿Cómo sabemos que es él?—Le preguntó a Sam.
—Porque yo se la corte, Lord.
El joven le sonrió de tal manera que a Friedrich le pareció repulsivo. Su cabello rojo centelleaba con destellos azules.
—Quítenlas de mi vista.
Sam hizo un gesto con la mano y sus caballeros: sir Mandrin, sir Pristine y sir Vincen, cerraron los cofres que llevaban en los brazos. Los ojos de los caballeros brillaban violáceos, malvados. Las armaduras impecables relucían con ondulaciones plateadas. Los petos esmaltados tenían detalles ostentosos. Eran las espadas de Sam, la sombra gamebunda de Lord Beret.
—¿Qué hago con ellas?
Friedrich sabía que ellos planearon el asesinato de los Scrammer. Él se había mantenido al margen, pensaba que los dragones podían convertirse en una amenaza, aunque... eliminarlos tarde o temprano, le daba igual.
—Únanlas con sus cuerpos e incinérenlos, denles un funeral apropiado. No necesitamos más almas vagando por la isla.
Sam hizo una reverencia y se marchó con los caballeros envueltos en acero, pisándole los talones. Si de Friedrich fuera la voluntad, enviaría a Sam a la Maison de Noir a servir con Comodoro, quizás encerrarlo en la cámara de los cristales hasta que se le congelaran los pensamientos. O como un rústico artesano, armando virotes y ballestas con las manos cubiertas de astillas. El joven había llegado con Beret aquella noche que los curanderos habían dado al rey por muerto. Desconocía su relación, salvo que Sam lo infiltró en el castillo a través de los túneles secretos. Hasta ahora se había mantenido a su lado, susurrando en su oído y cumpliendo sus inmundas estratagemas.
Friedrich salió del salón del trono a zancadas y se dirigió al jardín. Pronto los nobles llegarían en desbandada. El jardín de estatuas tenía a un hombre desnudo labrado de mármol en el centro de la decoración, las estatuas lo rodeaban: un unicornio, un fénix, un fauno, un dragón... Los emblemas de todas las tribus del antiguo continente.
Friedrich las detalló una a una, mientras esperaba.
—Estás eran las grandes tribus que se unificaron en el Gran Imperio... luego de las invasiones de los Scrammer—Lord Beret se le acercó desde atrás, con aquella expresión... entre frivolidad y ambición. Sus ojos grises lanzaban destellos purpúreos—. Las tribus que rondaban el territorio lejano, portaban máscaras de animales y dioses cuando iban a la guerra.
»Los Escamilla se vestían con plumas doradas. Llamaban fénix a los miembros de sus tribus que se tatuaban diseños con fuego.
»El fauno de los Archer—señaló la estatua de un hombre con cuernos y pezuñas, señaló otros—. El dragón de los Scrammer y el Unicornio de los Sisley. Los Brosse de antaño que volaban sobre alicantos dorados. Los Leroy que cabalgaban sobre ciervos plateados y la ninfa de los Verrochio.
La ninfa desnuda reposaba sobre una roca, con las piernas cruzadas, mientras se cubría los pechos abundantes. A Friedrich le gustaba mucho el símbolo de su familia, era majestuosa y temperamental. La leyenda de los Verrochio decía que la familia era el producto del amor de las hermosas ninfas, que abandonaron su santuario para unirse a los hombres que las sedujeron. Pero otras versiones de la historia contaban como las secuestraron, obligándolas a casarse con ellos. Friedrich frunció el ceño.
—Veo que sabes toda la maldita historia.
Sentía los dedos fríos de oricalco muy tensos.
—Lord—Beret se le acercó (era un palmo más bajo que Friedrich), y señaló la estatua del hombre—. ¿Qué ve allí?
—Un puto hombre—respondió secamente.
Lord Beret sonrió y las arrugas de sus mejillas se tensaron.
—Es porque los que hicieron estas estatuas sabían que... detrás de la ropa que usamos, los colores que vistamos y los símbolos que adoptemos. Todos somos humanos y nunca dejaremos de serlo. No importa en lo que nos convirtamos. Así seamos dioses o diablos... Abominaciones. Creadores de sombras. Usurpadores o... asesinos.
—¿Para qué me llamó, Beret?
—Sígame—echó a andar y Friedrich sintió el impulso de seguirlo con un ligero dolor en los ojos.
—Lo que le hicimos a los Scrammer— comenzó a decir Friedrich, dudoso.
—… es una pena—reiteró el hombrecillo—. Pero fue necesario. El envenenamiento de sir Cedric estaba a punto de salir a la luz. Vivimos una situación delicada en esta isla marginada por los dioses. Tiempos de escasez y exabruptos. Quién sabe el alboroto que hubiera causado si se supiera que las sombras del castillo asesinan a los héroes. Así se juega este juego, Friedrich. Las canciones deben tocarse con los instrumentos adecuados. El hambre, las enfermedades, los desastres, las guerras... El pueblo puede resistir sin oposición mientras tenga esperanzas de redención. Llámelo dioses o... héroes. Un dulce sueño... La esperanza. Que nos hace esperar la canción de medianoche. La más hermosa... La primera sonada nostálgica. Puede quitarle todo a un pueblo, pero nunca la esperanza de salvación. Esa es la forma de controlarlos. La canción del poder. Una pizca de redención.
Cruzaron el jardín lleno de árboles que empezaban a agonizar. Las hojas se marchitaban y cubrían el suelo. Los días se tornaban plomizos y fríos, pronto comenzarían las torrenciales lluvias. Una ligera llovizna caía sobre las losas que formaban el camino de piedra. Friedrich se pasó una mano por el largo cabello rubio.
—Tengo entendido que Sir Cedric tiene una esposa y varias hijas en Puente Blanco.
—Ya envié a algunos caballeros—Lord Beret sonreía, negando con la cabeza—. No se opondrán. El sacrificio de los Scrammer no será en vano. Me temo... que los dragones desaparecerán de la isla. Los caballeros... el Elixir Crepuscular que bebieron, ensombrece la mente y los hace más fuertes y... eficaces. Es una invención que embota el pensamiento. Un mortificador los tendría a su merced por días, antes que el efecto desaparezca. Por eso les damos de beber a nuestros caballeros juramentos del elixir.
—Más obedientes—replicó Friedrich.
Se dirigieron a la torre del Rey y subieron por la escalera de caracol hasta su habitación. Los paneles de oscurecimiento estaban colgados.
—Espero que entienda que todo lo que hacemos es para proteger a las personas. Así sea de ellas mismas. Porque el ser humano es cruel, estúpido y egoísta. Friedrich... Quítese la venda de la duda. Atrévase a confiar ciegamente. Usted sospecha lo que soy, no lo dudo. La Sociedad de Magos persigue a los individuos como yo. Personajes malvados con síntomas de egoístas. Pero poseo un sueño de prosperidad. Un ideal que podrá redimir nuestros más profundos miedos. Capaz de borrar nuestros errores. Porque cometimos una severa equivocación.
La puerta se abrió con un chirrido. Dentro lo esperaba Sam con una sábana en las manos. El rey Joel al pie de la cama, medio dormido, con la boca cerrada. Sus ojos violáceos, obscuros, reverberantes de súbito vacío. No existía vida en su semblante. Era un caparazón vacío, manipulable con mercurio e impulsos eléctricos. La sombra del rey rectaba por la pared y las palabras de la anciana druida acudieron a su mente.
«Te vi morir... Un demonio de ojos rojos te arrancaba el corazón». El sudor frío le cayó por la barbilla.
Sam desenrrollo la sabana. No sabía lo que era. Los trazos a carboncillo iban y venían formando una estructura tubular con anotaciones detalladas. Parecía un modelo compacto de cañón.
—En las costas del Paraje—habló Beret—. Una barcaza llegó flotando hasta la orilla— Sam sacó un arma. Un cañón de madera pequeño y alargado, con refuerzos de acero y una cinta gastada de cuero que colgaba del hombro—. El hombre que venía en esa barcaza estaba armado. Vestía ropas extrañas. Tenía esta arma llamada «mosquete», que dispara pequeñas balas de plomo. Sus heridas terminaron matándolo poco después. Por fortuna, estaba en el Paraje, confisque el arma para su estudio. Aplicando los hallazgos de la alquimia moderna a esta arma del otro lado del mar.
—¿Dispara?
—Pequeñas bolas de plomo—recalcó Beret—. Balas impulsadas por la rápida combustión contenida. Proveniente de las tierras más allá del mar. Nuestras tierras resultaban primitivas. El Misticismo parece obsoleto ante la eficiencia de la tecnología.
Friedrich sostuvo el mosquete. Metió el dedo en lo que parecía ser un gatillo, lo accionó y de una cámara salió despedido un humillo lleno de chispas. «Huele al infierno». Se frotó la nariz, pero sus guantes también conservaron ese olor a meados.
—Vino del otro lado—le dijo a Beret con desdén.
—Así es—se frotó las manos y sonrió muy viejo y cansado—. Estas son las armas que empuñan nuestros enemigos. Han pasado más de dos mil años. No sabemos contra que nos enfrentaremos. La prosperidad del reino requiere medidas contra el estancamiento. Debemos recuperar nuestra grandeza.
—¿Cómo sabemos que estas de nuestro lado?—Friedrich miró por el cañón del arma. Las balas entraban por la boquilla y una especie de sustancia explosiva la expulsaba. Un método simple para mortal si se aplicaba correctamente—. Bien podría estar fingiendo. Es un mago negro... Mucho más viejo de lo que aparenta. Ha hecho cosas terribles. Ha matado por sus deseos egoístas. ¿Por qué obedecería a un viejo desconocido que se cuela en el castillo... Y manipula a todos los que le rodean?
—No le pido que me obedezca, solo le pido que me siga—Beret—. Crecí en esta isla. Quiero ver cómo es el mundo... No sabemos nada de las tierras extranjeras. Quizás sea como dice la historia. El Rey Exiliado rodeó la isla con corales aserrados para impedir que el enemigo llegue. Mil o dos mil años después. El mundo entero nos olvidó. Los pecados por los que nos castigaron fueron perdonados. O quizás no...
»El mundo podría seguir en guerra. Cada día se inventan nuevas formas de destrucción. Exterminio. Algún día llegarán los navíos de guerra y no seremos nada contra ellos. La destrucción será inminente para nuestro pueblo. Con ese temor... han vivido los reyes Sisley desde tiempos inmemoriales.
»Pero existió una persona con ideales de cambio. Lo llamaban Daumier el Terrorífico, fundó el Culto del Gran Devorador con ideas de progreso. Soñaba con una isla igualitaria que aproveche todos sus recursos. Donde la principal filosofía se centre en la obtención de conocimiento y la preservación de la integridad. Profetizaba el estancamiento de la isla. Sus soluciones eran la eutanasia selectiva. Una época feliz, próspera. Pero sus métodos fueron rechazados por los Sisley de la época. El reproche contra el culto creció y fueron ejecutados por la Orden de los Wesen.
Friedrich meditó un momento. La cabeza le daba vueltas mientras el horno de su mente calentaba toda esa materia, amoldándola. Sabía que si se equivocaba, lo matarían... al igual que a Cedric.
—¿Qué necesitan de mí?—Recorrió el mosquete con los dedos.
—Todo—se frotó las manos envejecidas—. Quiero que los alquimistas de la Maison de Noir trabajen en lo que investigué durante años. Las razones por las que me expulsaron del Templo de las Gracias. Mis secretos de alquimista. He llegado muy lejos... y pienso que podría cambiarlo todo. Comodoro está al tanto, Friedrich. Lo único que tiene que hacer... es seguirnos hasta las tinieblas.
El rey lo designó como vocero, porque no podía atender las demandas de los ciudadanos debido a su delicada salud. Beret estuvo de acuerdo en dejar a Friedrich a cargo del trono. Pero... era un asiento muy incómodo. El trono de madera oscura rechinaba y los refuerzos de oro se desprendían. Estaba viejo, gastado... Vacío. Los años transcurrieron sin piedad. El calor de demasiados culos Sisley lo deterioro.
Llegaron granjeros quejándose sobre la tierra y los cultivos perdidos. Un mercader alegaba haber sido estafado por otro,, que prometió traerle un cargamento de harina de Pozo Obscuro y se esfumó en el bosque. Quejas sobre ladrones. Robos. Asesinatos. Violaciones. Un hombre mayor decía haber visto deambular a un hombre o... un animal con enormes cuernos, en los alrededores del Bosque Espinoso. Tenía un oficial en el las butacas para clasificar los casos y ordenar capturas o encarcelamientos. La situación estaba cada vez más peligrosa.
Un curtidor mató a puñaladas a su jefe porque se retrasó con el pago. El hombre no tenía nada que darle a sus hijos para comer, porque el jefe no obtenía ingresos. Mató y robó, Friedrich lo mandó a ahorcar en una plaza para demostrar que las leyes seguían impunes ante cualquier situación.
El castellano del Septième Château se presentó al salón, Argel Cassio era un desastre junto con a unos cuantos magicians de rostro demacrado. Con ellos vino un emisario de la Guardia de la Ciudad. Hizo pasar primero a Argel.
—Lord—Argel y los tres magicians hicieron una reverencia. Sus capas rojas colgaban echas jirones. En sus espaldas se mostraban los restos deshilachados del ángel Uriel, bordado en hilo de oro. Argel tenía el cabello en forma de largos rizos color arena—. La Sociedad de Magos cerró sus puertas. Les hemos enviado cartas, pero ignoran nuestro llamado. Llegamos con la esperanza de apoyo. Traemos noticias sobre las sierpes.
«Sierpes». Los engendros que durmieron durante cientos de años en la tumba del rey Julián Sisley. Criaturas espantosas creadas con alquimia antigua. Ni siquiera sabía de su existencia, antes de abrir la cripta de los reyes olvidados... Un mal había sido desatado sobre la faz de la tierra con un temblor en las profundidades de las cavernas. Argel Cassio parecía agotado, tenía profundas ojeras en el rostro atractivo y quemaduras, estaba cubierto de jolín. Los otros también parecían albergar quemaduras rosadas en el rostro. Estaban curtidos por el calor abrasivo.
—Las seguimos de cerca desde el sur—comenzó a decir—. El rectorado nos hizo llegar una petición de búsqueda. La actividad anómala en las cavernas llamó la atención de los habitantes del Paraje. La guarnición partió en su cacería, escuchando rumores de monstruos. Las cuevas del Paraje dejaban escapar el eco del derrumbe. La tierra retumbaba a su paso. Dejaban cavernas, agujeros y mataban... a la tierra con su presencia parasitaria. Teníamos a un rastreador en la guarnición bastante hábil. Podía seguir a uno de ellos... porque decía que los escuchaba retumbar a lo lejos. Estuvimos largo tiempo, intentando acorralarlos mientras subían al norte a través de las afluencias subterráneas. Entre la montaña Pezuña y la colina Fauno existe un abrupto sendero donde convergen las cuevas subterráneas. El mapa nos mostraba las bocas de las cuevas. Dividimos el grupo, comunicándonos con señales de humo y cristales a lo largo de las cordilleras montañosas. Cuatro grupos, distanciados por montañas. Conjuramos día y noche. Nuestras evocaciones inundaron los túneles cavernosos con una tormenta de fuego abrasador. Esperábamos que salieran a la superficie, expulsados por el calor. La tierra humeaba, ardiente y agonizante. Las árboles se marchitaron. Uno de los grupos no pudo controlar la llamarada y el sendero se incendió.
»El incendio duró varios días, borrando la cobertura natural de la espesura en el Bosque Espinoso. El resplandor nos quemó la piel. Había animales quemados en los restos, montañas de cenizas y árboles chamuscados. El humo y el calor profundizaron en las extrañas de las cavernas. Estábamos en la cúspide de las montañas ardientes. Cuando... en medio del valle, la bestia emergió de la tierra calcinada con una lluvia de guijarros y terrones encendidos. Era un gusano blanco, retorciéndose con un asqueroso movimiento. La piel dura como la piedra, tachonado con cientos de escudos de cuarzo. Un gusano ciego que salía de la tierra berreando, como si de un ser infernal se tratase.
»No pudimos acercarnos al valle. Había mucho humo y... el calor no nos dejaba descender. Abrimos una brecha al infierno, presos de nuestros propios hechizos. Desde los cuatro flancos lo bombardearon con fusiles, centellas y partículas ionizadas. Las proyecciones desprendían trozos de su coraza. Pero... La sierpe se descontroló y subió a una montaña. Intentamos cortarle el paso... mientras aquella criatura ciega subía hasta las cordilleras. Los magicians se tambaleaban con el retumbar. Estábamos allí... frente a las puertas de la muerte.
»Tuvimos miedo—su mirada distante revelaba que se había meado en los pantalones como ninguno—. Me he enfrentado a magos negros peligrosos y malvados. A criaturas que no deberían existir en lo profundo de las cienegas. Pero... nunca a un monstruo tan grande. Las centellas purpúreas se estrellaban contra su coraza pálida... Subió a cada cordillera, destruyendo las defensas de los magos y triturando sus cuerpos en sus fauces. Lo rociamos con Evocaciones Elementales de Combustión. Penetramos en su piel con poderosas Evocaciones de Ionización Estática, tan potentes como truenos. Lo azotamos con corrientes de aire capaces de arrancar árboles de sus raíces. Inclusive llegamos a disolver sus escamas con una Evocación de Distorsión de Sólidos. Estábamos desesperados por exterminar a ese monstruo... Ninguno se sentía cómodo huyendo. Somos guerreros hasta el final. Éramos el último grupo que quedaba en una montaña que se mecía, a punto de derrumbarse.
»Vi a una mujer, no mayor que yo... acercarse con la espada en la mano y enterrarla en esa bestia en llamas. Murió, aplastada... como un gusano que revienta en una suela. No creí que llegaría ese día... Las Proyecciones y las Evocaciones que conjurábamos no le hacían efecto. Solté mi espada cuando la sierpe estuvo frente a mí. Devoró a un hombre de un bocado. Lo hizo trizas con una explosión de entrañas. Por dentro, era dientes maltrechos y hedor. Tragaba personas, árboles, piedras, caballos... Todo lo que entraba en aquella muralla dentada desaparecía. Eran mil cadáveres putrefactos, nunca había olido algo tan desagradable. Mi alma se impregnó con aquel aroma nauseabundo. Tenía ganas de vomitar… Me hubiera matado, si uno de mis magicians no me hubiera cubierto con su reflejo. Aquellos dientes nos envolvieron, cerrándose a nuestro alrededor, pero no pudieron tocarnos. Estaba paralizado, con los pantalones manchados de orina. Mientras aquel animal del tamaño de una embarcación nos envolvía con sus fauces rezumando desechos.
»Regresé en mí cuando el reflejo parecía debilitarse. Tomé el hombro de mi compañero, que de alguna forma, extendía una parte suya, para detener a aquel monstruo gigante. Saqué la varita de mi bolsillo gritando una Imagen Elemental. Se sumaron otros reflejas, obstruyendo la mandíbula del gusano. Unos cuantos magicians junto a mí, hacían estallar proyecciones en su boca, destrozando colmillos y reventando músculos endurecidos. Evoqué un relámpago, vibrando, energético, desde la punta de mi varita. El chorro morado de energía galvanizada inundó esa boca monstruosa llegando hasta la profundidad de aquella garganta cavernosa. Escuché sus venas reventar por dentro. Sus espasmos violentos aplastaba los árboles calcinados. Murió entre violentos retorcijones. Todos habían muerto. El cadáver de la sierpe estaba ensartada con picas y lanzas, atravesando su carne blancuzca y escamada, quebradas. Sus heridas despedían un hedor supurante. Vimos el tamaño real de aquel demonio. Era tan grande, que ni treinta personas, tomadas de la mano. Lo rodeaban. ¿Qué era eso, Lord? Aquellos monstruos solo viven en leyendas. Todos mis magicians murieron. ¡Todos! ¡Se acabo! ¡Exponga a la Sociedad de Magos mi deserción! ¡Le pedí apoyo a la apoyo a la rectoría y nunca llegaron! ¡Están todos muertos!
Argel se desabrochó la capa roja y la tiró a los pies de Friedrich en el trono. Llevaba un jubón de cuero duro, manchado, rasgado y del cinto colgaba una vaina sin espada. Sus pantalones quemados y sus botas derretidas. Escupió al suelo y se marchó. Los otros magicians lo imitaron, renunciaron a sus capas angelicales y se marcharon con el orgullo enaltecido.
Friedrich hubiera ordenado que los detuvieran y los ahorquen, pero... solo eran hombres y mujeres quebrados. Debía dejarlos marchar, aunque no era su deber. Ellos eran los primeros de una larga fila. El emisario del Fuerte del Ciervos tampoco era portador de buenas noticias, su mensaje fue más breve. Decía que unos intrusos habían entrado a hurtadillas al castillo, habían robado una de las cajas con los hallazgos de las criptas y mataron a ocho guardias. Friedrich dobló la guardia nocturna y cerró las puertas de la ciudad. Se trataba de uno de los hallazgos y debía encontrarlo antes que saliera a la luz que los alquimistas habían profanado las tumbas de los ancestros. El pueblo era supersticioso y no tardaría en echarles la culpa por las desgracias acontecidas.
Las audiencias en el salón cesaron. El cielo se había tornado rosado y cayó una tenue llovizna fría. Lágrimas rojas de nubes carmesí. El oscurecido cielo otoñal, sin estrellas... Amparaba sus sueños. Recuerdos de camas ensangrentadas y besos de despedida. Subió al adarve de la muralla, mientras el viento y la lluvia le golpeaba el rostro. Pensó en Annie y se llevó los dedos de oricalco al colgante oculto en su pecho. El informante siempre era una silueta alta, delgada y sombría. Parecía la muerte, oculta en la holgada capa negra con la capucha calada. Chorreaba agua a medida que la tormenta crecía en intensidad. Aquellos ojos azules como el hielo le escudriñaban el rostro.
—¿Ahora eres el nuevo rey?—Le preguntó el informante.
Bajo la sombra de la torre, se fundía aquella forma humana... como un ente de oscuridad, irreal. El cielo se precipitaba sobre ellos. La lluvia duraría toda la noche. El suelo se mostraba distante desde el adarve. La sensación de vértigo lo invadía al mirar las estatuas chorreantes y los charcos oscuros. Sería tan fácil saltar ¿o caerse? Friedrich negó con la cabeza y el cabello rubio empapado se arremolinó en sus mejillas con picor.
—Eso no os incumbe.
—Como quieras.
—¿Qué sabes del creciente grupo que se oculta en el Bosque Espinoso?—Habían desaparecido dos o tres carromatos. Varias personas. Guardias habían desertado. Incluso algunos magicians abandonaron los Château. El movimiento de un creciente grupo detrás del escenario estaba susurrando a través de las telas. Preocupando a Friedrich.
El informante se encogió de hombros.
—Unas dos, o tres cosas más que tú—masculló. Friedrich sacó un monedero de su bolsillo y se lo lanzó a los pies. Las monedas resonaron al golpear la piedra. El hombre las recogió, sacó unas monedas de oro y mordió una. Solo así comenzó a hablar de verdad... con un poco de oro en la boca—. Ellos... son los que roban los carros de los mercaderes. Son como ratas... que roen lo que pueden. Escuché que su número crece cada día. Supongo... que si deben ser ratas.
—¿Cuántos?
—No muchos—el informante caviló un rato antes de responder—. Pero... los seguidores aparecen de todas partes. Hombres y mujeres resentidos contra las injusticias del reino.
«Un ejército de rebeldes», pensó en Annie y en lo que podría pasarle. Pensó en terribles ejércitos. Turbas enardecidas. Ríos manchados con sangre y cuerpos desmembrados. Hombres ahorcados. Centellas. Recordó las últimas palabras de su esposa: «Annie... Cuídala por favor. Annie». Batallas encarnizadas con montañas de cadáveres apilados. Manchas oscuras... Camas sangrantes. El llanto de una niña desahuciada. Gritos de dolor. Espadas de madera. Un orgasmo de despedida.
—¿Quién los dirige?—Aún podría hacer algo... antes de que un conflicto se presentase.
El informante se encogió de hombros en un gesto que a Friedrich le pareció repulsivo.
—Solo escuché rumores de quién obedezco.
—¡Dímelo!
—No son rumores baratos.
Friedrich apretó el puño de oricalco, rabioso... golpeó la aspillera a su lado, la piedra se resquebrajó con un sonoro crujido. El polvo le cubrió el guante desgarrado. El trozo de ladrillo cayó, súbitamente, al vacío negro de la tormenta. Una brisa helada le levantó la capa mojada. El informante retrocedió un paso, no sabía si estaba atemorizado o dudoso.
—¡Te mandaré a ejecutar!—lo amenazó sin dudar, señalándole con un dedo—. ¿Quieres eso?
—Planeo estar muy lejos cuando esa orden sea dada, Lord Verrochio—parecía sonreírle bajo la capucha calada—. Con un buen botín... estaría más que dispuesto a hablarle toda la noche. Suficiente dinero para vivir bien el resto de lo que va a ocurrir. Aunque... puede que me quedé corto.
Friedrich sintió ganas de arrojarlo del adarve. Pero las suelas de sus botas estaban gastadas y el suelo mojado. El informante se veía delgado y ágil, podría huir. No quería arriesgarse. No ahora, cuando estaba ante las puertas de la decisión.
—Bien—fue todo lo que dijo—. Ahora habla.
—Recibe cartas todo el tiempo de los movimientos de la Corte. Sabe casi todo lo que ha ocurrido. Ustedes creen que los mataron a todos. Pero no... Uno sobrevivió. En el sur, en un pueblito conocido como Rocca Helena, coronaron a un Rey Dragón. No sé quién sea... de verdad. Se supone que asesinaron a todos los Scrammer. Tengo entendido que podría ser un truco para atraer seguidores. Un nuevo rey se levanta en el sur atrayendo ratoncillos hambrientos a su rebelión.
»Los comprendo... al ver todo lo que están haciendo con esta pobre isla olvidada. Creyeron que la gente se iba a aguantar la ruina y miseria como niños buenos. El pueblo sospecha lo de aquel temblor, creen que está vinculado con las plagas y la peste sureña. Es como si... pidieran un derrocamiento. En silencio... Se cantan canciones de guerra. ¿Escuchas aquella poesía heroica?
—Es un usurpador—replicó Friedrich. Aquel Rey Dragón no era más que otro impostor—. La rebelión frustrada de los dragones contra el rey Julián Sisley es un gran ejemplo de lo que pasará. Es ridículo seguir a un dragón feroz incapaz de gobernar.
—Piensa lo que quieras. Nuestro pueblo ha sufrido demasiado por las guerras que arrasaron el mundo antiguo. Creo que... tú puedes hacer algo, quien sabe. Yo pienso que cualquiera puede hacer la diferencia.
—Solo eres un traidor codicioso.
El informante se encogió de hombros, burlón.
—Sí—puso los ojos en blanco, la rabia mancilló sus palabras—. ¿A quién no le gustaría ser rico? Comer bien todos los días. No vestirse con harapos. Buscar una buena mujer y criar a los niños... sin saber lo que es la pobreza, el hambre y el dolor. ¿Acaso eso no es un sueño feliz? ¿Un sueño de redención para las almas perdidas?
—¿Y el honor?
—El honor no se come—mostró una sonrisa torcida—. La gente de esta isla lo sabrá dentro de poco... Todos vendrán aquí y se pasarán tu honor por el culo. Así que—escupió al adarve—... eso es por tu honor.
Friedrich sentía las mejillas encendidas.
—Una cosa más—bramó—. ¿Qué se robaron y dónde está?
El informante se bajó la capucha, tenía una herida suturada en la frente pálida del rostro huesudo.
—Se suponía que no debíamos robar nada—suspiró, su cabello pálido se empapó—. Pero no salió como esperaba. Engañé a esos dos que iban conmigo a una trampa... Pero los guardias traicionaron al traidor. ¿No te parece una ocurrencia divertida? En fin, esta en la biblioteca de la calle Obscura. Es lo que buscaban con tanto anhelo de todos modos. Los alquimistas y su obsesión por lo oculto.
—Muy bien—terció Friedrich. Antes de marcharse tenía una pregunta incómoda martillando en su cabeza—. ¿Para quién trabajas?
—Eso es lo único que no puedo decirte, porque no lo sé—El informante sonrió, tenía una sonrisa muy blanca y bonita—. Épocas de monstruos. Héroes caídos. Emblemas rotos. Sueños redimidos y esperanzas vacías. Reyes enigmáticos y magos oscuros. Secretos y misterios.