Capítulo 5
El aire se sintió pesado y equivocado en un instante. Sentía los dedos fríos. Choochoo dejó de masticar. Me levanté despacio y miré hacia la puerta. ¿Me estaban siguiendo ya? ¿Habían seguido el rastro desde las pirámides?
El corazón se me aceleró en la garganta. Respiré hondo y me calmé. Alejandro dijo que estaba a salvo en casa.
Me dirigí hacia la salida de la cocina.
- Rosa, no abras la puerta -siseó Choochoo.
- Sí, lo haré -resoplé-. - Te cogeré y te tiraré por la puerta. Que las criaturas jueguen al balonmano.
Choochoo salió rodando detrás de mí con un ruido sordo.
- No parezco una pelota, Rose. Y tu sentido del humor es demasiado peculiar.
- Vivir con una calavera parlante que se lo come todo es específico. Todo lo demás son pequeñeces de la vida.
Un relámpago rojo brillante cruzó su frente estampada. Choochoo estaba definitivamente enfadado, pero no podía objetar, sabiendo muy bien que tenía razón.
Algo raspó la puerta. Me sentí incómodo. Es fácil decir: "No tengas miedo". Es mucho más difícil cumplirlo.
Levanté a Chooch en mis brazos. Muchas calaveras esta noche. Estoy acostumbrado, pero la es-calavera fue una aventura.
El aire parecía congelarse. Las luces parpadeaban alarmantemente y se apagaban. Las tablas del suelo crujieron desagradablemente. Involuntariamente di un paso atrás, más cerca de la pared.
- Rosa, para", dijo alguien en un lánguido barítono.
Las luces volvieron a encenderse, más brillantes que antes. Apreté los ojos, poniendo involuntariamente las manos delante de mí con Choochoo.
- Pues nada de respeto -se rió suavemente el intruso-. - Choochoo, llevo mucho tiempo diciéndolo: vuelve bajo tierra, al menos no intentarán hacerte una pelota de balonmano.
Choochoo sólo apretó la mandíbula indignado.
- Maximon, le estás tomando el pelo -le reproché.
Oh, sí, Maximon. El Padre Tierra, el amo de lo que hay bajo nuestros pies, infiel y poco fiable, dotado de todas las cualidades oscuras que pueden despertar en quienes vienen a Ootl. Los es-Calavera le llaman Santo Mundo, que se traduce como "tierra santa" en su antigua lengua, y los chamanes de ojos blancos y piel oscura de la región de Nkrumah-Eyo le llaman Maam-Simon.
Se lleva bien con todo el mundo. Sólo con Muerte-Katrina no encuentra puntos en común. Hace mucho tiempo hubo una disputa entre ellos, y nadie sabe por qué. Muerte-Katrina simpatiza conmigo y me ayuda, pero Maximon no puede dejarlo pasar.
- Tengo derecho -sonrió-. - A burlarme de él, y de ti, y de toda la población de nuestra hermosa y fabulosa Chilam.
El nombre de la ciudad rodó por su lengua como una pesada bola de ágata pulida. Y el propio Maximon estaba hecho de ágata. Cabello negro ondulado, atentos ojos oscuros, barba cuidada. Su rostro es bello, sus rasgos correctos. No es un joven, sino un hombre que ha aprendido la amargura de las decepciones y la alegría de las victorias. Su piel parece más blanca de lo que es en realidad, porque Maximon lleva abrigo, sombrero y guantes negros. Entre sus dedos índice y corazón aprieta un puro, del que sale un humo azul fragante.
Pero no me acercaré lo suficiente como para inhalarlo. Ya hice algo estúpido como eso una vez, y apenas pude escapar. Maximon no es sólo tierra sagrada, sino también un cuerpo pecador.
- ¿A qué debemos este distinguido huésped? - Por fin conseguí encontrar las palabras adecuadas.
Choochoo se volvió desafiante hacia Maximon con la nuca pintada y resopló. Pequeño bastardo. Ni siquiera yo tengo ese descaro.
- No tiene respeto -dijo Maximon casi cariñosamente, pero Choochoo se puso nervioso de inmediato, dándose cuenta de que podía acabar siendo una pelota de mano-. - Tengo negocios contigo, Rosa.
Una oleada caliente le recorrió el cuerpo ante la mirada de sus ojos oscuros, y su respiración se entrecortó. Es seductor, el muy cabrón. Está tratando de influir.
¿Maximon y el caso? Eso es nuevo. No tengo ni idea de lo que quiere, pero no es nada inocente, sobre todo con su poder y su estilo de vida.
- ¿De qué se trata?
- 'Para empezar, sírvete tu encantador café con pimienta y hablaremos', sugirió -ordenó inocentemente- Maximon. - No había nada peor que mantener una conversación con una chica hermosa sin bebidas y comida deliciosa.
- Nada de plátanos -dijo Choochoo sombríamente.
Puse los ojos en blanco, lo empujé bajo el brazo y fui a servir café. Esto es horrible. Tengo a un Padre Tierra sentado en mi cocina, pidiendo café e intentando hablar de temas que me distraen. La situación en sí es horriblemente ridícula. Al menos para los que llevan una vida normal en Chilam.
El café olía divinamente. El aroma a pimienta, picante y caliente, era vigorizante y me hacía querer hacer algo maravilloso y enérgico de inmediato.
Colocando las tazas y los platos de galletas caseras sobre la mesa, me senté frente a Maximon.
Guapo. Inhumanamente hermoso, la clase de belleza que sólo puede verse donde caen las sombras. Donde todo está mal y mal, donde no puedes estar seguro ni un solo segundo porque....
- ¿Cuál es el caso, Maximon? - pregunté, tomando un sorbo de café.
- Hoy te ha tocado un pupilo -dijo.
Sus ojos oscuros brillaban con una palidez mortal, las luces del inframundo que sólo podías ver si bajabas las escaleras.
- Sí -confirmé un poco tensa. - ¿Por qué?
- Dímelo, Rose.
Se hizo el silencio. Creo que tengo algo mal en el oído. No puedo creer que esto esté pasando. Un pupilo no es una moneda de cambio. No se puede compartir, vender, prestar y... también devolver.
- ¿Qué? -pregunté con cautela, decidiendo que no debía mostrar demasiada emoción cerca de Maximon.
- Dámelo, Rosa -repitió con calma-. - ¿Tienes miedo del juicio social? En absoluto. Y no te privarán, no te preocupes. Haremos un trato.
- Es una tontería temer el juicio de la sociedad cuando la propia sociedad teme al Padre Terrenal -dije.
Choochoo miró a Maximon con el ceño fruncido. No podía distinguir sus emociones a partir de su cráneo, pero podía percibir su estado de ánimo.
- Adulación, muchacha -resopló Maximon.
No lo refuté ni lo confirmé. De ninguna manera. Que piense lo que quiera.
- ¿Por qué lo quieres?
- ¿Nadie te dijo nunca que la curiosidad es algo malo?
- Sí -murmuré-. - Pero es mejor preguntar que sufrir y desear no haberlo hecho.
- Tan joven, pero tan inteligente -dijo Maximon con dulzura-. - Mi alegría, ¿quizás no tontees y te vayas con las mujeres de mi corazón?
Quiero decir amantes. Maximon es un cazador de mujeres, así que no dejará pasar a ninguna mujer atractiva. Lo único es que... nadie sabe cómo acaba todo para los que decidieron atar sus vidas con el Padre Terrenal. A mi pregunta: "¿Qué será de mí?", sólo sonrió enigmáticamente y respondió: "Ya lo descubrirás".
Aquello no me gustó. Además, no hay que acercarse demasiado a los dioses. Nunca se sabe cómo resultará en el futuro.
- Gracias por tu generosa oferta, pero no estoy preparada para una relación seria -dije con rostro pétreo. - ¿Y qué pasa con mi pupila?
- Los dioses tienen sus manías, Rose -sonrió encantadoramente Maximon-.
No va a responder directamente. Ha dejado en claro lo que quiere. Ni siquiera tienes que hacer preguntas.
Pero no había sonrisa en sus ojos. La oscuridad en la que se ahogan todos nuestros secretos. Y el frío... El frío infinito del que no puedes escapar.
- Lo pensaré -dije lo más suavemente que pude.
Maximon debió darse cuenta de que en aquella eterna respuesta femenina había un "no" casi maduro. ¿Por qué "casi"? Buena pregunta. Y no, no porque esté dispuesta a dar la vida por un hombre que vino aquí. Es que no estoy seguro de que tras una negativa definitiva no tenga que coser un sudario blanco como la nieve decorado con trozos de jade. Para usted.
- Muy bien. Tienes hasta el Carnaval de los Muertos.
Un momento después, sólo un puñado de plumas de cuervo, de un reluciente azul zafiro, permanecía sobre la silla de Maximon.
- No hay respeto por la dueña de la casa -dijo Choochoo sombríamente-. - Viene cuando quiere. Y viene con las manos vacías. Se come tu comida, mira a tu mujer, dice cosas desagradables.
- ¿Dónde estoy tu mujer? - pregunté por pura formalidad, mirando la taza de café vacía.
¿Lo repito? ¿O incluso regalarte una tintura en honor a la exitosa conclusión de la velada?
- Todas -Choochoo no pareció avergonzarse lo más mínimo y se movió al otro lado de la mesa para poder mirarme a los ojos-. - Rosa, dime sinceramente, ¿te gusta?
- Me gusta mi cuenta en el banco del señor Tloli -respondí, con toda sinceridad-. - Y mis chicas en el taller. Y los dioses no pueden gustar o no gustar. Son ellos. Y eso hay que entenderlo.
- Empollón -gruñó Choochoo, y se calló.
Fingí no darme cuenta de su mirada pensativa. Me limité a recoger la mesa. Luego entré en mi habitación, suspirando pesadamente. Nunca había podido contactar con las entidades superiores, así que tendría que confiar en mi propia fuerza.
Recogí las piedras de visión, enrollé el mantel y miré por la ventana.
Estaba oscuro, no había nadie. Bueno... hora de dormir.