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Capítulo 6

Llovía tan fuerte que bastaba con cerrar el puño al cielo y saltar sobre los charcos, maldiciendo. Los transeúntes corrían por las calles, los relámpagos relampagueaban aquí y allá, intentando caer en los lugares más inapropiados.

No había nada malo en ello, pero los ichtlanos, siervos del dios de la lluvia Ichtli, sólo se divertían. Nunca harían daño a la gente del pueblo, pero asustar... eso es sagrado. Así se divierten estos bichos durante todas las horas de sequía.

Abrí la puerta del taller y metí todas las cajas con dificultad.

- ¡Chicas! Paolo ha traído oropel y lentejuelas, ¡vamos a ordenarlas!

- Oh, es un sinvergüenza, ¡no podía ayudar a la señorita a traer todo esto tan pesado! - María, una de las hermanas gemelas Enchiladas, voló hacia mí y cogió la caja más pesada. - Está lloviendo como si los Ichtlan hubieran volcado todas las tinajas del cielo, ¡y él es demasiado vago para sacar la nariz del carro!

- No lo jures, tiene muchos pedidos más -me reí, pero la María de ojos negros y oscuros se limitó a hacer un gesto con la mano.

- Lo sé, lo sé. Irá a casa de la viuda desde la segunda calle, y al almacén, y al mercado.

- A casa de la viuda después del mercado -dijo Marta, la hermana de María, riendo.

- ¡Chicas! - aplaudí-. - No hablemos de la vida privada de nuestro querido proveedor, vayamos al grano. El Carnaval de los Muertos está a la vuelta de la esquina, y tenemos a toda la familia Rodages sin vestidos. Si recuerdan, hay cinco hijas, una madre y una abuela coqueta.

- Y la tía seca que no para de mirar por la ventana -añadió mamá Zamba desde su asiento en la mesa del rincón-. - Una tía asquerosa, te digo. No me extraña que siga sentada en su primer piso maldiciendo.

- Los roedores sin coyotes -resoplé- no saben tejer nada.

Mamá Zamba se bajó las gafas bruscamente hasta la punta de su gran nariz castaña, y las anchas pulseras de sus muñecas tintinearon con fuerza. Me miró con atención.

- Rosa, créeme, no hace falta tener un rayo en la sangre para hacer algo desagradable a alguien desde el fondo del corazón.

Mamá Zamba nunca diría una estupidez. Su pelo es gris y su piel chocolate está moteada de arrugas, pero su mente sigue siendo aguda y su mirada sagaz. Lleva brazaletes de metal en los brazos, collares alrededor del cuello y una pluma encantada cosida a la piel cerca del codo.

Mama Zamba vive en el barrio de Nkrumah-Eyo, entre brujos negros, bellezas torneadas y hombres que no temen a nada. Tiene tres hijos mayores y una hija pequeña. Y una vecina que hace brujería por las noches.

Es mi empleada más antigua y la mejor modista de todo Chilam. Nuestra relación fue muy extraña...

...Mientras limpiaba el taller, maldiciendo el polvo y la basura, llamaron a la puerta.

En cuanto la abrí, vi a una mujer morena, con un vestido color cereza y un turbante de colores. Llevaba un puro en la mano y las monturas doradas de sus gafas brillaban al sol tanto como los enormes anillos de sus dedos.

- ¿Rosa? - preguntó en un ronco contralto.

- Sí -asentí, mirándola con interés-.

- Soy la madre de Zamba. Y quiero trabajar para usted -dijo como si se preguntara qué hora era-. - No encontrarás una modista mejor en Chilam.

Me sorprendió un poco esta afirmación, pero no tenía prisa por responder con dureza. Mama Zamba tenía algo intrigante. Era poco probable que una persona que no sabía hacer nada se atreviera a decir que era la mejor. Después de todo, es muy fácil de verificar.

Pareció leer mis pensamientos y esbozó una sonrisa blanca como la nieve.

- Ponme a prueba, Rosa.

- Lo haré. Entonces coge esa fregona y yo cogeré la palangana.

Sentí una terrible curiosidad: ¿resoplaría, daría media vuelta y se iría? No estoy sugiriendo coser, estoy sugiriendo limpiar. Pero mamá Zamba ni siquiera enarcó una ceja, se arremangó y empezó a ayudar. Vi su habilidad más tarde, cuando ordenamos la habitación. Y... para ser honesto, todavía no entiendo por qué una mujer así vino a mí.

- Tengo tres hechiceros vugu viviendo en mi casa -se encogió de hombros-. - ¿Crees que esto es fácil? Necesito descansar y cambiar de aires.

Mamá Zamba siempre viene a trabajar después que yo. Es madrugadora y no le gusta quedarse en la cama.

Inmediatamente toma su escritorio, extiende su paño y... enciende su invariable cigarro. Algún hechizo casero impide que la ceniza caiga sobre el artículo, y Mama Zamba puede estar sentada así mucho tiempo. Piensa y piensa y calcula cómo afrontar el trabajo.

Mientras tanto, el contenido de las cajas ya está colocado. María apenas puede contener su alegría cuando saca monedas de oro, husos oblongos salpicados de esmeraldas, piedras planas brillantes.

- ¿De dónde saca Paolo tanta belleza? - Shima, mi trabajadora más joven, negó con la cabeza. - Cada vez que las mira, no puede apartar los ojos de ellas.

- Paolo está por todas partes en Ootl -dije riendo entre dientes-. - No me extraña que conozca a todos los productores.

- Ojalá cumpliera enseguida, no cuando ya ha pasado por todas sus damas -refunfuñó Marta.

Se acabaron los refunfuños matutinos y cada uno se dedicó a lo suyo.

Los Rodage tenían que ir vestidos de primera. El Carnaval de los Muertos no es sólo una fiesta, es también una competición entre mujeres para ver quién lleva el traje más bonito y original. La hija mayor de los Rodage, por ejemplo, encargó un vestido con pétalos de rosa vivos. Su madre, con plumas iridiscentes del pájaro chochmo. Las más jóvenes... bueno, eso habrá que averiguarlo. No parece tan triste allí, las niñas prefieren trajes más modestos. Pero la abuela quería cubrirse de pies a cabeza con monedas y... Y aquí hay que pensar seriamente en el corte y el estilo. La señorita ha visto mucho en su vida y se ha vuelto muy decrépita. ¿Cómo podría confeccionarse su atuendo para que la pobre no tuviera que ser transportada en un carro?

Cuando Chocho se enteró de este encargo, sugirió lo siguiente:

- Métela en un cofre del tesoro: será el botín de un pirata. Pero ¡que sean los descendientes quienes le lleven comida y bebida!

Llamando cruel a la calavera, en realidad pensé en esta opción, pero luego la cancelé. A los clientes hay que quererlos y respetarlos, no meterlos en un cofre. De lo contrario, dejarán de pagar y de llevarte a casa.

El día fue agitado, divertido y hasta el cuello de preocupaciones. Pero me encantan las preocupaciones. Después de ver la alegría en los ojos de los clientes, todos los recuerdos de nervios, noches en vela y dedos picados parecen desaparecer.

Las gemelas fueron las primeras en irse. Shima se retrasó: coser guijarros requiere atención y paciencia. Así que prefirió hacerlo más despacio, pero de mejor calidad. A diferencia de las hermanas Enchiladas, ella nunca tenía prisa. Así que fue Shima quien hizo todo el trabajo duro. Estaba segura de que lo haría al más alto nivel.

Pero cuando la puerta se cerró tras ella, Mama Zamba volvió a encender su puro. Podía sentir que llevaba todo el día esperando ese momento. No para fumar, sino para estar a solas.

Sintiendo su atenta mirada, clavé la aguja en la almohadilla y giré la cabeza.

El humo salía de la punta del cigarro entre mis fuertes dedos. Mamá Zamba entrecerraba los ojos, observándome atentamente.

- Dime, cariño -dijo con voz ronca-, ¿qué te pasa desde ayer?

Fingí no entender de qué me hablaba. Me limité a parecer lo más inocente e incomprensible posible.

- ¿De qué me está hablando?

- Del desnudo barón Zamdi, que se tomó una copa terrosa y decidió visitar a la Chocha-Taya de ojos oscuros en su decimoctavo cumpleaños -resopló. - Rose, ¡no finjas que no sabes de lo que hablas!

- Qué vastos y hermosos son tus dioses y diosas -mascullé, dándome cuenta de que debería ir a la librería algún día y conseguir una guía de los seres superiores de los wugu. Sería una situación incómoda.

- Bueno, no puedo oírte -me recordó Mama Zamba, mirándome atentamente.

Inconscientemente, cogí la almohadilla de la aguja y empecé a darle vueltas entre las manos. No es algo muy sensato, pero al menos desvía un poco la atención del inquisitivo interlocutor. La madre de Zamba tiene una excelente visión periférica. Le guste o no, se centra en el movimiento.

- Vale, tienes razón. Estoy a punto de tener un alumno. Hay mucho por lo que estar nervioso.

- ¿De la Pirámide de los Muertos?

Mi asentimiento silencioso. Su mirada pensativa. Y entonces golpeó la mesa con la palma de la mano tan fuerte que me sobresalté.

- Está todo claro", dijo en un tono que no admitía objeciones. - Pobre chica. Está el Carnaval y la oscuridad del trabajo y todo eso... ¿Hay algo definitivo...?" Agitó la mano, y las pulseras tintinearon. - ¿Quién es? ¿Cómo y qué?

- No tengo ni idea", me encogí de hombros. - Alejandro de la es-calavera ha dicho que todo va bien. Sólo nos queda esperar.

No hablé de la visita de Maximon. No sabía qué pensar. Es un hombre vengativo, omnisciente y... Y quién sabe qué más. Tal vez tenga que decírselo más tarde, pero por ahora es mejor jugar a la flor de diente de león y fingir que no sé nada.

No es que no confíe en mamá Zamba, pero mi intuición me dice que no debería contarle a todo el mundo lo que está pasando.

- Sé que es demasiado pronto para decir nada -dijo mamá Zamba pensativa-, pero, Rosa... Si necesitas ayuda, siempre puedes recurrir a nuestra familia.

Sentí calor en mi interior. Nunca pensé que se preocuparían tanto por mí. Por la expresión de la cara de la madre de Zamba, lo ofrecía de todo corazón.

Puse mi mano sobre la suya y la apreté un poco.

- Gracias, lo tendré en cuenta.

- Se olvidaron de ponerte emociones", refunfuñó. - Admítelo, ¿Zamdi te desenterró de las arenas de nuestro desierto y te arrastró hasta aquí sobre su hombro para que nosotros, dignos ciudadanos de Chilam, observáramos y aprendiéramos a contenernos?

me reí.

- No es cierto, sólo que soy lento para reaccionar a todo esto. Y las emociones vendrán mañana, cuando corra contra mis hermanas y Shima.

Mama Zamba también sonrió. Sabía muy bien que no las perseguía porque quisiera regañarlas, sino porque simplemente estaba nerviosa.

Pronto nos despedimos. Yo me quedé, decidida a hacer algunas muestras más para los trajes de Mama Rodages. Mañana veremos cuál es el mejor; ahora mismo el cansancio ya está apagando todo lo que hay en el mundo, y mi cerebro me insinúa que es hora de cerrar el atelier con llave y volver a casa.

En casa se estaba bien. Choochoo incluso salió a recibirme esta vez, y no había comida masticada en la cocina.

- ¿Estás a dieta o algo así? - pregunté con suspicacia cuando salí del baño, secándome el pelo.

El agua caliente había hecho su trabajo. Me dio un segundo aire. El cuerpo me pedía café, cena e incluso un paseo. No voy a dar un paseo. Ayer mismo me dijeron que no debía asomar la cabeza y abrir puertas, pero... El instinto de conservación me insinuaba que los dioses salvarían a la precavida, pero no a la que vagaba de noche con una botella en las manos.

- No, ¿cómo voy a estar a dieta si ya soy divinamente bella? - Choochoo alzó la voz, chispas escarlata recorriendo sus patrones tallados en hueso.

Sí, resentida y un poco enfadada.

- Siempre he querido saberlo, ¿a dónde va todo para ti? - dije con indiferencia, sacando una galleta del armario.

Vale, galletas... no, eso es demasiado. Al menos me vendrían bien unas verduras. Y no cojas la carne. No, no, no, claro que no... Oh, vale, este trozo cayó en mis manos desde el congelador. Ahora, ¿dónde está mi sartén grande y esos pimientos picantes?

- Donde sea -dijo Choochoo, acercándose a mí-. - Si quieres, podemos ir al lugar de donde vengo, y allí...

- No quiero -le corté-. - Definitivamente está oscuro, húmedo y hambriento. Si no, no estarías calentando aquí tus viejos huesos.

- Travieso", chasqueó las mandíbulas.

La carne chisporroteaba en la sartén, no hacía falta decir nada. Choochoo me llama de vez en cuando para visitarme, pero lo hace de forma tan poco convincente que está claro que no merece la pena.

- Rosa", me llama.

- Soy Rosa, Rosa -respondí entre dientes, observando la carne con atención-. Un poco más y me ahogo con la saliva. Dioses, qué sabor.

Bien, ahora añadimos los pimientos. Y luego tomamos la mezcla de verduras, donde tenemos maíz, pimientos de nuevo, espárragos y patatas en rodajas. Y todo eso.

- ¡Rosa! - Choochoo gritó.

- ¿Qué? - Me di la vuelta, sosteniendo una vaina de pimiento rojo. - ¿No puedes distraerme? Ya ves que estoy ocupada y... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!

Un grito salió de mis labios y todo en mi interior se congeló. Por la ventana miraba alguien cuyo aspecto no podía describirse con palabras.

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