Capítulo 4
—Perfecto. —Bebe el sorbo restante de su trago—. Vamos, nos espera Jonathan.
—¿Quién? —Me levanto del asiento. El brandy se había apaciguado en mis venas y ya no me sentía tan mareada. Me comería el calzone al llegar al departamento de Julio.
Julio...
Este hombre me convierte en alguien que no soy, pero que deseo ser.
Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro. Me vuelvo a sonrojar, como colegiala en fiesta de graduación.
Debo dejar de hacer eso. Sin embargo, es imposible mientras me observa como si quisiera desnudarme en medio del lugar.
—Haces muchas preguntas, María. La vida no se disfruta si cuestionamos todo. Debes dejar de darle vueltas a todo y vivir el momento.
Agarra mi mano libre y me obliga a caminar a su lado.
Me limito a seguirle, después de todo, tiene razón. Pienso demasiado. Llevo más de diez años considerando cada acción y cada movimiento. Cuando me gradué de leyes, las responsabilidades fueron mayores. Trabajaba hasta tarde y no tenía amigas, más que las esporádicas salidas por educación a las que me invitaban las compañeras del despacho. Mi vida no podría decirse que es aburrida, pero sí es seria. Mi economía me permite pagarme vacaciones tres veces al año, enviar dinero a mi madre y a mi abuela, gastos de mi carro, mi apartamento en una de las mejores zonas de Queens y cualquier imprevisto. No puedo llamarme una mujer rica, pero tengo ciertas comodidades.
—Puedes soltarme, no estoy borracha —le susurro.
Siento que todos los ojos están puestos en nosotros.
Son notorias las miradas lascivas y frescas que le lanzan a Julio las mujeres. No pueden resistirse a su magnetismo. Y, por lo visto, yo tampoco. Él es innegablemente un hombre que se da a notar. Es bastante alto. Mis sandalias de plataforma me hacen lucir un tanto más alta, pero no lo suficiente para alcanzar siquiera sus hombros. Su pelo castaño claro y sus ojos miel le dan un toque diferente, atractivo. Sus labios son carnosos; el superior un poco más fino que el inferior. Sus pómulos marcados parecen tallados. Debe rondar los 85 kg. No tiene una gota de grasa, es todo músculo y firmeza. Debe practicar algún deporte o hacer mucho ejercicio en el gimnasio.
Llegamos a la salida del aeropuerto.
Un carro Bentley negro con vidrios tintados nos aguarda con un hombre de unos veinticinco años al volante. Se respira el aire de dinero, no me percaté de eso hasta el momento. Julio parece tener buenos modales y educación cuando no estaba siendo un estúpido arrogante hombre de las cavernas. Ese Bentley Musslane cuesta una fortuna. Por lo visto, Julio se da el placer de usarlo como transporte con chofer integrado.
Me abre la puerta y espera que me acomode para sentarse a mi lado en la parte trasera del vehículo.
—Buenas noches, señor Medina —saluda el chofer a Julio.
¿Así que ya tiene apellido? ¿Medina?
«Es un apellido común en República Dominicana».
Nerviosa, paso mi mano sobre mi cabello, el cual se encoge y hace rollitos en la parte baja de la nuca.
—No te estarás arrepintiendo, ¿cierto? —Coloca su mano sobre mi pierna.
Bajo la vista para escrutar; es enorme en comparación con las mías, que están entrelazadas intentando contener el nerviosismo que ocupa el lugar por donde debe transitar mi sangre.
—No. —Mi voz temblorosa me traiciona.
—No parece que estés muy segura. Tendré que hacer algo para evitar que saltes del carro. —Se acerca a mi oído y reparte diminutos besos en el lóbulo.
Suelto un suspiro.
Mi corazón acelerado se debe escuchar en todo el vehículo.
—Tranquila. —Su voz es como un afrodisíaco, como las fresas con crema y Nutella.
—Umm… —Cierro los ojos y me dejo ir un poco.
Disfruto de la caricia en mi nuca de un completo desconocido.
Un desconocido que besa como un diablo. Sabe qué desea y cómo conseguirlo.
—Julio…
Giro la cabeza y busco sus labios, sin prisa y escondiendo la vergüenza en un frasco dentro de mi cerebro.
Nuestras bocas se unen como si siempre se hubiesen conocido, con pericia, pero ansiosas de más.
Necesito más.
El beso es prolongado y más sensual de lo que jamás había sentido, incluso con Reed, cuya relación comenzó siendo más física que con implicación emocional, aunque desarrolláramos cierto afecto al menos de mi parte.
Julio besa mi cuello y acaricia mis pechos por encima de mi blusa. Los traicioneros se levantan como si su caricia fuese su salvadora.
—Eres tan hermosa que quisiera probar tu sabor aquí mismo —murmura Julio.
Aprieta entre sus dedos a mis ya desesperados senos a través del sostén.
—Ya me estás probando.
—Eso es nada comparado con lo que te haré.
Ansío que me desnude.
Mi boca se reseca solo con lo que me hace en este momento. Acaricio su cabello grueso y tupido.
—Vas a hacer que rasgue tu blusa si sigues haciendo eso —informa cuando le halo el pelo.
Lo empujo hacia mi cuello y muevo mi cabeza para darle mayor acceso.
—Tu chofer tendrá una película porno en vivo si me desnudas aquí. —Esbozo una sonrisa.
Se detiene y se acomoda en su asiento. Mi vista baja a su pantalón; su erección parece una casa de campaña. Su masculinidad es una prueba feroz de lo excitado que está, y eso no hace más que encender la llama que ya prendida me pide a gritos que me deje llevar o que haga algo para calmar el palpitar de mis senos.
Me acomodo el sostén.
Sus manos expertas desabrocharon el gancho del centro. Es un strapless con correa en el frente.
—Así que Julio Medina. —Intento pensar en otra cosa que no sea sus manos sobre mi piel.
—Encantado, María —susurra meloso.
—Un poco tarde para las presentaciones, ¿no crees?
Se oye el bum de la canción Peligrosa de J Balvin ft. Wisin y Yandel.
—Jamás es tarde para saber con quién decides tener sexo —expresa como si hablara del tiempo.
—¿Qué tan a menudo convences a las mujeres para que se acuesten contigo la misma noche que las conoces? —Se me escapa esa pregunta, pero es algo que necesito saber.
—Nunca, es la primera vez que lo hago. Parece que he corrido con suerte de principiante. Dime de ti. ¿Cuántas veces te has ido con un tipo que conoces en un avión?
—Debiste haber notado que no soy muy diestra en esto del sexo con desconocidos. Digamos que tuve un buen presentimiento sobre el principiante que me invitó.
Una carcajada brota de su boca.
—No pierdas ese sentido del humor jamás. Sé que no te conozco como debería, pero sé lo suficiente de ti como para pedirte que no dejes que nadie arruine tu felicidad.
Besa mi mano y la sostiene entre las suyas.
Miro por la ventanilla. Sus palabras me reconfortan de una forma que no puedo determinar ni comprender. No obstante, me juro en silencio que jamás dejaré que un hombre me haga cometer estupideces como esta de nuevo. Es irónico si considero que sigo en el vehículo con un completo desconocido y su reservado joven chofer. Comienzo a creer que no podré cumplir la promesa recién hecha.
No sé adónde nos dirigimos. Julio no ha dicho ni una palabra sobre su residencia. No sé si se hospeda en algún hotel cercano o si tiene algún departamento. Contemplo el reloj encima del pequeño televisor que trae el Bentley; son pasadas las diez. Llamo a mi madre y le informo que llegaré mañana. Quería darle la sorpresa llegando hoy. Tal parece que los planes se darán a su manera.
La calle está por completo iluminada con farolas amarillentas y la oscuridad de la noche da un aire de misterio y expectativa. La presencia de Julio es abrumadora, pero a la vez me siento a gusto con él en el carro. Levanto la vista hacia el espejo retrovisor. Jonathan, como le llamó Julio, está concentrado en la carretera.
Se me ocurre que yo también puedo torturar a Julio un poco y tentarlo. Debo intentar olvidar mis miedos. Lo haré al lanzarme al vacío a la espera de que Julio me atrape. Una noche no será suficiente para mí, lo sé. Miro su rostro esculpido por dioses amantes al sexo. En definitiva, su físico es un pecado.
Tomo la cartera Versace de doscientos dólares y entro el oloroso calzone dentro. Confío en que el empaque sea lo suficientemente impermeable como para no traspasar cualquier poquito de grasa a mi cartera favorita. La pongo justo al lado de la puerta y me ruedo un poco hacia Julio, que me observa sorprendido por mi actitud, aunque cambia su expresión por la de confianza absoluta. Me da la oportunidad de acercarme más. Agradezco la confianza que me brinda.
—¿Qué tanto falta para llegar a nuestro destino? —Me acerco hasta que estoy por completo encima de él con un rápido movimiento.
El carro es amplio y espacioso, lo suficiente para permitirme estar a horcajadas sobre él.
Me contempla con un brillo en sus ojos y respira un tanto acelerado.
—Si sigues haciendo ese movimiento con tus caderas sobre mi erección, es posible que tenga que crear un destino previo antes de llegar a mi casa.
Sonrío maliciosa.
—¿Cuál movimiento? —Me hago la inocente, aunque froto mis caderas al ritmo de Sexto sentido de Bad Bunny.
—Que traviesa me resultaste. Y yo que pensaba destapar mi botella de brandy al llegar.
—Pues ya ves dónde radica el problema. —Lo beso despacio—. Pensaste.
Desabotono los primeros tres botones de su camisa azul. Escruto su pecho desnudo; no llevaba franela. Me atrevo a besarlo y subo por su cuello. Entretanto, mi mano derecha sostiene su nuca y hago círculos en su cabello. Mi mano izquierda busca el camino hasta su centro de placer.
—Ahora me toca a mí. –Me quita la blusa con un rápido movimiento y vuelve a besarme.
Su boca es una perdición pecaminosa. Sus labios son suaves, pero exigen más de mí.
Me entrego a la sensación de atracción inevitable.
Logro sacarle la camisa del pantalón de tela negro y desabotono la correa del pantalón, luego el botón. El cierre baja al instante.
—María —sisea mientras agarra mi mano, que imperiosa pide a gritos que la dejen entrar a través de su ropa interior.
—Me gusta cómo dices mi nombre.
Muevo mis caderas.
—Aunque te parezca extraño, no quiero compartir tu cuerpo con nadie. Si seguimos así… —mueve la mano que sostiene a la mía— terminaré encima de ti haciéndolo dentro del Bentley.
Su seguridad me aterra y a la vez me cautiva.
Este hombre es capaz de atarme a una cama con esposas y una venda en los ojos. Extasiada, gritaré de placer.
El reconocimiento de esa verdad hiela mi sangre. Me bajo de sus piernas y me acomodo en el asiento lo más lejos posible que me permite el carro. Acabo de conocer a este hombre. Apenas cuatro horas o menos viendo su rostro y ya siento que puedo confiar en él, que puedo cerrar los ojos y saber que nada me sucederá. Sé a ciencia cierta que no es a causa del alcohol en mi cuerpo, pues el sentimiento de atrevimiento no es lo que me hace querer pasar más de una noche con él. Quizá sus ojos transmiten esa sensación de protección.
Mira por la ventana y se cierra. Parece alejarse de mí. No se ha cerrado la correa ni abrochado los botones de la camisa.
«Quizás está pensando en su esposa infiel».
No ha dicho con quién ni cuánto tiempo hace de esa relación. Sé que le duele, lo veo en sus ojos y en la forma en que habló sobre ella en el avión. Le molesta la traición aún, tal vez más de lo que él reconoce. Quiero tocar el tema, pero no sé si sea el momento indicado. Lo haré cuando lleguemos a un lugar privado, sin un chofer que escuche y vea todo lo que hagamos. Me prometo a mí misma conocerlo un poco más esta noche antes de entregarme por completo al placer que estoy segura me otorgará.
Tomamos una pendiente y nos aventuramos por una calle estrecha. Sé que estamos en Punta Cana todavía, ya que solo llevamos, según el reloj, unos veinte minutos de trayecto. Si considero el tiempo que tardamos en salir del parqueo y lo congestionadas que están las calles por la llegada de los vuelos nocturnos, debemos estar muy cerca del aeropuerto.
El olor a salitre inunda mis fosas nasales. En definitiva, estamos cerca de la playa. Extrañaba tanto las playas de mi país. Son singulares en todo el sentido de la palabra. Millones de turistas vienen cada año a pasar sus vacaciones en una isla paradisíaca con playas de arenas blancas y agua clara como el cielo, por no mencionar la flora y el turismo interno: como subir a las montañas en Constanza y probar las fresas frescas, así como admirar las flores hermosas que allí nacen.
Planeo disfrutar de estas vacaciones al máximo. Comienzo con olvidar a Reed para siempre. Asimismo, olvido mis recatos en una noche.
Vislumbro unas luces en ambos lados de la calle. Siento la gravilla tocar las gomas del carro al pasar encima de ellas. La casa de dos niveles se yergue entre los jardines y farolas, enorme y esplendorosa, ostentosa y llamativa.
Así puede describirse la casa de Julio desde el asiento del Bentley.
El carro se detiene justo enfrente de la edificación. Del otro lado, por la puerta del chofer y por la mía, se encuentra una fuente con un ángel de alas gigantescas y rostro afeminado que lanza agua en vez de besos.
Escucho el clic de la puerta justo antes de que se abra. El chofer se despide con un asentimiento. No me percaté de que Julio se bajó del vehículo y que se acerca a mí a paso firme y seguro. Me hallo absorta y sorprendida porque este hombre arrogante y sensual trajo a una completa desconocida a una mansión como esta. Debe de tener una lista interminable de mujeres que les encantará pasar o volver a tener una noche aquí.
—Se acabó la espera.
Sostiene mi rostro entre sus manos y me besa con pasión.
Oigo el sonido del Bentley al alejarse.
—Ya creo que sí —jadeo cuando nuestros labios se separan.